Homilías del Papa y Temas sacerdotales
“La
Iglesia, como Jesús, vive en medio a la gente y para la gente”, lo dijo el Papa
en la Misa en Florencia
Celebración
Eucaristíca presidida por el Papa Francisco, en el Estadio Comunal
"Artemio Franchi" de Florencia al final de su Visita Pastoral. - AFP
10/11/2015
14:53SHARE:
(RV).-
“A la raíz del misterio de la salvación está la voluntad de un Dios
misericordioso, que no se rinde ante la incomprensión, la culpa y la miseria
del hombre, sino se dona a él hasta hacerse Él mismo hombre para encontrar a
cada persona en su condición concreta”. Lo dijo el Papa Francisco en su homilía
en la Misa celebrada concluyendo su Visita pastoral a las ciudades italianas de
Prato y Florencia.
Comentando
el Evangelio que la liturgia propone para este día, el Santo Padre se centró en
las preguntas que Jesús hace a sus discípulos y a la gente, sobre la identidad
del Mesías. “En el Evangelio de hoy Jesús pone a sus discípulos dos preguntas.
La primera: ¿La gente quien dice que es el Hijo del Hombre? (Mt 16,13) es una
pregunta que demuestra cuánto el corazón y la mirada de Jesús están abiertos a
todos. A Jesús le interesa lo que la gente piensa no para contentarla, sino
para poder comunicarse con ellos”.
Es
necesario saber lo que la gente piensa, afirmó el Pontífice, manteniendo el
contacto con la realidad, teniendo en cuenta sus alegrías, sus tristezas, sus
triunfos y sus fracasos, este es el único modo para poder ayudarlos. “Es el
único modo para hablar a los corazones tocando sus experiencias cotidianas: el
trabajo, la familia, los problemas de salud, el tráfico, la escuela, los
servicios sanitarios… es el único modo para abrir sus corazones a la escucha de
Dios. En realidad, cuando Dios quiso hablar con nosotros se encarnó. Los
discípulos de Jesús no deben olvidar jamás de donde han sido elegidos, es
decir, entre la gente, y no deben caer jamás en la tentación de asumir
actitudes indiferentes, como si lo que la gente piensa y vive no le incumbe y
no fuera para ellos importante”.
Los
discípulos de Jesús, señaló el Obispo de Roma, deben mantener viva su memoria,
sus orígenes y tener siempre presente la pregunta que la Iglesia ha transmitido
desde sus inicios: ¿Quién es Jesús para los hombres y mujeres de hoy? Para
responder a esta pregunta, el Papa dijo que es necesario realizar la
experiencia de Dios. “Por esto, es necesario madurar una fe en personal en Él.
Y es ahí cuando Jesús pone la segunda pregunta a sus discípulos: ¿Y ustedes,
quien dicen que soy yo? (Mt 16,15). Pregunta que resuena todavía hoy en la
conciencia de sus discípulos, y es decisiva para nuestra identidad y nuestra
misión. Solo si reconocemos a Jesús en Su Verdad, seremos capaces de mirar la
verdad de nuestra condición humana, y podremos dar nuestra contribución a la
plena humanización de la sociedad”.
Sólo
anunciando la “recta fe” en Jesucristo podremos construir un nuevo humanismo y
una nueva sociedad, precisó el Sucesor de Pedro, este es el único modo de
mantener nuestra identidad cristiana; solo penetrando y descubriendo el
misterio del Hijo de Dios hecho hombre podremos penetrar y descubrir el
misterio de Dios y el misterio del hombre. “También hoy, queridos hermanos y
hermanas, nuestra alegría es compartir esta fe y responder juntos al Señor
Jesús: ‘Tú para nosotros eres el Cristo, el hijo del Dios vivo’. Nuestra
alegría también es ir contra corriente y superar la opinión corriente, que hoy,
como entonces, no logra ver en Jesús más que un profeta o un maestro. Nuestra
alegría es reconocer en Él la presencia de Dios, el enviado del Padre, el Hijo
hecho instrumento de salvación para la humanidad. Esta profesión de fe que
Simón Pedro proclamó permanece también para nosotros. Esta no representa solo
el fundamento de nuestra salvación, sino también el camino a través del cual
esa se realiza y la meta a la cual tiende”.
(Renato
Martinez - Radio Vaticano)
Texto
Completo de la Homilía del Papa Francisco
durante la Santa Misa en
Florencia:
En
el Evangelio de hoy Jesús pone a sus discípulos dos preguntas. La primera: ¿La
gente quien dice que es el Hijo del Hombre? (Mt 16,13) es una pregunta que
demuestra cuanto el corazón y la mirada de Jesús están abiertos a todos. A
Jesús le interesa lo que la gente piensa no para contentarla, sino para poder
comunicarse con ellos. Sin saber lo que la gente piensa, el discípulo se aísla
y comienza a juzgar a la gente de acuerdo con sus propios pensamientos y
creencias. Mantener un sano contacto con la realidad, con eso que la gente
vive, con sus lágrimas y alegrías, es la única manera de poder ayudar, educar y
comunicar. Es la única manera de hablar a los corazones de la gente tocando su
experiencia diaria: el trabajo, la familia, los problemas de salud, el tráfico,
las escuelas, los servicios de salud... Y la única manera de abrir su corazón a
la escucha de Dios. En realidad, cuando Dios quería hablar con nosotros se ha
encarnado. Los discípulos de Jesús nunca deben olvidar de donde fueron
elegidos, entre las personas, y nunca deben caer en la tentación de actitudes
individualistas, como si eso que la gente piensa y vive no le preocupara y no
fueran importantes para ellos.
Esto
también vale para nosotros. Y el hecho de que hoy estamos reunidos para
celebrar la Santa Misa en un estadio deportivo, nos lo recuerda. La Iglesia,
como Jesús, vive en medio del pueblo y para el pueblo. Por esta razón la
Iglesia, a lo largo de su historia, siempre ha llevado dentro de sí mismo la
misma pregunta: ¿Quién es Jesús para los hombres y mujeres de hoy?
También
el santo Papa León Magno, originario de la Toscana, cuya memoria celebramos
hoy, llevaba en su corazón esta pregunta, esta ansiedad apostólica que todos
pudieran conocer a Jesús, y conocerlo por aquello que es realmente, no una
imagen distorsionada de la filosofía y de las ideologías de la época.
Por
ello es necesario madurar una fe personal en Él. Y allí, la segunda pregunta
que Jesús pone a los discípulos: "¿ustedes, quién decís que soy yo?"
(Mt 16,15). Pregunta que todavía resuena
hoy en la conciencia de nosotros, sus discípulos, y es decisiva para nuestra
identidad y nuestra misión. Sólo si reconocemos a Jesús en su verdad, seremos
capaces de ver la verdad de nuestra condición humana, y podremos llevar nuestra
contribución a la plena humanización de la sociedad.
Custodiar
y anunciar la recta fe en Jesucristo es el corazón de nuestra identidad
cristiana, porque al reconocer el misterio del Hijo de Dios hecho hombre,
podemos entrar en el misterio de Dios y en el misterio del hombre.
A
la pregunta de Jesús responde Simón:
"Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (v. 16). Esta
respuesta contiene toda la misión de Pedro y resume lo que será para la Iglesia
el ministerio petrino, es decir, custodiar y proclamar la verdad de la fe;
defender y promover la comunión entre toda la Iglesia; mantener la disciplina
de la Iglesia. El Papa León tuvo y continua, en esta misión, un modelo
ejemplar, tanto en sus enseñanzas luminosas, como en sus gestos llenos de
ternura, de compasión y del poder de Dios.
También
hoy, queridos hermanos y hermanas, nuestra alegría es compartir esta fe y
responder juntos al Señor Jesús: ‘Tú para nosotros eres el Cristo, el hijo del
Dios vivo’. Nuestra alegría también es ir contra corriente y superar la opinión
corriente, que hoy, como entonces, no logra ver en Jesús más que un profeta o
un maestro. Nuestra alegría es reconocer en Él la presencia de Dios, el enviado
del Padre, el Hijo hecho instrumento de salvación para la humanidad. Esta
profesión de fe que Simón Pedro proclamó permanece también para nosotros. Esta
no representa solo el fundamento de nuestra salvación, sino también el camino a
través del cual esa se realiza y la meta a la cual tiende.
A
la raíz del misterio de la salvación está la voluntad de un Dios
misericordioso, que no se rinde ante la incomprensión, la culpa y la miseria
del hombre, sino se dona hasta hacerse Él mismo hombre para encontrar a cada
persona en su condición concreta. Este amor misericordioso de Dios es lo que
Simón Pedro reconoce en el rostro de Jesús. La misma cara que estamos llamados
a reconocer en las formas en la cual el Señor nos ha asegurado su presencia
entre nosotros: en su Palabra, que ilumina la oscuridad de nuestra mente y
nuestro corazón; en los Sacramentos, que nos regenera a una nueva vida de
nuestra muerte; en la comunión fraterna, que el Espíritu Santo crea entre sus
discípulos; en el amar sin fronteras, que hace un servicio generoso y
considerado hacia todos; en los pobres, que nos recuerda cómo Jesús quería que
la suprema revelación de sí y del Padre tuviera la imagen del crucificado
humillado.
Esta
verdad de la fe es verdad que escandaliza, ya que pide que creamos en Jesús, el
cual, siendo el mismo Dios, se abajo, se redujo a la condición de esclavo,
hasta la muerte de la cruz, y por eso Dios lo ha hecho Señor del universo (cf.
Fil 2,6-11). Es la verdad que todavía hoy escandaliza a quien no tolera el
misterio de Dios impreso en el rostro de Cristo. Es la verdad que no podemos
tocar y abrazar sin que, como dice San Pablo, entrar en el misterio de
Jesucristo, y sin hacer nuestros sus propios sentimientos (cf. Fil 2,5). Sólo
desde el Corazón de Cristo, podemos entender, profesar y vivir su verdad.
En
realidad, la comunión entre lo divino y lo humano, realizado plenamente en
Jesús, es nuestra meta, la culminación de la historia humana según el plan del
Padre. Es el gozo del encuentro entre nuestra debilidad y su grandeza, en
nuestra pequeñez y su misericordia que llenará nuestros límites. Pero esta meta
no sólo es el horizonte que ilumina nuestro camino, pero es lo que nos atrae
con su suave fuerza; es lo que comienza a anticipar y vivir aquí y se construye
día a día con todo lo mejor que sembramos a nuestro alrededor. Estas son las
semillas que ayudan a crear una humanidad nueva, renovada, donde nadie se quede
al margen o descartado; donde quien sirve es el más grande; donde los más
pequeños y los pobres son acogidos y ayudados.
Dios
y el hombre son los dos extremos de una oposición: se buscan siempre, porque
Dios reconoce en el hombre su propia imagen y el hombre se reconoce solamente
mirando a Dios. Esta es la verdadera sabiduría, que el Libro del Eclesiástico
señala como característico de aquellos que se adhieren al seguimiento Cristo. Y
la sabiduría de San León Magno, es el resultado de la convergencia de varios
elementos: la palabra, la inteligencia, la oración, la enseñanza, la memoria.
Pero San León también nos recuerda que no puede haber verdadera sabiduría, si
no en la adhesión a Cristo y al servicio de la Iglesia.
Este es el camino sobre
el cual encontramos la humanidad y podemos encontrarla con el espíritu del buen
samaritano. No en vano, el humanismo, del cual Florencia ha testimoniado en sus
momentos más creativos, siempre ha tenido el rostro de la caridad. Esta
herencia sea fecunda de un nuevo humanismo para esta ciudad y para toda Italia.
(Traducción:
Johan Pacheco – Radio Vaticano)
No hay comentarios:
Publicar un comentario