domingo, 29 de marzo de 2015

Homilías del Papa DOMINGO DE RAMOS 2015

Homilías del Papa y Temas sacerdotales


CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DE RAMOS
Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Plaza de San Pedro
XXX Jornada Mundial de la Juventud
Domingo 29 de marzo de 2015

En el centro de esta celebración, que se presenta tan festiva, está la palabra que hemos escuchado en el himno de la Carta a los Filipenses: «Se humilló a sí mismo» (2,8). La humillación de Jesús.

Esta palabra nos desvela el estilo de Dios y, en consecuencia, aquel que debe ser el del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios humilde.

Humillarse es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades. Esto se aprecia bien leyendo la historia del Éxodo: ¡Qué humillación para el Señor oír todas aquellas murmuraciones, aquellas quejas! Estaban dirigidas contra Moisés, pero, en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los había sacado de la esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto hasta la tierra de la libertad.

En esta semana, la Semana Santa, que nos conduce a la Pascua, seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será «santa» también para nosotros.

Veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los Doce, que lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado como un malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a muerte, azotado y ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la «roca» de los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada por los jefes, pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los soldados se burlarán de él, vestido con un manto color púrpura y coronado de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz, sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su condición de Rey e Hijo de Dios.

Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación.

Al recorrer hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la «condición de siervo» (Flp 2,7). En efecto, la humildad quiere decir también servicio, significa dejar espacio a Dios negándose a uno mismo, «despojándose», como dice la Escritura (v. 7). Este «despojarse» es la humillación más grande.


Hay otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito... Es la otra vía. El maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días en el desierto. Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y, con él, solamente con su gracia y con su ayuda, también nosotros podemos vencer esta tentación de la vanidad, de la mundanidad, no sólo en las grandes ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias de la vida.

En esto, nos ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con discapacidad, una persona sin techo...

Pensemos también en la humillación de los que, por mantenerse fieles al Evangelio, son discriminados y sufren las consecuencias en su propia carne. Y pensemos en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser cristianos, los mártires de hoy - que son muchos -: no reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino. Podemos hablar, verdaderamente, de “una nube de testigos”: los mártires de hoy (cf. Hb 12,1).


Durante esta semana, emprendamos también nosotros con decisión este camino de la humildad, movidos por el amor a nuestro Señor y Salvador. El amor nos guiará y nos dará fuerza. Y, donde está él, estaremos también nosotros (cf. Jn 12,26).

viernes, 27 de marzo de 2015

Homilías del Papa 2015-03-27

Homilías del Papa y Temas sacerdotales


Misa en Santa Marta - Himno a la alegría
2015-03-27 L’Osservatore Romano

Alegría y esperanza son las características del cristiano. Y es triste encontrar a un creyente que no sabe gozar, asustado en su apego a la fría doctrina. Ha sido por eso un auténtico himno a la alegría el que lanzó el Papa Francisco en la misa celebrada el jueves 26 de marzo, en la capilla de la Casa Santa Marta. Al inicio, el Papa recordó la «hora de oración por la paz» promovida en todas las comunidades carmelitas. «Queridos hermanos y hermanas», dijo tras el saludo litúrgico, «pasado mañana, 28 de marzo, se conmemorará el quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia». Y «por petición del padre general de los Carmelitas Descalzos, hoy aquí presente con el padre vicario, ese día tendrá lugar en todas las comunidades carmelitas del mundo una hora de oración por la paz. Me uno de corazón —afirmó el Papa Francisco— a esta iniciativa, a fin de que el fuego del amor de Dios venza los incendios de guerra y de violencia que afligen a la humanidad, y el diálogo predomine por doquier sobre el enfrentamiento armado». Y concluyó así: «Que Santa Teresa de Jesús interceda por esta petición nuestra».

«En las dos lecturas» propuestas hoy por la liturgia, destacó inmediatamente el Pontífice, «se habla de tiempo, de eternidad, de años, de futuro, de pasado» (Génesis 17, 3-9 y Juan 8, 51-59). En tal medida que precisamente el tiempo parece que es la realidad «más importante en el mensaje litúrgico de este jueves». Pero el Papa Francisco prefirió «tomar otra palabra» que, sugirió, «creo que es precisamente el mensaje de la Iglesia hoy». Y son las palabras de Jesús que presenta el evangelista Juan: «Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio y se llenó de alegría».

Así, pues, el mensaje central de hoy es «la alegría de la esperanza, la alegría de la confianza en la promesa de Dios, la alegría de la fecundidad». Precisamente «Abrahán, en el tiempo del que habla la primera lectura, tenía noventa y nueve años y el Señor se le apareció y le aseguró la alianza» con estas palabras: «Por mi parte, esta es mi alianza contigo: serás padre de muchedumbre de pueblos».

Abrahán, recordó el Papa Francisco, «tenía un hijo de doce, trece años: Ismael». Pero Dios le asegura que se convertirá en «padre de una muchedumbre de pueblos». Y «le cambia el nombre». Luego «continúa y le pide que sea fiel a la alianza» diciendo: «Mantenderé mi alianza contigo y con tu descendencia en futuras za generaciones, como alianza perpetua». En concreto, Dios dice a Abrahán «te doy todo, te doy el tiempo: te doy todo, tú serás padre».

Seguramente Abrahán, dijo el Papa, «era feliz por esto, sentía una consolación plena» escuchando la promesa del Señor: «Dentro de un año tendrás otro hijo». Cierto, ante esas palabras «Abrahán rió, dice la Biblia a continuación: ¿cómo un hijo a los cien años?». Sí, «había engendrado a Ismael a los ochenta y siete años, pero a los cien un hijo es demasiado, no se puede comprender». Y así «rió». Pero precisamente «esa sonrisa, esa risa fue el inicio de la alegría de Abrahán». He aquí, por lo tanto, el sentido de las palabras de Jesús que hoy vuelve a proponer el Papa como mensaje central: «Abrahán, vuestro padre, exultó en la esperanza». En efecto, «no se atrevía a creer y dijo al Señor: “Pero si al menos Ismael viviese en tu presencia”». Y recibió esta respuesta: «No, no será Ismael. Será otro».

Para Abrahán, por lo tanto, «la alegría era plena», afirmó el Papa. Pero «también su esposa Sara, un poco más tarde, rió: estaba un poco oculta, detrás de las cortinas de la entrada, escuchando lo que decían los hombres». Y «cuando estos enviados de Dios dieron a Abrahán la noticia sobre el hijo, también ella rió». Es precisamente este, afirmó el Papa Francisco, «el inicio de la gran alegría de Abrahán». Sí, «la gran alegría: exultó en la esperanza de ver de este día; lo vio y se llenó de alegría». Y el Papa invitó a contemplar «este hermoso icono: Abrahán ante Dios, postrado con el rostro en tierra: escuchó esta promesa y abrió el corazón a la esperanza y se llenó de alegría».

Y es precisamente «esto y aquello lo que no entendían los doctores de la ley» destacó el Papa Francisco. «No entendían la alegría de la promesa; no entendían la alegría de la esperanza; no entendían la alegría de la alianza. No entendían». Y «no sabían alegrarse, porque habían perdido el sentido de la alegría que llega solamente por la fe». En cambio, explicó el Papa, «nuestro padre Abrahán fue capaz de alegrarse porque tenía fe: fue justificado en la fe». Por su parte, esos doctores de la ley «habían perdido la fe: eran doctores de la ley, pero sin fe». «Más aún: habían perdido la ley, porque el centro de la ley es el amor, el amor a Dios y al prójimo». Ellos, sin embargo, «tenían sólo un sistema de doctrinas precisas y que necesitaban cada día más para que nadie los tocara».

Eran «hombres sin fe, sin ley, apegados a doctrinas que se convierten igualmente en actitudes casuísticas». Y el Papa Francisco propuso ejemplos concretos: «¿Se puede pagar el tributo al César? ¿No se puede? Esta mujer, que estuvo casada siete veces, ¿será esposa de esos siete cuando vaya al cielo?». Y «esta casuística era su mundo: un mundo abstracto, un mundo sin amor, un mundo sin fe, un mundo sin esperanza, un mundo sin confianza, un mundo sin Dios». Precisamente «por ello no podían alegrarse».

No se alegraban ni hacían alguna fiesta para divertirse: tanto que, afirmó el Papa, seguramente habrán «destapado algunas botellas cuando Jesús fue condenado». Pero siempre «sin alegría», es más «con miedo porque uno de ellos, tal vez mientras bebían», recodaría la promesa de «que resucitaría». Y, así «de rápido, con miedo, fueron al procurador para decirle: por favor, ocupaos de esto, que no vaya a ser un engaño». Y todo porque «tenían miedo».

Pero «esta es la vida sin fe en Dios, sin confianza en Dios, sin esperanza en Dios», afirmó nuevamente el Papa. «La vida de estos que sólo cuando entendieron que no tenían razón» –añadió– pensaron que únicamente les quedaba el camino de tomar las piedras para lapidar a Jesús. Su corazón se había petrificado». En efecto, «es triste ser creyente sin alegría –explicó el Papa Francisco– y no hay alegría cuando no hay fe, cuando no hay esperanza, cuando no hay ley, sino solamente las prescripciones, la doctrina fría. Esto es lo que vale». En contraposición, el Papa volvió a proponer «la alegría de Abrahán, ese hermoso gesto de la sonrisa de Abrahán» cuando escucha la promesa de tener «un hijo a los cien años». Y «también la sonrisa de Sara, una sonrisa de esperanza». Porque «la alegría de la fe, la alegría del Evangelio es el criterio para ver la fe de una persona: sin alegría esa persona no es un verdadero creyente».

Como conclusión, el Papa Francisco invitó a hacer propias las palabras de Jesús: «Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría». Y pidió «al Señor la gracia de ser exultante en la esperanza, la gracia de poder ver el día de Jesús cuando nos encontremos con Él y la gracia de la alegría». 

Homilías del Papa 2015-03-24

Homilías del Papa y Temas sacerdotales


El Papa Francisco pidió que aceptemos el “estilo divino”
2015-03-24 Radio Vaticana

(RV).- Que la gracia que trae consigo la Semana Santa ayude a los cristianos a aceptar la ayuda que Dios nos da y también el modo con que lo ofrece, sin críticas ni objeciones. Es la enseñanza que el Papa Francisco ha ofrecido basándose en las lecturas litúrgicas del día, que explicó en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.

“Caprichos espirituales” ante Dios que de mil modos te ofrece la salvación. Sólo porque somos gente que no sabe aceptar “el estilo divino” y nos entristecemos y caemos en la “murmuración”. Es un error que hoy cometen tantos cristianos, así como la Biblia relata que sucedió en un tiempo con el pueblo hebreo salvado de la esclavitud.

El Santo Padre comenzó comentando el episodio propuesto en el Libro de los Números, en el que los hebreos se rebelan contra las fatigas de la fuga en el desierto, la comida “ligera” del maná, y comienzan  – dijo el Papa – “a criticar a Dios” y muchos de ellos terminan mordidos y muertos a causa de las serpientes venenosas. Sólo la oración de Moisés que intercede por ellos y levanta un bastón con una serpiente – símbolo de la Cruz sobre la que será clavado  Cristo – se convertirá, para quien lo mire, en salvación del veneno:

“También nosotros, entre los cristianos, cuántos, cuántos encontramos también nosotros, nos encontramos un poco envenenados por este descontento de la vida. Sí, verdaderamente, Dios es bueno, pero los cristianos sí, pero… Los cristianos sí, pero… Que no terminan de abrir el corazón a la salvación de Dios, siempre piden condiciones. ‘¡Sí, pero así!’. ‘Sí, sí, sí, yo quiero ser salvado, pero por este camino’...  Así el corazón se envenena”.

También nosotros, prosiguió Francisco, “tantas veces decimos que nos sentimos nauseados por el estilo divino. No aceptar el don de Dios con su estilo: ese es el pecado – subrayó el Papa – ese es el veneno. Eso nos envenena el alma, te quita la alegría, no te deja avanzar”. Y Jesús –  dijo –  resuelve este pecado subiendo al Calvario:

“Él mismo toma sobre sí el veneno, el pecado y es elevado. Esta tibieza del alma, este ser cristianos a medias, ‘cristianos sí, pero…’. Este entusiasmo al inicio en el camino del Señor y después volverse descontentos, sólo se cura mirando la Cruz, mirando a Dios que asume nuestros pecados: mi pecado está ahí”.

Aceptar el estilo divino de la salvación

Francisco concluyó diciendo: “Cuántos cristianos hoy mueren en el desierto de su tristeza, de su murmuración, de su no querer el estilo de Dios”:

“Miremos la serpiente, el veneno, allí, en el cuerpo de Cristo, el veneno de todos los pecados del mundo y pidamos la gracia de aceptar los momentos difíciles. De aceptar el estilo divino de la salvación, de aceptar también este alimento tan ligero del que se lamentaban los hebreos, de aceptar las cosas… De aceptar los caminos por los cuales el Señor me lleva adelante. Que esta Semana Santa – que comenzará el domingo – nos ayude a salir de esta tentación de ser ‘cristianos sí, pero…’”.

(María Fernanda Bernasconi - RV).

lunes, 23 de marzo de 2015

Homilías del Papa 2015-03-23

Homilías del Papa y Temas sacerdotales


Misa en Santa Marta- Tres mujeres y tres jueces
2015-03-23 L’Osservatore Romano

«Donde no hay misericordia, no hay justicia». Quien paga por la falta de misericordia es, también hoy, el pueblo de Dios que sufre cuando encuentra «jueces especuladores, viciosos y rígidos» incluso en la Iglesia que es «santa, pecadora, necesitada». Lo dijo el Papa el lunes 23 de marzo en la misa celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta.

El Papa Francisco destacó inmediatamente que las lecturas propuestas por la liturgia —tomadas del libro de Daniel (13, 1-9.15-17.19-30.33-62) y del Evangelio de san Juan (8, 1-11)— «nos hacen ver dos juicios a dos mujeres». Pero, añadió, «yo me permito recordar otro juicio que se refiere a una mujer: el que Jesús nos relata en el capítulo 18 de san Lucas». Así, pues, «hay tres mujeres y tres jueces: una mujer inocente, Susana; otra, pecadora, la adúltera; y una tercera, la del Evangelio de san Lucas, una pobre viuda». Y «las tres, según algunos padres de la Iglesia, son figuras alegóricas de la Iglesia: la Iglesia santa, la Iglesia pecadora y la Iglesia necesitada, porque las viudas y los huérfanos eran los más necesitados en ese tiempo». Precisamente por esto, explicó el Papa, «los padres piensan que sean figuras alegóricas de la Iglesia».

En cambio «los tres jueces son malos, los tres». Y, continuó, «me urge destacar esto: en esa época el juez no era sólo un juez civil: era civil y religioso, era las dos cosas juntas, juzgaba las cuestiones religiosas y también las civiles». De este modo, «los tres eran corruptos: los que condujeron a la adúltera hasta Jesús, los escribas, los fariseos, los que hacían la ley y también emitían los juicios, tenían dentro del corazón la corrupción de la rigidez». Para ellos, en efecto, «todo era la letra de la ley, lo que decía la ley, se sentían puros: la ley dice esto y se debe hacer esto...». Pero, destacó el Papa Francisco, «estos no eran santos; eran corruptos, corruptos porque una rigidez de ese tipo sólo puede seguir adelante en una doble vida». Tal vez precisamente los «que condenaban a estas mujeres luego iban a buscarlas por detrás, a escondidas, para divertirse un poco». Y el Papa quiso destacar también que «los rígidos son —uso el adjetivo que Jesús les daba a ellos— hipócritas: llevan una doble vida». En tal medida que «los que juzgan, pensemos en la Iglesia —las tres mujeres son figuras alegóricas de la Iglesia—, los que juzgan con rigidez a la Iglesia tienen una doble vida. Con la rigidez ni siquiera se puede respirar».

Refiriéndose en especial al pasaje del libro de Daniel, el Papa recordó que ciertamente «no eran santos tampoco ninguno de aquellos dos» que acusaron injustamente a Susana. Y precisamente «Daniel, a quien el Espíritu Santo mueve a profetizar, los llama “envejecidos en días y en crímenes”». A uno de ellos le dice también: «La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros». En definitiva, los dos «eran jueces viciosos, tenían la corrupción del vicio, en este caso la lujuria». Y «se dice que cuando se tiene este vicio de la lujuria, con los años se hace más feroz, más malo». Por lo tanto, los dos jueces «estaban corrompidos por los vicios».

Y «del tercer juez —el del Evangelio de san Lucas que recordé hace un momento— Jesús dice que no temía a Dios y no le interesaba nadie: no le importaba nada, sólo le interesaba él mismo», afirmó el Papa Francisco. Era, en pocas palabras, «un especulador, un juez que con su trabajo de juzgar hacía los negocios». Y era por ello «un corrupto, un corrupto de dinero, de prestigio».

El problema de fondo, explicó el Papa es que estas tres personas —tanto el «especulador» como «los viciosos» y los «rígidos»— «no conocían una palabra: no conocían lo que era la misericordia». Porque «la corrupción los conducía lejos del hecho de comprender la misericordia», de ser misericordiosos». En cambio «la Biblia nos dice que en la misericordia está precisamente el justo juicio». Y así «las tres mujeres —la santa, la pecadora y la necesitada— sufren por esta falta de misericordia».

Pero eso es válido «también hoy». Y lo toca con la mano «el pueblo de Dios» que, «cuando encuentra a estos jueces, sufre un juicio sin misericordia, tanto en lo civil como en lo eclesiástico». Por lo demás, precisó el Papa, «donde no hay misericordia no hay justicia». Y así «cuando el pueblo de Dios se acerca voluntariamente para pedir perdón, para ser juzgado, cuántas veces, cuántas veces, encuentra a uno de estos». Encuentra «a los viciosos», por ejemplo, «que están allí, capaces también de tratar de explotarlos», y este «es uno de los pecados más graves». Pero encuentra lamentablemente también a «los especuladores», a quienes «no les importa nada y no dan oxígeno a esa alma, no dan esperanza: a ellos no les interesa». Y encuentra «a los rígidos, que castigan en los penitentes de lo que esconden en su alma». He aquí, entonces, «a la Iglesia santa, pecadora, necesitada, y a los jueces corruptos: sean ellos especuladores, viciosos o rígidos». Y «esto se llama falta de misericordia».

Como conclusión, el Papa Francisco quiso «recordar una de las palabras más bonitas del Evangelio, tomada precisamente del pasaje de san Juan, que me conmueve mucho: ¿Ninguno te ha condenado? —Ninguno, Señor. —Tampoco yo te condeno». Y precisamente esta expresión de Jesús —«Tampoco yo te condeno»— es «una de las palabras más hermosas porque está llena de misericordia».

 

Donde no hay misericordia, no hay justicia, 
dijo el Papa
2015-03-23 Radio Vaticana

(RV).- Donde no hay misericordia, no hay justicia, y tantas veces hoy el Pueblo de Dios sufre un juicio sin misericordia. Lo recordó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.

Los rígidos tienen una doble vida

Al comentar las lecturas del día, y refiriéndose a otro pasaje evangélico, el Papa Bergoglio habló de las tres mujeres y los tres jueces: una mujer inocente, Susana; una pecadora, la adúltera, y una pobre viuda necesitada. Y explicó que las tres, según algunos Padres de la Iglesia, son figuras alegóricas de la Iglesia: la Iglesia Santa, la Iglesia pecadora y la Iglesia necesitada”.

“Los tres jueces son malos y corruptos – observó Francisco –. Y añadió que, ante todo, está el juicio de los escribas y de los fariseos que llevan a la adúltera ante Jesús. “Tenían dentro del corazón la corrupción de la rigidez”. Se sentían puros porque observaban la ley. “La ley dice esto, y se debe hacer esto”:

“Pero estos no eran santos, eran corruptos, corruptos porque una rigidez de ese tipo sólo puede ir adelante en una doble vida y estos que condenaban a estas  mujeres, después iban a buscarlas, por detrás, a escondidas, para divertirse un poco. Los rígidos son – uso el adjetivo que Jesús les daba a ellos – hipócritas: tienen doble vida. Aquellos que juzgan, pensemos en la Iglesia – las tres mujeres son figuras alegóricas de la Iglesia – aquellos que juzgan la Iglesia con rigidez, tienen doble vida. Con la rigidez ni siquiera se puede respirar”.

El Pueblo de Dios tantas veces no encuentra la misericordia

Después están los dos jueces ancianos que chantajean a una mujer, Susana, para que se conceda, pero ella resiste: “Eran jueces viciosos – subrayó el Papa – porque tenían la corrupción del vicio, en este caso la lujuria. Y se dice que cuando está este vicio de la lujuria con los años se vuelve más feroz, más malo”. En fin, está el juez interpelado por la pobre viuda. Este juez “no temía a Dios y no se preocupaba por los demás: no le importaba nada, sólo le daba importancia a sí mismo”: Era “un especulador, un juez que con su profesión de juzgar hacía negocios”. Estaba corrupto por el dinero y el prestigio”. Estos jueces  – dijo el Papa – el especulador, los viciosos y los rígidos, “no conocían una palabra, no conocían lo que era la misericordia”:

“La corrupción los llevaba lejos de entender la misericordia, el ser misericordiosos. Y la Biblia nos dice que en la misericordia está precisamente el justo juicio. Y las tres  mujeres – la santa, la pecadora y la necesitada, figuras alegóricas de la Iglesia – sufren de esta falta de misericordia. También hoy, el Pueblo de Dios, cuando encuentra a estos jueces, sufre un juicio sin misericordia, sea civil, o eclesiástico. Y donde no hay misericordia, no hay justicia. Cuando el Pueblo de Dios se acerca voluntariamente para pedir perdón, para ser juzgado, cuántas veces, cuántas veces encuentra a alguno de estos”.

Una de las palabras más bellas del Evangelio: “Tampoco yo te condeno”

Encuentra a los viciosos que “son capaces de tratar de explotarlos”, y éste “es uno de los pecados más graves”; encuentra a “los especuladores” que “no dan oxígeno a aquella alma, no dan esperanza”; y encuentra “a los rígidos que castigan en los penitentes aquello que esconden en su alma”. “Esto – dijo el Papa – se llama falta de misericordia”. Y concluyó diciendo:

“Sólo querría decir una de las palabras más bellas del Evangelio que a mí me conmueve tanto: ‘¿Ninguno te ha condenado?’ – ‘No, ninguno, Señor’ – ‘Tampoco yo te condeno’. No te condeno: una de las palabras más bellas porque está llena de misericordia”.

(María Fernanda Bernasconi - RV).   (from Vatican Radio)

domingo, 22 de marzo de 2015

Homilías del Papa 21/03/2015

Homilías del Papa y Temas sacerdotales



Jesús, Amor que cambia el mundo ¡Nápoles no te dejes robar la esperanza! pide el Papa

Multitudinaria bienvenida al Papa Francisco en la Plaza del Plebiscito de Nápoles - ANSA

21/03/2015 10:50SHARE:

(RV).- ¡Hoy he venido a Nápoles a proclamar con ustedes: Jesús es el Señor! «Jesús es el Señor» frase que el Papa hizo repetir con él a los numerosísimos fieles que abarrotaban la Plaza del Plebiscito y que lo hicieron con entusiasmo y fervor.   «Queridos napolitanos ¡no se dejen robar la esperanza!». La Cuaresma que estamos viviendo hace resonar en la Iglesia este mensaje: en todo el pueblo de Dios se enciende la esperanza de resucitar con Cristo nuestro Salvador. Fue la vibrante exhortación del Papa Francisco, recibida con gran emoción por miles de napolitanos. Afirmó que es el tiempo del rescate para Nápoles, tras reiterar con intensidad que «a los criminales y a todos sus cómplices yo humildemente les pido: ¡conviértanse al amor y a la justicia!»

Nadie habla como Jesús ¡Él sólo tiene palabras de misericordia que pueden sanar las heridas de nuestro corazón. Él sólo tiene palabras de vida eterna. (Cfr Jn 6, 68). En la Santa Misa multitudinaria, en la antigua y  céntrica plaza del Plebiscito, el Obispo de Roma recordó que la palabra de Cristo es poderosa: no tiene la potencia del mundo, sino la de Dios, que es fuerte en la humildad, aun en la debilidad. Su potencia es la del amor: un amor que no conoce confines, un amor que nos hace amar a los demás, antes que a nosotros mismos. La palabra de Jesús, el santo Evangelio, enseña que los verdaderos bienaventurados son los pobres de espíritu, los no violentos, los mansos, los que trabajan por la paz y la justicia. ¡Ésta es la fuerza que cambia el mundo! Tras señalar que la Palabra del Señor – hoy como ayer, causa siempre una división entre el que la acoge y el que la rechaza, con las lágrimas de las mamás napolitanas, mezcladas con las de la Virgen, el Papa pidió a los napolitanos que se dejen encontrar por la misericordia de Dios:


Texto y voz del Papa Francisco al culminar su homilía, 
en la Plaza del Plebiscito de Nápoles:

«Queridos napolitanos, ábranse a la esperanza! ¡Y no se dejen robar la esperanza! No cedan a las lisonjas de ganancias fáciles o rentas deshonestas. Esto es pan para hoy y hambre para mañana. ¡No trae nada! Reaccionen con firmeza a las organizaciones que explotan y corrompen a los jóvenes, a los pobres y a los débiles, con el cínico comercio de la droga y otros crímenes ¡No se dejen robar la esperanza! ¡No dejen que su juventud sea explotada por esta gente! ¡Que la corrupción y la delincuencia no desfiguren el rostro de esta bella ciudad! Aún más ¡que no desfiguren la alegría de su corazón napolitano!

A los criminales y a todos sus cómplices, hoy yo, humildemente como hermano les repito: ¡conviértanse al amor y a la justicia!

¡Déjense encontrar por la misericordia de Dios! ¡Sean conscientes de que Jesús los está buscando para abrazarlos, para besarlos, para amarlos más. Con la gracia de Dios, que perdona todo, es posible volver a una vida honesta. Se lo pido con las lágrimas de las madres de Nápoles, mezcladas con las de María, la Madre celestial invocada en Piedigrotta y en tantas iglesias de Nápoles. Que estas lágrimas ablanden la dureza de los corazones y reconduzcan a todos por el camino del bien.

Hoy comienza la primavera y la primavera trae esperanza: tiempo de esperanza. Y el hoy de Nápoles es tiempo de rescate para Nápoles: éste es mi deseo y mi ruego para una ciudad que tiene en sí tantas potencialidades espirituales, culturales y humanas. Y, sobre todo, tanta capacidad de amar. Las autoridades, las instituciones, las diversas realidades sociales y los ciudadanos, todos juntos y concordes, puedan construir un futuro mejor. Y el futuro de Nápoles no es el de replegarse resignada sobre sí misma, sin abrirse con confianza al mundo. Esta ciudad puede encontrar en la misericordia de Cristo, que hace nuevas todas las cosas, la fuerza para ir adelante con esperanza, la fuerza de tantas existencias, tantas familias y comunidades. Esperar ya es resistir al mal. Esperar es mirar el mundo con la mirada y el corazón de Dios. Esperar es apostar sobre la misericordia de Dios, que es Padre y perdona siempre todo.

Dios, fuente de nuestra alegría y razón de nuestra esperanza, vive en nuestras ciudades. ¡Dios vive en Nápoles! Que su gracia y su bendición sostenga el camino de ustedes en la fe, en la caridad y en la esperanza, los propósitos de bien y de rescate moral y social de ustedes. Hemos proclamado todos juntos a Jesús como Señor. Volvamos a hacerlo al final otra vez. ¡Jesús es el Señor! Todos, tres veces: ¡Jesús es el Señor!
¡Y que la Virgen los acompañe!»

Homilías del Papa 21/03/2015

Homilías del Papa y Temas sacerdotales
El Papa habla del matrimonio y del noviazgo 

con los jóvenes napolitanos

Papa Francisco con los jóvenes en Nápoles - ANSA

21/03/2015 18:30SHARE:
(RV).- En un escenario excepcional, en el paseo marítimo Caracciolo de la bahía de Nápoles y después de un día lleno de emociones, el Papa se encontró con los jóvenes de la ciudad con los que habló de algunas realidades de hoy en día como el matrimonio, el noviazgo, la eutanasia, la desocupación juvenil o la falta de esperanza.

Un encuentro en el que participaron tanto ancianos como jóvenes, y en el que se habló del respeto y la atención que se merecen los más mayores de la casa por parte de los hijos o los nietos, “el afecto es más importante que la medicina”, aseguró. Francisco pidió a los hijos con padres ancianos que hicieran un examen de conciencia sobre el cuarto mandamiento.  

“La familia está en crisis no es una novedad, los jóvenes no se quieren casar, prefieren convivir sin compromisos”, aseguró el Papa y añadió que él muchas veces se pregunta que si las personas que se casan lo quieren realmente por llevar a cabo el sacramento o porque socialmente “viene así”. En este contexto recordó un caso de una pareja que él conoce y que tardó mucho en casarse porque querían el sitio perfecto, la iglesia perfecta, el vestido perfecto… y Francisco les preguntó: “Pero ¿con qué fe te casas tú?”.

En un ambiente de júbilo y mientras comenzaba a caer el sol en la ciudad más poblada del sur de Italia, el Papa aseguró que es normal que haya peleas en los matrimonios, y “que vuelen los platos”, pero dio un consejo a las parejas casadas “no finalizar el día sin hacer las paces”.

Ya despidiéndose, Francisco pidió a los jóvenes que no pierdan la esperanza, que sigan siempre el camino y también les recordó que cuiden a las personas mayores ya que “quien no cuida a los ancianos no tiene futuro”.
(MZ-RV)

viernes, 20 de marzo de 2015

Homilías del Papa, 2015-03-17

Homilías del Papa y Temas sacerdotales 


Sean misericordiosos,
 no cierren las puertas de la Iglesia, 
dijo el Papa
 
2015-03-17 Radio Vaticana

(RV).- La Iglesia “es la casa de Jesús”, una casa de misericordia que acoge a todos y, por tanto, los cristianos no deben cerrar las puertas de este lugar. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.

Conflicto entre Jesús que tiene misericordia y los cristianos que no la tienen

El Papa Bergoglio abordó un tema latente desde hace mucho tiempo, a saber el conflicto que causa Jesús, que abre las puertas a todos los que lo buscan, especialmente si están alejados; y los cristianos que con frecuencia cierran esas puertas ante la cara de quien llama a la puerta de la Iglesia. Se trata de un conflicto entre la misericordia total de Cristo y la poca que a veces demuestra quien cree en Él.

No detener a quien busca a Cristo
La reflexión del Papa comenzó con el tema del agua, protagonista de las lecturas litúrgicas del día. “El agua que cura”, la llamó Francisco, comentando así la descripción que el Profeta Ezequiel hace del arroyuelo que surgió en el umbral del templo, que se transforma afuera en un torrente impetuoso y en cuyas aguas ricas de peces cualquiera puede curarse. Es el agua de la piscina de Bethesda, descrita en el Evangelio, en cuyos alrededores permanecía desde hacía años, un paralítico debilitado – y para Francisco también un poco “perezoso” – que jamás había encontrado el modo de hacerse sumergir cuando las aguas se movían y, por tanto, de buscar la curación.

Jesús, en cambio, lo cura y lo anima “a ir adelante”, pero esto desencadena la crítica de los doctores de la ley, porque la curación se produjo un día sábado. Una “historia”, observó el Papa, que también se produce “tantas veces” hoy:

“Un hombre – una mujer –  que se siente enfermo en el alma, triste, que ha cometido tantas equivocaciones en la vida, en un determinado momento siente que las aguas se mueven, es el Espíritu Santo que mueve algo, o siente una palabra o… ‘¡Ah, yo querría ir!’… Y se arma de coraje y va. Y cuántas veces hoy en las comunidades cristianas encuentra las puertas cerradas: ‘Pero tú no puedes, no, tú no puedes. Te equivocaste aquí y no puedes. Si quieres venir, ven a la Misa el domingo, pero permanece ahí, y no hagas nada más’. Y lo que hace el Espíritu Santo en el corazón de las personas, los cristianos con psicología de  doctores de la ley lo destruyen”.

La Iglesia es la casa de Jesús
“A mí esto me causa dolor”, afirmó Francisco. Y reafirmó que la Iglesia tiene siempre las puertas abiertas:

“Es la casa de Jesús y Jesús recibe. Pero no sólo recibe, también va a encontrarse con la gente, así como fue a ver a éste. Y si la gente está herida, ¿qué hace Jesús? ¿Le reprocha porque esté herida? No, viene y la lleva sobre sus hombros. Y esto se llama misericordia. Y cuando Dios reprocha a su pueblo  – ‘¡Misericordia quiero, no sacrificios!’– habla de esto”.

El amor es la ley
“¿Quién eres tú  – preguntó el Papa – que cierras la puerta de tu corazón a un hombre, a una mujer que tiene ganas de mejorar, de volver a formar parte del pueblo de Dios, porque el Espíritu Santo ha agitado su corazón?”.

Que la Cuaresma –  concluyó Francisco – nos ayude a no cometer el error de quien despreció el amor de Jesús hacia el paralítico, sólo porque la ley no lo preveía:

“Pidamos hoy al Señor en la Misa por nosotros, por cada uno de nosotros y por toda la Iglesia, una conversión hacia Jesús, una conversión a Jesús, una conversión a la misericordia de Jesús. Y así la Ley quedará cumplida plenamente, porque la Ley es amar a Dios y al prójimo, como a nosotros mismos”.

(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)

lunes, 16 de marzo de 2015

Homilías del Papa 2015-03-16

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

Messa a Santa Marta

Misa en Santa Marta - Cómo se cambia
2015-03-16 L’Osservatore Romano

Nosotros somos el «sueño de Dios» que, enamorado de verdad, quiere «cambiar nuestra vida». Precisamente por amor. Sólo nos pide tener fe para dejarlo obrar. Y así, «sólo podemos llorar de alegría» ante un Dios que nos «re-crea», dijo el Papa Francisco en la misa celebrada el lunes 16 de marzo, en la capilla de la Casa Santa Marta.

En la primera lectura, tomada de Isaías (65, 17-21) «el Señor nos dice que crea cielos nuevos y tierra nueva, es decir, “re-crea” las cosas», destacó el Papa Francisco, al recordar también que «muchas veces hemos hablado de estas “dos creaciones” de Dios: la primera, la que se hizo en seis días, y la segunda, cuando el Señor “rehace” el mondo, arruinado por el pecado, en Jesucristo». Y, destacó, «hemos dicho muchas veces que esta segunda es más maravillosa que la primera». En efecto, explicó el Papa, «la primera ya es una creación maravillosa; pero la segunda, en Cristo, es aún más maravillosa».

En la meditación, sin embargo, el Papa Francisco eligió detenerse «en otro aspecto», a partir precisamente del pasaje de Isaías en el cual, explicó, «el Señor habla de lo que hará: un cielo nuevo, una tierra nueva». Y «encontramos que el Señor tiene mucho entusiasmo: habla de alegría y dice una palabra: “Me regocijaré con mi pueblo”». En esencia, «el Señor piensa en lo que hará, piensa que Él, Él mismo gozará de la alegría con su pueblo». Así «es como si fuese un “sueño” del Señor, como si el Señor “soñase” acerca de nosotros: cuán hermoso será cuando nos estemos todos juntos, cuando nos encontraremos allá o cuando esa persona, la otra o la otra caminará...»

Precisando aún más su razonamiento, el Papa Francisco recurrió a «una metáfora que nos pueda hacer comprender: es como si una joven con su novio o el joven con su novia pensase: cuando estaremos juntos, cuando nos casemos...». He aquí, precisamente, «el “sueño” de Dios: Dios piensa en cada uno de nosotros, nos quiere mucho, sueña con nosotros, sueña con la alegría de la que gozará con nosotros». Y es precisamente «por esto que el Señor quiere “re-crearnos”, hacer de nuevo nuestro corazón, “re-crear” nuestro corazón para hacer triunfar la alegría».

Todo esto condujo al Papa a sugerir alguna pregunta: «¿Habéis pensado alguna vez: el Señor sueña conmigo, piensa en mí, yo estoy en la mente, en el corazón del Señor, el Señor es capaz de cambiarme la vida?». Isaías, añadió el Papa Francisco, nos dice también que el Señor «hace muchos proyectos: construiremos casas, plantaremos viñas, comeremos juntos: todos esos proyectos típicos de un enamorado».

Por lo demás, «el Señor se manifiesta enamorado de su pueblo» llegando incluso a decir: «Pero yo no te elegí porque tú eres el más fuerte, el más grande, el más poderoso; sino que te elegí porque tú eres el más pequeño de todos». Es más, «se podría decir: el más miserable de todos. Pero te elegí así, y esto es el amor».

«De allí —afirmó el Papa— este continuo querer del Señor, este deseo suyo de cambiar nuestra vida. Y nosotros podemos decir, si escuchamos esta invitación del Señor: “Cambiaste mi luto en danzas”», o sea las palabras «que rezamos» en el Salmo 29. «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado» dice también el Salmo, reconociendo de este modo que el Señor «es capaz de cambiarnos, por amor: está enamorado de nosotros».

«Creo que no existe un teólogo que pueda explicar esto: no se puede explicar», destacó el Papa Francisco. Porque «sobre esto sólo se puede reflexionar, sentir y llorar de alegría: el Señor nos puede cambiar». A este punto surge espontáneo preguntarse: ¿qué debo hacer? La respuesta es clara: «Creer, creer que el Señor puede cambiarme, que Él puede». Exactamente lo que hizo con el funcionario del rey que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún, como relata san Juan en su Evangelio (4, 43-54). Ese hombre, se lee, a Jesús le «pedía que bajase a curar a su hijo, porque estaba por morir». Y Jesús le respondió: «Anda, tu hijo vive». Así, pues, ese padre «creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino: creyó, creyó que Jesús tenía el poder de curar a su niño. Y tuvo razón».

«La fe —explicó el Papa Francisco— es dejar espacio a este amor de Dios; es dejar espacio al poder, al poder de Dios, al poder de alguien que me ama, que está enamorado de mí y desea la alegría conmigo. Esto es la fe. Esto es creer: es dejar espacio al Señor para que venga y me cambie».

El Papa concluyó con una significativa anotación: «Es curioso: este fue el segundo milagro que hizo Jesús. Y lo hizo en el mismo sitio que había hecho el primero, en Caná de Galilea». En el pasaje del Evangelio de hoy se lee: «Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino». De nuevo «en Caná de Galilea cambia incluso la muerte de este niño en vida». De verdad, dijo el Papa Francisco, «el Señor puede cambiarnos, quiere cambiarnos, ama cambiarnos. Y esto, por amor». A nosotros, concluyó, «sólo nos pide nuestra fe: es decir, dejar espacio a su amor para que pueda obrar y realizar un cambio de vida en nosotros».

viernes, 13 de marzo de 2015

Homilías del Papa, DÍAS 10 Y 12-03-2015

Homilías del Papa y Temas sacerdotales


Misa en Santa Marta - Puerta abierta
2015-03-10 L’Osservatore Romano

«Pedir perdón no es un simple pedir disculpas». 
No es fácil, así como «no es fácil recibir el perdón de Dios: no porque Él no quiera dárnoslo, sino porque nosotros cerramos la puerta no perdonando» a los demás. En la homilía de la misa en Santa Marta del martes 10 de marzo, el Papa Francisco añadió una tesela a la reflexión sobre el camino penitencial que caracteriza la Cuaresma: el tema del perdón.

La reflexión partió del pasaje de la primera lectura, tomada del libro del profeta Daniel (3, 25.34-43), donde se lee que el profeta Azarías «pasaba un momento de prueba y recordó la prueba de su pueblo, que era esclavo». Pero, puntualizó el Pontífice, el pueblo «no era esclavo por casualidad: era esclavo porque había abandonado la ley del Señor, porque había pecado». Por ello Azarías reza así: «Por el honor de tu nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia... Ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados. Hoy pedimos misericordia». Es decir, Azarías «se arrepiente. Pide perdón por el pecado de su pueblo». Así, pues, el profeta «no se lamenta ante Dios en la prueba», no dice: «Pero tú eres injusto con nosotros, mira lo que sucede ahora...». Él, en cambio, afirma: «Hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados y nos merecemos esto». He aquí el detalle fundamental: Azarías «tenía conciencia de pecado».

El Papa hizo notar luego también que Azarías no dice al Señor: «Disculpa, nos hemos equivocado». En efecto, «pedir perdón es otro cosa, es algo distinto que pedir disculpas». Se trata de dos actitudes diferentes: el primero se limita a pedir disculpas, el segundo implica el reconocimiento de haber pecado.

El pecado, en efecto, «no es un simple error. El pecado es idolatría», es adorar a los «numerosos ídolos que tenemos»: el orgullo, la vanidad, el dinero, el «yo mismo», el bienestar. He aquí porqué Azarías no pide simplemente disculpas, sino que «pide perdón».

El pasaje del evangelio de san Mateo (18, 21-35) llevó al Papa Francisco a afrontar la otra cara del perdón: del perdón que se pide a Dios al perdón que se ofrece a los hermanos. Pedro plantea una pregunta a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?». En el Evangelio «no son muchos los momentos en los que una persona pide perdón», explicó el Papa, recordando algunos de estos episodios. Está, por ejemplo, «la pecadora que llora sobre los pies de Jesús, lava los pies con sus lágrimas y los seca con sus cabellos»: en ese caso, dijo el Pontífice, «la mujer había pecado mucho, había amado mucho y pide perdón». Luego se podría recordar el episodio en el que Pedro, «tras la pesca milagrosa, dice a Jesús: “Aléjate de mí, que soy un pecador”»: allí él «se da cuenta de que no se había equivocado, que había otra cosa dentro de él». También, se puede volver a pensar en el momento en el que «Pedro llora, la noche del Jueves santo, cuando Jesús lo mira».

En todo caso, son «pocos los momentos en los que se pide perdón». Pero en el pasaje propuesto por la liturgia Pedro pregunta al Señor cuál debe ser la medida de nuestro perdón: «¿Sólo siete veces?». Jesús responde al apóstol «con un juego de palabras que significa “siempre”: setenta veces siete, es decir, tú debes perdonar siempre».

Aquí, subrayó el Papa Francisco, se habla de «perdonar», no simplemente de pedir disculpas por un error: perdonar «a quien me ha ofendido, a quien me hizo mal, a quien con su maldad hirió mi vida, mi corazón».

He aquí entonces la pregunta para cada uno de nosotros: «¿Cuál es la medida de mi perdón?». La respuesta puede venir de la parábola relatada por Jesús, la del hombre «a quien se le perdonó mucho, mucho, mucho, mucho dinero, mucho, millones», y que luego, bien «contento» con su perdón, salió y «encontró a un compañero que tal vez tenía una deuda de 5 euros y lo mandó a la cárcel». El ejemplo es claro: «Si yo no soy capaz de perdonar, no soy capaz de pedir perdón». Por ello «Jesús nos enseña a rezar así al Padre: “Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”».

¿Qué significa en concreto? El Papa Francisco respondió imaginando el diálogo con un penitente: «Pero, padre, yo me confieso, voy a confesarme... —¿Y qué haces primero de confesarte? —Pienso en las cosas que hice mal. —Está bien. —Luego pido perdón al Señor y prometo no volver hacerlo... —Bien. ¿Y luego vas al sacerdote?». Pero antes «te falta una cosa: ¿has perdonado a los que te han hecho mal?». Si la oración que se nos ha sugerido es: «Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los demás», sabemos que «el perdón que Dios te dará» requiere «el perdón que tú das a los demás».

Como conclusión, el Papa Francisco resumió así la meditación: ante todo, «pedir perdón no es un simple pedir disculpas» sino que «es ser consciente del pecado, de la idolatría que construí, de las muchas idolatrías»; en segundo lugar, «Dios siempre perdona, siempre», pero pide que también yo perdone, porque «si yo no perdono», en cierto sentido es como si cerrase «la puerta al perdón de Dios». Una puerta, en cambio, que debemos mantener abierta: dejemos entrar el perdón de Dios a fin de que podamos perdonar a los demás.




O somos gente que ama, o somos hipócritas,
 señala el Papa
2015-03-12 Radio Vaticana

(RV).- Un cristiano no tiene caminos de compromiso: si no se deja tocar por la misericordia de Dios y a su vez ama al prójimo, como hacen los Santos, acaba siendo un hipócrita, que arruina y desparrama, en lugar de hacer el bien. Es lo que dijo el Papa Francisco, en su homilía, de la Misa matutina, en la Capilla de la Casa de Santa Marta.

Al comienzo fueron los Profetas, luego les tocó a los Santos. Con ellos, Dios ha construido en el tiempo la historia de su relación con los hombres. Y, sin embargo, a pesar de que estos elegidos eran excelentes - a pesar de sus enseñanzas y obras – la historia de la salvación es accidentada, pavimentada con tantas hipocresías e infidelidades.

Dios llora por un corazón duro
Es inmenso el horizonte que Francisco abrazó con su reflexión, desde Abel hasta nuestros días. En la voz de Jeremías, con la Lectura del día, está la voz de Dios mismo, que constata con amargura cómo el pueblo elegido, aun habiendo recibido muchos beneficios, no lo haya escuchado. Tras hacer hincapié en que ‘Dios ha dado todo’, el Papa recordó que como respuesta había recibido ‘sólo cosas feas’. ‘La fidelidad desapareció, no son un pueblo fiel’:

«Ésta es la Historia de Dios. Parece que aquí Dios estuviera llorando. Te amé tanto, te di tanto, y tú… Todo contra mí. También Jesús lloró,  mirando Jerusalén. Porque en el corazón de Jesús estaba toda esta historia, en la que la fidelidad había desaparecido. Hacemos nuestra voluntad, pero haciendo esto en el camino de la vida seguimos un camino de endurecimiento: el corazón se endurece, se petrifica. Y la Palabra del Señor no entra. Y el pueblo se aleja. También nuestra historia personal se puede volver así. Y hoy, en este día cuaresmal, podemos preguntarnos: ¿escucho la voz del Señor, o hago lo que yo quiero, lo que a mí me gusta?»

De herejes a Santos
También el episodio del Evangelio muestra un ejemplo de ‘corazón endurecido’, sordo a la voz de Dios. Jesús cura a un endemoniado y, en cambio, recibe una acusación: ‘Tú expulsas a los demonios con el poder del demonio. Eres un brujo demoniaco’ .Es la acusación típica de los ‘legalistas’, recordó el Obispo de Roma, destacando que ‘creen que la vida está regulada por las leyes que establecen ellos’:

«¡También esto ocurrió en la Historia de la Iglesia! Pero, ¡piensen en la pobre Juana de Arco: hoy es Santa! Pobrecita: estos doctores la quemaron viva, porque decían que era hereje, acusada de herejía… Pero eran los doctores, aquellos que conocían la doctrina segura, estos fariseos: alejados del amor de Dios. Cerca de nosotros, piensen en el Beato Rosmini: todos sus libros en el índice. No se podían leer, era pecado leerlos. Hoy es Beato. En la Historia de Dios con su pueblo, el Señor mandaba a los Profetas para decirle a su pueblo que lo amaba. En la Iglesia, el Señor manda a los Santos. Son los Santos los que llevan adelante la vida de la Iglesia: son los Santos. No son los poderosos, no son los hipócritas: no. Los Santos».

No hay un camino intermedio
Los Santos – añadió el Papa – ‘son los que no tienen miedo de dejarse acariciar por la misericordia de Dios. Y por ello los Santos son hombres y mujeres que comprenden tantas miserias, tantas miserias humanas, y acompañan al pueblo de cerca. No desprecian al pueblo’:

«Jesús dice: ‘El que no está conmigo, está contra mí’. Pero ¿no habrá un camino de compromiso, un poco aquí y un poco allá? No. O estás en el camino del amor, o estás en el camino de la hipocresía. O te dejas amar por la misericordia de Dios, o haces lo que quieres, según tu corazón, que se va endureciendo, cada vez más, por ese camino. ‘El que no está conmigo, está contra mí’: no hay un tercer camino de compromiso. O eres santo, o te vas por el otro camino. ‘El que no recoge conmigo’, deja las cosas… No. Peor aún: desparrama, arruina. Es un corruptor. Es un corrupto, que corrompe».
(CdM – RV)
(from Vatican Radio)







Misa en Santa Marta -
 Corazones petrificados
2015-03-12 L’Osservatore Romano

Ninguna componenda: o nos dejamos amar «por la misericordia de Dios» o elegimos el camino «de la hipocresía» y hacemos lo que queremos dejando que nuestro corazón «se endurezca» cada vez más. Es la historia de la relación entre Dios y el hombre, desde los tiempos de Abel hasta nuestros días, en el centro de la reflexión propuesta por el Papa Francisco durante la misa en Santa Marta el jueves 12 de marzo.

El Pontífice partió de la oración del salmo responsorial —«No endurezcáis vuestro corazón»— y se preguntó: «¿Por qué sucede esto?». Para comprenderlo hizo referencia ante todo a la primera lectura tomada del libro del profeta Jeremías (7, 23-28) donde está, por decirlo así, sintetizada la «historia de Dios». Y nos podríamos preguntar: ¿Cómo, «Dios tiene una historia?». ¿Cómo es posible visto que «Dios es eterno»? Es verdad, explicó el Papa Francisco, «pero desde el momento en que Dios entró en diálogo con su pueblo, entró en la historia».

Y la historia de Dios con su pueblo «es una historia triste» porque «Dios lo dio todo» y a cambio «sólo recibió cosas malas». El Señor había dicho: «Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Seguid el camino que os señalo, y todo os irá bien». Ese era el «camino» hacia la felicidad. «Pero ellos no escucharon ni hicieron caso» y, es más, «caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón»: es decir, no querían «escuchar la Palabra de Dios».

Esta opción, explicó el Papa, caracterizó toda la historia del pueblo de Dios: «pensemos en el asesinato, en la muerte de Abel, asesinado por su hermano, corazón malvado de envidia». Sin embargo, a pesar de que el pueblo haya continuamente «dado la espalda» al Señor, Él afirma: «Yo no me he cansado». Y envía «con asidua atención» a los profetas. Aun así, sin embargo, los hombres no lo escucharon. Es más, se lee en la Escritura, «endurecieron la cerviz y fueron peores que sus padres». Y «la situación del pueblo de Dios empeoró, a través de las generaciones».

El Señor dijo a Jeremías: «Ya puedes repetirles este discurso, seguro que no te escucharán; ya puedes gritarles, seguro que no te responderán. Aún así les dirás: “Esta es la gente que no escucha la voz del Señor, su Dios, y no quiso escarmentar». Y luego, destacó el Papa, añadió una palabra «terrible: “Ha desaparecido la fidelidad... Vosotros no sois un pueblo fiel”». Aquí, comentó el Papa Francisco, parece que Dios llorase: «Te he amado tanto, te he dado tanto y tú... todo en contra de mí». Un llanto que recuerda el de Jesús «contemplando Jerusalén». Por lo demás, explicó el Pontífice, «en el corazón de Jesús estaba toda esta historia, donde la fidelidad había desaparecido». Una historia de infidelidad que atañe «nuestra historia personal», porque «nosotros hacemos nuestra voluntad. Pero haciendo esto, en el camino de la vida seguimos una senda de endurecimiento: el corazón se endurece, se petrifica. La palabra del Señor no entra. El pueblo se aleja». Por ello, dijo el Papa, «hoy, en este día cuaresmal, podemos preguntarnos: ¿Escucho la voz del Señor, o hago lo que yo quiero, lo que me gusta?».

El consejo del salmo responsorial –«No endurezcáis vuestro corazón»– se vuelve a encontrar «muchas veces en la Biblia» donde, para explicar la «infidelidad del pueblo», se usa a menudo «la figura de la adúltera». El Papa Francisco recordó, por ejemplo, el pasaje famoso de Ezequiel 16: «Toda una historia de adulterio, es la tuya. Tú, pueblo, no fuiste fiel a mí, eres un pueblo adúltero». O también las muchas veces en que Jesús «reprochaba a los discípulos ese corazón endurecido», como hizo con los de Emaús: «¡Qué necios y torpes sois!».

El corazón malvado –explicó el Pontífice al recordar que «todos tenemos un pedacito»– «no nos deja entender el amor de Dios. Nosotros queremos ser libres», pero «con una libertad que al final nos hace esclavos, y no con la libertad del amor que nos ofrece el Señor».

Esto, subrayó el Papa, sucede también en las «instituciones»: por ejemplo, «Jesús cura a una persona, pero el corazón de estos doctores de la ley, de estos sacerdotes, de este sistema legal era muy duro, siempre buscaban excusas». Y, así, le dicen: «Pero, tú arrojas a los demonios en nombre del demonio». Tú eres un brujo demoníaco. Son los legalistas «que creen que la vida de la fe se regula solamente por las leyes que hacen ellos». Para ellos «Jesús usa esa palabra: hipócritas, sepulcros blanqueados, muy hermosos por fuera pero por dentro llenos de podredumbre y de hipocresía».

Lamentablemente, dijo el Papa Francisco, lo mismo «ocurrió en la historia de la Iglesia». Pensemos «en la pobre Juana de Arco: hoy es santa. Pobrecita: estos doctores la quemaron viva, porque decían que era herética». O incluso más cercano en el tiempo, pensemos «en el beato Rosmini: todos sus libros al Índice. No se podían leer, era pecado leerlos. Hoy es beato». Al respecto el Pontífice destacó que así como «en la historia de Dios con su pueblo, el Señor enviaba a los profetas para decir que amaba a su pueblo», así «en la Iglesia, el Señor envía a los santos». Son ellos «los que llevan adelante la vida de la Iglesia: son los santos. No son los poderosos, no son los hipócritas». Son «el hombre santo, la mujer santa, el niño, el joven santo, el sacerdote santo, la religiosa santa, el obispo santo...»: es decir, los «que no tienen el corazón endurecido», sino «siempre abierto a la palabra de amor del Señor», los que «no tienen miedo de dejarse acariciar por la misericordia de Dios. Por eso los santos son hombres y mujeres que comprenden tantas miserias, tantas miserias humanas, y acompañan al pueblo de cerca. No desprecian al pueblo».

Con este pueblo que «perdió la fidelidad» el Señor es claro: «El que no está conmigo, está contra mí». Alguien podría preguntar: «¿Pero no existirá otro camino de componenda, un poco de aquí y un poco de allá?». No, dijo el Pontífice, «o estás en la senda del amor, o estás en la senda de la hipocresía. O te dejas amar por la misericordia de Dios, o haces lo que quieres según tu corazón, que se endurece cada vez más por esta senda». No existe, afirmó, «una tercera senda posible: o eres santo, o vas por el otro camino». Y quien «no recoge» con el Señor, no sólo «deja las cosas», sino «peor: desparrama, arruina. Es un corruptor. Es un corrupto, que corrompe».

Por esta infidelidad «Jesús llora por Jerusalén» y «por cada uno de nosotros». En el capítulo 23 de san Mateo, recordó el Papa concluyendo, se lee una maldición «terrible» contra los «dirigentes que tienen el corazón endurecido y quieren endurecer el corazón del pueblo». Dice Jesús: «Así recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel. Serán culpables de tanta sangre inocente, derramada por su maldad, su hipocresía, su corazón corrupto, endurecido, petrificado».