Homilías del Papa y Temas sacerdotales
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El Papa Francisco: Benedicto XVI ha hecho y hace teología de
rodillas
El Papa emérito Benedicto XVI con el Papa Francisco en el
Vaticano - L'Osservatore Romano
28/06/2016 10:46SHARE:
(RV).- Con ocasión del 65º aniversario
sacerdotal del Papa emérito, el 29 de junio de 1951, este martes se presentó en
el Vaticano el libro “Enseñar y aprender el amor de Dios” que recoge textos de
Joseph Ratzinger/Benedicto XVI sobre el sacerdocio.
Se trata del primer volumen de una colección de libros de
Benedicto XVI sobre el sacerdocio del cual el Papa Francisco escribió el
prefacio. La presentación se llevó a cabo durante la ceremonia en la Sala
Clementina por el 65° aniversario de sacerdocio de Benedicto XVI y en la que
participó el Papa Francisco.
En el prefacio del libro, el Papa Francisco escribió:
“Cuando leo las obras de
Joseph Ratzinger/Benedicto XVI me resulta cada vez más claro que él ha hecho y
hace ‘teología de rodillas’: de rodillas porque, antes incluso que ser un
grandísimo teólogo y maestro de la fe, se ve que es un hombre que cree
verdaderamente, que ora verdaderamente; se ve que es un hombre que personifica
la santidad, un hombre de paz, un hombre de Dios”.
Por este motivo, Francisco explicó que Joseph Ratzinger “encarna
ejemplarmente el corazón de toda la acción sacerdotal: ese profundo
enraizamiento en Dios sin el cual toda la capacidad organizativa posible y toda
la presunta superioridad intelectual, todo el dinero y el poder resultan inútiles;
él encarna esa constante relación con el Señor Jesús sin la cual nada es ya
verdadero, todo se convierte en rutina, los sacerdotes en asalariados, los
obispos en burócratas y la Iglesia deja de ser la Iglesia de Cristo y se
convierte en un producto nuestro, una ONG a fin de cuentas superflua”.
Además, el Papa Francisco aseguró sobre Benedicto XVI que
“leyendo este volumen, se ve claramente como él mismo, en sesenta y cinco años
de sacerdocio que hoy celebramos, ha vivido y vive, ha testimoniado y testimonia
ejemplarmente esta esencia del actuar sacerdotal”.
Asimismo, el Papa Bergoglio afirmó que “Benedicto XVI nos sigue
testimoniando, quizás ahora, sobre todo, desde el Monasterio Mater Ecclesiae,
en el que se ha retirado, de un modo todavía más luminoso, el ‘factor
decisivo’, ese íntimo núcleo del ministerio sacerdotal que los diáconos, los
sacerdotes y los obispos nunca deben olvidar, a saber, que el primer y el más
importante servicio no es la gestión de los ‘asuntos corrientes’, sino rezar
por los demás, sin interrupción, con alma y cuerpo, precisamente como lo hace
hoy el Papa emérito… La oración, nos dice en este libro y nos testimonia
Benedicto XVI, es el factor decisivo: es una intercesión de la que tienen más
necesidad que nunca tanto la Iglesia como el mundo —y tanto más en este momento
de verdadero y propio cambio de época—; tienen necesidad de ella como del pan,
más que del pan”.
Por último, Francisco se dirige a los sacerdotes y les dijo:
“¡Queridos hermanos! Yo me permito decir que si alguno de ustedes tuviera en
algún momento dudas sobre el centro del propio ministerio, sobre su sentido,
sobre su utilidad, si en algún momento le vinieran dudas sobre lo que los
hombres esperan verdaderamente de nosotros, medite profundamente las páginas
que se nos ofrecen en este libro, porque los hombres esperan de nosotros sobre
todo lo que en este libro encontraréis escrito y testimoniado: que les llevemos
a Jesucristo y que les conduzcamos a Él, al agua fresca y viva, de la que
tienen sed más que de cualquier otra cosa, el agua que solo Él puede regalarnos
y que ningún sucedáneo podrá nunca remplazar; que les conduzcamos a realizar
ese sueño más íntimo que tienen y que ningún poder podrá nunca prometerles ver
cumplido”.
(Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).
Texto completo del
prefacio escrito por el Papa Francisco:
Cuando leo las obras de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI me
resulta cada vez más claro que él ha hecho y hace «teología de rodillas»: de
rodillas porque, antes incluso que ser un grandísimo teólogo y maestro de la
fe, se ve que es un hombre que cree verdaderamente, que ora verdaderamente; se
ve que es un hombre que personifica la santidad, un hombre de paz, un hombre de
Dios. Y así él encarna ejemplarmente el corazón de toda la acción sacerdotal:
ese profundo enraizamiento en Dios sin el cual toda la capacidad organizativa
posible y toda la presunta superioridad intelectual, todo el dinero y el poder
resultan inútiles; él encarna esa constante relación con el Señor Jesús sin la
cual nada es ya verdadero, todo se convierte en rutina, los sacerdotes en
asalariados, los obispos en burócratas y la Iglesia deja de ser la Iglesia de
Cristo y se convierte en un producto nuestro, una ONG a fin de cuentas
superflua.
El sacerdote es aquel que «encarna la presencia de Cristo,
testimoniando su presencia salvífica», escribe en este sentido Benedicto XVI en
la Carta de proclamación del Año sacerdotal. Leyendo este volumen, se ve
claramente como él mismo, en sesenta y cinco años de sacerdocio que hoy
celebramos, ha vivido y vive, ha testimoniado y testimonia ejemplarmente esta
esencia del actuar sacerdotal.
El cardenal Ludwig Gerhard Müller ha afirmado con autoridad que
la obra teológica de Joseph Ratzinger, antes, y de Benedicto XVI, después, lo
sitúa en esa serie de grandísimos teólogos que han ocupado la cátedra de Pedro;
como, por ejemplo, el papa León Magno, santo y doctor de la Iglesia.
Renunciando al ejercicio activo del ministerio petrino,
Benedicto XVI ha decidido ahora dedicarse totalmente al servicio de la oración:
«El Señor me llama a “subir al monte” a dedicarme todavía más a la oración y a
la meditación. Pero esto no significa abandonar la Iglesia, más aún, si Dios me
pide esto es propiamente para que pueda continuar sirviéndola con la misma
dedicación y el mismo amor con el que he tratado de hacerlo hasta ahora», ha
dicho en el último y conmovedor Ángelus que ha rezado. Desde este punto de vista,
a la justa consideración del Prefecto para la Doctrina de la Fe, querría añadir
que quizás es precisamente hoy, como papa emérito, cuando él nos está
impartiendo del modo más evidente una de sus más grandes lecciones de «teología
de rodillas».
Porque Benedicto XVI nos sigue testimoniando, quizás ahora,
sobre todo, desde el Monasterio Mater Ecclesiae, en el que se ha retirado, de
un modo todavía más luminoso, el «factor decisivo», ese íntimo núcleo del
ministerio sacerdotal que los diáconos, los sacerdotes y los obispos nunca
deben olvidar, a saber, que el primer y el más importante servicio no es la
gestión de los «asuntos corrientes», sino rezar por los demás, sin
interrupción, con alma y cuerpo, precisamente como lo hace hoy el papa emérito:
constantemente inmerso en Dios, con el corazón siempre dirigido a Él, como un
amante que en cada instante piensa en el amado, haga lo que haga. Así, Su
Santidad, Benedicto XVI, con su testimonio, nos muestra cuál es la verdadera
oración: no la ocupación de algunas personas consideradas particularmente
devotas y quizás tenidas por poco aptas para resolver problemas prácticos, para
ese «hacer» que, sin embargo, los más «activos» creen que es el elemento
decisivo de nuestro servicio sacerdotal, relegando así de hecho la oración al
«tiempo libre». Orar no es tampoco simplemente una buena práctica para poner un
poco en paz la propia conciencia, o solo un medio devoto para obtener de Dios
lo que en un momento determinado creemos que sirve. No. La oración, nos dice en
este libro y nos testimonia Benedicto XVI, es el factor decisivo: es una
intercesión de la que tienen más necesidad que nunca tanto la Iglesia como el
mundo —y tanto más en este momento de verdadero y propio cambio de época—;
tienen necesidad de ella como del pan, más que del pan. Porque orar es confiar
la Iglesia a Dios, con la conciencia de que la Iglesia no es nuestra, sino
Suya, y que precisamente por esto él no la abandonará; porque orar significa
confiar el mundo y la humanidad a Dios; la oración es la clave que abre el
corazón de Dios, es la única que consigue introducir de nuevo a Dios siempre,
continuamente, en este mundo nuestro, y es, a la vez, la única que consigue
introducir de nuevo a los hombres y al mundo siempre, continuamente, en Él,
como el hijo pródigo que vuelve a su Padre, lleno de amor por él, y no espera
más que poder abrazarlo. Benedicto XVI no olvida que la oración es la primera
tarea del obispo.
Y así, orar verdaderamente va de la mano con la conciencia de
que el mundo sin la oración no solo pierde rápidamente su orientación, sino
también la auténtica fuente de la vida: «Porque sin la vinculación con Dios
somos como satélites que han perdido su órbita y caemos como enloquecidos en el
vacío, no solo desintegrándonos nosotros mismos, sino amenazando también a los
demás», escribe Joseph Ratzinger, ofreciéndonos una de sus tantas estupendas
imágenes esparcidas en este libro.
¡Queridos hermanos! Yo me permito decir que si alguno de
vosotros tuviera en algún momento dudas sobre el centro del propio ministerio,
sobre su sentido, sobre su utilidad, si en algún momento le vinieran dudas
sobre lo que los hombres esperan verdaderamente de nosotros, medite
profundamente las páginas que se nos ofrecen en este libro, porque los hombres
esperan de nosotros sobre todo lo que en este libro encontraréis escrito y
testimoniado: que les llevemos a Jesucristo y que les conduzcamos a Él, al agua
fresca y viva, de la que tienen sed más que de cualquier otra cosa, el agua que
solo Él puede regalarnos y que ningún sucedáneo podrá nunca remplazar; que les
conduzcamos a realizar ese sueño más íntimo que tienen y que ningún poder podrá
nunca prometerles ver cumplido.
No es casualidad que la iniciativa de este volumen —junto con la
de dar vida muy oportunamente a una Serie de libros temáticos sobre el
pensamiento de Joseph Ratzinger / Benedicto XVI— haya partido de un laico, el
profesor Pierluca Azzaro, y de un sacerdote, el reverendo padre Carlos
Granados. A ellos va mi cordial agradecimiento, bendición y apoyo por el importante
proyecto, junto con el reverendo don Giuseppe Costa, director de la Librería
Editrice Vaticana, que publica la Opera Omnia de Joseph Ratzinger. No es
casualidad, decía, porque el volumen que hoy presento está dirigido en la misma
medida a los sacerdotes y a los fieles laicos; como magistralmente testimonia,
entre tantas, esta página del libro que ofrezco a los religiosos y a los laicos
como una última y segura invitación a la lectura: «Casualmente he leído en
estos días un relato sobre estas cuestiones, en el que el gran escritor francés
Julien Green describe las peripecias de su conversión. Cuenta él cómo en el
período de entreguerras vivía tal como vive un hombre de hoy, con todas las
permisividades que éste se da a sí mismo; ni mejor ni peor, esclavo de los
placeres, que están ahí junto con Dios, de forma que, por una parte los
necesita, para hacer soportable su vida, y al mismo tiempo encuentra
insoportable esa vida. Él es un hombre que busca dónde podría encontrar una
salida, establece algunas relaciones. Un día va a ver al gran teólogo Henri
Bremond, pero el resultado es sólo una conversación de carácter académico,
planteamientos de carácter teorético, que nada le ayudan. Entonces entra en
relación con dos grandes filósofos, el matrimonio Jacques y Raissa Maritain.
Raissa Maritain lo remite a un dominico polaco. Él se dirige a aquél y le
describe la situación de su vida desgarrada. El sacerdote le dice: ¿Y está
usted conforme con esa vida? ¡No, claro que no! A usted le gustaría vivir de
otro modo, ¿se arrepiente? ¡Sí! Y entonces sucede algo inesperado. El sacerdote
le dice: ¡Arrodíllese! Ego te absolvo a peccatis tuis, yo te absuelvo. Julien
Green escribe: Entonces me di cuenta de que, en el fondo, siempre había estado
esperando ese instante, siempre había estado esperando a que en cualquier
momento hubiese alguien que me dijese: Arrodíllate, yo te absuelvo; me fui a
casa, yo no era otro, no, finalmente había vuelto a ser yo mismo».