lunes, 20 de marzo de 2017

Padre, ¿alguna vez te enamoraste?

Homilías del Papa y Temas sacerdotales


 OPINIÓN
Padre, ¿alguna vez te enamoraste?
Escrito por el Pbro. Leandro Bonnin
 Marzo 17, 2017

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Casi nunca nos preguntan a nosotros,  a los que hemos optado por el celibato, ni suele oírse la voz de un cura que esté encantado con su vida célibe

Cada tanto, el tema del Celibato sacerdotal se pone “de moda”, ya sea en ambientes eclesiales o en otros más mundanos, a tal punto que incluso en los sitios webs de los diarios, en los programas televisivos de chimentos o en los matutinos radiales se habla de él.

Para abordar la cuestión, suelen llamar a muchos para opinar: a psicólogos, a sociólogos, a historiadores de las religiones, a ex-sacerdotes, sin que falte la opinión de las vedettes de turno o del presentador del programa… Pero casi nunca nos preguntan a nosotros,  a los que hemos optado por el celibato, ni suele oírse la voz de un cura que esté encantado con su vida célibe.

Por este motivo, muchos cristianos, incluso con cierta formación, desarrollan ideas equivocadas sobre el celibato sacerdotal. Llegan a ver en el mismo únicamente una norma eclesiástica que se impone desde afuera, una prohibición, una censura a lo más normal para un hombre, para un varón. ¿Qué tiene de malo el amor? ¿Acaso no es el centro de mensaje cristiano? En la mente de muchos aparece asociada la palabra “celibato” a “negación del amor”. “Prohibido amar”.

Dado este contexto, no es extraño que sobre todo los niños y los jóvenes, cuando tienen oportunidad y con su habitual desparpajo, nos planteen su interés del siguiente modo: ¿qué pasa si te enamorás? O, incluso, ¿alguna vez te enamoraste?

Los documentos de la Iglesia han mostrado con belleza y profundidad la falacia de oponer celibato y amor. Yo, con el paso de los años, he ido encontrando mi propia respuesta, que se ha hecho más y más clara y que hoy creo poder expresar con más soltura y hasta con cierta elegancia.

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Es la respuesta que comparto aquí, y que estoy seguro puede ser asumida por cientos de miles de curas y religiosas. Lo cuento más o menos así:

Desde niño siempre soñé con encontrar y tener:

a) Una hermosa y buena esposa a quien amar para toda la vida.

b) Muchos, muchos hijos a quienes querer y ayudar a ser felices.

En definitiva: soñaba con una familia, fundada en un amor definitivo, perpetuo.

Pero entonces, ¿por qué me “metí de cura”, en esta institución en la que “no te dejan casarte”?

Me “metí de cura”, y elegí ser célibe, por una única razón: por el llamado de Jesús.

Porque el día en que supe que tenía que ser sacerdote, en ese preciso momento, supe también que Jesús quería que le entregara toda mi vida, todo lo que soy, todo mi futuro, todos mis sueños. Y esto, no por un tiempo, sino para siempre.

Yo no soy célibe, entonces, porque “la Iglesia no me deja casarme”.

Ni mucho menos me metí de cura porque no me “gustaban las mujeres”, o porque “me dejó una novia”, o porque “nadie me daba ni la hora”

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No. Me “metí de cura” por AMOR. Porque descubrí que un Amor infinito me precedía, y ese Amor conquistó mi pobre corazón humano. Me enamoré del amor, y elegí -decidí- amar con la totalidad.

Por eso entré en el Seminario -con certezas firmes, que se fueron iluminando cada vez más y solidificando mejor-, y por eso, día tras día, volví a elegir lo mismo que el primer día.

En el Seminario, lejos de presentarnos una realidad ficticia, de ocultarnos las posibles dificultades, o hablarnos mal del matrimonio y de la familia -todo lo contrario-, me dijeron bien clarito, una y otra vez: “el Celibato es un don maravilloso, pero también es exigente. Si estás seguro, adelante. Pero si no estás seguro, estás a tiempo“

Me enseñaron que para ser feliz siendo célibe (porque no se trata de aguantar, sino de ser plenos) debía cuidar mi amor por el Señor. Que si mi amor por Jesucristo se mantenía vivo -como en un matrimonio-, si permanecía enamorado de Él, podía ser enormemente feliz, incluso teniendo que renunciar a grandes bienes.

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Me enseñaron -y acá viene lo más paradójico y maravilloso de la vida célibe, lo que yo al principio no había imaginado y hoy disfruto- que si vivía mi celibato como expresión de amor, si me abría a la acción de la Gracia y del llamado que se perpetúa en el tiempo, se iban a colmar de modo sobreabundante todos mis anhelos:

a) Iba a ser, verdaderamente esposo, como Jesús es esposo de la Iglesia.

b) Iba a ser, verdaderamente padre, de muchos, muchísimos hijos, a quienes querer y ayudar a ser felices.

Iba a tener una gran familia, fundada en un amor definitivo.

Y así lo vivo hoy.

Con la certeza de que no me “vendieron un buzón“, ni me “metieron el perro“, diciéndome vaguedades o con falsos misticismos.

Pero todo es cuestión de Amor. En los días de mi sacerdocio donde el amor por Jesús y mi intimidad con Él han permanecido fuertes, el gozo es inabarcable. Increíble e inexpresablemente intenso. Una alegría del Cielo, como sugiere la etimología de “celibato”

Y sólo en los días donde yo no supe ser perseverante en la búsqueda de su Rostro, donde me aislé de la Gracia, donde anduve sin poner mi norte y mi rumbo en Él, apareció la tristeza, como aparece en un hombre casado cuando va descuidando el amor por su cónyuge.

Por eso las personas célibes, en la medida en que podemos vivir de este modo, no somos “dignas de lástima”. No somos “pobrecitos” de la vida, ni fracasados existenciales.

No somos más que una persona casada, pero tampoco menos, porque el más o el menos no se mide por el estado de vida ni por la vocación, sino por la Fidelidad.

Pero quizá alguno dirá: ¿no hace el celibato incompleta la vida de una persona? ¿Cómo se puede ser padre, ser pastor, se maestro, permaneciendo “fuera” de experiencias tan esenciales de la vida como son el matrimonio y la familia?

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El tiempo y la vida pastoral me han demostrado que el celibato, lejos de alejarme de la realidad de las personas o de impedirme conocerla y comprenderla, me permite observarla y abordarla desde un ángulo y con un enfoque enormemente enriquecedor. Es cierto que esto lleva algunos años de escucha y estudio que exceden los del Seminario, pero finalmente puedo decir que en muchas ocasiones me puedo sentir un “experto en humanidad” y con una mirada sobre la realidad humana mucho más realista. La vivencia del celibato acarrea consigo en la mayoría de las ocasiones una apertura del corazón por parte de los fieles más sincera, más espontánea y más fecunda que si no lo fuera.

Por el gran don del celibato al que fui llamado, por tanta alegría escondida y misteriosa fluyendo de esta fuente, hoy quiero nuevamente dar gracias al Señor. Y quiero darle gracias a Dios por su Fidelidad, en la cual mi fidelidad y la fidelidad de todos los consagrados es posible.

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Y dar gracias también a tantos consagrados y sacerdotes que me han mostrado, mucho antes de que yo fuera capaz de darme cuenta, que hay una felicidad infinita en ser totalmente del Señor.

Con María, como María, desde el Corazón Inmaculado de María.



FUENTE: infocatolica.com
AUTOR: Leandro Bonnin

Sacerdote de la Arquidiócesis de Paraná, Argentina, actualmente sirviendo a la diócesis de San Roque (Chaco)
Fue profesor de Liturgia y participó de la Junta de Educación Católica. Autor de algunos libros, entre ellos “7 canastas. Catequesis sobre la Santa Misa” y “24 Horas Santas con María”.

Puedes ponerte en contacto a través de correo  leandrobonnin@yahoo.com.ar o en

Confeccionado por Franja.





viernes, 3 de marzo de 2017

Encuentro cuaresmal del Papa Francisco con los párrocos de Roma

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

Encuentro cuaresmal del Papa Francisco con los párrocos de Roma

En la Catedral de Roma, el encuentro del Papa Francisco con los párrocos de su Diócesis

En la Catedral de Roma, el encuentro del Papa Francisco con los párrocos de su Diócesis - ANSA
02/03/2017 13:20SHARE:

(RV).- El Papa Francisco fue a la Basílica Papal de San Juan de Letrán, Catedral de Roma, para el tradicional encuentro con los párrocos de la Diócesis del Papa, el jueves después del Miércoles de Ceniza, encuentro que comenzó confesando a algunos párrocos.
Aumentar nuestra fe y perseverar en ella, gracias a la Palabra de Dios y por medio de la caridad: memoria, esperanza y discernimiento, son algunos de los puntos que destacó el Papa en su meditación titulada: «El progreso de la fe en la vida del sacerdote».
«¡Señor: auméntanos la fe!» (Lc 17,5) Éste fue el ruego espontáneo de los discípulos, que surgió cuando el Señor les hablaba de la misericordia y él les dijo que debemos perdonar setenta veces siete», recordó el Papa Francisco:
«‘Auméntanos la fe’, pedimos también nosotros al comienzo de esta conversación. Lo hacemos con la sencillez del Catecismo, que dice: Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que nos la aumente (cf. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe «actuar por la caridad» (Ga 5,6; cf. St 2,14-26), ser sostenida por la esperanza (cf. Rm 15,13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia» (n. 162).
«Me ayuda apoyarme en tres puntos firmes: la memoria, la esperanza y el discernimiento del momento», subrayó el Papa, destacando luego que «la memoria, como dice el Catecismo, se arraiga en la fe de la Iglesia, en la fe de nuestros padres; la esperanza es lo que nos sostiene en la fe; y el discernimiento del momento, lo tengo presente en el momento de actuar, de poner en práctica aquella ‘fe que debe actuar por la caridad’»:
El Obispo de Roma explicó los pasos de su meditación:
«Dispongo de una promesa – siempre es importante recordar la promesa del Señor que me ha puesto en camino - .
Estoy en camino – tengo esperanza - : la esperanza me indica el horizonte, me guía: es la estrella y es también lo que sostiene, es el ancla, anclada en Cristo.
Y, en el momento específico, en cada encrucijada debo discernir un bien concreto, el paso adelante en el amor que puedo dar, y también el modo en el que el Señor quiere que lo cumpla».
Hacer memoria fue el primer punto que señaló el Papa:
«Hacer memoria de las gracias pasadas confiere a nuestra fe la solidez de la encarnación; la coloca en el interior de una historia, la historia de la fe de nuestros padres que ‘murieron en la fe, sin alcanzar el cumplimiento de las promesas: las vieron y las saludaron de lejos’ (Heb 11,13)»
Luego, el Santo Padre destacó la importancia de la esperanza
«La esperanza, por su parte es la que abre la fe a las sorpresas de Dios. Nuestro Dios es siempre más grande que todo lo que podemos pensar e imaginar sobre Él, sobre lo que le pertenece y sobre su modo de actuar en la historia. La apertura a la esperanza confiere a nuestra fe frescor y horizonte».
Y, por último el discernimiento:
«El discernimiento, en fin, concretiza la fe, es lo que la hace obrar por la caridad, lo que nos permite dar un testimonio creíble: ‘Por medio de las obras, te demostraré mi fe’ (Stgo 2,18)
Con estas tres cosas vamos adelante: memoria, esperanza, discernimiento del momento presente».