miércoles, 27 de agosto de 2014

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO en Korea

Temas sacerdotales. Homilías del Papa


VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA DE COREA
CON OCASIÓN DE LA VI JORNADA DE LA JUVENTUD ASIÁTICA
(13-18 DE AGOSTO DE 2014)


SANTA MISA DE BEATIFICACIÓN DE
PAUL YUN JI-CHUNG Y 123 COMPAÑEROS MÁRTIRES
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Puerta de Gwanghwamun, Seúl
Sábado 16 de agosto de 2014

«¿Quién nos separará del amor de Cristo?» (Rm 8,35). 
Con estas palabras, san Pablo nos habla de la gloria de nuestra fe en Jesús: no sólo resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo, sino que nos ha unido a él y nos ha hecho partícipes de su vida eterna. Cristo ha vencido y su victoria es la nuestra.

Hoy celebramos esta victoria en Pablo Yun Ji-chung y sus 123 compañeros. Sus nombres quedan unidos ahora a los de los santos mártires Andrés Kim Teagon, Pablo Chong Hasang y compañeros, a los que he venerado hace unos momentos. Vivieron y murieron por Cristo, y ahora reinan con él en la alegría y en la gloria. Con san Pablo, nos dicen que, en la muerte y resurrección de su Hijo, Dios nos ha concedido la victoria más grande de todas. En efecto, «ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,38-39).


La victoria de los mártires, su testimonio del poder del amor de Dios, sigue dando frutos hoy en Corea, en la Iglesia que sigue creciendo gracias a su sacrificio. La celebración del beato Pablo y compañeros nos ofrece la oportunidad de volver a los primeros momentos, a la infancia –por decirlo así– de la Iglesia en Corea. Los invita a ustedes, católicos de Corea, a recordar las grandezas que Dios ha hecho en esta tierra, y a custodiar como un tesoro el legado de fe y caridad confiado a ustedes por sus antepasados.

En la misteriosa providencia de Dios, la fe cristiana no llegó a las costas de Corea a través de los misioneros; sino que entró por el corazón y la mente de los propios coreanos. En efecto, fue suscitada por la curiosidad intelectual, por la búsqueda de la verdad religiosa. Tras un encuentro inicial con el Evangelio, los primeros cristianos coreanos abrieron su mente a Jesús. Querían saber más acerca de este Cristo que sufrió, murió y resucitó de entre los muertos. El conocimiento de Jesús pronto dio lugar a un encuentro con el Señor mismo, a los primeros bautismos, al deseo de una vida sacramental y eclesial plena y al comienzo de un compromiso misionero. También dio como fruto comunidades que se inspiraban en la Iglesia primitiva, en la que los creyentes eran verdaderamente un solo corazón y una sola mente, sin dejarse llevar por las diferencias sociales tradicionales, y teniendo todo en común (cf. Hch 4,32).

Esta historia nos habla de la importancia, la dignidad y la belleza de la vocación de los laicos. Saludo a los numerosos fieles laicos aquí presentes, y en particular a las familias cristianas, que día a día, con su ejemplo, educan a los jóvenes en la fe y en el amor reconciliador de Cristo. También saludo de manera especial a los numerosos sacerdotes que hoy están con nosotros; con su generoso ministerio transmiten el rico patrimonio de fe cultivado por las pasadas generaciones de católicos coreanos.


El Evangelio de hoy contiene un mensaje importante para todos nosotros. Jesús pide al Padre que nos consagre en la verdad y nos proteja del mundo.

Es significativo, ante todo, que Jesús pida al Padre que nos consagre y proteja, pero no que nos aparte del mundo. Sabemos que él envía a sus discípulos para que sean fermento de santidad y verdad en el mundo: la sal de la tierra, la luz del mundo. En esto, los mártires nos muestran el camino.

Poco después de que las primeras semillas de la fe fueran plantadas en esta tierra, los mártires y la comunidad cristiana tuvieron que elegir entre seguir a Jesús o al mundo. Habían escuchado la advertencia del Señor de que el mundo los odiaría por su causa (cf. Jn 17,14); sabían el precio de ser discípulos. Para muchos, esto significó persecución y, más tarde, la fuga a las montañas, donde formaron aldeas católicas. Estaban dispuestos a grandes sacrificios y a despojarse de todo lo que pudiera apartarles de Cristo –pertenencias y tierras, prestigio y honor–, porque sabían que sólo Cristo era su verdadero tesoro.

En nuestros días, muchas veces vemos cómo el mundo cuestiona nuestra fe, y de múltiples maneras se nos pide entrar en componendas con la fe, diluir las exigencias radicales del Evangelio y acomodarnos al espíritu de nuestro tiempo. Sin embargo, los mártires nos invitan a poner a Cristo por encima de todo y a ver todo lo demás en relación con él y con su Reino eterno. Nos hacen preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos a morir.

Además, el ejemplo de los mártires nos enseña también la importancia de la caridad en la vida de fe. La autenticidad de su testimonio de Cristo, expresada en la aceptación de la igual dignidad de todos los bautizados, fue lo que les llevó a una forma de vida fraterna que cuestionaba las rígidas estructuras sociales de su época. Fue su negativa a separar el doble mandamiento del amor a Dios y amor al prójimo lo que les llevó a una solicitud tan fuerte por las necesidades de los hermanos. Su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros, que vivimos en sociedades en las que, junto a inmensas riquezas, prospera silenciosamente la más denigrante pobreza; donde rara vez se escucha el grito de los pobres; y donde Cristo nos sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y sirvamos tendiendo la mano a nuestros hermanos necesitados.

Si seguimos el ejemplo de los mártires y creemos en la palabra del Señor, entonces comprenderemos la libertad sublime y la alegría con la que afrontaron su muerte. Veremos, además, cómo la celebración de hoy incluye también a los innumerables mártires anónimos, en este país y en todo el mundo, que, especialmente en el siglo pasado, han dado su vida por Cristo o han sufrido lacerantes persecuciones por su nombre.

Hoy es un día de gran regocijo para todos los coreanos. El legado del beato Pablo Yun Ji-chung y compañeros –su rectitud en la búsqueda de la verdad, su fidelidad a los más altos principios de la religión que abrazaron, así como su testimonio de caridad y solidaridad para con todos– es parte de la rica historia del pueblo coreano. La herencia de los mártires puede inspirar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar en armonía por una sociedad más justa, libre y reconciliada, contribuyendo así a la paz y a la defensa de los valores auténticamente humanos en este país y en el mundo entero.

Que la intercesión de los mártires coreanos, en unión con la de Nuestra Señora, Madre de la Iglesia, nos alcance la gracia de la perseverancia en la fe y en toda obra buena, en la santidad y la pureza de corazón, y en el celo apostólico de dar testimonio de Jesús en este querido país, en toda Asia, y hasta los confines de la tierra. Amén.

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2014/documents/papa-francesco_20140816_corea-omelia-beatificazione.html


Gran fotografía del Papa Francisco en Korea

jueves, 21 de agosto de 2014

Entrevista al Prelado del Opus Dei . el Eco Católico.

Temas sacerdotales y Homilías del Papa.


"Los laicos santifican el mundo desde dentro"
Entrevista al Prelado del Opus Dei publicada en "Eco católico", boletín semanal de la Conferencia Episcopal de Costa Rica
ENTREVISTAS18 de Agosto de 2014


Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei desde 1994, visitó Costa Rica recientemente en medio de una gira de carácter pastoral que lo llevó por varias naciones de Centroamérica. Aquí se reunió con miembros de la Obra, con sacerdotes, familias, el Arzobispo de San José y hasta pudo visitar el Santuario Nacional de Nuestra Señora de los Ángeles.
Acerca de esta experiencia y de la vigencia del Opus Dei y su carácter eminentemente laical, sus trabajos, retos, énfasis y perspectivas en orden a la evangelización, el obispo de origen español y de 82 años, conversó con el Eco Católico. Este es un extracto del diálogo.

Sueño con muchedumbres de hijos de Dios, santificándose en su vida de ciudadanos corrientes, compartiendo afanes, ilusiones y esfuerzos con las demás criaturas”. Esta frase de san Josemaría Escrivá aplicada a la actualidad del Opus Dei, ¿es una realidad acabada o aún en proceso?
San Josemaría repitió siempre, desde 1928, que la santidad no es una meta para unos privilegiados, sino para todos los bautizados. La tarea de la Prelatura del Opus Dei consiste, precisamente, en recordar esa llamada universal a la santidad y el consiguiente valor de la vida cotidiana como camino de santificación. Gracias a Dios, son muchas las personas que, a través de la labor apostólica de las mujeres, de los hombres y de los sacerdotes de la Obra de Dios, se han decidido a poner a Jesucristo en el centro de su existencia. En este sentido, puede decirse que el sueño de san Josemaría se ha hecho realidad. Sin embargo, es evidente que es una realidad siempre en proceso, -como la vida de la Iglesia-, que se realiza con la gracia de Dios y con la respuesta de la creatura. Un cristiano no puede ser conformista: cada día -con alegría nueva- intenta manifestar su amor a Dios y a los demás.


Usted conoció a san Josemaría. ¿Qué diría él a quienes hoy, en pleno siglo XXI, siguen anhelando la auténtica felicidad? ¿Les propondría el Opus Dei como un camino para alcanzarla?
San Josemaría afirmaba que “la felicidad del cielo es para los que saben ser felices en la tierra”. La auténtica felicidad surge como consecuencia de vivir cerca de Dios, es fruto de la presencia del Espíritu Santo en el alma. Los hombres y las mujeres que se saben, en la fe, hijos amados de Dios, no pueden más que estar llenos de paz y de alegría, también en medio de las contrariedades o del dolor, con una felicidad que no es una simple situación anímica; sino fruto de la fe y de la caridad. El pecado es el gran obstáculo para la felicidad.
El Opus Dei es uno más entre los posibles caminos cristianos, a los que el Señor puede llamar a una persona: cada uno de nosotros tiene una vocación personalísima, que debe descubrir en la oración, en el diálogo amistoso con el Señor. Responder “sí” a la llamada divina, sea la que sea, y corresponder cotidianamente a sus exigencias, supone una garantía cierta de felicidad.

Respecto a la historia de la Iglesia, la existencia del Opus Dei es reciente. ¿Cuánto pesa este hecho en la comprensión de la Obra, su naturaleza, métodos y fines? ¿Qué hace el Opus Dei para aportar respuestas en clave evangélica ante las dudas de algunos o la abierta oposición de otros?
Cuando san Josemaría vio que Dios lo llamaba a difundir la vocación universal a la santidad, esta realidad -profundamente evangélica- resultaba algo muy nuevo para la mayoría de cristianos, no era tan común hablar de una llamada universal a la santidad y, como ha sucedido muchas veces en la historia de la Iglesia, sufrió incomprensiones, especialmente en los años treinta y cuarenta del siglo XX. En la actualidad -sobre todo tras el Concilio Vaticano II-, esta doctrina es común y universal. 
Siguiendo el ejemplo de su fundador, los fieles del Opus Dei tienen sus brazos abiertos a todos y, gracias a Dios, desde hace muchos años es muy querido y ayudado por millones de personas, incluso no católicas y no cristianas. Cuando pueda surgir una incomprensión, se intentan aclarar las cosas con paciencia y serenidad. La experiencia nos ha demostrado que -incluso entonces- el ataque o la falta de información se convierten en ocasión de amistad y de acercamiento a la Iglesia, de quienes los han promovido.
 

La santificación en la vida ordinaria habla claramente de los laicos. ¿Qué lugar están llamados a ocupar en la Iglesia? ¿Cómo comprende el Opus Dei ese protagonismo?
A los laicos, como enseña el Concilio Vaticano II, corresponde iluminar y organizar los asuntos temporales en los que intervienen, de manera que se realicen según el espíritu de Jesucristo y sean para la gloria de Dios y el bien de los demás. El Opus Dei ayuda a sus fieles, y a quienes participan en sus apostolados, a encontrar y tratar a Dios en las ocupaciones de cada día: en el trabajo, en la familia, en la vida social, en los momentos de entretenimiento, en la enfermedad o en la pobreza. Si se esfuerzan por identificarse con Cristo en esos ámbitos, los laicos santifican el mundo desde dentro, difunden el mensaje del Evangelio y contribuyen al progreso humano de la sociedad. Asumen así su papel de protagonistas en el desarrollo de la misión de la Iglesia desde su taller, su oficina, el quirófano de un hospital, el colegio y el resto de escenarios en que transcurre la jornada de cada uno.

Hoy se insiste en la descomposición del entramado social, pero, ¿no estaremos con ello quitando la mirada de la familia y los retos que enfrenta? ¿Está en crisis la familia?
La familia es, una gran riqueza, indispensable para la sociedad y, por tanto, debemos esforzarnos por dar a conocer la verdadera naturaleza de la institución familiar, aunque a veces no resulte tarea fácil. Para mí, es motivo de especial agradecimiento a Dios poderme encontrar en estos días, en Costa Rica, con matrimonios que imparten orientación familiar a padres y madres de niños y adolescentes: pienso que, con esa dedicación generosa, prestan al país, y al mundo, un servicio de gran entidad y calidad, también humana. 
Pero no podemos conformarnos con promover "de palabra" los valores de la familia: ¡cuánto ayuda el ejemplo! Que sepamos preocuparnos por los miembros de nuestra familia, que recemos por ellos, que nos alegremos con sus gozos y que los acompañemos en sus penas. Tenemos que crear a nuestro alrededor un verdadero ambiente de familia y, luego, debemos mantenerlo, también, sacrificándonos por nuestros parientes y dedicándoles generosamente tiempo y energías a los enfermos y a los ancianos. Repitamos a menudo esas tres palabras que el Papa Francisco ha señalado que no pueden faltar en una familia: permiso, gracias y perdón.


En Evangelii gaudium, el Papa Francisco afirma preferir una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una enferma por el encierro. ¿Cómo contribuir desde una realidad como el Opus Dei a este anhelo del Santo Padre?
El dinamismo apostólico del Papa Francisco supone una bendición para toda la Iglesia. La evangelización a la que urge nos habla de una misión que compete a todos los bautizados. El santo Padre nos invita a ir al encuentro de los demás, a dejar a un lado la comodidad y a compartir nuestra cercanía a Cristo con las personas que están a nuestro alrededor. ¿Cómo? Primero con el ejemplo y con el cariño, y luego con un diálogo de tú a tú con nuestros amigos y conocidos, precedido de la oración por la persona a la que nos dirigiremos y de la invocación al Espíritu Santo. En ocasiones quizá nos parece que algunas de nuestras acciones no producen fruto, pero nada más ajeno a la realidad: el Señor cuenta con todo lo que hacemos pensando en El, y ninguna semilla quedará estéril.
El Papa Francisco también nos anima a vivir la misericordia con las personas que sufren y con las que están solas. Todos estamos en condiciones de ayudar a un enfermo, a un menesteroso o a un anciano; y también podemos llevarles la luz de Cristo, ¡no nos quedemos de brazos cruzados!
Personalmente doy también gracias a Dios al ver a tantos fíeles y amigos de la Prelatura que sacan adelante iniciativas de servicio en toda la tierra: hospitales en lugares necesitados de África, centros de atención a enfermos terminales en las periferias de varias ciudades europeas, institutos de formación dirigidos a inmigrantes en Estados Unidos o en Brasil y tantas otras. Cada bautizado es y se siente Iglesia. Y, por tanto, también a través de actividades civiles de servicio como las que he mencionado u otras, la Iglesia se hace presente en las periferias, en los barrios, en los lugares donde a veces falta ese cariño al que toda persona tiene derecho.

En la era del pensamiento débil que nos ha correspondido vivir faltan referentes, se siente un gran vacío de verdad, gana terreno la duda, el secularismo y el laicismo feroz anticristiano y particularmente anticatólico, ¿Quedan aún motivos para la esperanza en medio de esta realidad? ¿Cómo presentar la fe hoy a este mundo tan lleno de contrastes?
Jamás un católico coherente se ha de dejar llevar por el pesimismo. Aunque en nuestro tiempo no falten eventos tristes e incluso dramáticos, si somos hombres y mujeres de fe, sabremos descubrir innumerables beneficios del Señor en nuestras vidas, en las de los que nos rodean y en las de las naciones. Y, sobre todo, esa fe es precisamente el fundamento de la esperanza, como leemos en la Carta a los Hebreos. En medio del secularismo y el relativismo, que se aprecia en gran parte de Occidente, mucha gente se muestra sedienta de la verdad de Dios. Esas gentes necesitan testigos que ayuden a los demás a acercarse a Jesucristo; colegas o amigos que se guíen por encima de todo por el amor a Dios y a los otros y no sólo por sus propios intereses, que iluminen con su fe y que sepan explicarla.
Para esto es necesario -como le decía antes- anclar la propia vida en la oración, en el trato con Dios y en la recepción frecuente de los sacramentos, auténticos canales de la gracia divina. Además, siempre cabe empeñarse un poco más en conocer mejor nuestra fe, a través de la lectura, del estudio y de la participación en la catequesis. Con este pequeño esfuerzo, resulta posible dedicar tiempo a crecer en el conocimiento de Dios y a tratar a nuestro Padre del Cielo.
Por otra parte, diría que la fe se transmite bien cuando el motor es el cariño y el interés por el prójimo. El futuro beato Álvaro del Portillo solía pedirnos: “Derrochad cariño, hijas e hijos míos, aunque no seáis correspondidos”. Este consejo viene muy bien a cualquier persona que desee evangelizar.

 

Tiene la ocasión de reunirse con Mons. José Rafael Quirós. A este propósito, ¿cómo podría consolidar el Opus Dei la comunión con las iglesias diocesanas de nuestro país y fortalecer el común empeño por la evangelización?
Efectivamente, tendré el gusto de conversar con el querido arzobispo de San José, Mons. José Rafael Quirós. Nada más concretarse este viaje, pedí que se advirtiera de mi estancia en Costa Rica al señor arzobispo y a las demás autoridades eclesiásticas, ya que el Opus Dei, como pequeña parte de la Iglesia, solo desea, en palabras de su fundador, “servir a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida”.
Evidentemente, la labor que realizan los fieles del Opus Dei rinde sus frutos en las mismas diócesis en las que trabajan y viven y, en los más de cincuenta años que han pasado desde que comenzó la labor apostólica del Opus Dei en este país, han surgido -con la gracia del Señor- numerosos matrimonios cristianos y vocaciones para el sacerdocio, para la vida religiosa y para el celibato laical.
A quienes pertenecen a la Obra, y a todos los costarricenses, deseo invitarles a ser un apoyo para los Obispos diocesanos, a rezar por cada uno, y a pedir a Dios abundantes frutos apostólicos en esta tierra. Les rogaría especialmente que rezaran por las vocaciones sacerdotales en las diócesis de la nación, por los catequistas y educadores, por la santidad de las familias costarricenses y por las demás intenciones de los Obispos del país. También les animaría a reforzar cada día su afán apostólico, para que la Iglesia en Costa Rica recoja muchos frutos del trabajo de evangelización del Opus Dei.

El Opus Dei se prepara para la beatificación de Mons. Álvaro del Portillo. ¿Cómo consolida la Obra la elevación a los altares de su 'ingeniero', como algunos llamaron a don Álvaro?
Álvaro del Portillo fue un hombre de paz, de servicio, de fidelidad: primero en su trabajo como ingeniero, luego como sacerdote y más tarde como Obispo. En la proximidad del 27 de septiembre, fecha de su beatificación, pido al queridísimo don Álvaro que nos contagie su paz, su bondad, su alegría, su lealtad a la Iglesia y su preocupación por los más necesitados.
La gente reconocía en él a un hombre de Dios y, desde su fallecimiento, se ha ido multiplicando el número de quienes le confían sus peticiones: piense que, hasta ahora, en la postulación se han recibido más de 13.000 relaciones firmadas de favores atribuidos a su intercesión. Es un dato sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta que, de entre los que reciben favores, apenas unos pocos se deciden a ponerlos por escrito y enviarlos a Roma. Muchas de esas relaciones provienen de países en los que ni siquiera hay centros de la Prelatura. La próxima beatificación de Álvaro del Portillo, además de constituir un motivo de gran alegría, será una ocasión de dar gloria a Dios y un don para toda la Iglesia.
 

Estando el Opus Dei a la vanguardia en este campo, ¿qué está en juego en el mundo de la comunicación de cara a la fe y la evangelización? ¿Comprendemos en la Iglesia el valor de la comunicación social o arrastramos deudas con sus muchas potencialidades?
San Josemaría miraba con especial simpatía los ambientes profesionales relacionados con la comunicación. Se percataba de la importancia de que muchos católicos trabajaran profesionalmente en medios de comunicación, para aportar al mundo el calor y la amistad propia de quien desea seguir a Cristo. Personalmente, dio clases de ética periodística, impulsó facultades de comunicación en varios países, y alentó -con su iniciativa humana y su oración- la puesta en marcha de algunos medios de comunicación promovidos por personas del Opus Dei y por sus amigos: soñaba con que numerosos católicos eligieran como ámbito profesional el mundo del cine, de la literatura, del entretenimiento, de la radio y de la televisión. Si hay algo de cierto en la amable valoración que usted ha manifestado -que le agradezco- se debe, sin duda, a esta semilla plantada por el fundador.
Pienso que, gracias a Dios, la consideración positiva de la comunicación social -que no excluye una reflexión crítica sobre los límites de un cierto tipo de periodismo sensacionalista- está hoy generalizada. Da alegría ver la cantidad de actividades de evangelización que, a través de los medios de comunicación, van surgiendo por aquí y por allá, debidas al empuje de católicos de diversas proveniencias: agencias de noticias, páginas web de formación cristiana, iniciativas de caridad y de servicio en internet, productoras de cine y televisión con valores cristianos. A veces no son muy conocidas pero, si se sumaran sus audiencias, superarían a las de no pocas cadenas internacionales.
El interés por la comunicación social es patente en la mayoría de las diócesis e instituciones de la Iglesia. Muchas, por ejemplo, envían estudiantes a la Facultad de Comunicación Institucional de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, en Roma. Se trata, precisamente, de un centro de estudios que tiene como fin, dotar a las personas de las condiciones necesarias para transmitir el mensaje cristiano y la realidad estupenda de la Iglesia, a través de los medios de comunicación.

 Carta del Prelado de agosto

miércoles, 20 de agosto de 2014

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO Catedral de Myeong-dong, Seúl

Temas sacerdotales y Homilías del Papa.


VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA DE COREA
CON OCASIÓN DE LA VI JORNADA DE LA JUVENTUD ASIÁTICA
(13-18 DE AGOSTO DE 2014)
SANTA MISA POR LA PAZ Y LA RECONCILIACIÓN
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Catedral de Myeong-dong, Seúl
Lunes 18 de agosto de 2014

Queridos hermanos y hermanas:

Mi estancia en Corea llega a su fin y no puedo dejar de dar gracias a Dios por las abundantes bendiciones que ha concedido a este querido país y, de manera especial, a la Iglesia en Corea. Entre estas bendiciones, cuento también la experiencia vivida junto a ustedes estos últimos días, con la participación de tantos jóvenes peregrinos, provenientes de toda Asia. Su amor por Jesús y su entusiasmo por la propagación del Reino son un modelo a seguir para todos.

Mi visita culmina con esta celebración de la Misa, en la que imploramos a Dios la gracia de la paz y de la reconciliación. Esta oración tiene una resonancia especial en la península coreana. La Misa de hoy es sobre todo y principalmente una oración por la reconciliación en esta familia coreana. En el Evangelio, Jesús nos habla de la fuerza de nuestra oración cuando dos o tres nos reunimos en su nombre para pedir algo (cf. Mt 18,19-20). ¡Cuánto más si es todo un pueblo el que alza su sincera súplica al cielo!

La primera lectura presenta la promesa divina de restaurar la unidad y la prosperidad de su pueblo, disperso por la desgracia y la división. Para nosotros, como para el pueblo de Israel, esta promesa nos llena de esperanza: apunta a un futuro que Dios está preparando ya para nosotros. Por otra parte, esta promesa va inseparablemente unida a un mandamiento: el mandamiento de volver a Dios y obedecer de todo corazón a su ley (cf. Dt 30,2-3). El don divino de la reconciliación, de la unidad y de la paz está íntimamente relacionado con la gracia de la conversión, una transformación del corazón que puede cambiar el curso de nuestra vida y de nuestra historia, como personas y como pueblo.

Naturalmente, en esta Misa escuchamos esta promesa en el contexto de la experiencia histórica del pueblo coreano, una experiencia de división y de conflicto, que dura más de sesenta años. Pero la urgente invitación de Dios a la conversión pide también a los seguidores de Cristo en Corea que revisen cómo es su contribución a la construcción de una sociedad justa y humana. Pide a todos ustedes que se pregunten hasta qué punto, individual y comunitariamente, dan testimonio de un compromiso evangélico en favor de los más desfavorecidos, los marginados, cuantos carecen de trabajo o no participan de la prosperidad de la mayoría. Les pide, como cristianos y como coreanos, rechazar con firmeza una mentalidad fundada en la sospecha, en la confrontación y la rivalidad, y promover, en cambio, una cultura modelada por las enseñanzas del Evangelio y los más nobles valores tradicionales del pueblo coreano.

En el Evangelio de hoy, Pedro pregunta al Señor: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?». Y el Señor le responde: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,21-22). Estas palabras son centrales en el mensaje de reconciliación y de paz de Jesús. Obedientes a su mandamiento, pedimos cada día a nuestro Padre del cielo que nos perdone nuestros pecados «como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden». Si no estuviésemos dispuestos a hacerlo, ¿cómo podríamos rezar sinceramente por la paz y la reconciliación?

Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación. Diciéndonos que perdonemos a nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también nos da la gracia para hacerlo. Lo que desde un punto de vista humano parece imposible, irrealizable y, quizás, hasta inaceptable, Jesús lo hace posible y fructífero mediante la fuerza infinita de su cruz. La cruz de Cristo revela el poder de Dios que supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor fraterno.

Éste es el mensaje que les dejo como conclusión de mi visita a Corea. Tengan confianza en la fuerza de la cruz de Cristo. Reciban su gracia reconciliadora en sus corazones y compártanla con los demás. Les pido que den un testimonio convincente del mensaje de reconciliación de Cristo en sus casas, en sus comunidades y en todos los ámbitos de la vida nacional. Espero que, en espíritu de amistad y colaboración con otros cristianos, con los seguidores de otras religiones y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que se preocupan por el futuro de la sociedad coreana, sean levadura del Reino de Dios en esta tierra. De este modo, nuestras oraciones por la paz y la reconciliación llegarán a Dios desde corazones más puros y, por el don de su gracia, alcanzarán aquel precioso bien que todos deseamos.

Recemos para que surjan nuevas oportunidades de diálogo, de encuentro, para que se superen las diferencias, para que, con generosidad constante, se preste asistencia humanitaria a cuantos pasan necesidad, y para que se extienda cada vez más la convicción de que todos los coreanos son hermanos y hermanas, miembros de una única familia, de un solo pueblo. Hablan la misma lengua.

Antes de dejar Corea, quisiera dar las gracias a la Señora Presidenta de la República, Park Geun-hye, a las Autoridades civiles y eclesiásticas y a todos los que de una u otra forma han contribuido a hacer posible esta visita. Especialmente, quisiera expresar mi reconocimiento a los sacerdotes coreanos, que trabajan cada día al servicio del Evangelio y de la edificación del Pueblo de Dios en la fe, la esperanza y la caridad. Les pido, como embajadores de Cristo y ministros de su amor de reconciliación (cf. 2 Co 5,18-20), que sigan creando vínculos de respeto, confianza y armoniosa colaboración en sus parroquias, entre ustedes y con sus obispos. Su ejemplo de amor incondicional al Señor, su fidelidad y dedicación al ministerio, así como su compromiso de caridad en favor de cuantos pasan necesidad, contribuyen enormemente a la obra de la reconciliación y de la paz en este país.
Queridos hermanos y hermanas, Dios nos llama a volver a él y a escuchar su voz, y nos promete establecer sobre la tierra una paz y una prosperidad incluso mayor de la que conocieron nuestros antepasados. Que los seguidores de Cristo en Corea preparen el alba de ese nuevo día, en el que esta tierra de la mañana tranquila disfrutará de las más ricas bendiciones divinas de armonía y de paz. Amén.

Oración de los Fieles.
Por el Cardenal Fernando Filoni, que debería estar aquí, pero no ha podido venir porque ha sido enviado por el Papa al sufrido pueblo Iraquí, para ayudar a los hermanos perseguidos y expoliados, y a todas las minorías religiosas que sufren en aquella tierra. Para que el Señor le acompañe en su misión.

lunes, 11 de agosto de 2014

Dice el demonio: “¡No soporto que se amen!”,

Temas sacerdotales y Homilías del Papa.

MÉXICO D.F., 06 Ago. 14 / 06:19 am (ACI/EWTN Noticias).-


 “¡No soporto que se amen!”,
fue la respuesta inmediata y clara que le lanzó un demonio al exorcista italiano P. Sante Babolin durante uno de los “combates”, cuando el sacerdote le cuestionó por qué estaba causando problemas a la esposa de un amigo.

¿Por qué este odio?, en declaraciones al Semanario Desde la Fe, el sacerdote explicó que Satanás detesta el Matrimonio porque es el sacramento más cercano a la Eucaristía.

“Me explico: en la Eucaristía, nosotros ofrecemos al Señor el pan y el vino, que por la acción del Espíritu Santo, se convierten en la Carne y Sangre de Jesús. En el Sacramento del Matrimonio se actúa algo semejante: por la gracia del Espíritu Santo, el amor humano se convierte en el amor divino, así que, de manera real y particular, los esposos, consagrados por el Sacramento del Matrimonio, realizan lo que dice la Sagrada Escritura: ‘Dios es amor: quien conserva el amor permanece en Dios y Dios con él”.

En ese sentido, el exorcista abordó el aumento en el número de separaciones, cuya mayoría se debe a la degradación del amor entre hombre y mujer.

“El Papa Benedicto XVI lo señaló en su encíclica Deus caritas est: ‘El modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos resulta engañoso. El eros, degradado a puro sexo, se convierte en mercancía, en simple objeto que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía’. Y cualquier tienda necesita renovar las mercancías para venderla. Así es del matrimonio fundamentado en el sexo sin verdadero eros”, expresó.

El sacerdote recordó que “el amor humano y divino, ofrecido por el Sacramento del Matrimonio, no es un amor instintivo, como no es instintiva la fe en Cristo; por eso necesita cultivo, vigilancia y paciencia”.

Por ello, alertó que “a la infidelidad se llega con pequeñas infidelidades; por eso cada esposo debe tener presente siempre, en su cabeza y corazón, el otro; el diálogo y la confianza deben siempre permanecer.

“El Diablo tienta a los esposos cristianos para llevarlos a la infidelidad, exactamente porque él, siendo odio, no tolera el amor”, señaló.

Ante ello, recomendó a los esposos rezar juntos el Rosario para alejarse de la tentación de la infidelidad, además de practicar actividades que fortalezcan su unión.

Sobre el perdón, el P. Babolin afirmó que este juega “un papel decisivo”, pues “renueva la gracia del Sacramento del Matrimonio. Pero el verdadero perdón tiene que ser un acontecimiento excepcional, pues vivir el Matrimonio en una constante búsqueda de perdón, significa vivir el amor en una sala de reanimación”.

“El ideal sería descubrir, con la ayuda de personas competentes en la vida de fe y en la dinámica psicológica relacional, las trampas del Enemigo del Amor. El Sacramento del Matrimonio ofrece la fuerza del Espíritu Santo para que los esposos actúen una especie de personalidad corporativa, que realiza un camino de santidad compartida”, aseguró.

http://www.aciprensa.com/noticias/demonio-revela-a-exorcista-no-soporto-que-los-esposos-se-amen-56070/#.U-kzCvl_sYk

domingo, 10 de agosto de 2014

Santa Clara y San Francisco.

Temas sacerdotales y Homilías del Papa.

Catequesis del Papa
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Sala Pablo VI
Miércoles 15 de septiembre de 2010


Clara de Asís
Queridos hermanos y hermanas:

Una de las santas más queridas es sin duda santa Clara de Asís, que vivió en el siglo XIII, contemporánea de san Francisco. Su testimonio nos muestra cuánto debe la Iglesia a mujeres valientes y llenas de fe como ella, capaces de dar un impulso decisivo para la renovación de la Iglesia.
¿Quién era Clara de Asís? Para responder a esta pregunta contamos con fuentes seguras: no sólo las antiguas biografías, como la de Tomás de Celano, sino también las Actas del proceso de canonización promovido por el Papa sólo pocos meses después de la muerte de Clara y que contiene los testimonios de quienes vivieron a su lado durante mucho tiempo.

   Clara nació en 1193, en el seno de una familia aristocrática y rica. Renunció a la nobleza y a la riqueza para vivir humilde y pobre, adoptando la forma de vida que proponía Francisco de Asís. Aunque sus parientes, como sucedía entonces, estaban proyectando un matrimonio con algún personaje de relieve, Clara, a los 18 años, con un gesto audaz inspirado por el profundo deseo de seguir a Cristo y por la admiración por Francisco, dejó su casa paterna y, en compañía de una amiga suya, Bona de Guelfuccio, se unió en secreto a los Frailes Menores en la pequeña iglesia de la Porciúncula. Era la noche del domingo de Ramos de 1211. En la conmoción general, se realizó un gesto altamente simbólico: mientras sus compañeros empuñaban antorchas encendidas, Francisco le cortó su cabello y Clara se vistió con un burdo hábito penitencial.
Desde ese momento se había convertido en virgen esposa de Cristo, humilde y pobre, y se consagraba totalmente a él. Como Clara y sus compañeras, innumerables mujeres a lo largo de la historia se han sentido atraídas por el amor a Cristo que, en la belleza de su divina Persona, llena su corazón. Y toda la Iglesia, mediante la mística vocación nupcial de las vírgenes consagradas, se muestra como lo que será para siempre: la Esposa hermosa y pura de Cristo.

   En una de las cuatro cartas que Clara envió a santa Inés de Praga, la hija del rey de Bohemia, que quiso seguir sus pasos, habla de Cristo, su Esposo amado, con expresiones nupciales, que pueden ser sorprendentes, pero conmueven: «Amándolo, eres casta; tocándolo, serás más pura; dejándote poseer por él eres virgen. Su poder es más fuerte, su generosidad más elevada, su aspecto más bello, su amor más suave y toda gracia más fina. Ya te ha estrechado en su abrazo, que ha adornado tu pecho con piedras preciosas… y te ha coronado con una corona de oro grabada con el signo de la santidad» (Carta I: FF, 2862).
 
Para Clara, sobre todo al principio de su experiencia religiosa, Francisco de Asís no sólo fue un maestro cuyas enseñanzas seguir, sino también un amigo fraterno.      
                                                                            
La amistad entre estos dos santos constituye un aspecto muy hermoso e importante. De hecho, cuando dos almas puras y enardecidas por el mismo amor a Dios se encuentran, la amistad recíproca supone un estímulo fuertísimo para recorrer el camino de la perfección. La amistad es uno de los sentimientos humanos más nobles y elevados que la gracia divina purifica y transfigura. Al igual que san Francisco y santa Clara, también otros santos han vivido una profunda amistad en el camino hacia la perfección cristiana, como san Francisco de Sales y santa Juana Francisca de Chantal. Precisamente san Francisco de Sales escribe: «Es hermoso poder amar en la tierra como se ama en el cielo, y aprender a quererse en este mundo como haremos eternamente en el otro. No hablo aquí del simple amor de caridad, porque ese deberíamos sentirlo hacia todos los hombres; hablo de la amistad espiritual, en el ámbito de la cual dos, tres o más personas se intercambian la devoción, los afectos espirituales y llegan a ser realmente un solo espíritu» (Introducción a la vida devota III, 19).

   Después de pasar algunos meses en otras comunidades monásticas, resistiendo a las presiones de sus familiares, que inicialmente no aprobaron su elección, Clara se estableció con sus primeras compañeras en la iglesia de san Damián, donde los frailes menores habían arreglado un pequeño convento para ellas. En aquel monasterio vivió más de cuarenta años, hasta su muerte, acontecida en 1253. Nos ha llegado una descripción de primera mano de cómo vivían estas mujeres en aquellos años, en los inicios del movimiento franciscano. Se trata de la relación admirada de un obispo flamenco de visita a Italia, Jaime de Vitry, el cual afirma que encontró a un gran número de hombres y mujeres, de todas las clases sociales, que «dejándolo todo por Cristo, huían del mundo. Se llamaban Frailes Menores y Hermanas Menores, y el Papa y los cardenales los tienen en gran consideración… Las mujeres… viven juntas en varias casas, no lejos de las ciudades. No reciben nada, sino que viven del trabajo de sus propias manos. Y se sienten profundamente afligidas y turbadas, porque clérigos y laicos las honran más de lo que quisieran» (Carta de octubre de 1216: FF, 2205.2207).
    Jaime de Vitry captó con perspicacia un rasgo característico de la espiritualidad franciscana al que Clara fue muy sensible: la radicalidad de la pobreza, unida a la confianza total en la Providencia divina. Por este motivo, ella actuó con gran determinación, obteniendo del Papa Gregorio IX o, probablemente, ya del Papa Inocencio III, el llamado Privilegium paupertatis (cf. FF, 3279). De acuerdo con este privilegio, Clara y sus compañeras de san Damián no podían poseer ninguna propiedad material. Se trataba de una excepción verdaderamente extraordinaria respecto al derecho canónico vigente y las autoridades eclesiásticas de aquel tiempo lo concedieron apreciando los frutos de santidad evangélica que reconocían en el modo de vivir de Clara y de sus hermanas. Esto demuestra que en los siglos de la Edad Media el papel de las mujeres no era secundario, sino considerable. Al respecto, conviene recordar que Clara fue la primera mujer en la historia de la Iglesia que compuso una Regla escrita, sometida a la aprobación del Papa, para que el carisma de Francisco de Asís se conservara en todas las comunidades femeninas que ya se iban fundando en gran número en su tiempo y que deseaban inspirarse en el ejemplo de Francisco y de Clara.
   En el convento de san Damián Clara practicó de modo heroico las virtudes que deberían distinguir a todo cristiano: la humildad, el espíritu de piedad y de penitencia, y la caridad. Aunque era la superiora, ella quería servir personalmente a las hermanas enfermas, dedicándose incluso a tareas muy humildes, pues la caridad supera toda resistencia y quien ama hace todos los sacrificios con alegría. Su fe en la presencia real de la Eucaristía era tan grande que, en dos ocasiones, se verificó un hecho prodigioso. Sólo con la ostensión del Santísimo Sacramento, alejó a los soldados mercenarios sarracenos, que estaban a punto de atacar el convento de san Damián y de devastar la ciudad de Asís.
También estos episodios, como otros milagros, cuyo recuerdo se conservaba, impulsaron al Papa Alejandro IV a canonizarla sólo dos años después de su muerte, en 1255, elogiándola en la bula de canonización, en la que se lee: «¡Cuán intensa es la potencia de esta luz y qué fuerte el resplandor de esta fuente luminosa! En verdad, esta luz se mantenía encerrada en el ocultamiento de la vida claustral y fuera irradiaba fulgores luminosos; se recogía en un angosto monasterio, y fuera se expandía en todo el vasto mundo. Se custodiaba dentro y se difundía fuera. Clara, en efecto, se escondía; pero su vida se revelaba a todos. Clara callaba, pero su fama gritaba» (FF, 3284). Y es exactamente así, queridos amigos: son los santos quienes cambian el mundo a mejor, lo transforman de modo duradero, introduciendo las energías que sólo el amor inspirado por el Evangelio puede suscitar. Los santos son los grandes bienhechores de la humanidad.
   La espiritualidad de santa Clara, la síntesis de su propuesta de santidad está recogida en la cuarta carta a santa Inés de Praga. Santa Clara utiliza una imagen muy difundida en la Edad Media, de ascendencias patrísticas: el espejo. E invita a su amiga de Praga a reflejarse en ese espejo de perfección de toda virtud que es el Señor mismo. Escribe: «Feliz, ciertamente, aquella a la que se concede gozar de estas sagradas nupcias, para adherirse desde lo más hondo del corazón a aquel [a Cristo] cuya belleza admiran incesantemente todos los dichosos ejércitos de los cielos, cuyo afecto apasiona, cuya contemplación conforta, cuya benignidad sacia, cuya suavidad colma, cuyo recuerdo resplandece suavemente, cuyo perfume devuelve los muertos a la vida y cuya visión gloriosa hará bienaventurados a todos los ciudadanos de la Jerusalén celestial. Y, puesto que él es esplendor de la gloria, candor de la luz eterna y espejo sin mancha, mira cada día este espejo, oh reina esposa de Jesucristo, y escruta continuamente en él su rostro, para que de ese modo puedas adornarte toda por dentro y por fuera… En este espejo refulgen la bienaventurada pobreza, la santa humildad y la inefable caridad» (Carta IV: FF, 2901-2903).

      Agradeciendo a Dios que nos da a los santos que hablan a nuestro corazón y nos ofrecen un ejemplo de vida cristiana a imitar, quiero concluir con las mismas palabras de bendición que santa Clara compuso para sus hermanas y que todavía hoy custodian con gran devoción las Clarisas, que desempeñan un papel precioso en la Iglesia con su oración y con su obra. Son expresiones en las que se muestra toda la ternura de su maternidad espiritual: «Os bendigo en vida y después de mi muerte, como puedo y más de cuanto puedo, con todas las bendiciones con las que el Padre de las misericordias bendice y bendecirá en el cielo y en la tierra a su hijos e hijas, y con las que un padre y una madre espiritual bendicen y bendecirán a sus hijos e hijas espirituales. Amén» (FF, 2856).

Zic








sábado, 2 de agosto de 2014

INTENCIONES DE ORACIÓN DEL PAPA PARA EL MES DE AGOSTO

Temas sacerdotales y Homilías del Papa.


31/7/2014

Refugiados

INTENCIONES DE ORACIÓN DEL PAPA 
PARA EL MES DE AGOSTO

Ciudad del Vaticano, 31 de julio 2014 .-La intención universal del apostolado de la oración del Santo Padre para el mes de agosto de 2014 es: 

''Para que los refugiados, obligados a abandonar sus casas por causa de la violencia, sean acogidos con generosidad y sean respetados en sus derechos''.

Su intención evangelizadora es:


 ''Para que los cristianos en Oceanía anuncien con alegría la fe a todos los pueblos del continente''.

http://www.parroquiadelvalle.org/web/comunidad/catequesis/2124-intenciones-del-papa-agosto.html

ANGELUS: LA NECESIDAD DE LEER EL EVANGELIO

Temas sacerdotales y Homilías del Papa.


28/7/2014
ANGELUS: FRANCISCO REITERA LA NECESIDAD
 DE LEER EL EVANGELIO

Ciudad del Vaticano, 27 de julio de 2014 (VIS).-Como cada domingo a mediodía, el Papa Francisco se asomó a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro. El pontífice, al igual que en la misa celebrada el día anterior en Caserta, habló de las dos parábolas dedicadas al reino de los cielos: la del mercader de joyas que encuentra una perla de infinito valor y vende todo lo que tiene para adquirirla y la del labrador que encuentra un tesoro escondido y vende sus tierras para comprar el campo donde se haya. Ni el mercader ni el labrador dudan de lo que tienen que hacer porque se dan cuenta del valor incomparable de su hallazgo.

''Lo mismo sucede con el Reino de Dios -explicó el Obispo de Roma- quien lo encuentra no tiene dudas, siente que es lo que buscaba, lo que esperaba y lo que responde a sus aspiraciones más auténticas. Y verdaderamente es así: el que conoce a Jesús, el que lo encuentra personalmente, permanece fascinado, atraído por tanta bondad, verdad y belleza, y todo con una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrarlo; este es el gran tesoro''.

''¡Cuántas personas, cuántos santos y santas, leyendo con corazón abierto el Evangelio, se han sentido tan atraídos por Jesús como para convertirse a El !- exclamó- Pensemos en san Francisco de Asís, que ya era cristiano, pero lo era “al agua de rosas”. Cuando leyó el Evangelio, en un momento decisivo de su juventud, encontró a Jesús y descubrió el Reino de Dios, y entonces todos sus sueños de gloria terrena se desvanecieron. El Evangelio te hace conocer al verdadero Jesús, al Jesús vivo... toca tu corazón y cambia tu vida. Y entonces sí, lo dejas todo. Puedes cambiar efectivamente tu tipo de vida, o seguir haciendo lo que hacías antes, pero ya eres otro, has renacido: has encontrado lo que da sentido, sabor y luz a todo, también a las fatigas, a los sufrimientos y también a la muerte''.

Después el Papa reiteró la necesidad de leer el Evangelio; un pasaje cada día, de llevarlo en el bolsillo, en la cartera, de tenerlo a mano porque ''todo adquiere sentido cuando allí, en el Evangelio, encuentras este tesoro, que Jesús llama “el Reino de Dios”, es decir Dios, que reina en tu vida, en nuestra vida; Dios que es amor, paz y alegría en cada hombre y en todos los hombres... Leer el Evangelio es encontrar a Jesús, es tener esta alegría cristiana, que es un don del Espíritu Santo''.

''La alegría de haber encontrado el tesoro del Reino de Dios se transparenta, se ve -finalizó el pontífice- El cristiano no puede tener escondida su fe, porque transluce en cada palabra, en cada gesto, incluso en los más simples y cotidianos: transluce el amor que Dios nos ha dado mediante Jesús. Recemos, por intercesión de la Virgen María, para que venga a nosotros y al mundo entero su Reino de amor, de justicia y de paz''.

 http://www.news.va/es/news/el-evangelio-te-hace-conocer-a-jesus-verdadero-y-v


 El Papa Francisco en el Ángelus

Otra traducción 

2014-07-27 Radio Vaticana

El descubrimiento del Reino de Dios puede venir de improviso, como en la parábola del campesino que encuentra un tesoro, o después de una larga búsqueda, como el mercader de perlas finas que encuentra la perla preciosa tanto tiempo soñada, explicó el Obispo de Roma en su reflexión previa a la oración mariana del Ángelus, en la Plaza de san Pedro repleta de peregrinos, en el caluroso mediodía romano.

“Tanto el tesoro como la perla valen más que todos los otros bienes” –dijo Francisco–, por eso el campesino y el mercader se dan cuenta inmediatamente del valor incomparable de lo que han encontrado y están dispuestos a perder todo con tal de tenerlos.

Así es el Reino de Dios –afirmó el Papa–, “quien encuentra personalmente a Jesús queda fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo con gran humildad y simplicidad. San Francisco de Asís que ya era un cristiano, pero de “agua de rosas”, cuando lee el Evangelio todos sus sueños de gloria terrena se desvanecen”. “El Evangelio te hace conocer a Jesús verdadero y vivo; te habla al corazón y te cambia la vida, eres otro, has renacido. Has encontrado lo que da sentido, sabor y luz a todo, también a las fatigas, los sufrimientos, también a la muerte”. Todo adquiere sentido cuando encuentras este tesoro que Jesús llama el Reino de Dios, esto es, Dios que reina en tu vida, en nuestra vida. Francisco aseveró: “Esto es lo que Dios quiere y es por esto que Jesús se entregó a sí mismo hasta la muerte en cruz, para liberarnos del poder de las tinieblas y transferirnos al reino de la vida”.

Y concluyó exhortando: la alegría de haber encontrado el tesoro del Reino de Dios se transparenta se ve, recemos por intercesión de la Virgen María, para que venga a nosotros y en el mundo entero su Reino de amor de justicia, de paz.

“Inútil masacre”

Después de la oración y bendición, haciendo referencia al centésimo aniversario de la Primera Guerra Mundial, Francisco Papa dijo que se trató de una “Inútil masacre”, que causó millones de víctimas con inmensas destrucciones, y pidió “que no se repitan los errores del pasado, sino que se tengan presentes las lecciones de la historia, haciendo siempre prevalecer las razones de la paz mediante un dialogo paciente y valiente”.

El Sucesor de Pedro manifestó que “en particular mi pensamiento va a tres áreas de crisis: aquella medio oriental, la de Irak y aquella de Ucrania. Les pido que continúen uniéndose a mi oración para que el Señor conceda a las poblaciones y a las Autoridades de aquellas zonas la sabiduría y la fuerza necesarias para llevar adelante con determinación el camino de la paz, afrontando toda diatriba con la tenacidad del diálogo y de la negociación y con la fuerza de la reconciliación. Que al centro de cada decisión nos se pongan los intereses particulares, sino el bien común y el respeto a toda persona.

(jesuita Guillermo Ortiz – RV).

Texto completo de la alocución del Papa 
antes de rezar el Ángelus:

 Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Las breves semejanzas propuestas por la liturgia del día son la conclusión del capítulo del Evangelio de Mateo dedicado a las parábolas del Reino de Dios (13, 44-52). Entre éstas hay dos pequeñas obras de arte: las parábolas del tesoro escondido en el campo y la de la perla de gran valor. Ellas nos dicen que el descubrimiento del Reino de Dios puede producirse improvisamente como para el campesino que, arando, encuentra el tesoro inesperado; o después de una larga búsqueda, como para el mercante de perlas que, finalmente, encuentra la perla preciosísima soñada desde hacía tanto tiempo. Pero en ambos casos, permanece el dato primario que el tesoro y la perla valen más que todos los otros bienes y, por tanto, el campesino y el mercante, cuando los encuentran, renuncian a todo lo demás para poder comprarlos. No tienen necesidad de hacer razonamientos, o de pensar, o de reflexionar: se dan cuenta inmediatamente del valor incomparable de lo que han encontrado, y están dispuestos a perder todo con tal de tenerlo.

Así es para el Reino de Dios: quien lo encuentra no tiene dudas, siente que es lo que buscaba, lo que esperaba y que responde a sus aspiraciones más auténticas. Y es verdaderamente así: quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, permanece fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez.

Buscar a Jesús, encontrar a Jesús, éste es el gran tesoro. Cuántas personas, cuántos santos y santas, leyendo con corazón abierto el Evangelio, se han sentido tan conmovidos por Jesús, que se han convertido a Él. Pensemos en san Francisco de Asís: él ya era cristiano, pero un cristiano “al agua de rosas”. Cuando leyó el Evangelio, en un momento decisivo de su juventud, encontró a Jesús y descubrió el Reino de Dios, y entonces todos sus sueños de gloria terrena se desvanecieron. El Evangelio te hace conocer a Jesús verdadero, te hace conocer a Jesús vivo; te habla al corazón y te cambia la vida. Y entonces sí, dejas todo. Puedes cambiar efectivamente el tipo de vida, o seguir haciendo lo que hacías antes, pero tú eres otro, has renacido: has encontrado lo que da sentido, lo que sabor, que da luz a todo, también a las fatigas, también a los sufrimientos y también a la muerte. Leer el Evangelio, leer el Evangelio. Hemos hablado de esto. ¿Se acuerdan? Cada día leer un pasaje del Evangelio, y también llevar un pequeño Evangelio con nosotros, en el bolsillo, en la cartera. En cualquier caso tenerlo a mano. Y allí, leyendo un pasaje encontraremos a Jesús.

Todo adquiere sentido cuando allí, en el Evangelio, encuentras este tesoro, que Jesús llama “el Reino de Dios”, es decir Dios, que reina en tu vida, en nuestra vida; Dios que es amor, paz y alegría en cada hombre y en todos los hombres. Esto es lo que Dios quiere, es aquello por lo cual Jesús se ha dado a sí mismo hasta morir en una cruz, para liberarnos del poder de las tinieblas y trasladarnos al reino de la vida, de la belleza, de la bondad, de la alegría. Leer el Evangelio es encontrar a Jesús, es tener esta alegría cristiana, que es un don del Espíritu Santo.

Queridos hermanos y hermanas, la alegría de haber encontrado el tesoro del Reino de Dios se transparenta, se ve. El cristiano no puede tener escondida su fe, porque transluce en cada palabra, en cada gesto, incluso en los más simples y cotidianos: transluce el amor que Dios nos ha dado mediante Jesús. Oremos, por intercesión de la Virgen María, para que venga a nosotros y al mundo entero su Reino de amor, de justicia y de paz.

(Traducción de María Fernanda Bernasconi – RV).