jueves, 30 de abril de 2015

Homilías del Papa 2015-04-29 Audiencia

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

Jesús nos enseña que la obra de arte de la sociedad 
es la familia, dijo el Papa
2015-04-29 Radio Vaticana


El mejor modo de mostrar al mundo de hoy la belleza y la bondad del matrimonio es el testimonio de vida de los mismos esposos y de la familia.

(RV).- En su catequesis de la audiencia general, celebrada el último miércoles de abril en la Plaza de San Pedro y ante la presencia de varios miles de fieles y peregrinos procedentes de numerosos países, el Papa Francisco, en el ámbito de sus reflexiones sobre la familia, se refirió al matrimonio.

En efecto, el Obispo de Roma, tras haber considerado en la catequesis anterior las narraciones del libro del Génesis acerca del designio originario de Dios sobre la pareja formada por un hombre y una mujer, se centró directamente en Jesús, quien con su presencia en las bodas de Caná nos revela de modo nuevo la bondad y dignidad del matrimonio, ofreciéndonos un mensaje más actual que nunca, puesto que las separaciones van en aumento, mientras el número de matrimonios desciende.

De ahí la invitación de Francisco a reflexionar seriamente para comprender por qué los jóvenes de hoy no quieren casarse, a pesar de que casi todos desean una seguridad afectiva estable y un matrimonio sólido.

El Santo Padre indicó entre los factores que causan esta situación el temor a equivocarse y fracasar que impide confiar en la gracia que Cristo ha prometido a la unión conyugal. Y reafirmó que el matrimonio consagrado por Dios protege a los esposos, puesto que quienes se casan en el Señor, se transforman en un signo eficaz del amor del Creador en el mundo.

“Pidamos a la Virgen María – dijo el Papa Bergoglio al saludar a los fieles y peregrinos de nuestro idioma – que interceda por todos los esposos, especialmente por los que pasan por dificultades”. Y añadió que Jesús nos enseña que “la obra de arte de la sociedad es la familia, el hombre y la mujer que se aman”.

(María Fernanda Bernasconi - RV).


Texto completo de la catequesis del Papa traducida del italiano

La familia: el matrimonio (I)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Nuestra reflexión sobre el designio originario de Dios sobre la pareja hombre-mujer, después de haber considerado las dos narraciones del Libro del Génesis, se dirige ahora directamente a Jesús.

El evangelista Juan, al comienzo de su Evangelio, narra el episodio de las bodas de Caná, en las cuales estaban presentes la Virgen María y Jesús, con sus primeros discípulos (cfr. Jn 2, 1-11). ¡Jesús no sólo participó en aquel matrimonio, sino que “salvó la fiesta” con el milagro del vino! Por lo tanto, el primero de sus signos prodigiosos, con el cual Él revela su gloria, lo cumplió en el contexto de un matrimonio y fue un gesto de gran simpatía por aquella familia naciente, solicitado por el apremio materno de María. Y esto nos hace recordar el libro del Génesis, cuando Dios terminó la obra de la creación y hace su obra maestra; la obra maestra es el hombre y la mujer. Y aquí precisamente Jesús comienza sus milagros, con esta obra maestra, en un matrimonio, en una fiesta de bodas: un hombre y una mujer. Así Jesús nos enseña que la obra maestra de la sociedad es la familia: ¡el hombre y la mujer que se aman! ¡Ésta es la obra maestra!

Desde los tiempos de las bodas de Caná, tantas cosas han cambiado, pero aquel “signo” de Cristo contiene un mensaje siempre válido.

Hoy, no parece fácil hablar del matrimonio como de una fiesta que se renueva en el tiempo, en las diversas estaciones de la entera vida de los cónyuges. Es un hecho que las personas que se desposan son siempre menos. Esto es un hecho: los jóvenes no quieren casarse. En muchos países en cambio aumenta el número de las separaciones, mientras disminuye el número de los hijos. La dificultad para quedarse juntos – ya sea como pareja que como familia – lleva siempre a romper los vínculos siempre con mayor frecuencia y rapidez, y precisamente los hijos son los primeros en pagar las consecuencias. Pero pensemos que las primeras víctimas, las víctimas más importantes, las víctimas que sufren más en una separación son los hijos. Si experimentas desde pequeño que el matrimonio es un vínculo “a tiempo determinado”, inconscientemente para ti será así. En efecto, muchos jóvenes son llevados a renunciar al proyecto mismo de un vínculo irrevocable y de una familia duradera. Creo que debemos reflexionar con gran seriedad sobre el porqué tantos jóvenes “no se sienten” de casarse. Existe esta cultura de lo provisorio…todo es provisorio, parece que no hay algo definitivo.

Ésta de los jóvenes que no quieren casarse es una de las preocupaciones que surgen en el día de hoy: ¿por qué los jóvenes no se casan? ¿Por qué a menudo prefieren una convivencia y tantas veces “a responsabilidad limitada”? ¿Por qué muchos – también entre los bautizados – tienen poca confianza en el matrimonio y en la familia? Es importante tratar de entender, si queremos que los jóvenes puedan encontrar el camino justo para recorrer. ¿Por qué no tienen confianza en la familia?

Las dificultades no son sólo de carácter económico, si bien estas son realmente serias. Muchos consideran que el cambio sucedido en estos últimos decenios haya sido puesto en marcha por la emancipación de la mujer. Pero ni siquiera este argumento es válido. ¡Pero ésta es también una injuria! ¡No, no es verdad! Es una forma de machismo, que siempre quiere dominar a la mujer. Hacemos el papelón que hizo Adán, cuando Dios le dijo: “¿Pero por qué has comido la fruta?” Y él: “Ella me la dio”. Es culpa de la mujer. ¡Pobre mujer! ¡Debemos defender a las mujeres, eh! En realidad, casi todos los hombres y las mujeres querrían una seguridad afectiva estable, un matrimonio sólido y una familia feliz. La familia está en la cima de todos los índices de agrado entre los jóvenes; pero, por miedo de equivocarse, muchos no quieren ni siquiera pensar en ella; no obstante son cristianos, no piensan al matrimonio sacramental, signo único e irrepetible de la alianza, que se transforma en testimonio de la fe. Quizás, precisamente este miedo de fracasar es el más grande obstáculo para acoger la palabra de Cristo, que promete su gracia a la unión conyugal y a la familia.

El testimonio más persuasivo de la bendición del matrimonio cristiano es la vida buena de los esposos cristianos y de la familia. ¡No hay modo mejor para decir la belleza del sacramento! El matrimonio consagrado por Dios custodia aquel vínculo entre el hombre y la mujer que Dios ha bendecido desde la creación del mundo; y es fuente de paz y de bien para la entera vida conyugal y familiar. Por ejemplo, en los primeros tiempos del Cristianismo, esta gran dignidad del vínculo entre el hombre y la mujer venció un abuso considerado entonces completamente normal, es decir, el derecho de los maridos de repudiar a las esposas, también con los motivos más falsos y humillantes. El Evangelio de la familia, el Evangelio que anuncia precisamente este sacramento ha vencido esta cultura de repudio habitual.

El germen cristiano de la radical igualdad entre los cónyuges hoy debe traer nuevos frutos. El testimonio de la dignidad social del matrimonio se hará persuasivo precisamente por este camino, el camino del testimonio que atrae, el camino de la reciprocidad entre ellos, de la complementariedad entre ellos.

Por esto, como cristianos, debemos hacernos más exigentes a este respecto. Por ejemplo: sostener con decisión el derecho a la igual retribución por igual trabajo ¿por qué se da por cierto que las mujeres deben ganar menos que los hombres? ¡No! ¡El mismo derecho! ¡La disparidad es un puro escándalo! Al mismo tiempo, reconocer como riqueza siempre válida la maternidad de las mujeres y la paternidad de los hombres, a beneficio sobre todo de los niños. Igualmente, la virtud de la hospitalidad de las familias cristianas reviste hoy una importancia crucial, especialmente en las situaciones de pobreza, de degrado, de violencia familiar.

Queridos hermanos y hermanas, ¡no tengamos miedo de invitar a Jesús a la fiesta de bodas! Y no tengamos miedo de invitar a Jesús a nuestra casa, para que esté con nosotros y custodie la familia. ¡Y también a su madre, María! Los cristianos, cuando se desposan “en el Señor” son transformados en un signo eficaz del amor de Dios. Los cristianos no se desposan sólo por sí mismos: se desposan en el Señor en favor de toda la comunidad, de la entera sociedad.

De esta bella vocación del matrimonio cristiano, hablaré en la próxima catequesis. Gracias.

(Traducción del italiano: Maria Cecilia Mutual - RV)
(from Vatican Radio)

miércoles, 29 de abril de 2015

Evangelio de hoy Jueves IV de Pascua 30/04/2015

Homilías del Papa y Temas sacerdotales


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Día litúrgico: Jueves IV de Pascua


Texto del Evangelio (Jn 13,16-20):
Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: el que come mi pan ha alzado contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado».

Comentario:
 Rev. D. David COMPTE i Verdaguer 
(Manlleu, Barcelona, España)

Después de lavar los pies a sus discípulos...

Hoy, como en aquellos films que comienzan recordando un hecho pasado, la liturgia hace memoria de un gesto que pertenece al Jueves Santo: Jesús lava los pies a sus discípulos (cf. Jn 13,12). Así, este gesto —leído desde la perspectiva de la Pascua— recobra una vigencia perenne. Fijémonos, tan sólo, en tres ideas.

En primer lugar, la centralidad de la persona. En nuestra sociedad parece que hacer es el termómetro del valor de una persona. Dentro de esta dinámica es fácil que las personas sean tratadas como instrumentos; fácilmente nos utilizamos los unos a los otros. Hoy, el Evangelio nos urge a transformar esta dinámica en una dinámica de servicio: el otro nunca es un puro instrumento. Se trataría de vivir una espiritualidad de comunión, donde el otro —en expresión de Juan Pablo II— llega a ser “alguien que me pertenece” y un “don para mí”, a quien hay que “dar espacio”. Nuestra lengua lo ha captado felizmente con la expresión: “estar por los demás”. ¿Estamos por los demás? ¿Les escuchamos cuando nos hablan?

En la sociedad de la imagen y de la comunicación, esto no es un mensaje a transmitir, sino una tarea a cumplir, a vivir cada día: «Dichosos seréis si lo cumplís» (Jn 13,17). Quizá por eso, el Maestro no se limita a una explicación: imprime el gesto de servicio en la memoria de aquellos discípulos, pasando inmediatamente a la memoria de la Iglesia; una memoria llamada constantemente a ser otra vez gesto: en la vida de tantas familias, de tantas personas.

Finalmente, un toque de alerta: «El que come mi pan ha alzado contra mí su talón» (Jn 13,18). En la Eucaristía, Jesús resucitado se hace servidor nuestro, nos lava los pies. Pero no es suficiente con la presencia física. Hay que aprender en la Eucaristía y sacar fuerzas para hacer realidad que «habiendo recibido el don del amor, muramos al pecado y vivamos para Dios» (San Fulgencio de Ruspe).

martes, 28 de abril de 2015

Evangelio de hoy Miércoles IV de Pascua Santa Catalina de Siena

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

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Evangelio de hoy + breve explicación teológica

jesús sinagoga

Día litúrgico: Miércoles IV de Pascua

Santoral 29 de abril:
 Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia

Texto del Evangelio (Jn 12,44-50): En aquel tiempo, Jesús gritó y dijo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí».

Comentario: 
P. Julio César RAMOS González SDB 
(Mendoza, Argentina)
El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado

Hoy, Jesús grita; grita como quien dice palabras que deben ser escuchadas claramente por todos. Su grito sintetiza su misión salvadora, pues ha venido para «salvar al mundo» (Jn 12,47), pero no por sí mismo sino en nombre del «Padre que me ha enviado y me ha mandado lo que tengo que decir y hablar» (Jn 12,49).

Todavía no hace un mes que celebrábamos el Triduo Pascual: ¡cuán presente estuvo el Padre en la hora extrema, la hora de la Cruz! Como ha escrito Juan Pablo II, «Jesús, abrumado por la previsión de la prueba que le espera, solo ante Dios, lo invoca con su habitual y tierna expresión de confianza: ‘Abbá, Padre’». En las siguientes horas, se hace patente el estrecho diálogo del Hijo con el Padre: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34); «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).

La importancia de esta obra del Padre y de su enviado, se merece la respuesta personal de quien escucha. Esta respuesta es el creer, es decir, la fe (cf. Jn 12,44); fe que nos da —por el mismo Jesús— la luz para no seguir en tinieblas. Por el contrario, el que rechaza todos estos dones y manifestaciones, y no guarda esas palabras «ya tiene quien le juzgue: la Palabra» (Jn 12,48).

Aceptar a Jesús, entonces, es creer, ver, escuchar al Padre, significa no estar en tinieblas, obedecer el mandato de vida eterna. Bien nos viene la amonestación de san Juan de la Cruz: «[El Padre] todo nos lo habló junto y de una vez por esta sola Palabra (...). Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo sería una necedad, sino que haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, evitando querer otra alguna cosa o novedad».

Homilías del Papa 2015-04-28 La vida cristiana no es un museo de recuerdos,

Homilías del Papa y Temas sacerdotales



La vida cristiana no es un museo de recuerdos,  
dijo el Papa en su homilía
2015-04-28 Radio Vaticana

(RV).- La Iglesia va adelante gracias a las sorpresas del Espíritu Santo. Es uno de los conceptos que expresó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.

Al reflexionar sobre la predicación del Evangelio a los paganos, que se lee en los Hechos de los Apóstoles, el Pontífice subrayó que también hoy es necesario tener “coraje apostólico” para no transformar “la vida cristiana en un museo de recuerdos”.

Inspirándose en la Primera Lectura, en que se lee que los discípulos de Jesús comenzaron a predicar en Antioquía, no sólo a los judíos, sino también a los griegos y a los paganos, logrando que muchos creyeran y se convirtieran al Señor, el Papa subrayó que en la vida de la Iglesia es fundamental abrirse a las novedades del Espíritu Santo. En efecto, Francisco explicó que en aquella época tenían la inquietud de oír el Evangelio predicado también a los que no eran judíos. De ahí que cuando Bernabé llega a Antioquía se siente feliz al ver que estas conversaciones de los paganos eran obra de Dios.

No tener miedo del Dios de las sorpresas

Además, el Santo Padre recordó que en las profecías estaba escrito que el Señor habría venido a salvar a todos los pueblos, tal como lo refiere el capítulo 60 de Isaías. Y sin embargo – dijo –  muchos no comprendían estas palabras:

“No entendían. No entendían que Dios es el Dios de las novedades: ‘Yo hago todo nuevo’, nos dice. Que el Espíritu Santo ha venido precisamente para esto, para renovarnos y continuamente hace este trabajo de renovarnos. Un poco da miedo, esto. En la Historia de la Iglesia podemos ver desde este momento hasta ahora cuántos miedos hacia las sorpresas del Espíritu Santo. Es el Dios de las sorpresas”.

“Pero ¡hay novedades y novedades!”, exclamó el Papa. Y admitió que de algunas novedades “se ve que son de Dios”, mientras otras no. Y se preguntó cómo hacer para distinguirlas. En realidad – dijo–  tanto de Bernabé como de Pedro se dice que son hombres llenos del Espíritu Santo. “En ambos casos – reafirmó – está el Espíritu Santo que hace ver la verdad. Porque nosotros solos no podemos. Con nuestra inteligencia no podemos”.

“Podemos estudiar toda la Historia de la Salvación, podemos estudiar toda la Teología – advirtió Francisco – pero sin el Espíritu no podemos entender. Es precisamente el Espíritu quien nos hace comprender la verdad o – usando las palabras de Jesús  – es el Espíritu quien nos hace conocer la voz de Jesús”: “Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen”.

La Iglesia va adelante con las novedades del Espíritu Santo

“El ir adelante de la Iglesia  – dijo también el Obispo de Roma  – es obra del Espíritu Santo”, que nos hace escuchar la voz del Señor. “¿Y cómo puedo hacer  – se preguntó el Papa – para tener la certeza de que aquella voz que siento es la voz de Jesús, que lo que siento que debo hacer es obra del Espíritu Santo?”. Rezar, fue su respuesta:

“Sin oración no hay lugar para el Espíritu. Pedir a Dios que nos envíe este don: ‘Señor, danos el Espíritu Santo para que podamos discernir en cada tiempo lo que debemos hacer’, que no es siempre lo mismo. El mensaje es el mismo: la Iglesia va adelante, la Iglesia va adelante con estas sorpresas, con estas novedades del Espíritu Santo. Es necesario discernirlas, y para discernirlas es necesario rezar, pedir esta gracia. Bernabé estaba lleno del Espíritu Santo y lo entendió inmediatamente; Pedro vio y dijo: ‘Pero ¿quién soy yo para negar aquí el Bautismo?’. Es Él quien hace que no nos equivoquemos. ‘Pero, Padre, ¿para qué meterse en tantos problemas? Hagamos las cosas como las hemos hecho siempre, que estamos más seguros…’”

Que la vida cristiana no sea un museo de recuerdos

Pero hacer como se ha hecho siempre – advirtió  – es una alternativa “de muerte”. Y exhortó a correr el riesgo, con la oración y con humildad, de aceptar lo que el Espíritu nos pide, es decir “cambiar”, porque “éste es el camino”.

“El Señor nos ha dicho que si comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre, tendremos vida. Ahora continuamos esta celebración, con esta palabra: ‘Señor, Tú que estás aquí con nosotros en la Eucaristía, Tú que estarás dentro de nosotros, danos la gracia del Espíritu Santo. Danos la gracia de no tener miedo cuando el Espíritu, con seguridad, me dice que dé un paso hacia adelante’. Y en esta Misa, pidamos este coraje, este coraje apostólico de ser portadores de vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)




Evangelio de hoy Martes IV de Pascua 28/04/2015

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

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Día litúrgico: Martes IV de Pascua


Texto del Evangelio (Jn 10,22-30):
Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le decían: «¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente». Jesús les respondió: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».

Comentario:
 Rev. D. Miquel MASATS i Roca (Girona, España)


Yo y el Padre somos uno

Hoy vemos a Jesús que se «paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón» (Jn 10,23), durante la fiesta de la Dedicación en Jerusalén. Entonces, los judíos le piden: «Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente», y Jesús les contesta: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis» (Jn 10,24.25).

Sólo la fe capacita al hombre para reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios. Juan Pablo II hablaba en el año 2000, en el encuentro con los jóvenes en Tor Vergata, del “laboratorio de la fe”. Para la pregunta «¿Quién dicen las gentes que soy yo?» (Lc 9,18) hay muchas respuestas... Pero, Jesús pasa después al plano personal: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Para contestar correctamente a esta pregunta es necesaria la “revelación del Padre”. Para responder como Pedro —«Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16,16)— hace falta la gracia de Dios.

Pero, aunque Dios quiere que todo el mundo crea y se salve, sólo los hombres humildes están capacitados para acoger este don. «Con los humildes está la sabiduría», se lee en el libro de los Proverbios (11,2). La verdadera sabiduría del hombre consiste en fiarse de Dios.

Santo Tomás de Aquino comenta este pasaje del Evangelio diciendo: «Puedo ver gracias a la luz del sol, pero si cierro los ojos, no veo; pero esto no es por culpa del sol, sino por culpa mía».

Jesús les dice que si no creen, al menos crean por las obras que hace, que manifiestan el poder de Dios: «Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí» (Jn 10,25).

Jesús conoce a sus ovejas y sus ovejas escuchan su voz. La fe lleva al trato con Jesús en la oración. ¿Qué es la oración, sino el trato con Jesucristo, que sabemos que nos ama y nos lleva al Padre? El resultado y premio de esta intimidad con Jesús en esta vida, es la vida eterna, como hemos leído en el Evangelio.

sábado, 25 de abril de 2015

Evangelio de hoy Domingo IV (B) de Pascua 26/04/2015

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

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Evangelio de hoy
breve explicación teológica
Día litúrgico: Domingo IV (B) de Pascua


Texto del Evangelio (Jn 10,11-18): 
En aquel tiempo, Jesús habló así: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. 
Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.
 »También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre».

Comentario: 
Rev. D. Josep VALL i Mundó (Barcelona, España)

EL BUEN PASTOR EN LAS CATACUMBAS ROMANAS.

Yo soy el buen pastor

Hoy, nos dice Jesús: «Yo soy el buen pastor» (Jn 10,11). Comentando santo Tomás de Aquino esta afirmación, escribe que «es evidente que el título de “pastor” conviene a Cristo, ya que de la misma manera que un pastor conduce el rebaño al pasto, así también Cristo restaura a los fieles con un alimento espiritual: su propio cuerpo y su propia sangre». Todo comenzó con la Encarnación, y Jesús lo cumplió a lo largo de su vida, llevándolo a término con su muerte redentora y su resurrección. Después de resucitado, confió este pastoreo a Pedro, a los Apóstoles y a la Iglesia hasta el fin del tiempo.

A través de los pastores, Cristo da su Palabra, reparte su gracia en los sacramentos y conduce al rebaño hacia el Reino: Él mismo se entrega como alimento en el sacramento de la Eucaristía, imparte la Palabra de Dios y su Magisterio, y guía con solicitud a su Pueblo. Jesús ha procurado para su Iglesia pastores según su corazón, es decir, hombres que, impersonándolo por el sacramento del Orden, donen su vida por sus ovejas, con caridad pastoral, con humilde espíritu de servicio, con clemencia, paciencia y fortaleza. San Agustín hablaba frecuentemente de esta exigente responsabilidad del pastor: «Este honor de pastor me tiene preocupado (...), pero allá donde me aterra el hecho de que soy para vosotros, me consuela el hecho de que estoy entre vosotros (...). Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros».

Y cada uno de nosotros, cristianos, trabajamos apoyando a los pastores, rezamos por ellos, les amamos y les obedecemos. También somos pastores para los hermanos, enriqueciéndolos con la gracia y la doctrina que hemos recibido, compartiendo preocupaciones y alegrías, ayudando a todo el mundo con todo el corazón. Nos desvivimos por todos aquellos que nos rodean en el mundo familiar, social y profesional hasta dar la vida por todos con el mismo espíritu de Cristo, que vino al mundo «no a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28).

Misa en Santa Marta- 2015-04-24

Homilías del Papa y Temas sacerdotales 


Misa en Santa Marta- 
Un encuentro para cada uno
2015-04-24 L’Osservatore Romano

Cada hombre tiene un encuentro personal con el Señor. Un encuentro verdadero, concreto, que puede cambiar radicalmente la vita. El secreto no está sólo en darse cuenta de ello, sino también en nunca perder la memoria del mismo, para conservar su frescura y belleza. Lo afirmó el Papa en la misa que celebró el viernes 24 de abril, por la mañana, en la capilla de Santa Marta. Con alguna «tarea para hacer en casa» y dos sugerencia prácticas: rezar para pedir la gracia de recordar y luego releer el Evangelio para reflejarse en los numerosos encuentros de Jesús.

La primea lectura (Hch 9, 1-20), destacó inmediatamente el Papa Francisco, relata precisamente «la historia de Saulo - Pablo», el hecho de estar «convencido de su doctrina, incluso acérrima». Pero «este celo lo llevaba a perseguir al nuevo camino que había nacido allí, es decir, a los cristianos». Así Saulo «pidió las cartas para las sinagogas de Damasco con el fin de ser autorizado para conducir a los cristianos encadenados». Y «esto lo hacía con el celo de Dios».


Luego, explicó el Papa, «sucedió lo que hemos escuchado y que todos sabemos: la visión, y él cayó del caballo». En ese punto, recordó el Papa Francisco, «el Señor le habla: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?” —“¿Quién eres, Señor?”— “Soy Jesús”». Se da así «el encuentro de Pablo con Jesús».

Hasta ese momento Pablo «creía que todo lo que decían los cristianos eran historias». Pero «he aquí que se encuentra con Él y jamás olvidará ese encuentro: le cambia la vida y lo hace crecer en el amor al Señor que antes perseguía y ahora ama». Un encuentro, añadió el Papa, que lleva a Pablo «a anunciar el nombre de Jesús al mundo como instrumento de salvación». Así, pues, es cómo sucedió y lo que significó «el encuentro de Pablo con Jesús».

«En la Biblia —afirmó el Papa Francisco— hay muchos otros encuentros». También «en el Evangelio». Y son «todos distintos» entre sí. Verdaderamente «cada uno tiene su encuentro con Jesús». Pensemos, sugirió el Papa, «en los primeros discípulos que seguían a Jesús y permanecieron con Él toda la tarde —Juan y Andrés, el primer encuentro— y fueron felices por esto». En tal medida que «Andrés fue al encuentro de su hermano Pedro —se llamaba Simón en ese tiempo— y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías”». Es «otro encuentro entusiasta, feliz, y condujo a Pedro hacia Jesús». Siguió, luego, «el encuentro de Pedro con Jesús» que «fijó su mirada en él». Y Jesús le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan. Te llamarás Cefas», «es decir piedra».

Los «encuentros», recordó el Papa Francisco, son verdaderamente muchos. Está, por ejemplo, «el de Natanael, el escéptico». Inmediatamente «Jesús con dos palabras lo tira por los suelos». De tal modo que el intelectual admite: «¡Tú eres el Mesías!». Está también «el encuentro de la Samaritana que, a un cierto punto, se siente en medio de un problema e intenta ser teóloga: “Pero este monte, el otro…”». Y Jesús le responde: «Pero tu marido, tu verdad». La mujer «en el propio pecado encuentra a Jesús y va a anunciarlo a los de la ciudad: “Me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será tal vez el Mesías?”».

El Papa Francisco quiso también que se reviviera «el encuentro del leproso, uno de los diez curados, que regresa para agradecer». Y, además, «el encuentro de la mujer enferma desde hacía dieciocho años, que pensaba: “Si al menos lograra tocar el manto estaría curada” y encuentra a Jesús». Y también «el encuentro con el endemoniado del que Jesús expulsa tantos demonios que se dirigen hacia los cerdos» y después «quiere seguirlo y Jesús le dice: “No, vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo”».

Así, resumió el Pontífice, «podemos hallar muchos encuentros en la Biblia, porque el Señor nos busca para tener un encuentro con nosotros» y «cada uno de nosotros tiene su propio encuentro con Jesús». Quizá, destacó el Pontífice, «lo olvidamos, perdemos la memoria» hasta el punto de preguntarnos: «Pero ¿cuándo yo me encontré con Jesús o cuándo Jesús me encontró?». Seguramente, precisó el Papa Francisco, Jesús «te encontró el día de tu Bautismo: eso es verdad, eras niño». Y con el Bautismo, añadió, «te ha justificado y te ha hecho parte de su pueblo».

«Todos nosotros –afirmó el Papa– hemos tenido en nuestra vida algún encuentro con Él», un encuentro verdadero en el que «sentí que Jesús me miraba». No es una experiencia sólo para santos». Y «si no recordamos, será bonito hacer un poco de memoria y pedir al Señor que nos dé la memoria, porque Él se acuerda, Él recuerda el encuentro». Al respecto el Papa Francisco hizo referencia al libro de Jeremías donde se lee: «Recuerdo tu cariño juvenil, el amor que me tenías de novia». Habla, por lo tanto, de «aquel encuentro entusiasta del inicio, aquel encuentro nuevo: Él jamás olvida, sino que nosotros olvidamos el encuentro con Jesús».

Una «buena tarea para hacer en casa» sugirió el Papa Francisco, sería precisamente volver a pensar «cuando sentí verdaderamente al Señor cerca de mí», «cuando sentí que tenía que cambiar de vida y ser mejor o perdonar a una persona», «cuando sentí al Señor que me pedía algo» y, por ello, «cuando me encontré al Señor».

Nuestra fe, de hecho, «es un encuentro con Jesús». Precisamente «este es el fundamento de la fe: he encontrado a Jesús como Saúl» tal y como lo relata el pasaje de los Hechos de los apóstoles propuesto por la liturgia.

Y así, prosiguió el Papa Francisco, si uno se dice a sí mismo «no me acuerdo» del encuentro con el Señor, es oportuno que pida la gracia: «Señor, ¿cuándo fui consciente de encontrarte? ¿Cuándo me dijiste algo que cambió mi vida o me invitaste a dar aquel paso hacia adelante en la vida?». Y, recomendó el Papa, «esta es una bonita oración, hacedla cada día». Y cuando después «te acuerdes, regocíjate en ese recuerdo que es un recuerdo de amor».

«Otra bonita tarea», propuso el Papa, «sería tomar los Evangelios» y releer las muchas historias que hay para «ver como Jesús encuentra a la gente, como elige a los apóstoles». Y darse cuenta, quizá, de que alguno de los encuentros se «asemeja al mío», porque «cada uno tiene su propio» encuentro.

He aquí entonces las dos sugerencias prácticas y concretas del Papa, «que nos harán bien». En primer lugar «rezar y pedir la gracia de la memoria» y preguntarnos: «¿Cuándo, Señor, fue ese encuentro, ese primer amor?». Para «no escuchar el reproche que el Señor hace en el Apocalipsis: “Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero”».

La segunda sugerencia del Papa es, precisamente, «tomar el Evangelio y ver los numerosos encuentros de Jesús con muchas personas diversas». Resulta evidente, explicó, que «el Señor quiere encontrarnos, quiere que la relación con nosotros sea cara a cara». Seguramente «en nuestra vida hubo un encuentro fuerte que nos guió a cambiar un poco la vida y a ser mejores».

Precisamente la celebración eucarística, concluyó el Pontífice, es «otro encuentro con Jesús, para realizar lo que hemos escuchado» en el Evangelio (Juan 6, 52-59): «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él». Sí, precisamente para permanecer así «en el Señor, vamos ahora hacia este encuentro cotidiano».

Evangelio de hoy, 25 de Abril: San Marcos, evangelista

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

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Evangelio de hoy
 breve explicación teológica


Día litúrgico: 25 de Abril: San Marcos, evangelista

Texto del Evangelio (Mc 16,15-20): En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».

Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.

Comentario: Mons. Agustí CORTÉS i Soriano
 Obispo de Sant Feliu de Llobregat 
(Barcelona, España)
Id por todo el mundo 
y proclamad la Buena Nueva a toda la creación

Hoy habría mucho que hablar sobre la cuestión de por qué no resuena con fuerza y convicción la palabra del Evangelio, por qué guardamos los cristianos un silencio sospechoso acerca de lo que creemos, a pesar de la llamada a la “nueva evangelización”. Cada uno hará su propio análisis y apuntará su particular interpretación.

Pero en la fiesta de san Marcos, escuchando el Evangelio y mirando al evangelizador, no podemos sino proclamar con seguridad y agradecimiento dónde está la fuente y en qué consiste la fuerza de nuestra palabra.

El evangelizador no habla porque así se lo recomienda un estudio sociológico del momento, ni porque se lo dicte la “prudencia” política, ni porque “le nace decir lo que piensa”. Sin más, se le ha impuesto una presencia y un mandato, desde fuera, sin coacción, pero con la autoridad de quien es digno de todo crédito: «Ve al mundo entero y proclama el Evangelio a toda la creación» (cf. Mc 16,15). Es decir, que evangelizamos por obediencia, bien que gozosa y confiadamente.

Nuestra palabra, por otra parte, no se presenta como una más en el mercado de las ideas o de las opiniones, sino que tiene todo el peso de los mensajes fuertes y definitivos. De su aceptación o rechazo dependen la vida o la muerte; y su verdad, su capacidad de convicción, viene por la vía testimonial, es decir, aparece acreditada por signos de poder en favor de los necesitados. Por eso es, propiamente, una “proclamación”, una declaración pública, feliz, entusiasmada, de un hecho decisivo y salvador.

¿Por qué, pues, nuestro silencio? ¿Miedo, timidez? Decía san Justino que «aquellos ignorantes e incapaces de elocuencia, persuadieron por la virtud a todo el género humano». El signo o milagro de la virtud es nuestra elocuencia. Dejemos al menos que el Señor en medio de nosotros y con nosotros realice su obra: estaba «colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban» (Mc 16,20).

jueves, 23 de abril de 2015

Evangelio de hoy Viernes III de Pascua, 24/04/2015

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

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Día litúrgico: Viernes III de Pascua


Texto del Evangelio (Jn 6,52-59): En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.

Comentario: Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch
(Salt, Girona, España)
En verdad, en verdad os digo:
 si no coméis la carne del Hijo del hombre,
y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros

Hoy, Jesús hace tres afirmaciones capitales, como son: que se ha de comer la carne del Hijo del hombre y beber su sangre; que si no se comulga no se puede tener vida; y que esta vida es la vida eterna y es la condición para la resurrección (cf. Jn 6,53.58). No hay nada en el Evangelio tan claro, tan rotundo y tan definitivo como estas afirmaciones de Jesús.

No siempre los católicos estamos a la altura de lo que merece la Eucaristía: a veces se pretende “vivir” sin las condiciones de vida señaladas por Jesús y, sin embargo, como ha escrito Juan Pablo II, «la Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones».

“Comer para vivir”: comer la carne del Hijo del hombre para vivir como el Hijo del hombre. Este comer se llama “comunión”. Es un “comer”, y decimos “comer” para que quede clara la necesidad de la asimilación, de la identificación con Jesús. Se comulga para mantener la unión: para pensar como Él, para hablar como Él, para amar como Él. A los cristianos nos hacía falta la encíclica eucarística de Juan Pablo II, La Iglesia vive de la Eucaristía. Es una encíclica apasionada: es “fuego” porque la Eucaristía es ardiente.
 

«Vivamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (Lc 22,15), decía Jesús al atardecer del Jueves Santo. Hemos de recuperar el fervor eucarístico. Ninguna otra religión tiene una iniciativa semejante. Es Dios que baja hasta el corazón del hombre para establecer ahí una relación misteriosa de amor. Y desde ahí se construye la Iglesia y se toma parte en el dinamismo apostólico y eclesial de la Eucaristía.

Estamos tocando la entraña misma del misterio, como Tomás, que palpaba las heridas de Cristo resucitado. Los cristianos tendremos que revisar nuestra fidelidad al hecho eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado y la Iglesia nos lo propone. Y tenemos que volver a vivir la “ternura” hacia la Eucaristía: genuflexiones pausadas y bien hechas, incremento del número de comuniones espirituales... Y, a partir de la Eucaristía, los hombres nos aparecerán sagrados, tal como son. Y les serviremos con una renovada ternura.



catequesis del Papa miércoles 22 de abril

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

Resultado de imagen de Catequésis del Papa Francisco

Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del miércoles 22 de abril
Es necesario reparar en las nuevas generaciones la desconfianza contra la alianza del hombre y de la mujer y revalorizar el matrimonio y la familia
Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 22 de abril de 2015 (Zenit.org) - En la audiencia realizada este miércoles 22 de abril en la plaza de San Pedro, papa Francisco realizó la siguiente catequesis, cuyo texto completo ofrecemos a continuación

"Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

En la catequesis precedente sobre la familia, me detuve en el primer pasaje de la creación del ser humano, en el primer capítulo de la Génesis, donde está escrito: Dios creó al hombre a su imagen: a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó. Hoy quisiera completar la reflexión con el segundo pasaje, que encontramos en el segundo capítulo. Aquí leemos que el Señor, después de haber creado el cielo y la tierra, “el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente”. Es el pináculo de la creación. Después Dios puso al hombre en un jardín bellísimo para que lo cultivara y lo cuidara.

El Espíritu Santo, que ha inspirado toda la Biblia, sugiere por un momento la imagen del hombre solo, y le falta algo sin la mujer. Y sugiere el pensamiento de Dios, casi el sentimiento de Dios que lo mira, que observa a Adán solo en el jardín: es libre, es señor… pero está solo. Y Dios ve que esto “no va bien”: es como una falta de comunión, falta una comunión, una falta de plenitud. “No está bien” --dice Dios-- y añade: “quiero darle una ayuda que le corresponde”.

Entonces Dios presenta al hombre a todos los animales; el hombre da a cada uno de ellos su nombre-- y esta es otra imagen de la señoría del hombre sobre sobre la creación--, pero no encuentra en ningún animal, otro que sea parecido a él. Pero el hombre continúa solo. Cuando finalmente Dios le presenta a la mujer, el hombre reconoce exultante que esa criatura, y solo esa, es parte de él: “hueso de mis huesos, carne de mi carne”. Finalmente, hay un reflejo de sí, una reciprocidad.

Y cuando una persona --es un ejemplo para entender bien esto--  quiere dar la mano a otra, debe tener otro adelante: si uno da la mano y no tiene nada, la mano está allí, le falta la reciprocidad. Así era el hombre, le faltaba algo para llegar a su plenitud, le faltaba reciprocidad.

La mujer no es una “réplica” del hombre; viene directamente del gesto creador de Dios. La imagen de la “costilla” no expresa inferioridad o subordinación, sino, al contrario, que hombre y mujer son de la misma sustancia y son complementarios. Y el hecho de que --siempre en la parábola-- Dios plasme la mujer mientras el hombre duerme, subraya precisamente que ella no es de ninguna manera criatura del hombre, sino de Dios.  Y también sugiere otra cosa: para encontrar a la mujer y podemos decir, para encontrar el amor en la mujer, para encontrar la mujer, el hombre primero debe soñarla, y luego la encuentra.

La confianza de Dios en el hombre y en la mujer, a los cuáles confía la Tierra, es generosa, directa, plena. Pero es aquí donde el maligno introduce en su mente la sospecha, la incredulidad, la desconfianza. Y finalmente, llega la desobediencia al mandamiento que les protegía. Caen en ese delirio de omnipotencia que contamina todo y destruye la armonía. También nosotros lo sentimos dentro de nosotros, tantas veces, todos.

El pecado genera desconfianza y división entre el hombre y la mujer. Su relación se verá amenazada por miles de formas de prevaricación y de sometimiento, de seducción engañosa y de prepotencia humillante, hasta las más dramáticas y violentas. La historia lleva las huellas. Pensemos, por ejemplo, a los excesos negativos de las culturas patriarcales. Pensemos en las múltiples formas de machismo. Donde la mujer es considerada de segunda clase. Pensemos en la instrumentalización y mercantilización del cuerpo femenino en la actual cultura mediática. Pero pensemos también en la reciente epidemia de desconfianza, de escepticismo, e incluso de hostilidad que se difunde en nuestra cultura --en particular a partir de una desconfianza comprensible de las mujeres-- en relación a una alianza entre hombre y mujer que sea capaz, al mismo tiempo, de afinar la intimidad de la comunión y de custodiar la dignidad de la diferencia.

Si no encontramos una oleada de simpatía por esta alianza, capaz de establecer las nuevas generaciones a la reparación de la desconfianza y de la indiferencia, los hijos vendrán al mundo cada vez más desarraigados desde el vientre materno. La desvalorización social por la alianza estable y generativa del hombre y de la mujer es ciertamente una pérdida para todos. ¡Debemos revalorizar el matrimonio y la familia! Y la Biblia dice una cosa bella: el hombre encuentra la mujer, ellos se encuentran, y el hombre debe dejar algo para encontrarla plenamente. Y por esto, el hombre dejará a su padre y a su madre para ir con ella. ¡Es bello! Esto significa comenzar un camino. El hombre es todo para la mujer y la mujer es toda para el hombre.

El cuidado de esta alianza del hombre y de la mujer, también si son pecadores y están heridos, confundido o humillados, desconfiados e inciertos, es por tanto para nosotros creyentes una vocación exigente y apasionante, en la condición actual. El mismo pasaje de la creación y del pecado, en su final, no entrega un icono bellísimo: “El Señor Dios hizo al hombre y a su mujer unas túnicas de pieles y los vistió”. Es una imagen de ternura hacia esa pareja pecadora que nos deja con la boca abierta: la ternura de Dios por el hombre y por la mujer. Es una imagen de custodia paterna de la pareja humana. Dios mismo cuida y protege a su obra maestra.