Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Invitados a vivir la revolución de la ternura
como María, Madre de la Caridad.
El Papa en el Santuario del Cobre
El Papa en el Santuario de la Virgen de la
Caridad del Cobre
22/09/2015
(RV).- Última jornada del Papa Francisco en
Cuba. La mañana del martes en su homilía en el Santuario de la Virgen de la
Caridad del Cobre, el Obispo de Roma resaltó que la patria cubana nació y
creció al calor de la devoción a la Virgen de la Caridad dando una forma propia
y especial al alma cubana, “suscitando los mejores ideales de amor a Dios, a la
familia y a la Patria en el corazón de los cubanos”.
El Santo Padre recordó más
adelante que “ni las desgracias ni las penurias lograron apagar la fe y el amor
que el pueblo profesa a esa Virgen, sino que, en las mayores vicisitudes de la
vida, cuando más cercana estaba la muerte o más próxima la desesperación,
surgió siempre como luz disipadora de todo peligro, como rocío consolador”.
“Nuestra revolución pasa por la ternura, por la alegría que se hace siempre
projimidad, que se hace siempre compasión y nos lleva a involucrarnos, para
servir, en la vida de los demás. Nuestra fe nos hace salir de casa e ir al
encuentro de los otros para compartir gozos y alegrías, esperanzas y
frustraciones.
Nuestra fe, nos saca de casa para visitar al enfermo, al preso,
al que llora y al que sabe también reír con el que ríe, alegrarse con las
alegrías de los vecinos.
Como María, queremos ser una Iglesia que sirve, que
sale de casa, que sale de sus templos, de sus sacristías, para acompañar la
vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad. Como María, Madre de la
Caridad, queremos ser una Iglesia que salga de casa para tender puentes, romper
muros, sembrar reconciliación”.
(RC-RV)
Homilía completa del Papa
El Evangelio que escuchamos nos pone de
frente al movimiento que genera el Señor cada vez que nos visita: nos saca de
casa. Son imágenes que una y otra vez somos invitados a contemplar. La
presencia de Dios en nuestra vida nunca nos deja quietos, siempre nos motiva al
movimiento. Cuando Dios visita, siempre nos saca de casa. Visitados para
visitar, encontrados para encontrar, amados para amar.
Ahí vemos a María, la primera discípula. Una
joven quizás de entre 15 y 17 años, que en una aldea de Palestina fue visitada
por el Señor anunciándole que sería la madre del Salvador. Lejos de «creérsela»
y pensar que todo el pueblo tenía que venir a atenderla o servirla, ella sale
de casa y va a servir. Sale a ayudar a su prima Isabel. La alegría que brota de
saber que Dios está con nosotros, con nuestro pueblo, despierta el corazón,
pone en movimiento nuestras piernas, «nos saca para afuera», nos lleva a
compartir la alegría recibida como servicio, como entrega en todas esas
situaciones «embarazosas» que nuestros vecinos o parientes puedan estar
viviendo. El Evangelio nos dice que María fue de prisa, paso lento pero
constante, pasos que saben a dónde van; pasos que no corren para «llegar»
rápido o van demasiado despacio como para no «arribar» jamás. Ni agitada ni
adormentada, María va con prisa, a acompañar a su prima embarazada en la vejez.
María, la primera discípula, visitada ha salido a visitar. Y desde ese primer
día ha sido siempre su característica particular. Ha sido la mujer que visitó a tantos hombres y mujeres, niños y
ancianos, jóvenes. Ha sabido visitar y acompañar en las dramáticas gestaciones
de muchos de nuestros pueblos; protegió la lucha de todos los que han sufrido
por defender los derechos de sus hijos. Y ahora, ella todavía no deja de
traernos la Palabra de Vida, su Hijo nuestro Señor.
Estas tierras también fueron visitadas por su
maternal presencia. La patria cubana nació y creció al calor de la devoción a
la Virgen de la Caridad. «Ella ha dado una forma propia y especial al alma
cubana –escribían los Obispos de estas tierras– suscitando los mejores ideales
de amor a Dios, a la familia y a la Patria en el corazón de los cubanos».
También lo expresaron sus compatriotas cien
años atrás, cuando le pedían al Papa Benedicto XV que declarara a la Virgen de
la Caridad Patrona de Cuba, y escribieron:
«Ni las desgracias ni las penurias lograron
“apagar” la fe y el amor que nuestro pueblo católico profesa a esa Virgen, sino
que, en las mayores vicisitudes de la vida, cuando más cercana estaba la muerte
o más próxima la desesperación, surgió siempre como luz disipadora de todo
peligro, como rocío consolador…, la visión de esa Virgen bendita, cubana por
excelencia… porque así la amaron nuestras madres inolvidables, así la bendicen
nuestras esposas».
En este Santuario, que guarda la memoria del
santo Pueblo fiel de Dios que camina en Cuba, María es venerada como Madre de
la Caridad. Desde aquí Ella custodia nuestras raíces, nuestra identidad, para
que no nos perdamos en los caminos de la desesperanza.
El alma del pueblo
cubano, como acabamos de escuchar, fue forjada entre dolores, penurias que no lograron
apagar la fe, esa fe que se mantuvo viva gracias a tantas abuelas que siguieron
haciendo posible, en lo cotidiano del hogar, la presencia viva de Dios; la
presencia del Padre que libera, fortalece, sana, da coraje y que es refugio
seguro y signo de nueva resurrección. Abuelas, madres, y tantos otros que con
ternura y cariño fueron signos de visitación, como María, de valentía, de fe
para sus nietos, en sus familias. Mantuvieron abierta una hendija pequeña como
un grano de mostaza por donde el Espíritu Santo seguía acompañando el palpitar
de este pueblo.
Y «cada vez que miramos a María volvemos a
creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño» (Evangelii gaudium,
288).
Generación tras generación, día tras día,
estamos invitados a renovar nuestra fe. Estamos invitados a vivir la revolución
de la ternura como María, Madre de la Caridad. Estamos invitados a «salir de
casa», a tener los ojos y el corazón abierto a los demás. Nuestra revolución
pasa por la ternura, por la alegría que se hace siempre projimidad, que se hace
siempre compasión y nos lleva a involucrarnos, para servir, en la vida de los
demás. Nuestra fe nos hace salir de casa e ir al encuentro de los otros para compartir
gozos y alegrías, esperanzas y frustraciones. Nuestra fe, nos saca de casa para
visitar al enfermo, al preso, al que llora y al que sabe también reír con el
que ríe, alegrarse con las alegrías de los vecinos. Como María, queremos ser
una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, de sus
sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad.
Como María,
Madre de la Caridad, queremos ser una Iglesia que salga de casa
para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación. Como María, queremos
ser una Iglesia que sepa acompañar todas las situaciones «embarazosas» de
nuestra gente, comprometidos con la vida, la cultura, la sociedad, no
borrándonos sino caminando con nuestros hermanos, todos juntos. Todos siguiendo
ayudando, todos hijos de Dos, hijos de María, hijos de esta noble tierra
cubana.
Éste es nuestro cobre más precioso, ésta es
nuestra mayor riqueza y el mejor legado que podamos dejar: como María, aprender
a salir de casa por los senderos de la visitación. Y aprender a orar con María
porque su oración es memoriosa, agradecida; es el cántico del Pueblo de Dios
que camina en la historia. Es la memoria viva de que Dios va en medio nuestro;
es memoria perenne de que Dios ha mirado la humildad de su pueblo, ha auxiliado
a su siervo como lo había prometido a nuestros padres y a su descendencia por
siempre.
Cuba y EEUU
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