Homilías del Papa y Temas sacerdotales
El Papa en la Misa de La Habana
«Quien
no vive para servir, no sirve para vivir»
El Papa en la Misa de La Habana
El
Papa saludó a los fieles antes de la Misa - AFP
20/09/2015
11:43
(RV).- En el segundo día de su Viaje
Apostólico a Cuba la mañana del Papa inició con la Santa Misa en el XXV domingo
del tiempo ordinario en la Plaza de la Revolución José Martí de La Habana. La
Plaza, lugar simbólico del país, fue escenario de la histórica Misa presidida
por el Santo Padre Francisco con la presencia de miles de fieles y peregrinos
que se dieron cita para oír las palabras del Sucesor de Pedro.
Reflexionando sobre el Evangelio del Apóstol
Marcos el Obispo de Roma desarrolló su homilía a partir de la pregunta
“aparentemente indiscreta” que Jesus hace a sus discípulos «¿De qué discutían
por el camino?» (Mc 9, 30-37). Una pregunta, dijo el Papa, que también puede
hacernos hoy: ¿De qué hablan cotidianamente? ¿Cuáles son sus aspiraciones?
El Santo Padre señaló que “la historia de la
humanidad ha estado marcada por el modo de responder a esta pregunta” e indicó
que Jesús “conoce los recovecos del corazón humano”, y “logra dar una respuesta
capaz de plantear un nuevo desafío, descolocando «las respuestas esperadas» o
lo aparentemente establecido”. “Jesús – dijo Francisco - siempre plantea la
lógica del amor”.
Porque el horizonte de Jesús no es para unos
pocos privilegiados capaces de llegar al «conocimiento deseado» o a distintos
niveles de espiritualidad, Él es simple en su respuesta: «Quien quiera ser el
primero, que sea el último de todos y el servidor de todos»; y porque en gran
parte servir significa, “cuidar la fragilidad”, de “nuestras familias, de
nuestra sociedad, de nuestro pueblo”, Jesús nos propone mirar y amar con gestos
concretos a quienes sufren, están desprotegidos o angustiados. Es un Amor que
se plasma en acciones y decisiones, dijo el Padre y Pastor de la Iglesia
Universal, y que se manifiesta en las distintas tareas que como ciudadanos
estamos invitados a desarrollar.
Por otra parte el Papa no dejó de poner en
guardia sobre las tentaciones que encontramos en el camino, como la “tentación del
servicio que se sirve a sí mismo en nombre de lo nuestro”, y que “genera una
dinámica de exclusión”, y recordó asimismo que “el servicio nunca es
ideológico” porque “no se sirve a ideas, sino que se sirve a las personas”.
Finalizando la homilía el Sucesor de Pedro
invitó al santo Pueblo fiel de Dios que camina en Cuba, “pueblo que tiene gusto
por la fiesta, por la amistad, por las cosas bellas, pero que también tiene
heridas”, y que “marcha con esperanza, porque su vocación es de grandeza”, a
cuidar “los dones que Dios les ha regalado” y a no descuidarlos “por proyectos
que puedan resultar seductores, pero que se desentienden del rostro del que
está a su lado”, exhortándolos, asimismo a no olvidar que “la importancia de un
pueblo, de una nación, de una persona siempre se basa en cómo sirve la
fragilidad de sus hermanos”. En eso, concluyó el Papa Francisco “encontramos
uno de los frutos de una verdadera humanidad”.
(GM – RV)
HOMILÍA COMPLETA DEL SANTO PADRE
El Evangelio nos presenta a Jesús haciéndole
una pregunta aparentemente indiscreta a sus discípulos: «¿De qué discutían por
el camino?». Una pregunta que también puede hacernos hoy: ¿De qué hablan
cotidianamente? ¿Cuáles son sus aspiraciones? «Ellos –dice el Evangelio– no
contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante».
Los discípulos tenían vergüenza de decirle a Jesús de lo que hablaban. En los
discípulos de ayer, como en nosotros hoy, nos puede acompañar la misma
discusión: ¿Quién es el más importante?
Jesús no insiste con la pregunta, no los
obliga a responderle de qué hablaban por el camino, pero la pregunta permanece
no solo en la mente, sino en el corazón de los discípulos.
¿Quién es el más importante? Una pregunta que
nos acompañará toda la vida y en las distintas etapas seremos desafiados a
responderla. No podemos escapar a esta pregunta, está grabada en el corazón.
Recuerdo más de una vez en reuniones familiares preguntar a los hijos: ¿A quién
querés más, a papá o a mamá? Es como preguntarle: ¿Quién es más importante para
vos? ¿Es tan solo un simple juego de niños esta pregunta? La historia de la
humanidad ha estado marcada por el modo de responder a esta pregunta.
Jesús no le teme a las preguntas de los
hombres; no le teme a la humanidad ni a las distintas búsquedas que ésta
realiza. Al contrario, Él conoce los «recovecos» del corazón humano, y como
buen pedagogo está dispuesto a acompañarnos siempre. Fiel a su estilo, asume
nuestras búsquedas, aspiraciones y les da un nuevo horizonte. Fiel a su estilo,
logra dar una respuesta capaz de plantear un nuevo desafío, descolocando «las
respuestas esperadas» o lo aparentemente establecido. Fiel a su estilo, Jesús
siempre plantea la lógica del amor. Una lógica capaz de ser vivida por todos,
porque es para todos.
Lejos de todo tipo de elitismo, el horizonte
de Jesús no es para unos pocos privilegiados capaces de llegar al «conocimiento
deseado» o a distintos niveles de espiritualidad. El horizonte de Jesús,
siempre es una oferta para la vida cotidiana también aquí en «nuestra isla»;
una oferta que siempre hace que el día a día tenga sabor a eternidad.
He ahí la gran paradoja de Jesús. Los
discípulos discutían quién ocuparía el lugar más importante, quién sería
seleccionado como el privilegiado, quién estaría exceptuado de la ley común, de
la norma general, para destacarse en un afán de superioridad sobre los demás.
Quién escalaría más pronto para ocupar los cargos que darían ciertas ventajas.
Jesús les trastoca su lógica diciéndoles
sencillamente que la vida auténtica se vive en el compromiso concreto con el prójimo.
La invitación al servicio posee una
peculiaridad a la que debemos estar atentos. Servir significa, en gran parte,
cuidar la fragilidad. Cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra
sociedad, de nuestro pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y
angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Amor
que se plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas
tareas que como ciudadanos estamos invitados a desarrollar. Las personas de
carne y hueso, con su vida, su historia y especialmente con su fragilidad, son
las que estamos invitados por Jesús a defender, a cuidar, a servir. Porque ser
cristiano entraña servir la dignidad de sus hermanos, luchar por la dignidad de
sus hermanos y vivir para la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es
invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia
ante la mirada concreta a los más
frágiles.
Hay un «servicio» que sirve; pero debemos
cuidarnos del otro servicio, de la tentación del «servicio» que «se»
sirve. Hay una forma de ejercer el
servicio que tiene como interés el beneficiar a los «míos», en nombre de lo
«nuestro». Ese servicio siempre deja a los «tuyos» por fuera, generando una
dinámica de exclusión.
Todos estamos llamados por vocación cristiana
al servicio que sirve y a ayudarnos mutuamente a no caer en las tentaciones del
«servicio que se sirve». Todos estamos invitados, estimulados por Jesús a
hacernos cargo los unos de los otros por amor. Y esto sin mirar al costado para
ver lo que el vecino hace o ha dejado de hacer. Jesús nos dice: «Quien quiera
ser el primero, que sea el último y el servidor de todos». No dice, si tu
vecino quiere ser el primero que sirva. Debemos cuidarnos de la mirada
enjuiciadora y animarnos a creer en la mirada transformadora a la que nos
invita Jesús.
Este hacernos cargo por amor no apunta a una
actitud de servilismo, por el contrario, pone en el centro de la cuestión al
hermano: el servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente
su projimidad y hasta en algunos casos la «padece» y busca su promoción. Por
eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se
sirve a las personas.
El santo Pueblo fiel de Dios que camina en
Cuba, es un pueblo que tiene gusto por la fiesta, por la amistad, por las cosas
bellas. Es un pueblo que camina, que canta y alaba. Es un pueblo que tiene
heridas, como todo pueblo, pero que sabe estar con los brazos abiertos, que
marcha con esperanza, porque su vocación es de grandeza. Hoy los invito a que
cuiden esa vocación, a que cuiden estos dones que Dios les ha regalado, pero
especialmente quiero invitarlos a que cuiden y sirvan, de modo especial, la
fragilidad de sus hermanos. No los descuiden por proyectos que puedan resultar
seductores, pero que se desentienden del rostro del que está a su lado.
Nosotros conocemos, somos testigos de la «fuerza imparable» de la resurrección,
que «provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo» (cf. Evangelii
gaudium, 276.278).
No nos olvidemos de la Buena Nueva de hoy: la
importancia de un pueblo, de una nación; la importancia de una persona siempre
se basa en cómo sirve la fragilidad de sus hermanos. En eso encontramos uno de
los frutos de una verdadera humanidad.
«Quien no vive para servir, no sirve para
vivir».
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