sábado, 26 de marzo de 2016

Homilía del Papa 23/03/2016 El Papa en la Misa Crismal

Homilías del Papa y Temas sacerdotales


El Papa en la Misa Crismal: Jesús nos convierte de pobres y ciegos a ministros de misericordia y consolación

La Misericordia de Dios estuvo en el centro de la homilía del Papa Francisco durante la Santa Misa Crismal del Jueves Santo en la Basílica de San Pedro. - ANSA

23/03/2016 19:47SHARE:

(RV).- La Misericordia de Dios estuvo en el centro de la homilía del Papa Francisco durante la Santa Misa Crismal del Jueves Santo, y lo hizo incidiendo en dos ámbitos en los cuales el Señor excede en su Misericordia: “el del encuentro y el de su perdón que nos hace avergonzarnos y nos da la dignidad”.

Hablando del perdón excesivo del Señor, el Papa Francisco aseguró que tendríamos que mantenernos siempre en esa tensión sana entre una digna vergüenza y una avergonzada dignidad: “actitud de quien por sí mismo busca humillarse y abajarse, pero es capaz de aceptar que el Señor lo ensalce en bien de la misión, sin creérselo”.

El Obispo de Roma recordó que en el Año Jubilar recibimos con avergonzada dignidad  la Misericordia en la carne herida de nuestro Señor Jesucristo y le pedimos que nos lave de todo pecado y nos libre de todo mal; y con la gracia del Espíritu Santo nos comprometemos a comunicar la Misericordia de Dios a todos los hombres, practicando las obras que el Espíritu suscita en cada uno para el bien común de todo el pueblo fiel de Dios.
(MZ-RV)

Texto y audio de la homilía del Papa Francisco:

Después de la lectura del pasaje de Isaías, al escuchar en labios de Jesús las palabras: «Hoy mismo se ha cumplido esto que acaban de oír», bien podría haber estallado un aplauso en la Sinagoga de Nazaret. Y luego podrían haber llorado mansamente, con íntima alegría, como lloraba el pueblo cuando Nehemías y el sacerdote Esdras le leían el libro de la Ley que habían encontrado reconstruyendo el muro. Pero los evangelios nos dicen que hubo sentimientos encontrados en los paisanos de Jesús: le pusieron distancia y le cerraron el corazón. Primero, «todos hablaban bien de él, se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca» (Lc 4,22); pero después, una pregunta insidiosa fue ganando espacio: «¿Pero no es este el hijo de José, el carpintero?». Y al final: «Se llenaron de ira» (Lc 4,28). Lo querían despeñar... Se cumplía así lo que el anciano Simeón le había profetizado a nuestra Señora: «Será bandera discutida» (Lc 2,34). Jesús, con sus palabras y sus gestos, hace que se muestre lo que cada hombre y mujer tiene en su corazón.

Y allí donde el Señor anuncia el evangelio de la Misericordia incondicional del Padre para con los más pobres, los más alejados y oprimidos, allí precisamente somos interpelados a optar, a «combatir el buen combate de la Fe» (1 Tm 6,12). La lucha del Señor no es contra los hombres sino contra el demonio (cf. Ef 6,12), enemigo de la humanidad. Pero el Señor «pasa en medio» de los que buscan detenerlo «y sigue su camino» (Lc 4,30). Jesús no confronta para consolidar un espacio de poder. Si rompe cercos y cuestiona seguridades es para abrir una brecha al torrente de la Misericordia que, con el Padre y el Espíritu, desea derramar sobre la tierra. Una Misericordia que procede de bien en mejor: anuncia y trae algo nuevo: cura, libera y proclama el año de gracia del Señor.

La Misericordia de nuestro Dios es infinita e inefable y expresamos el dinamismo de este misterio como una Misericordia «siempre más grande», una Misericordia en camino, una Misericordia que cada día busca el modo de dar un paso adelante, un pasito más allá, avanzando sobre las tierras de nadie, en las que reinaba la indiferencia y la violencia.

Y esta fue la dinámica del buen Samaritano que «practicó la misericordia» (Lc 10,37): primer paso, se conmovió, se acercó al herido, vendó sus heridas, lo llevó a la posada, se quedó esa noche y prometió volver a pagar lo que se gastara de más. Esta es la dinámica de la Misericordia, que enlaza un pequeño gesto con otro, y sin maltratar ninguna fragilidad, se extiende un poquito más en la ayuda y el amor. Cada uno de nosotros, mirando su propia vida con la mirada buena de Dios, puede hacer un ejercicio con la memoria y descubrir cómo ha practicado el Señor su misericordia para con nosotros, cómo ha sido mucho más misericordioso de lo que creíamos y, así, animarnos a desear y a pedirle que dé un pasito más, que se muestre mucho más misericordioso en el futuro. «Muéstranos Señor tu misericordia» (Sal 85,8). Esta manera paradójica de rezar a un Dios siempre más misericordioso ayuda a romper esos moldes estrechos en los que tantas veces encasillamos la sobreabundancia de su Corazón. Nos hace bien salir de nuestros encierros, porque lo propio del Corazón de Dios es desbordarse de misericordia, desparramarse, derrochando su ternura, de manera tal que siempre sobre, ya que el Señor prefiere que se pierda algo antes de que falte una gota, que muchas semillas se la coman los pájaros antes de que se deje de sembrar una sola, ya que todas son capaces de portar fruto abundante, el 30, el 60 y hasta el ciento por uno.

Y como sacerdotes, nosotros somos testigos y ministros de la Misericordia siempre más grande de nuestro Padre; tenemos la dulce y confortadora tarea de encarnarla, como hizo Jesús, que «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38), de mil maneras, para que llegue a todos. Nosotros podemos contribuir a inculturarla, a fin de que cada persona la reciba en su propia experiencia de vida y así la pueda entender y practicar —creativamente— en el modo de ser propio de su pueblo y de su familia y también de su persona.

Hoy, en este Jueves Santo del Año Jubilar de la Misericordia, quisiera hablar de dos ámbitos en los que el Señor se excede en su Misericordia. Dado que es él quien nos da ejemplo, no tenemos que tener miedo a excedernos nosotros también: un ámbito es el del encuentro; el otro, el de su perdón que nos avergüenza y dignifica.

El primer ámbito en el que vemos que Dios se excede en una Misericordia siempre más grande, es en el encuentro. Él se da todo y de manera tal que, en todo encuentro, directamente pasa a celebrar una fiesta. En la parábola del Padre Misericordioso quedamos pasmados ante ese hombre que corre, conmovido, a echarse al cuello de su hijo; cómo lo abraza y lo besa y se preocupa de ponerle el anillo que lo hace sentir como igual, y las sandalias del que es hijo y no empleado; y luego, cómo pone a todos en movimiento y manda organizar una fiesta. Al contemplar siempre maravillados este derroche de alegría del Padre, a quien el regreso de su hijo le permite expresar su amor libremente, sin resistencias ni distancias, nosotros no debemos tener miedo a exagerar en nuestro agradecimiento. La actitud podemos tomarla de aquel pobre leproso, que al sentirse curado, deja a sus nueve compañeros que van a cumplir lo que les mandó Jesús y vuelve a arrodillarse a los pies del Señor, glorificando y dando gracias a Dios a grandes voces.

La misericordia restaura todo y devuelve a las personas a su dignidad original. Por eso, el agradecimiento efusivo es la respuesta adecuada: hay que entrar rápido en la fiesta, ponerse el vestido, sacarse los enojos del hijo mayor, alegrarse y festejar... Porque sólo así, participando plenamente en ese ámbito de celebración, uno puede después pensar bien, uno puede pedir perdón y ver más claramente cómo podrá reparar el mal que hizo. A todos nosotros, puede hacernos bien preguntarnos: Después de confesarme, ¿festejo? O paso rápido a otra cosa, como cuando después de ir al médico, uno ve que los análisis no dieron tan mal y los mete en el sobre y pasa a otra cosa. Y cuando doy una limosna, ¿le doy tiempo al otro a que me exprese su agradecimiento y festejo su sonrisa y esas bendiciones que nos dan los pobres, o sigo apurado con mis cosas después de «dejar caer la moneda»?

El otro ámbito en el que vemos que Dios se excede en una Misericordia siempre más grande, es el perdón mismo. No sólo perdona deudas incalculables, como al siervo que le suplica y que luego se mostrará mezquino con su compañero, sino que nos hace pasar directamente de Ia vergüenza más vergonzante a la dignidad más alta sin pasos intermedios. El Señor deja que la pecadora perdonada le lave familiarmente los pies con sus lágrimas. Apenas Simón Pedro le confiesa su pecado y le pide que se aleje, Él lo eleva a la dignidad de pescador de hombres. Nosotros, en cambio, tendemos a separar ambas actitudes: cuando nos avergonzamos del pecado, nos escondemos y andamos con la cabeza gacha, como Adán y Eva, y cuando somos elevados a alguna dignidad tratamos de tapar los pecados y nos gusta hacernos ver, casi pavonearnos.

            Nuestra respuesta al perdón excesivo del Señor debería consistir en mantenernos siempre en esa tensión sana entre una digna vergüenza y una avergonzada dignidad: actitud de quien por sí mismo busca humillarse y abajarse, pero es capaz de aceptar que el Señor lo ensalce en bien de la misión, sin creérselo. El modelo que el Evangelio consagra, y que puede servirnos cuando nos confesamos, es el de Pedro, que se deja interrogar prolijamente sobre su amor y, al mismo tiempo, renueva su aceptación del ministerio de pastorear las ovejas que el Señor le confía.

Para entrar más hondo en esta avergonzada dignidad, que nos salva de creernos, más o menos, de lo que somos por gracia, nos puede ayudar ver cómo en el pasaje de Isaías que el Señor lee hoy en su Sinagoga de Nazaret, el Profeta continúa diciendo: «Ustedes serán llamados sacerdotes del Señor, ministros de nuestro Dios» (Is 61,6). Es el pueblo pobre, hambreado, prisionero de guerra, sin futuro, el pueblo sobrante y descartado, a quien el Señor convierte en pueblo sacerdotal.

Como sacerdotes, nos identificamos con ese pueblo descartado, al que el Señor salva y recordamos que hay multitudes incontables de personas pobres, ignorantes, prisioneras, que se encuentran en esa situación porque otros los oprimen. Pero también recordamos que cada uno de nosotros conoce en qué medida, tantas veces estamos ciegos de la luz linda de la fe, no por no tener a mano el evangelio sino por exceso de teologías complicadas. Sentimos que nuestra alma anda sedienta de espiritualidad, pero no por falta de Agua Viva —que bebemos sólo en sorbos—, sino por exceso de espiritualidades «gaseosas», de espiritualidades light. También nos sentimos prisioneros, pero no rodeados como tantos pueblos, por infranqueables muros de piedra o de alambrados de acero, sino por una mundanidad virtual que se abre o cierra con un simple click. Estamos oprimidos pero no por amenazas ni empujones, como tanta pobre gente, sino por la fascinación de mil propuestas de consumo que no nos podemos quitar de encima para caminar, libres, por los senderos que nos llevan al amor de nuestros hermanos, a los rebaños del Señor, a Ias ovejitas que esperan la voz de sus pastores.

Y Jesús viene a rescatarnos, a hacernos salir, para convertirnos de pobres y ciegos, de cautivos y oprimidos. en ministros de misericordia y consolación. Y nos dice, con las palabras del profeta Ezequiel al pueblo que se prostituyó y traicionó tanto a su Señor: «Yo me acordaré de la alianza que hice contigo cuando eras joven... Y tú te acordarás de tu conducta y te avergonzarás de ella, cuando recibas a tus hermanas, las mayores y las menores, y yo te las daré como hijas, si bien no en virtud de tu alianza. Yo mismo restableceré mi alianza contigo, y sabrás que yo soy el Señor. Así, cuando te haya perdonado todo lo que has hecho, te acordarás y te avergonzarás, y la vergüenza ya no te dejará volver a abrir la boca —oráculo del Señor—» (Ez 16,60-63).

En este Año Santo Jubilar, celebramos con todo el agradecimiento de que sea capaz nuestro corazón, a nuestro Padre, y le rogamos que "se acuerde siempre de su Misericordia"; recibimos con avergonzada dignidad Ia Misericordia en Ia carne herida de nuestro Señor Jesucristo y le pedimos que nos lave de todo pecado y nos libre de todo mal; y con la gracia del Espíritu Santo nos comprometemos a comunicar la Misericordia de Dios a todos los hombres, practicando Ias obras que el Espíritu suscita en cada uno para el bien común de todo el pueblo fiel de Dios.


Homilía del Papa 25/03/2016 El lavatorio de los pies

Homilías del Papa y Temas sacerdotales



El Papa celebra la Santa Misa de la Cena del Señor

Lavatorio de los Pies - RV

24/03/2016 14:45SHARE:
Homilía completa del Papa

(RV).-  "El lavatorio de los pies nos muestra el modo de actuar de Dios para con el hombre, no con palabras, sino con obras y en verdad", dijo el Papa Francisco en la Audiencia Jubilar del sábado 12 de marzo, cuando señaló que esta revelación del modo de actuar de Dios la describe el Evangelista Juan en su primera carta (3,16.18), cuando dice: «Hijitos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad».

En un "signo sencillo pero elocuente", el Sucesor de Pedro celebra la tarde del Jueves Santo la Santa Misa de la Cena del Señor en Centro de Acogida para solicitantes de asilo (CARA) de Castelnuovo di Porto, y lava los pies a doce personas (once refugiados y una trabajadora del centro) provenientes de Mali, Nigeria, Eritrea, India, Siria, Pakistán e Italia.

Se trata de tres musulmanes, tres mujeres de religión cristiana copta, uno de religión hindú,  y cinco católicos, cuatro hombres y una mujer, quienes reciben el lavatorio de los pies por parte del Papa Francisco, todas personas que han vivido situaciones difíciles al límite de la resistencia física y psicológica, en países donde reina el dolor y sufrimiento, de los que han huido hasta llegar a Italia. El Santo Padre encuentra además a tres familias de refugiados que alojan en la estructura.

La estructura que acoge a cerca de novecientos migrantes provenientes de veinticinco países del mundo (quince países africanos, nueve asiáticos, uno europeo extra U.E.), se encuentra a unos 30 kilómetros al norte de Roma, cuenta con ciento setenta y siete habitaciones, y está bajo la gestión de la Sociedad Cooperativa Social Auxilium, y de un grupo de jóvenes estudiantes de Basilicata, movidos todos por el deseo común de comprometerse en esta difícil realidad social, inspirados en la Doctrina Social de la Iglesia.






Homilía del Papa. 25/03/2016 Misa de la Cena del Señor


Homilías del Papa y Temas sacerdotales




El Papa Francisco renovó el gesto de Jesús: paz y hermandad, contra traficantes de armas, guerras y terror

El Papa Francisco lavó los pies como Jesús y recordó que todos somos hermanos - EPA

25/03/2016 12:32SHARE:
En la Misa de la Cena del Señor, dando comienzo al Triduo Pascual del Jubileo de la Misericordia, el Papa destacó dos gestos: Jesús lava los pies y Judas vende a Jesús por dinero

(RV).- Con el mismo gesto de Jesús, que lavó los pies, el Papa Francisco recordó que «todos somos hermanos» y «ello tiene un nombre: paz y amor». Y refiriéndose al «gesto de guerra y destrucción», perpetrado en Bruselas, por quienes no quieren la paz, puso en guardia con firmeza contra los fabricantes y traficantes de armas.

En su homilía, el Sucesor de Pedro destacó que los gestos hablan más que las imágenes y las palabras. E hizo hincapié en la contraposición entre el gesto de amor de Jesús y el de Judas que traiciona al Señor, detrás del cual había otros que no querían la paz.

La celebración tuvo lugar en el Centro de acogida para solicitantes de asilo, CARA, por su sigla en italiano, en Castelnuovo di Porto, a uno 30 kilómetros al norte de Roma.

«Musulmanes, hindúes, católicos, coptos, evangélicos» «todos somos hermanos, de diferentes culturas y religiones y queremos vivir en paz», recemos al Señor «para que esta hermandad se contagie en todo el mundo», reiteró el Santo Padre, que lavó los pies a doce personas, 11 acogidas en el mismo centro y una trabajadora social, de distintas nacionalidades y religiones.

Texto completo de la homilía del Papa:

«Los gestos hablan más que las imágenes y las palabras. Los gestos… Hay, en esta Palabra de Dios que hemos leído, dos gestos: Jesús que sirve, que lava los pies… Él, que era el ‘jefe’, lava los pies a los otros, a los suyos, a los más pequeños. 

Un gesto.

El segundo gesto: Judas que va donde los enemigos de Jesús, aquellos que no quieren la paz con Jesús, a recoger el dinero con el que lo ha traicionado, las 30 monedas. Dos gestos. También hoy, aquí, hay dos gestos: éste, todos nosotros, juntos: musulmanes, hindúes, católicos, coptos, evangélicos, pero hermanos, hijos del mismo Dios, que queremos vivir en paz, integrados. 

Un gesto.

Hace tres días, un gesto de guerra, de destrucción en una ciudad de Europa, de gente que no quiere vivir en paz. Pero detrás de ese gesto, así como detrás de Judas había otros. Detrás de Judas estaban los que dieron el dinero para que Jesús fuera entregado. Detrás de ese gesto, están los fabricantes, los traficantes de armas que quieren sangre, no quieren la paz; que quieren la guerra, no la hermandad.

Dos gestos, el mismo Jesús que lava los pies, Judas que vende a Jesús por dinero. Ustedes, nosotros, todos juntos, diversas religiones, diversas culturas, pero hijos del mismo Padre, hermanos. Y allá, pobrecitos ellos, que compran las armas para destruir la hermandad.

Hoy, en este momento, cuando haré el mismo gesto de Jesús de lavar los pies a doce de ustedes, todos estamos haciendo el gesto de hermandad y todos decimos: somos diferentes, tenemos diferentes culturas y religiones, pero somos hermanos y queremos vivir en paz.

Y éste es el gesto que yo hago con ustedes. Cada uno de nosotros tiene una historia encima, cada uno de ustedes tiene una historia encima. Tantas cruces, tantos dolores; pero también tiene un corazón abierto que quiere la hermandad. Cada uno, en su lengua religiosa, rece al Señor para que esta hermandad se contagie en el mundo, para que ya nunca haya 30 monedas para matar al hermano, para que siempre haya hermandad y bondad. Así sea»

Al despedirse, el Papa saludó una por una a las 892 personas acogidas en el centro y renovó su exhortación a vivir como hermanos:

«Ahora los quisiera saludar uno por uno, con todo el corazón le agradezco. Y sólo recordemos y hagamos ver que es hermoso vivir juntos como hermanos, con culturas, religiones y tradiciones diferentes: pero somos todos hermanos. Y ello tiene un nombre: ¡paz y amor! ¡Gracias!»

martes, 22 de marzo de 2016

Homilía del Papa 20/03/2016 Domingo de Ramos.

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

“Aprendamos a renunciar por amor y sigamos el camino del servicio”, el Papa el Domingo de Ramos


“Agitando las palmas y los ramos de olivo hemos expresado la alabanza y el gozo, el deseo de recibir a Jesús que viene a nosotros". El Papa Francisco este Domingo de Ramos. - REUTERS

20/03/2016 11:07SHARE:

(RV).- “La soledad, la difamación y el dolor no son todavía el culmen del anonadamiento de Jesús. Para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en la cruz el misterioso abandono del Padre”, lo recordó el Papa Francisco en su homilía en la Misa del Domingo de Ramos. La Plaza de San Pedro, magníficamente adornada para la ocasión con numerosos olivos y flores, fue el marco en el que el Pontífice presidió la Procesión y la bendición de las Palmas y la celebración de la Pasión del Señor.

Ante miles de fieles y peregrinos italianos y procedentes de numerosos países, el Obispo de Roma recordó en su homilía que “hemos hecho nuestro aquel entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo hemos expresado la alabanza y el gozo, el deseo de recibir a Jesús que viene a nosotros. Del mismo modo que entró en Jerusalén, desea también entrar en nuestras ciudades y en nuestras vidas”. Jesús está contento de la manifestación popular de afecto de la gente, afirmó el Pontífice. Que nada pueda detener el entusiasmo por la entrada de Jesús; que nada nos impida encontrar en Él la fuente de nuestra alegría, de la alegría auténtica, que permanece y da paz; porque sólo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza.

La Liturgia de hoy – señaló el Sucesor de Pedro – nos enseña que el Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o mediante milagros poderosos. Por ello, el apóstol Pablo, sintetiza con dos verbos el recorrido de la redención: «se despojó» y «se humilló» a sí mismo.

“Estos dos verbos, precisó el Santo Padre, nos dicen hasta qué extremo ha llegado el amor de Dios por nosotros. Jesús se despojó de sí mismo: renunció a la gloria de Hijo de Dios y se convirtió en Hijo del hombre, para ser en todo solidario con nosotros pecadores, Él que no conoce el pecado”.

El primer gesto de este amor «hasta el extremo», afirmó el Papa, es el lavatorio de los pies. «El Maestro y el Señor» se abaja hasta los pies de los discípulos, como solamente hacían lo siervos. Pero esto es solamente el inicio. La humillación que sufre Jesús, dice el Pontífice, llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas: es hecho pecado y reconocido injusto. Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales. La soledad, la difamación y el dolor no son todavía el culmen de su anonadamiento. Para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en la cruz el misterioso abandono del Padre. Suspendido en el patíbulo, además del escarnio, afronta también la última tentación: la provocación a bajar de la cruz, a vencer el mal con la fuerza, y a mostrar el rostro de un Dios potente e invencible.

“Precisamente aquí, subrayó el Obispo de Roma, en el culmen del anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es misericordia. Perdona a sus verdugos, abre las puertas del paraíso al ladrón arrepentido y toca el corazón del centurión”. Nos pude parecer muy lejano a nosotros el modo de actuar de Dios, que se ha humillado por nosotros, mientras a nosotros nos parece difícil olvidarnos un poco de nosotros mismos. Él renunció a sí mismo por nosotros; ¡Cuánto nos cuesta a nosotros renunciar a alguna cosa por Él y por los otros! Pero si queremos seguir al Maestro, afirmó el Papa, estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo.

Podemos aprender este camino deteniéndonos en estos días a mirar el Crucifijo, es la “cátedra de Dios”. Por ello, los invito en esta semana, dijo el Papa Francisco, a mirar frecuentemente esta “cátedra de Dios”, para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama.

(Renato Martinez - Radio Vaticano)
Texto y audio completo de la homília del Papa 
este Domingo de Ramos

«¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Cf. Lc 19,38), gritaba la muchedumbre de Jerusalén acogiendo a Jesús. Hemos hecho nuestro aquel entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo hemos expresado la alabanza y el gozo, el deseo de recibir a Jesús que viene a nosotros. Del mismo modo que entró en Jerusalén, desea también entrar en nuestras ciudades y en nuestras vidas. Así como lo ha hecho en el Evangelio, cabalgando sobre un simple pollino, viene a nosotros humildemente, pero viene «en el nombre del Señor»: con el poder de su amor divino perdona nuestros pecados y nos reconcilia con el Padre y con nosotros mismos. Jesús está contento de la manifestación popular de afecto de la gente, y ante la protesta de los fariseos para que haga callar a quien lo aclama, responde: «si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40). Nada pudo detener el entusiasmo por la entrada de Jesús; que nada nos impida encontrar en él la fuente de nuestra alegría, de la alegría auténtica, que permanece y da paz; porque sólo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza.

Sin embargo, la Liturgia de hoy nos enseña que el Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o mediante milagros poderosos. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, sintetiza con dos verbos el recorrido de la redención: «se despojó» y «se humilló» a sí mismo (Fil 2,7.8). Estos dos verbos nos dicen hasta qué extremo ha llegado el amor de Dios por nosotros. Jesús se despojó de sí mismo: renunció a la gloria de Hijo de Dios y se convirtió en Hijo del hombre, para ser en todo solidario con nosotros pecadores, él que no conoce el pecado. Pero no solamente esto: ha vivido entre nosotros en una «condición de esclavo» (v. 7): no de rey, ni de príncipe, sino de esclavo. Se humilló y el abismo de su humillación, que la Semana Santa nos muestra, parece no tener fondo.

El primer gesto de este amor «hasta el extremo» (Jn 13,1) es el lavatorio de los pies. «El Maestro y el Señor» (Jn 13,14) se abaja hasta los pies de los discípulos, como solamente hacían lo siervos. Nos ha enseñado con el ejemplo que nosotros tenemos necesidad de ser alcanzados por su amor, que se vuelca sobre nosotros; no puede ser de otra manera, no podemos amar sin dejarnos amar antes por él, sin experimentar su sorprendente ternura y sin aceptar que el amor verdadero consiste en el servicio concreto.

Pero esto es solamente el inicio. La humillación que sufre Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo. Humillado en el espíritu con burlas, insultos y salivazos; sufre en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas desfiguran su aspecto haciéndolo irreconocible. Sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas: es hecho pecado y reconocido injusto. Pilato lo envía posteriormente a Herodes, y este lo devuelve al gobernador romano; mientras le es negada toda justicia, Jesús experimenta en su propia piel también la indiferencia, pues nadie quiere asumirse la responsabilidad de su destino. Y pienso en tanta gente, en tantos migrantes, en tantos prófugos, en tantos refugiados, a aquellos de los cuales muchos no quieren asumirse la responsabilidad de su destino. El gentío que apenas unos días antes lo aclamaba, transforma las alabanzas en un grito de acusación, prefiriendo incluso que en lugar de él sea liberado un homicida. Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales. La soledad, la difamación y el dolor no son todavía el culmen de su anonadamiento. Para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en la cruz el misterioso abandono del Padre. Sin embargo, en el abandono, ora y confía: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).

Suspendido en el patíbulo, además del escarnio, afronta también la última tentación: la provocación a bajar de la cruz, a vencer el mal con la fuerza, y a mostrar el rostro de un Dios potente e invencible. Jesús en cambio, precisamente aquí, en el culmen del anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es misericordia. Perdona a sus verdugos, abre las puertas del paraíso al ladrón arrepentido y toca el corazón del centurión. Si el misterio del mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos, asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio.

Nos pude parecer muy lejano a nosotros el modo de actuar de Dios, que se ha humillado por nosotros, mientras a nosotros nos parece difícil olvidarnos un poco de nosotros mismos. Él renunció a sí mismo por nosotros; ¡Cuánto nos cuesta a nosotros renunciar a alguna cosa por él y por los otros! Pero si queremos seguir al Maestro, más que alegrarnos porque el viene a salvarnos, estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. Podemos aprender este camino deteniéndonos en estos días a mirar el Crucifijo, es la “cátedra de Dios”. Los invito en esta semana a mirar frecuentemente esta “cátedra de Dios”, para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama. Estamos atraídos por las miles vanas ilusiones del aparentar, olvidándonos de que «el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene» (Gaudium et spes, 35); con su humillación, Jesús nos invita a purificar nuestra vida. Volvamos a él la mirada, pidamos la gracia de entender al menos algo de su anonadación por nosotros; y así, en silencio, contemplemos el misterio de esta semana. Reconozcámoslo como Señor de esta semana.


Homilía del Papa 19/03/2016. Nuevos Obispos.

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

El Papa

“Sean servidores y miren a los ojos para ver el corazón”, el Papa a los nuevos Obispos

Ordenación episcopal de Mons. Peter Brian Wells y Mons. Miguel Ángel Ayuso Guixot, celebrado en la Basílica de San Pedro en la Solemnidad de San José, Esposo de la Bienaventurada Virgen María y Patrón Universal de la Iglesia. - AFP

19/03/2016 11:27SHARE:

(RV).- “Cuiden y orienten a la Iglesia que se les confía, y sean fieles dispensadores de los misterios de Cristo. Elegidos por el Padre para gobernar su familia, tengan siempre ante sus ojos al Buen Pastor, que conoce a sus ovejas”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la Misa de ordenación episcopal de Mons. Peter Brian Wells y Mons. Miguel Ángel Ayuso Guixot, celebrado en la Basílica de San Pedro en la Solemnidad de San José, Esposo de la Bienaventurada Virgen María y Patrono Universal de la Iglesia.

En su homilía, el Santo Padre subrayó que este ministerio fue instituido por Cristo para redimir a la humanidad, quien a su vez envió “a los doce apóstoles por el mundo, para que, llenos del Espíritu Santo, anunciaran el Evangelio, instruyeran y santificaran a todos los pueblos y los reunieran en un solo rebaño, bajo un único pastor y los guiaran a la salvación”.

Por ello, el Obispo de Roma recordó a los candidatos al orden de los Obispos, “que han sido escogidos entre los seres humanos para servirles en las cosas de Dios. El episcopado es un servicio, no un honor. Por esto, el Obispo debe ante todo vivir para los fieles, y no solamente presidirlos; porque, según el mandato del Señor, el que es mayor debe hacerse el más pequeño, y el que preside, debe servir humildemente”. Sean servidores de todos, dijo el Papa, especialmente de los más grandes y de los más pequeños. De todos, pero siempre servidores, al servicio del pueblo de Dios.

Antes de concluir su homilía, el Papa Francisco les señaló las tareas a las cuales están llamados los ministros en el episcopado. “No se olviden que la primera tarea del Obispo es la oración: esto lo ha dicho Pedro, el día de la elección de los siete diáconos. La segunda tarea, el anuncio de la Palabra. Luego viene lo demás. Pero el primero es la oración. Si un Obispo no reza, no podrá hacer nada”.

(Renato Martinez – Radio Vaticano)
Texto y audio completo de la homilía del Papa Francisco
  
Hermanos e hijos queridos,

Nos hará bien reflexionar atentamente a qué ministerio en la Iglesia son llamados estos hermanos nuestros.
Nuestro Señor Jesucristo, enviado por el Padre para redimir a la humanidad, envió, a su vez, a los doce apóstoles por el mundo, para que, llenos del Espíritu Santo, anunciaran el Evangelio, instruyeran y santificaran a todos los pueblos y los reunieran en un solo rebaño, bajo un único pastor y los guiaran a la salvación.

Para que este ministerio se mantuviera hasta el final de los tiempos, los apóstoles eligieron colaboradores, a quienes, por la imposición de las manos, les comunicaron el don del Espíritu Santo que habían recibido de Cristo, confiriéndoles la plenitud del sacramento del Orden. De esta manera, se ha ido transmitiendo a través de los siglos este ministerio, por la sucesión continua de los Obispos y permanece y se acrecienta hasta nuestros días la obra del Salvador. En la persona del Obispo, en comunión con los presbíteros, se manifiesta la presencia entre ustedes del mismo Jesucristo, Señor y Pontífice eterno.

Es el mismo Jesucristo quien, por el ministerio del Obispo, anuncia el Evangelio y ofrece a los creyentes los sacramentos de la fe. Él es quien, por medio del ministerio paterno del Obispo, agrega nuevos miembros a la Iglesia, que es su cuerpo. Es Cristo quien, valiéndose de la predicación y solicitud pastoral del Obispo, los lleva, a través del peregrinar terreno, a la participación en el Reino de Dios. Cristo que predica, Cristo que hace la Iglesia, fecunda la Iglesia, Cristo que guía: esto es el Obispo.

Reciban, pues, con alegría y acción de gracias a estos hermanos nuestros, que nosotros, los Obispos aquí presentes, por la imposición de las manos, lo agregamos a nuestro Orden episcopal. Deben honrarlo como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios: a él se le ha confiado dar testimonio del verdadero Evangelio y administrar la vida del Espíritu y la santidad. Recuerden las palabras de Cristo a los apóstoles: «Quien los escucha a ustedes, a mí me escucha; quien los rechaza a ustedes, a mí me rechaza y, quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.»

Y a ustedes, queridos hermanos, elegidos por el Señor, recuerden que han sido escogidos entre los seres humanos para servirles en las cosas de Dios. El episcopado es un servicio, no un honor. Por ello, el Obispo debe ante todo vivir para los fieles, y no solamente presidirlos; porque, según el mandato del Señor, el que es mayor debe hacerse el más pequeño, y el que preside, debe servir humildemente. Sean servidores. De todos: de los más grandes y de los más pequeños. De todos, pero siempre servidores, al servicio.

Proclamen la palabra de Dios a tiempo y a destiempo; exhorten con toda paciencia y deseo de edificar. En la oración y en el sacrificio eucarístico, pidan abundancia y diversidad de gracias, para que el pueblo a ustedes encomendado participe de la plenitud de Cristo. No se olviden que la primera tarea del Obispo es la oración: esto lo ha dicho Pedro, el día de la elección de los siete diáconos. La segunda tarea, el anuncio de la Palabra. Luego viene lo demás. Pero el primero es la oración. Si un Obispo no reza, no podrá hacer nada.

Cuiden y orienten a la Iglesia que se les confía, y sean fieles dispensadores de los misterios de Cristo. Elegidos por el Padre para gobernar su familia, tengan siempre ante tus ojos al Buen Pastor, que conoce a sus ovejas: detrás de cada carta existe una persona. Detrás de cada misiva que ustedes reciban, existe una persona. Que esta persona sea conocida por ustedes y que ustedes sean capaces de conocerla.

Amen con amor de padre y de hermano a cuantos Dios pone bajo su cuidado, especialmente a los presbíteros y diáconos. Hace llorar cuando escuchamos que un presbítero dice que ha pedido hablar con su Obispo y la secretaria le ha dicho que “tiene muchas cosas por hacer, pero dentro de tres meses no lo podrá recibir”. El primer prójimo del Obispo es su presbítero: su primer prójimo. Si tú no amas al primer prójimo, no serás capaz de amar a todos. Cercanos a los presbíteros, a los diáconos, a sus colaboradores en el ministerio; cercanos a los pobres, a los débiles, a los que no tienen hogar y a los inmigrantes. Miren a los fieles en los ojos. Pero miren el corazón. Y que aquel fiel tuyo sea presbítero, diacono o laico, pueda mirar tu corazón. Pero mirar siempre en los ojos.

Cuiden diligentemente de aquellos que aún no están incorporados al rebaño de Cristo, porque ellos también les han sido encomendados en el Señor. No se olviden que forman parte del Colegio episcopal en el seno de la Iglesia católica, que es una por el vínculo del amor. Por tanto, su solicitud pastoral debe extenderse a todas las Iglesias, dispuesto siempre a acudir en ayuda de las más necesitadas.

Preocúpense, pues, de la grey universal, a cuyo servicio les pone el Espíritu Santo para servir a la Iglesia de Dios. Y esto háganlo en el nombre del Padre, cuya imagen representas en la Iglesia; en el nombre de su Hijo, Jesucristo, cuyo oficio de Maestro, Sacerdote y Pastor ejerces; y en el nombre del Espíritu Santo, que da vida a la Iglesia de Cristo y fortalece nuestra debilidad. Que el Señor los acompañe, les esté cerca en este camino que hoy inician.

sábado, 19 de marzo de 2016

Homilía del Papa: la esperanza es fundamental 17/03/2016

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

Homilía del Papa: la esperanza 
es fundamental en la vida del cristiano


El Papa Francisco celebra la Misa matutina
 en la capilla de la Casa de Santa Marta - OSS_ROM
17/03/2016 10:06SHARE:

(RV).- La esperanza cristiana es una virtud humilde y fuerte que nos sostiene y hace que no nos ahoguemos en las tantas dificultades de la vida. Lo recordó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta. El Pontífice reafirmó que la esperanza en el Señor jamás decepciona y es fuente de alegría que da paz a nuestro corazón.

Jesús habla con los doctores de la ley y afirma que Abraham “exultó en la esperanza” de ver su día. El Santo Padre se inspiró en el pasaje del Evangelio del día para subrayar que la esperanza es fundamental en la vida del cristiano. Abraham – dijo Francisco – “tuvo sus tentaciones por el camino de la esperanza”, pero creyó y obedeció al Señor, y así se puso en camino hacia la tierra prometida.

La esperanza nos conduce hacia adelante con alegría

El Papa Bergoglio también destacó que hay como un “hilo de la esperanza” que une “toda la historia de la salvación” y es “fuente de alegría”:

“Hoy la Iglesia nos habla de la alegría de la esperanza. En la primera oración de la Misa hemos pedido a Dios la gracia de custodiar la esperanza de la Iglesia, para que no ‘fracase’. Y Pablo, hablando de nuestro padre Abraham, nos dice: ‘Crean contra toda esperanza’. Cuando no hay esperanza humana, está aquella virtud que te lleva adelante, humilde, sencilla, pero que te da una alegría, a veces una gran alegría, a veces sólo la paz, pero la seguridad de que aquella esperanza no decepciona. La esperanza no decepciona”.

Esta “alegría de Abraham”, esta esperanza – dijo también el Pontífice – “crece en la historia”. Y admitió que “a veces se esconde, no se ve”; mientras otras veces “se manifiesta abiertamente”. Francisco citó el ejemplo de Isabel embarazada que exulta de alegría cuando la visita su prima María. Es la “alegría de la presencia de Dios – dijo – que camina con su pueblo. Y cuando hay alegría, hay paz. Esta es la virtud de la esperanza: de la alegría a la paz”. Esta esperanza – prosiguió diciendo el Papa – “no decepciona jamás”, ni siquiera en los “momentos de la esclavitud”, cuando el pueblo de Dios estaba en tierra extranjera.

La esperanza nos sostiene y hace que no nos ahoguemos en las dificultades

Este “hilo de la esperanza” comienza con Abraham, “Dios que habla a Abraham”, y “termina” con Jesús. El Obispo de Roma se detuvo a considerar las características de esta esperanza. Y añadió que, si en efecto se puede decir que se tiene fe y caridad, es más difícil responder acerca de la esperanza:

“Tantas veces podemos decir esto fácilmente, pero cuando se nos pregunta: ‘¿Tú tienes esperanza? ¿Tú tienes la alegría de la esperanza?’ ‘Pero, padre, no entiendo, explíquemelo’. La esperanza, aquella virtud humilde, aquella virtud que corre bajo el agua de la vida, pero que nos sostiene para que no nos ahoguemos en las tantas dificultades, para no perder aquel deseo de encontrar a Dios, de encontrar aquel rostro maravilloso que todos veremos un día: la esperanza”.

La esperanza no decepciona: es silenciosa, humilde y fuerte

Hoy – dijo el Papa al concluir su homilía – “es un lindo día para pensar en esto: el mismo Dios, que llamó a Abraham y lo hizo salir de su tierra sin que supiera a dónde debía ir, es el mismo Dios que va a la cruz, para cumplir la promesa que había hecho”:

“Es el mismo Dios que en la plenitud de los tiempos hace que aquella promesa llegue a ser una realidad para todos nosotros. Y lo que une aquel primer momento a este último momento es el hilo de la esperanza; y lo que une mi vida cristiana a nuestra vida cristiana, de un momento al otro, para ir siempre hacia adelante – pecadores, pero adelante – es la esperanza; y lo que nos da paz en los feos momentos, en los momentos peores de la vida es la esperanza. La esperanza no decepciona, está siempre allí: silenciosa y humilde, pero fuerte”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).

miércoles, 16 de marzo de 2016

Homilía del Papa en Santa Marta 15/03/2016

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

Francisco \ Misa en Santa Marta
Homilía del Papa: Jesús se aniquila por amor y vence el mal

El Papa Francisco celebra la Misa matutina
en la capilla de la Casa de Santa Marta - 
OSS_ROM

15/03/2016 09:48SHARE:

(RV).- Si queremos conocer “la historia de amor” que Dios tiene con nosotros, es necesario mirar al Crucifijo, en el que hay un Dios que se ha “vaciado de la divinidad”, se ha “ensuciado” con el pecado con tal de salvar a los hombres. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
La historia de la salvación que relata la Biblia tiene que ver con un animal, el primero que es nombrado en el Génesis y el último que se lee en el Apocalipsis: la serpiente. Un animal que, en la Escritura, es símbolo poderoso de condenación y, misteriosamente – afirmó Francisco – de redención.

El misterio de la serpiente
Para explicar el misterio de la serpiente, el Santo Padre relacionó la Lectura tomada del Libro de los Números con el pasaje del Evangelio de Juan. La primera contiene el célebre paso del pueblo de Israel que, cansado de vagar por el desierto con poco alimento, impreca contra Dios y contra Moisés. También aquí son protagonistas, dos veces, las serpientes. Las primeras enviadas por el cielo contra el pueblo infiel, que siembran miedo y muerte hasta que la gente no implora a Moisés que pida perdón. Y la segunda, reptil singular que llegados a ese punto entra en la escena:

“Dios dice a Moisés: ‘Haz una serpiente y ponla sobre un asta (la serpiente de bronce). Quien habrá sido mordido y la mirará, permanecerá con vida’. Es misterioso: el Señor no hace morir a las serpientes, las deja. Pero si una de éstas hace mal a una persona, miras a aquella serpiente de bronce y te curarás. Levantar a la serpiente”.

La salvación está en lo alto
El verbo “levantar” está, en cambio, en el centro de la dura confrontación entre Cristo y los fariseos tal como lo describe el Evangelio. En un momento determinado, Jesús afirma: “Cuando habrán levantado al Hijo del hombre, entonces entenderán que soy Yo”. Ante todo – notó el Papa – “Yo Soy” es también el nombre que Dios había dado de Sí mismo a Moisés para que se lo comunicara a los israelitas. Y después – añadió Francisco – está esa expresión que vuelve: “Levantar al Hijo del hombre…”:
“La serpiente, símbolo del pecado. La serpiente que mata. Pero una serpiente que salva. Y éste es el Misterio de Cristo. Pablo, hablando de este Misterio, dice que Jesús se vació, se humilló a sí mismo, se aniquiló para salvarnos. Es más fuerte aún: ‘Se ha hecho pecado’. Usando este símbolo se ha hecho serpiente. Este es el mensaje profético de estas Lecturas de hoy. El Hijo del hombre, que como una serpiente, ‘hecho pecado’, es levantado para salvarnos”.

El aniquilamiento de Dios
El Pontífice afirmó que “ésta es la historia de nuestra redención, ésta es la historia del amor de Dios. Y añadió que si queremos conocer el amor de Dios, debemos mirar al Crucificado: un hombre torturado”, un Dios “vaciado de la divinidad”, “ensuciado” por el pecado”. Pero un Dios que – concluyó el Obispo de Roma – aniquilándose destruye para siempre el verdadero nombre del mal, aquel que el Apocalipsis llama “la serpiente antigua”:

“El pecado es la obra de Satanás y Jesús vence a Satanás ‘haciéndose pecado’ y desde allí nos levanta a todos nosotros. El Crucifijo no es un ornamento, no es una obra de arte, con tantas piedras preciosas, como vemos: el Crucifijo es el Misterio del ‘aniquilamiento’ de Dios, por amor. Y aquella serpiente que profetiza en el desierto la salvación: elevada y quien la mira es curado. Y esto no ha sido hecho con la barita mágica de un Dios que hace las cosas: ¡no! ¡Ha sido hecho con el sufrimiento del Hijo del hombre, con el sufrimiento de Jesucristo!”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).




Catequesis del Papa, 16/03/2016 Amor misericordioso de Dios

Homilías del Papa y Temas sacerdotales 

Catequesis del Papa: 16/03/2016


Catequesis del Papa: Pascua, experiencia llena y definitiva del amor misericordioso de Dios

Continuando su ciclo de catequesis sobre la misericordia en la Sagrada Escritura, el Obispo de Roma recordó que “Dios se presenta con toda su capacidad de confrontar y abrir el corazón de los afligidos a la esperanza”. - ANSA

16/03/2016 11:00SHARE:

 (RV).- “Dios no está ausente, ni siquiera hoy en estas dramáticas situaciones, Dios está cerca, y hace obras grandes de salvación para quien confía en Él. No se debe ceder a la desesperación, sino continuar a estar seguros que el bien vence al mal y que el Señor secará toda lágrima y nos liberará de todo temor”, es el anuncio de consolación del Papa Francisco en la Audiencia General del tercer miércoles de marzo, donde explicó la relación entre “misericordia y consolación”.

Continuando su ciclo de catequesis sobre la misericordia en la Sagrada Escritura, el Obispo de Roma recordó la historia del pueblo de Israel durante el exilio, descrito en el “libro de la consolación” del profeta Jeremías, en el cual “la misericordia de Dios se presenta con toda su capacidad de confrontar y abrir el corazón de los afligidos a la esperanza”. El Pontífice agregó que “el exilio había sido una experiencia catastrófica para Israel. La fe había vacilado porque en tierra extranjera, sin el templo, sin el culto, después de haber visto el país destruido, era difícil continuar creyendo en la bondad del Señor”.

También nosotros podemos vivir a veces una especie de exilio – afirmó el Sucesor de Pedro – cuando la soledad, el sufrimiento, la muerte nos hacen pensar de haber sido abandonados por Dios. Cuántas veces hemos escuchado esta palabra: “Dios se ha olvidado de mi”. Y ante las dramáticas situaciones que suceden en nuestro tiempo, dijo el Papa, uno puede preguntarse: ¿Dónde está Dios? ¿Cómo es posible que tanto sufrimiento pueda golpear a hombres, mujeres y niños inocentes?

El profeta Jeremías – señaló el Santo Padre – nos da una primera respuesta. “El pueblo exiliado podrá regresar a ver su tierra y a experimentar la misericordia del Señor. Es el gran anuncio de consolación: Dios no está ausente, ni siquiera hoy en estas dramáticas situaciones, Dios está cerca, y hace obras grandes de salvación para quien confía en Él. No se debe ceder a la desesperación, sino continuar a estar seguros que el bien vence al mal y que el Señor secará toda lágrima y nos liberará de todo temor”. Porque el Señor es fiel, no abandona en la desolación. Dios ama con un amor sin fin, que ni siquiera el pecado puede frenar, y gracias a Él el corazón del hombre se llena de alegría y de consolación.

Antes de concluir su catequesis, el Papa Francisco puntualizó que “el regreso de los exiliados es un gran símbolo de la consolación dado al corazón que se convierte”. Y es el Señor Jesús, dijo el Pontífice, quien ha llevado a cumplimiento este mensaje del profeta. “El verdadero y radical regreso del exilio y la confortante luz después de la oscuridad de la crisis de fe, se realiza en la Pascua, en la experiencia llena y definitiva del amor de Dios, amor misericordioso que dona alegría, paz y vida eterna”.

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Libro del profeta Jeremías, los capítulos 30 y 31 son llamados “libro de la consolación”, porque en ellos la misericordia de Dios se presenta con toda su capacidad de confrontar y abrir el corazón de los afligidos a la esperanza. Hoy queremos también nosotros escuchar este mensaje de consolación.

Jeremías se dirige a los israelitas que han sido deportados a tierras extranjeras y pre-anuncia el regreso a la patria. Este regreso es signo del amor infinito de Dios Padre que no abandona a sus hijos, sino que los cuida y los salva. El exilio había sido una experiencia catastrófica para Israel. La fe había vacilado porque en tierra extranjera, sin el templo, sin el culto, después de haber visto el país destruido, era difícil continuar creyendo en la bondad del Señor. Me viene a la mente la cercana Albania y como después de tantas persecuciones y destrucciones ha logrado levantarse en su dignidad y en la fe. Así había sufrido los israelitas en el exilio.
También nosotros podemos vivir a veces una especie de exilio, cuando la soledad, el sufrimiento, la muerte nos hacen pensar de haber sido abandonados por Dios. Cuántas veces hemos escuchado esta palabra: “Dios se ha olvidado de mi”. Muchas veces personas que sufren y se sienten abandonadas. Y cuántos de nuestros hermanos en cambio están viviendo en este tiempo una real y dramática situación de exilio, lejos de su patria, en sus ojos todavía las ruinas de sus casas, en el corazón el miedo y muchas veces, lamentablemente, ¡el dolor por la pérdida de personas queridas! En estos casos uno puede preguntarse: ¿Dónde está Dios? ¿Cómo es posible que tanto sufrimiento pueda golpear a hombres, mujeres y niños inocentes? Y cuando tratan de entrar en otra parte les cierran la puerta. Y están ahí, al límite porque tantas puertas y tantos corazones están cerrados. Los migrantes de hoy que sufren el aire, sin alimentos y no pueden entrar, no reciben la acogida. ¡A mí me gusta mucho escuchar, cuando veo a las naciones, los gobernantes que abren el corazón y abren las puertas!

El profeta Jeremías nos da una primera respuesta. El pueblo exiliado podrá regresar a ver su tierra y a experimentar la misericordia del Señor. Es el gran anuncio de consolación: Dios no está ausente, ni siquiera hoy en estas dramáticas situaciones, Dios está cerca, y hace obras grandes de salvación para quien confía en Él. No se debe ceder a la desesperación, sino continuar a estar seguros que el bien vence al mal y que el Señor secará toda lágrima y nos liberará de todo temor. Por eso Jeremías da su voz a las palabras del amor de Dios por su pueblo: «Yo te amé con un amor eterno, por eso te atraje con fidelidad. De nuevo te edificaré y serás reedificada, virgen de Israel; de nuevo te adornarás con tus tamboriles y saldrás danzando alegremente» (31,3-4).

El Señor es fiel, no abandona en la desolación. Dios ama con un amor sin fin, que ni siquiera el pecado puede frenar, y gracias a Él el corazón del hombre se llena de alegría y de consolación.
El sueño consolador del regreso a la patria continua en las palabras del profeta, que dirigiéndose a cuantos regresaran a Jerusalén dice: «Llegarán gritando de alegría a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor, hacia el trigo, el vino nuevo y el aceite, hacia las crías de ovejas y de vacas. Sus almas serán como un jardín bien regado y no volverán a desfallecer» (31,12).

En la alegría y en la gratitud, los exiliados retornaran a Sión, subiendo al monte santo hacia la casa de Dios, y así podrán de nuevo elevar himnos y oraciones al Señor que los ha liberado. Este regreso a Jerusalén y a sus bienes es descrito con un verbo que literalmente quiere decir “afluir, correr”. El pueblo es considerado, en un movimiento paradójico, como un río caudaloso que corre hacia la altura de Sión, subiendo hacia la cima del monte. ¡Una imagen audaz para decir cuánto es grande la misericordia del Señor!

La tierra, que el pueblo había debido abandonar, se había convertido en presa de los enemigos y desolada. Ahora, en cambio, retoma vida y florece. Y los exiliados mismos serán como un jardín irrigado, como una tierra fértil. Israel, llevado a su patria por su Señor, asiste a la victoria de la vida sobre la muerte y de la bendición sobre la maldición.

Y así el pueblo es fortificado y – esta palabra es importante: ¡consolado! – es consolado por Dios. Los repatriados reciben vida de una fuente que gratuitamente los irriga.

A este punto, el profeta anuncia la plenitud de la alegría, y siempre en nombre de Dios proclama: «Yo cambiaré su duelo en alegría, los alegraré y los consolaré de su aflicción» (31,13).

El salmo nos dice que cuando regresaron a su patria la boca se les llenó de sonrisa; ¡es una alegría tan grande! Es el don que el Señor quiere hacer también a cada uno de nosotros, con su perdón que convierte y reconcilia.

El profeta Jeremías nos ha dado el anuncio, presentando el regreso de los exiliados como un gran símbolo de la consolación dado al corazón que se convierte. El Señor Jesús, por su parte, ha llevado a cumplimiento este mensaje del profeta. El verdadero y radical regreso del exilio y la confortante luz después de la oscuridad de la crisis de fe, se realiza en la Pascua, en la experiencia llena y definitiva del amor de Dios, amor misericordioso que dona alegría, paz y vida eterna.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)