miércoles, 25 de febrero de 2015

Si no estuvieran las religiosas...

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

«Pensemos un poco qué pasaría si no estuviesen la religiosas en los hospitales, las religiosas en las misiones, las religiosas en las escuelas».
papa Francisco


Si no estuvieran las religiosas

3 de Febrero de 2014

· El Papa Francisco celebra la jornada de los consagrados y en el Ángelus lanza un llamamiento en defensa de la vida y recuerda a las poblaciones afectadas por el mal tiempo. ·

 «Pensemos un poco qué pasaría si no estuviesen la religiosas en los hospitales, las religiosas en las misiones, las religiosas en las escuelas».

El Papa Francisco celebra la jornada de los consagrados

Fueron las palabras que el Papa dirigió espontáneamente a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro a la hora del Ángelus del domingo 2 de febrero, fiesta de la presentación del Señor, para destacar la importancia de las personas consagradas en la vida de la Iglesia y del mundo.

«Hay gran necesidad de estas presencias –añadió–, que refuerzan y renuevan el compromiso de la difusión del Evangelio, de la educación cristiana, de la caridad hacia los más necesitados, de la oración contemplativa; el compromiso de la formación humana, de la formación espiritual de los jóvenes, de las familias; el compromiso por la justicia y la paz en la familia humana».

Al testimonio de los religiosos y las religiosas el Pontífice dedicó también la homilía que pronunció poco antes en la basílica Vaticana con ocasión de la celebración de la jornada de la vida consagrada. Y al traer a la memoria la simbología de la presentación de Jesús en el templo, recordó que en la experiencia de la consagración religiosa, «observancia» y «profecía» no se contraponen sino que deben avanzar juntas bajo la guía del Espíritu Santo.

Al concluir el Ángelus, el Papa lanzó un llamamiento en favor de la acogida y la promoción de la vida humana en todas sus fases, e invitó a los fieles a la solidaridad concreta con las poblaciones afectadas por el mal tiempo en algunas regiones de Italia.


domingo, 22 de febrero de 2015

Ángelus del Papa. Primer Domingo de Cuaresma.

Homilías del Papa y Temas sacerdotales



"Volver con todo el corazón a Dios",
 el Papa en el Ángelus

Plaza de San Pedro durante el Ángelus

DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA

22/02/2015

(RV).- “Volver decididamente al camino de Jesús, el camino que conduce a la vida”, es según el Papa Francisco el significado de este primer domingo de Cuaresma. Así lo explicó durante la hora del Ángelus ante una plaza de San Pedro repleta de fieles a pesar del mal tiempo. Explicando el sentido de este tiempo litúrgico, el Obispo de Roma habló del periodo que pasó Jesús en el desierto, después de su bautismo en el río Jordán y la dura prueba que superó en soledad contra las tentaciones. El desierto, recuerda Francisco, es un lugar donde se puede escuchar la voz del Señor, pero también la voz del tentador, y por esto es importante, aseguró, conocer las escrituras, porque “de otra manera no sabemos responder a las trampas del maligno”.

Antes de rezar la oración mariana, el Pontífice encomendó a la Virgen la semana de ejercicios espirituales que comienza este domingo en la cual el Papa participará junto con sus colaboradores de la Curia Romana. Finalmente, Francisco saludó detalladamente a algunas de las familias y grupos parroquiales llegados hasta la Plaza de San Pedro, y les anunció que se les entregaría un pequeño libro titulado “Custodia el corazón”, ya que “La Cuaresma es un camino de conversión que tiene como centro el corazón” y con él, explica el Obispo de Roma, tendrán la ayuda para la conversión y el crecimiento espiritual. “La humanidad tiene necesidad de justicia, de paz, y sólo las podrán tener volviendo con todo el corazón a Dios, que es la fuente”, añadió. 

(MZ-RV)
Texto completo de las palabras del Papa a la hora del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
El miércoles pasado, con el rito de las Cenizas, ha comenzado la Cuaresma y hoy es el primer domingo de este tiempo litúrgico que se refiere a los cuarenta días transcurridos por Jesús en el desierto, después del bautismo en el río Jordán. San Marcos escribe en el Evangelio de hoy: “En seguida el Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras y los ángeles lo servían” (1, 12-13). Con estas pocas palabras el evangelista describe la prueba afrontada voluntariamente por Jesús, antes de iniciar su misión mesiánica. Es una prueba de la cual el Señor sale victorioso y que lo prepara a anunciar el Evangelio del Reino de Dios. Él, en aquellos cuarenta días de soledad, enfrentó a Satanás “cuerpo a cuerpo”, desenmascaró sus tentaciones y lo venció. Y en Él hemos vencido todos, pero nos toca a nosotros proteger en nuestro cotidiano esta victoria.

La Iglesia nos hace recordar tal misterio al comienzo de la Cuaresma, porque ello nos da la perspectiva y el sentido de este tiempo, que es tiempo de lucha – en la Cuaresma se debe luchar – un tiempo de lucha espiritual contra el espíritu del mal (cfr Oración colecta del Miércoles de Cenizas). Y mientras atravesamos el ‘desierto’ cuaresmal, tenemos la mirada dirigida hacia la Pascua, que es la victoria definitiva de Jesús contra el Maligno, contra el pecado y contra la muerte. He aquí entonces el significado de este primer domingo de Cuaresma: volver decididamente al camino de Jesús, el camino que conduce a la vida. Mirar a Jesús, qué ha hecho Jesús e ir con Él.

Y este camino de Jesús pasa a través del desierto. El desierto es el lugar en el cual se puede escuchar la palabra de Dios y la voz del tentador. En el rumor, en la confusión, esto no se puede hacer; se escuchan sólo las voces superficiales. En cambio, en el desierto, podemos bajar en profundidad, donde se juega verdaderamente nuestro destino, la vida o la muerte. ¿Y cómo escuchamos la voz de Dios? La escuchamos en su Palabra. Por esto es importante conocer las Escrituras, porque de otra manera no sabemos responder a las insidias del Maligno. Y aquí quisiera volver a mi consejo de leer cada día el Evangelio: cada día leer el Evangelio, meditarlo un poquito, diez minutos; y llevarlo también siempre con nosotros: en el bolsillo, en la cartera… Tener siempre el Evangelio a mano. El desierto cuaresmal nos ayuda a decir no a la mundanidad, a los ‘ídolos’, nos ayuda a hacer elecciones valientes conformes al Evangelio y a reforzar la solidaridad con los hermanos.

Entonces, entremos en el desierto sin miedo, porque no estamos solos: estamos con Jesús, con el Padre y con el Espíritu Santo. Es más, como fue para Jesús, es precisamente el Espíritu Santo que nos guía en el camino cuaresmal, aquel mismo Espíritu descendido sobre Jesús y que nos ha sido donado en el Bautismo. La Cuaresma, por lo tanto, es un tiempo propicio que debe conducirnos a tomar siempre más conciencia de cuánto el Espíritu Santo, recibido en el Bautismo, ha obrado y puede obrar en nosotros. Y al final del itinerario cuaresmal, en la Vigilia Pascual, podremos renovar con mayor conciencia la alianza bautismal y los compromisos que de ella derivan.

Que la Virgen Santa, modelo de docilidad al Espíritu, nos ayude a dejarnos conducir por Él, que quiere hacer de cada uno de nosotros una “nueva creatura”.

A Ella confío en particular, esta semana de Ejercicios Espirituales que iniciará esta tarde y en la cual tomaré parte junto con mis colaboradores de la Curia Romana.  Recen para que en este ‘desierto’ que son los Ejercicios podamos escuchar la voz de Jesús y también corregir tantos defectos que todos nosotros tenemos, y hacer frente a las tentaciones que cada día nos atacan. Les pido, por lo tanto, que nos acompañen con su oración.

(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual – RV)
Palabras del Papa después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,
Dirijo un cordial saludo a las familias, a los grupos parroquiales, a las asociaciones y a todos los peregrinos de Roma, de Italia y de diversos países.

Saludo a los fieles de Nápoles, Cosenza y Verona, y a los chicos de Seregno venidos por la profesión de fe.

La Cuaresma es un camino de conversión que tiene como centro el corazón. Nuestro corazón se debe convertir al Señor. Por eso, en este primer domingo, he pensado en regalarles a ustedes que están aquí en plaza, un pequeño libro de bolsillo titulado “Custodia el corazón”. Es esto. Este libro recopila algunas enseñanzas de Jesús y los contenidos esenciales de nuestra fe, como por ejemplo los siete Sacramentos, los dones del Espíritu Santo, los diez Mandamientos, la virtud, los trabajos de misericordia, etc. Ahora lo distribuirán los voluntarios, entre los cuales hay muchas personas sin techo, que han venido en peregrinación. Y como siempre también hoy aquí en plaza, aquellos que son la necesidad, son los mismos que traen una gran riqueza: La riqueza de nuestra doctrina, para custodiar el corazón. Tomen un libro cada uno y llévenlo con ustedes, como ayuda para la conversión y el crecimiento espiritual, que parte siempre del corazón: allí donde se juega la partida de las elecciones cotidianas entre bien y mal, entre mundanidad y Evangelio, entre indiferencia y compartir. 

La humanidad necesita justicia, paz, amor y sólo los podrán tener volviendo con todo el corazón a Dios, que es la fuente de todo esto. Tomad el libro, y leedlo todos.

Les deseo a todos un buen domingo. Por favor, especialmente en esta semana de los Ejercicios, no olviden rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


(Traducción del italiano: Mónica Zorita - RV)

viernes, 20 de febrero de 2015

Homilías del Papa, 2015-02-20

Homilías del Papa y Temas sacerdotales



Jamás usar a Dios para cubrir la injusticia, pidió el Papa
2015-02-20 Radio Vaticana

(RV).- Los cristianos, especialmente en Cuaresma, están llamados a vivir coherentemente el amor a Dios y el amor al próximo. Es uno de los pasajes de la homilía que el Papa Francisco pronunció durante la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. El Pontífice puso en guardia contra quien envía dinero a la Iglesia y después se comporta injustamente con sus empleados.

El Papa comenzó su meditación partiendo del pasaje de Isaías de la primera Lectura, subrayando que es necesario distinguir entre “lo formal y lo real”. Y observó que para el Señor “no es ayuno no comer carne” pero después “pelear y explotar a los obreros”. “He aquí porqué – dijo – Jesús ha condenado a los fariseos porque cumplían “tantas observancias exteriores, pero sin la verdad del corazón”.

El amor a Dios y al hombre están unidos, hacer penitencia real
El ayuno que quiere Jesús, en cambio, es el que suelta las cadenas injustas, deja libres a los oprimidos, viste a los desnudos y hace justicia. “Éste  – reafirmó el Papa – es el ayuno verdadero, el ayuno que no es sólo exterior, una observancia externa, sino que es el ayuno que viene del corazón”:

“Y en las tablas de la ley está la ley hacia Dios y la ley hacia el próximo y ambas van juntas. Yo no puedo decir: ‘Pero, no, yo cumplo los tres primeros mandamientos… y los otros más o menos’. No, si tú no haces estos, eso no puedes hacerlo y si tú haces estos, debes hacer esto. Están unidos: el amor a Dios y el amor al prójimo son una unidad y si tú quieres hacer penitencia, real no formal, debes hacerla ante Dios y también con tu hermano, con el prójimo”.

Pecado gravísimo usar a Dios para cubrir la injusticia
Se puede tener tanta fe – prosiguió diciendo el Papa – pero, como dice el Apóstol Santiago, si “no haces obras está muerta, para qué sirve”. De este modo, a quien va a Misa todos los domingos y toma la comunión, se le puede preguntar: “¿Y cómo es tu relación con tus empleados? ¿Les pagas en negro? ¿Les pagas el salario justo? ¿También depositas las contribuciones para la jubilación y para el seguro sanitario?”:

“Cuántos, cuántos hombres y mujeres de fe, tienen fe pero dividen las tablas de la ley: ‘Sí, sí yo hago esto’ – ‘¿Pero tú das la limosna?’ – ‘Sí, sí, siempre envío un cheque a la Iglesia – ‘Ah, bien, está bien. Pero en tu Iglesia, en tu casa, con aquellos que dependen de ti – ya sean hijos, o abuelos, o empleados – ¿eres generoso, eres justo?’. Tú no puedes hacer ofertas a la Iglesia sobre los hombros de la injusticia que haces con tus empleados. Este es un pecado gravísimo: es usar a Dios para cubrir la injusticia”.

“Y esto – explicó el Santo Padre  – es lo que el profeta Isaías, en nombre del Señor, hoy nos hace entender”: “No es un buen cristiano el que no hace justicia con las personas que dependen de él”. Y no es un buen cristiano – añadió el Papa – “el que no se priva de algo necesario, para dar a otro que tenga necesidad”. El camino de la Cuaresma – dijo también el Papa – “es éste, es doble, a Dios y al prójimo: es decir, es real, no es meramente formal. No es sólo no comer carne el viernes, hacer alguna cosita y después hacer crecer el egoísmo, la explotación del prójimo, ignorar a los pobres”.

El Papa relató que hay quien si tiene necesidad de curarse va al hospital y dado que tiene un seguro de salud, es visitado inmediatamente. “Es una cosa buena – comentó el  Papa –, da gracias al Señor. Pero  dime, ¿has pensado en aquellos que no tienen esta relación social con el hospital y cuando llegan deben esperar seis, siete u ocho horas, incluso por una cosa urgente?”.

En Cuaresma, hagamos espacio en el corazón para quien se ha equivocado
Y hay gente aquí, en Roma – advirtió Francisco – que vive así y la Cuaresma sirve “para pensar en ellos: ¿qué puedo hacer por los niños, por los ancianos, que no tienen la posibilidad de ser visitados por un médico?”, que tal vez esperan “ocho horas y después te dan el turno para la semana siguiente”.

“¿Qué haces por aquella gente? ¿Cómo será tu Cuaresma?” – preguntó el Santo Padre –. “Gracias a Dios yo tengo una familia que cumple los mandamientos, no tenemos problemas…” – “Pero en esta Cuaresma  – se preguntó una vez más el  Papa –  ¿en tu corazón hay lugar para aquellos que no han cumplido con los mandamientos? ¿Qué se han equivocado y están en la cárcel?”:

“‘Pero con aquella gente yo no…’  – 
‘Pero tú, él está en la cárcel: si tú no estás en la cárcel es porque el Señor te ha ayudado a no caer. ¿En tu corazón tienen lugar los encarcelados? ¿Tú rezar por ellos, para que el Señor los ayude a cambiar de vida?’ Acompaña, Señor, nuestro camino cuaresmal para que la observancia exterior corresponda a una profunda renovación del Espíritu. Así hemos rezado. Que el Señor nos dé esta gracia”.

(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)
          Compartir

jueves, 19 de febrero de 2015

The Joy of Books

Homilías sacerdotales del Papa y Temas

Un anuncio de librería muy interesante




Homilías del Papa 2015-02-19

Homilías del Papa y Temas sacerdotales


Servir a Dios y no a quien nos ofrece cosas sin valor,
 pidió el Papa
2015-02-19 Radio Vaticana

(RV).- En cada circunstancia de la vida, el cristiano debe elegir a Dios y no dejarse desviar por hábitos que lo llevan lejos de Él. Lo afirmó el Papa Francisco al comentar las lecturas del día durante la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.

Elegir a Dios, elegir el bien, para no ser un fracasado con éxito. Elogiado sí, por la masa pero al final sólo un adorador de “pequeñas cositas que pasan”. En el centro de la liturgia y, por tanto, de la reflexión del Papa, se destaca el pasaje de la Biblia en que Dios dice a Moisés: “Mira, yo pongo hoy ante ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Hoy, por tanto, yo te mando que ames al Señor, tu Dios, que camines por sus caminos”.

Seguidores de dioses que no cuentan
La elección de Moisés – afirmó Francisco – es la que el cristiano debe hacer cada día. Y es una elección difícil. “Es más fácil  – reconoció el Papa  – vivir dejándose llevar por la inercia de la vida, de las situaciones, de las costumbres”. Es más fácil, en el fondo, convertirse en servidor de “otros dioses”:

“Elegir entre Dios y los otros dioses, aquellos que no tienen el poder de darnos nada, sólo pequeñas cositas que pasan. Y no es fácil elegir, nosotros tenemos siempre esta costumbre de ir un poco donde va la gente, un poco como todos. Como todos. Todos y nadie. Y hoy la Iglesia nos dice: ‘Pero, ¡detente! Detente y elige’. Es un buen consejo. Y hoy nos hará bien detenernos y durante la jornada pensar un poco: ¿cómo es mi estilo de vida? ¿Por cuáles calles camino?”.

Monumento a los fracasados
Y junto a esta pregunta, excavar más a fondo – prosiguió diciendo el Papa Bergoglio – y preguntarnos  también cuál es nuestra relación con Dios, con Jesús. La relación con los padres, los hermanos, la esposa o el marido, los hijos. A continuación, el Santo Padre pasó a considerar el Evangelio del día, cuando Jesús explica a los discípulos que un hombre “que gana el mundo entero, pero pierde o se arruina a sí mismo” no obtiene ninguna “ventaja”:

“Un camino equivocado es el de buscar siempre el propio éxito, los propios bienes, sin pensar en el Señor, sin pensar en la familia. Estas dos preguntas: ¿cómo es mi relación con Dios, cómo es mi relación con la familia? Y uno puede ganar todo, pero al final, convertirse en un fracasado. Ha fracasado. Esa vida es un fracaso. ‘Pero no, le han hecho un monumento, le han pintado un cuadro…”. Pero has fracasado: no has sabido elegir bien entre la vida y la muerte”.

No elegimos solos
Preguntémonos – insistió el Papa – cuál es “la velocidad de mi vida”, si “reflexiono sobre las cosas que hago”. Y pidamos a Dios la gracia de tener ese “pequeño valor” necesario para elegirlo cada vez. Nos ayudará –  concluyó Francisco –  el “consejo tan bello” del Salmo 1:

“Bienaventurado el hombre que confía en el Señor”. Cuando el Señor nos da este consejo  – ‘¡Detente! Elige hoy, elige – no nos deja solos. Está con nosotros y quiere ayudarnos. Sólo nosotros debemos confiar, tener confianza en Él. ‘Bienaventurado el hombre que confía en el Señor’. Hoy, en el momento en que nosotros nos detenemos a pensar en estas cosas y tomar decisiones, elegir algo, sabemos que el Señor está con nosotros, está junto a nosotros, para ayudarnos. Jamás nos deja ir solos, jamás. Está siempre con nosotros. También en el momento de la elección está con nosotros”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)

miércoles, 18 de febrero de 2015

Homilías del Papa 2015-02-17

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

Mass at Santa Marta

El Señor reciba a los hermanos coptos asesinados 
como mártires, dijo el Papa
2015-02-17 Radio Vaticana

“Ofrecemos esta misa por nuestros 21 hermanos coptos, degollados por el único motivo de ser cristianos”. Fueron las palabras del Papa Francisco al comienzo de la misa matutina en la casa de Santa Marta. “Oremos por ellos – prosiguió el Pontífice – que el Señor como mártires los acoja, por sus familias, por mi hermano Tawadros, que sufre tanto”.

“Sé para mí, defensa, oh Dios, roca y fortaleza que me salva, porque Tú eres mi baluarte y mi refugio; guíame por amor de tu nombre”, fue la oración de Francisco.
 (from Vatican Radio)

Basta de países que venden armas 
a quien está en guerra,
 dijo el Papa
2015-02-17 Radio Vaticana

Todos nosotros somos capaces de hacer el bien pero también de destruir lo que Dios ha hecho. Lo afirmó el Papa Francisco en la misa matutina en la casa de Santa Marta. El Pontífice se detuvo en la primera Lectura que narra el diluvio universal y observó que el hombre es incluso capaz de destruir la fraternidad y de aquí nacen guerras y divisiones. De aquí que condenó duramente a aquellos “comerciantes de muerte” que venden armas a países en conflicto para que la guerra pueda continuar.

“El hombre es capaz de destruir todo aquello que Dios ha realizado”. El Papa Francisco ha desarrollado su homilía basándose en el paso dramático del Génesis que muestra la ira de Dios por la maldad del hombre y que preludia el diluvio universal. El hombre – constató Francisco con amargura – “parece ser más potente de Dios”, es capaz de destruir las cosas buenas que Él ha realizado.

El hombre es capaz de destruir la fraternidad
“En los primeros capítulos de la Biblia, prosiguió, encontramos tantos ejemplos: Sodoma y Gomorra, la Torre de Babel, en los cuales el hombre muestra su maldad”. Un mal que se anida en lo íntimo del corazón:

“¡Pero padre, no sea tan negativo!, dirá alguien. Pero ésta es la verdad. Somos capaces de destruir también la fraternidad: Caín y Abel en las primeras páginas de la Biblia. Destruir la fraternidad. Es el comienzo de las guerras, ¿no? Los celos, las envidias, tanta a avidez de poder, de tener más poder. Sí, esto parece negativo pero es realista. Tomen un diario, cualquiera: de izquierda, del centro, de derecha…cualquiera. Y verán que más del 90% de las noticias son de destrucción. Más del 90%. Y esto lo vemos todos los días”.

“Pero ¿qué sucede en el corazón del hombre?” , se preguntó Francisco. Jesús, dijo, nos recuerda que “del corazón del hombre nacen todas las maldades”. Nuestro corazón débil – prosiguió – “está herido”.

Comerciantes de muerte venden armas a quién está en guerra
Existe siempre – agregó – un “deseo de autonomía”: “¡yo hago lo que quiero y si tengo ganas de esto, lo hago! ¡Y si por esto quiero hacer una guerra, la hago!”:

“¿Pero por qué somos así? Porque tenemos esta posibilidad de destrucción, éste es el problema. Luego, en las guerras, en el tráfico de armas…‘pero ¡somos comerciantes!’  Sí, ¿de qué? ¿De muerte? Y están los países que venden las armas a éste, que está en guerra con éste y las venden también a éste, para que así continúe la guerra. Capacidad de destrucción. Y esto no viene del vecino ¡viene de nosotros! ‘Cada íntima intención del corazón no era otra cosa que mal’. Nosotros tenemos esta semilla adentro, esta posibilidad. ¡Pero tenemos también al Espíritu Santo que nos salva, eh! Pero debemos elegir, en las pequeñas cosas”.

El Papa ha puesto en guardia contra las habladurías, de quién habla mal del vecino: “también en la parroquia, en las asociaciones”, cuando hay “celos” y “envidias” y quizás se va a hablar mal con el párroco. “Esta es la maldad - advirtió - ésta es la capacidad de destruir que todos nosotros tenemos”. Y sobre esto “la Iglesia a las puertas de la Cuaresma nos hace reflexionar”. Francisco dirigió una mirada al Evangelio del día en el cual Jesús reprocha a los discípulos que pelean entre ellos porque se habían olvidado de traer el pan. El Señor les dice que “estén atentos”, que tengan cuidado de la “levadura de los fariseos, de la levadura de Herodes”. Simplemente, pone el ejemplo de dos personas: Herodes que es “malo, asesino y los fariseos hipócritas”. Jesús les recuerda cuando ha partido los cinco panes y los exhorta a pensar en la Salvación, a aquello que Dios ha hecho por todos nosotros.  Pero ellos, recuerda el Papa, “no entendían porque su corazón estaba endurecido por esta pasión, por esta maldad de discutir entre ellos y ver quién era el culpable de aquel olvido del pan”.

Elegir el bien con la fuerza que nos dona Jesús
Debemos tomar en serio el mensaje del Señor, dijo el Papa, “éstas no son cosas extrañas, esto no es el discurso de un marciano”, “el hombre es capaz de hacer tanto bien”. Y citó el ejemplo de Madre Teresa, “una mujer de nuestro tiempo”. Todos nosotros, dijo, “somos capaces de hacer tanto bien, pero todos nosotros somos capaces también de destruir; destruir en lo grande y en lo pequeño, en la misma familia; destruir a los hijos” no dejándolos crecer “con libertad, no ayudándoles a crecer bien; anular a los hijos”. Tenemos esta capacidad y por esto – remarcó – “es necesaria la meditación continua, la oración, la confrontación entre nosotros, para no caer en esta maldad que todo destruye”:

“Y tenemos la fuerza, nos recuerda Jesús. Acuérdense. Y hoy nos dice: ‘Acuérdense. Acuérdense de Mí, que he donado mi sangre por ustedes; acuérdense de Mí que los he salvado, los he salvado a todos; acuérdense de Mí que tengo la fuerza para acompañarlos en el camino de la vida, no por el camino de la maldad sino por el camino de la bondad, del hacer el bien a los otros; no por el camino de la destrucción, sino por el camino del construir; construir una familia, construir una ciudad, construir una cultura, construir una patria, siempre más”.

“Pidamos hoy al Señor, antes de comenzar la Cuaresma - concluyó el Obispo de Roma - esta gracia: de elegir bien siempre el camino con su ayuda y no dejarnos engañar por las seducciones que nos llevarán por el camino equivocado”.
(MCM – RV)

sábado, 14 de febrero de 2015

Homilías del Papa CREACIÓN DE NUEVOS CARDENALES

Homilías del Papa y Temas sacerdotales





CONSISTORIO ORDINARIO PÚBLICO PARA LA CREACIÓN DE NUEVOS CARDENALES

CAPILLA PAPAL

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica Vaticana
Sábado 14 de febrero de 2015

[Multimedia]


Queridos hermanos cardenales

El cardenalato ciertamente es una dignidad, pero no una distinción honorífica. Ya el mismo nombre de «cardenal», que remite a la palabra latina «cardo - quicio», nos lleva a pensar, no en algo accesorio o decorativo, como una condecoración, sino en un perno, un punto de apoyo y un eje esencial para la vida de la comunidad. Sois «quicios» y estáis incardinados en la Iglesia de Roma, que «preside toda la comunidad de la caridad» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 13; cf. Ign. Ant., Ad Rom., Prólogo).

En la Iglesia, toda presidencia proviene de la caridad, se desarrolla en la caridad y tiene como fin la caridad. La Iglesia que está en Roma tiene también en esto un papel ejemplar: al igual que ella preside en la caridad, toda Iglesia particular, en su ámbito, está llamada a presidir en la caridad.

Por eso creo que el «himno a la caridad», de la primera carta de san Pablo a los Corintios, puede servir de pauta para esta celebración y para vuestro ministerio, especialmente para los que desde este momento entran a formar parte del Colegio Cardenalicio. Será bueno que todos, yo en primer lugar y vosotros conmigo, nos dejemos guiar por las palabras inspiradas del apóstol Pablo, en particular aquellas con las que describe las características de la caridad. Que María nuestra Madre nos ayude en esta escucha. Ella dio al mundo a Aquel que es «el camino más excelente» (cf. 1 Co 12,31): Jesús, caridad encarnada; que nos ayude a acoger esta Palabra y a seguir siempre este camino. Que nos ayude con su actitud humilde y tierna de madre, porque la caridad, don de Dios, crece donde hay humildad y ternura.

En primer lugar, san Pablo nos dice que la caridad es «magnánima» y «benevolente». Cuanto más crece la responsabilidad en el servicio de la Iglesia, tanto más hay que ensanchar el corazón, dilatarlo según la medida del Corazón de Cristo. La magnanimidad es, en cierto sentido, sinónimo de catolicidad: es saber amar sin límites, pero al mismo tiempo con fidelidad a las situaciones particulares y con gestos concretos. Amar lo que es grande, sin descuidar lo que es pequeño; amar las cosas pequeñas en el horizonte de las grandes, porque «non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo divinum est». Saber amar con gestos de bondad. La benevolencia es la intención firme y constante de querer el bien, siempre y para todos, incluso para los que no nos aman.

A continuación, el apóstol dice que la caridad «no tiene envidia; no presume; no se engríe». Esto es realmente un milagro de la caridad, porque los seres humanos –todos, y en todas las etapas de la vida– tendemos a la envidia y al orgullo a causa de nuestra naturaleza herida por el pecado. Tampoco las dignidades eclesiásticas están inmunes a esta tentación. Pero precisamente por eso, queridos hermanos, puede resaltar todavía más en nosotros la fuerza divina de la caridad, que transforma el corazón, de modo que ya no eres tú el que vive, sino que Cristo vive en ti. Y Jesús es todo amor.

Además, la caridad «no es mal educada ni egoísta». Estos dos rasgos revelan que quien vive en la caridad está des-centrado de sí mismo. El que está auto-centrado carece de respeto, y muchas veces ni siquiera lo advierte, porque el «respeto» es la capacidad de tener en cuenta al otro, su dignidad, su condición, sus necesidades. El que está auto-centrado busca inevitablemente su propio interés, y cree que esto es normal, casi un deber. Este «interés» puede estar cubierto de nobles apariencias, pero en el fondo se trata siempre de «interés personal». En cambio, la caridad te des-centra y te pone en el verdadero centro, que es sólo Cristo. Entonces sí, serás una persona respetuosa y preocupada por el bien de los demás.

La caridad, dice Pablo, «no se irrita; no lleva cuentas del mal». Al pastor que vive en contacto con la gente no le faltan ocasiones para enojarse. Y tal vez entre nosotros, hermanos sacerdotes, que tenemos menos disculpa, el peligro de enojarnos sea mayor. También de esto es la caridad, y sólo ella, la que nos libra. Nos libra del peligro de reaccionar impulsivamente, de decir y hacer cosas que no están bien; y sobre todo nos libra del peligro mortal de la ira acumulada, «alimentada» dentro de ti, que te hace llevar cuentas del mal recibido. No. Esto no es aceptable en un hombre de Iglesia. Aunque es posible entender un enfado momentáneo que pasa rápido, no así el rencor. Que Dios nos proteja y libre de ello.

La caridad, añade el Apóstol, «no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad». El que está llamado al servicio de gobierno en la Iglesia debe tener un fuerte sentido de la justicia, de modo que no acepte ninguna injusticia, ni siquiera la que podría ser beneficiosa para él o para la Iglesia. Al mismo tiempo, «goza con la verdad»: ¡Qué hermosa es esta expresión! El hombre de Dios es aquel que está fascinado por la verdad y la encuentra plenamente en la Palabra y en la Carne de Jesucristo. Él es la fuente inagotable de nuestra alegría. Que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad.

Por último, la caridad «disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites». Aquí hay, en cuatro palabras, todo un programa de vida espiritual y pastoral. El amor de Cristo, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, nos permite vivir así, ser así: personas capaces de perdonar siempre; de dar siempre confianza, porque estamos llenos de fe en Dios; capaces de infundir siempre esperanza, porque estamos llenos de esperanza en Dios; personas que saben soportar con paciencia toda situación y a todo hermano y hermana, en unión con Jesús, que llevó con amor el peso de todos nuestros pecados.

Queridos hermanos, todo esto no viene de nosotros, sino de Dios. Dios es amor y lleva a cabo todo esto si somos dóciles a la acción de su Santo Espíritu. Por tanto, así es como tenemos que ser: incardinados y dóciles. Cuanto más incardinados estamos en la Iglesia que está en Roma, más dóciles tenemos que ser al Espíritu, para que la caridad pueda dar forma y sentido a todo lo que somos y hacemos. Incardinados en la Iglesia que preside en la caridad, dóciles al Espíritu Santo que derrama en nuestros corazones el amor de Dios (cf. Rm 5,5). Que así sea.




jueves, 12 de febrero de 2015

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2015, -COMENTARIO

Homilías del Papa y Temas sacerdotales



Ciudad del Vaticano, (VIS).-En la Oficina de Prensa de la Santa Sede, monseñor Giampietro Dal Toso, Secretario del Pontificio Consejo ”Cor Unum” ha ilustrado el contenido del Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2015, explicando que su tema central es la indiferencia, un argumento ya abordado en diversas ocasiones por el Papa que ha hablado de la ”globalización de la indiferencia”, como hizo también el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado en su discurso ante la ONU el pasado mes de septiembre, cuando equiparó la indiferencia a la apatía que a veces es ”sinónimo de irresponsabilidad”


 
monseñor Giampietro Dal Toso,

La indiferencia es, por lo tanto ”un concepto importante para comprender diversos fenómenos del mundo moderno insertándolo en una lectura, sin duda parcial, de una cierta cultura. La indiferencia proviene de una falta de diferencia. De una no consideración de la diferencia”. Y ese concepto, agregó el prelado, se puede aplicar en tres niveles: interpersonal, cultural y metafísico. A nivel interpersonal, ”el juego entre diferencia e indiferencia es más fácil de entender. Por un lado se marca mucho la diferencia para provocar la separación. Por otro, la falta de atención a la diferencia entre el otro y yo, engloba al otro en mis parámetros y así lo cancela”.

”En el ámbito cultural, es decir en el aire que respiramos y que contribuye a forjar nuestro pensamiento y nuestro juicio, -prosiguió- me parece notar una indiferencia a los valores que no atañe solo a su ignorancia u observancia incompleta, sino sobre todo a la falta de juicio acerca de ellos. Así, cada elección es intercambiable, cada opción viable, cualquier evaluación sobre el bien y el mal, sobre lo verdadero y lo falso, inútil. Porque si no hay ninguna diferencia, todo es igual y, por lo tanto, no es lícito proponer algo que sea más adecuado o menos adecuado a la naturaleza de la persona. En mi opinión, la homologación global, la nivelación de los valores que procede de la ausencia de diferencias, está unida a la experiencia de muchos de nuestros contemporáneos acerca de la falta de sentido. Si todo es igual, si nada es diferente y, por tanto, más o menos válido, ¿en qué puedes invertir tu vida? Si todo es lo mismo, quiere decir que en realidad nada tiene valor”.

En el tercer nivel, el de los principios, o si se quiere el metafísico, se encuentra la mayor indiferencia, ”la forma más patente de falta de atención a la diferencia, que es la indiferencia hacia Dios y, por tanto, la falta de atención a la diferencia entre el Creador y la criatura, que tanto perjudica a la humanidad moderna porque la lleva a creerse dios, mientras continuamente choca con sus limitaciones”.

Monseñor Dal Toso abordó a continuación esta globalización de la indiferencia no sólo como un fenómeno geográfico, sino como ”un fenómeno cultural que se expande a medida que se impone una cierta concepción del mundo (Weltanschauung) occidental; y que no está solamente ligado a las relaciónes, sino que es una actitud existencial”. Ahora bien ”la Iglesia -puntualizó- no denuncia ciertas situaciones simplemente para estigmatizarlas, sino para ofrecer también vías para sanarlas. Por eso, la Cuaresma es siempre un tiempo de conversión, es decir de cambio y renovación, para superar esta globalización de la indiferencia y para entrar en una nueva fase, donde reconocemos la diferencia entre yo y el otro; entre un estilo de vida y otra; entre Dios y yo. También el Mensaje de Cuaresma de este año propone tres ámbitos para superar la indiferencia: la Iglesia, la comunidad y el individuo”.

El Papa habla de la conversión necesaria y del nuevo corazón que puede latir dentro de nosotros. ”Toda reconstrucción social y toda renovación cultural, pasa a través del cambio individual -especificó el Secretario de Cor Unum- Y el evangelio nos da las claves para conseguir ese cambio, que a su vez afecta a todo el tejido social. Pero cuidado: La conversión no halla su objetivo en una sociedad mejor, sino en el conocimiento de Cristo y en parecerse a El. Como vemos muy bien en el magisterio de Francisco, se nos llama a superar una fe funcional a la atención y al bienestar personales. La indiferencia nace de una actitud de vida para la cual la alteridad no supone la diferencia y por lo tanto la persona se cierra sobre sí misma. Incluso la fe puede instrumentalizarse en esta búsqueda de uno mismo. El camino es, por tanto, ir más allá, salir de sí mismo, vivir la fe mirando a Cristo, y encontrar en El al Padre y a los hermanos que nos esperan”.

El segundo ámbito atañe a las comunidades cristianas, llamadas a ser ”islas de misericordia en un mundo dominado por la globalización de la indiferencia. Hay una distinción entre la Iglesia y el mundo, entre la ciudad celestial y la ciudad terrena, que debe ser cada vez más patente. Transformar nuestros lugares cristianos – parroquias, comunidades, grupos – en lugares donde se manifiesta la misericordia de Dios. Frente a la globalización de la indiferencia, algunos podrían desanimarse, porque puede parecer que no puede cambiar nada, dado que nos hallamos en un enorme proceso social y económico que está más allá de nuestro alcance. En cambio no es así: la comunidad cristiana ya puede vivir superando la indiferencia, ya puede mostrar al mundo que se puede vivir de otra manera, ya puede convertirse en aquella ciudad sobre el monte de la que habla el Evangelio. Desde esta Cuaresma la vida cristiana en comunidad, donde uno vive para el otro, puede no ser una quimera, sino una realidad viva, no un sueño lejano, sino un signo vivo de la presencia de la misericordia de Dios en Cristo”.

El tercer nivel es el de la Iglesia en su realidad global. ”Desafortunadamente -constató Dal Toso- tendemos a ver en la Iglesia sólo una institución, una estructura. En cambio es el cuerpo vivo de los que creen en Cristo. Y esta totalidad es la que tiene que renovarse. Al ser un cuerpo, muestra de estar vivo porque cambia, crece, se desarrolla. En este cuerpo los miembros se cuidan entre sí”.

Por último el prelado recordó que Cor Unum siempre se ha hecho instrumento de la cercanía del Papa a los últimos, demostrándolo con tres recientes ejemplos: el encuentro organizado junto a la Comisión para América Latina con los diferentes organismos involucrados en la reconstrucción de Haití, durante el que se hizo un balance de la ayuda prestada por la Iglesia Católica a ese país en los cinco años siguientes al terremoto estimada en 21, 5 millones de dólares. La crisis humanitaria en Oriente Medio, especialmente en Siria e Irak, ”donde las grandes víctimas de estas guerras son las personas, especialmente las minorías más vulnerables, como los cristianos, que vuelven a ser la carta que juegan los potentes”. Sin olvidar el reciente viaje del Papa a Filipinas donde se ha visto concretamente ”lo que significa fortalecer los corazones donde no quedaría nada que esperar”. En Tacloban, donde estuvo el Papa, Cor Unum ha construido un gran centro de servicios para jóvenes y mayores, que lleva el nombre de Francisco. ”Nuestro dicasterio -concluyó- quiere ser una gran expresión global de cómo la Iglesia es un cuerpo en el que cada miembro puede experimentar la caridad del otro”.

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2015

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA CUARESMA 2015


Fortalezcan sus corazones (St 5,8) 
Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.


Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.

La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.

El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) 
– La Iglesia
La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) 
– Las parroquias y las comunidades
Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).

Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.
En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).

 También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.
Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.
Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf.Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) 
– La persona creyente
También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.

En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.

Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.

Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.

Vaticano, 4 de octubre de 2014
Fiesta de san Francisco de Asís
Franciscus



© Copyright - Libreria Editrice Vaticana