Homilías del Papa y Temas sacerdotales
El Papa Francisco
en su homilía de la Misa de
canonización
de Fray Junípero Serra,
en el Santuario Nacional de la Inmaculada
Concepción,
Washington, D.C. - AP
“Supo
salir para testimoniar la ternura de Dios”,
el Papa en la Misa de canonización
de Fray Junípero
24/09/2015 01:09SHARE:
(RV).- “Supo testimoniar en estas tierras la
alegría del Evangelio, supo vivir lo que es la Iglesia en salida”, lo dijo el
Papa Francisco en su homilía de la Misa de canonización de Fray Junípero Serra,
en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, Washington, D.C.
Comentando los textos bíblicos que la
liturgia presenta en ésta celebración, el Santo Padre recordó que la Palabra de
Dios es “una invitación que golpea fuerte nuestra vida”. Una invitación, dijo el
Papa que hace eco del deseo que todos experimentamos a llevar una vida plena,
una vida con sentido, una vida con alegría. Hay algo dentro de nosotros,
agregó, que nos invita a la alegría y a no conformarnos, a no resignarnos, a no
caer en una resignación triste que poco a poco se va transformando en
acostumbramiento, con una consecuencia letal: anestesiarnos el corazón.
Por ello, afirmó el Pontífice, es importante
“preguntarnos, ¿cómo hacer para que no se nos anestesie el corazón? ¿Cómo
profundizar la alegría del Evangelio en las diferentes situaciones de nuestra
vida? La respuesta dijo el Papa, lo encontramos en las palabras de Jesús:
¡vayan!, ¡anuncien! La alegría del evangelio se experimenta, se conoce y se
vive tan solo dándola, dándose.
“Porque la fuente de
nuestra alegría, señaló
el Obispo de Roma, nace de ese deseo inagotable de brindar misericordia, fruto
de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza
difusiva”. La alegría el cristiano la experimenta en la misión: «Vayan a las
gentes de todas las naciones» (Mt 28,19). La alegría el cristiano la encuentra
en una invitación: Vayan y anuncien. La alegría el cristiano la renueva, la
actualiza con una llamada: Vayan y unjan.
Hoy estamos aquí, afirmó el Sucesor de Pedro,
“porque hubo muchos que se animaron a responder a esta llamada”. Somos hijos de
la audacia misionera de tantos que prefirieron no encerrarse «en las
estructuras que nos dan una falsa contención. Somos deudores de una tradición,
de una cadena de testigos que han hecho posible que la Buena Nueva del
Evangelio siga siendo generación tras generación Nueva y Buena.
“Y hoy recordamos a uno de esos testigos,
subrayó el Pontífice, que supo testimoniar en estas tierras la alegría del
Evangelio, Fray Junípero Serra. Supo vivir lo que es «la Iglesia en salida»,
esta Iglesia que sabe salir e ir por los caminos, para compartir la ternura
reconciliadora de Dios”. “Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en
los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos. Junípero buscó
defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían
abusado”. «Siempre adelante». Esta fue la forma que Junípero encontró para
vivir la alegría del Evangelio, para que no se le anestesiara el corazón.
Fray Junípero
(Renato Martinez – Radio Vaticano)
Texto y audio completo de la homilía del Papa
Francisco
Palablas del Papa en el Santuario Nacional de
la Inmaculada Concepción, Washington, D.C.
«Alégrense siempre en el Señor. Repito:
Alégrense» (Flp 4,4). Una invitación que golpea fuerte nuestra vida.
«Alégrense» nos dice Pablo con una fuerza casi imperativa. Una invitación que se hace eco del deseo que
todos experimentamos a de una vida plena, a una vida con sentido, a una vida
con alegría. Es como si Pablo tuviera la capacidad de escuchar cada uno de
nuestros corazones y pusiera voz a lo que sentimos y vivimos. Hay algo dentro
de nosotros que nos invita a la alegría y a no conformarnos con placebos que
siempre quieren contentarnos.
Pero a su vez, vivimos las tensiones de la
vida cotidiana. Son muchas las situaciones que parecen poner en duda esta
invitación. La propia dinámica a la que muchas veces nos vemos sometidos parece
conducirnos a una resignación triste que poco a poco se va transformando en
acostumbramiento, con una consecuencia letal: anestesiarnos el corazón.
No queremos que la resignación sea el motor
de nuestra vida, ¿o lo queremos?; no queremos que el acostumbramiento se
apodere de nuestros días, ¿o sí?. Por eso podemos preguntarnos, ¿cómo hacer
para que no se nos anestesie el corazón? ¿Cómo profundizar la alegría del
Evangelio en las diferentes situaciones de nuestra vida?
Jesús lo dijo a los discípulos de ayer y nos
lo dice a nosotros hoy: ¡vayan!, ¡anuncien! La alegría del evangelio se
experimenta, se conoce y se vive solamente tan solo dándola, dándose.
El espíritu del mundo nos invita al
conformismo, a la comodidad; frente a este espíritu humano «hace falta volver a
sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por
los demás y por el mundo» (Laudato si’, 229). Tenemos la responsabilidad de
anunciar el mensaje de Jesús. Porque la fuente de nuestra alegría «nace de ese
deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la
infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva» (Evangelii gaudium, 24).
Vayan a todos a anunciar ungiendo y a ungir anunciando.
A esto el Señor nos invita hoy y nos dice: La
alegría el cristiano la experimenta en la misión: «Vayan a las gentes de todas
las naciones» (Mt 28,19).
La alegría el cristiano la encuentra en una
invitación: Vayan y anuncien.
La alegría el cristiano la renueva, la
actualiza con una llamada: Vayan y unjan.
Jesús los envía a todas las naciones. A todas
las gentes. Y en ese «todos» de hace dos mil años estábamos también nosotros.
Jesús no da una lista selectiva de quién sí y quién no, de quiénes son dignos o
no de recibir su mensaje, y su presencia. Por el contrario, abrazó siempre la
vida tal cual se le presentaba. Con rostro de dolor, hambre, enfermedad,
pecado. Con rostro de heridas, de sed, de cansancio. Con rostro de dudas y de
piedad. Lejos de esperar una vida maquillada, decorada, trucada, la abrazó como
venía a su encuentro. Aunque fuera una vida que muchas veces se presenta
derrotada, sucia, destruida. A «todos» dijo Jesús, a todos, vayan y anuncien; a
toda esa vida como es y no como nos gustaría que fuese, vayan y abracen en mi
nombre. Vayan al cruce de los caminos, vayan… a anunciar sin miedo, sin
prejuicios, sin superioridad, sin purismos a todo aquel que ha perdido la
alegría de vivir, vayan a anunciar el abrazo misericordioso del Padre. Vayan a
aquellos que viven con el peso del dolor, del fracaso, del sentir una vida
truncada y anuncien la locura de un Padre que busca ungirlos con el óleo de la
esperanza, de la salvación. Vayan a anunciar que el error, las ilusiones
engañosas, las equivocaciones, no tienen la última palabra en la vida de una
persona. Vayan con el óleo que calma las heridas y restaura el corazón.
La misión no nace nunca de un proyecto
perfectamente elaborado o de un manual muy bien estructurado y planificado; la
misión siempre nace de una vida que se sintió buscada y sanada, encontrada y
perdonada. La misión nace de experimentar una y otra vez la unción
misericordiosa de Dios.
La Iglesia, el Pueblo santo de Dios, sabe
transitar los caminos polvorientos de la historia atravesados tantas veces por
conflictos, injusticias, y violencia para ir a encontrar a sus hijos y hermanos.
El santo Pueblo fiel de Dios, no le teme al error; le teme al encierro, a la
cristalización en elites, al aferrarse a las propias seguridades. Sabe que el
encierro en sus múltiples formas es la causa de tantas resignaciones.
Por eso, «salgamos, salgamos a ofrecer a
todos la vida de Jesucristo» (Evangelii gaudium, 49). El Pueblo de Dios sabe
involucrarse porque es discípulo de Aquel que se puso de rodillas ante los
suyos para lavarles los pies (cf. ibíd., 24).
Hoy estamos aquí, podemos estar aquí, porque
hubo muchos que se animaron a responder a esta llamada, muchos que creyeron que
«la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad»
(Documento de Aparecida, 360). Somos hijos de la audacia misionera de tantos
que prefirieron no encerrarse «en las estructuras que nos dan una falsa
contención… en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera
hay una multitud hambrienta» (Evangelii gaudium, 49). Somos deudores de una
tradición, de una cadena de testigos que han hecho posible que la Buena Nueva
del Evangelio siga siendo generación tras generación Nueva y Buena.
Fray Junípero
Y hoy recordamos a uno de esos testigos que
supo testimoniar en estas tierras la alegría del Evangelio, Fray Junípero
Serra. Supo vivir lo que es «la Iglesia en salida», esta Iglesia que sabe salir
e ir por los caminos, para compartir la ternura reconciliadora de Dios. Supo
dejar su tierra, sus costumbres, se animó a abrir caminos, supo salir al
encuentro de tantos aprendiendo a respetar sus costumbres y peculiaridades.
Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros de los que iba
encontrando haciéndolos sus hermanos. Junípero buscó defender la dignidad de la
comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado. Abusos que hoy
nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan en la
vida de tantos.
Tuvo un lema que inspiró sus pasos y plasmó
su vida: supo decir, pero sobre todo supo vivir diciendo: «siempre adelante».
Esta fue la forma que Junípero encontró para vivir la alegría del Evangelio,
para que no se le anestesiara el corazón. Fue siempre adelante, porque el Señor
espera; siempre adelante, porque el hermano espera; siempre adelante, por todo
lo que aún le quedaba por vivir; fue siempre adelante. Que, como él ayer, hoy
nosotros podamos decir: «siempre adelante».

Interesante enlace de la vida de Fray Junípero Serra,
San Junípero
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