Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Homilías del Papa Francisco
“Pidamos
la gracia de la santidad para ser instrumentos de la misericordia de Dios”, el
Papa en la Misa de Todos los Santos
Celebración
Eucarística presidida por el Papa Francisco en el Cementerio Monumental de Roma
en la Solemnidad de Todos los Santos. - RV
01/11/2015
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(RV).-
"Las bienaventuranzas son el camino de la santidad, es el camino que ha
recorrido Jesús, es más, es Él mismo este camino: quien camina con Él y pasa a
través de Él entra en la vida, en la vida eterna”, lo dijo el Papa Francisco en
la Misa celebrada en el Cementerio Monumental del Verano de Roma, en la
Solemnidad de Todos los Santos.
En
su homilía, el Santo Padre trazó la vía que lleva a la santidad, es decir a la
felicidad, este camino pasa a través del protocolo de las Bienaventuranzas
inspiradas en el pasaje bíblico de Mateo 25. “La palabra del Señor resucitado y
vivo indica también a nosotros, hoy dijo el Papa, el camino para alcanzar la
verdadera felicidad, el camino que conduce al Cielo. Es un camino difícil de
comprender por qué va contra corriente, pero el Señor nos dice que quien va por
este camino es feliz, y tarde o temprano
alcanza la felicidad”.
No
hay otra forma, no existe otro camino que el de las bienaventuranzas, afirmó el
Obispo de Roma de alcanzar la felicidad. “Este es el camino de la santidad, y
es el mismo camino de la felicidad. Es el camino que ha recorrido Jesús, es más
dijo el Pontífice, es Él mismo este camino: quien camina con Él y pasa a través
de Él entra en la vida, en la vida eterna. Por ello, señaló el Sucesor de Pedro,
“pidamos al Señor la gracia de ser personas sencillas y humildes, la gracia de
saber llorar, la gracia de ser humildes, la gracia de trabajar por la justicia
y la paz, y sobre todo la gracia de dejarnos perdonar por Dios para
convertirnos en instrumentos de su misericordia”.
Texto
y audio completo de la homilía del Papa Francisco
En
el Evangelio hemos escuchado a Jesús que enseñaba a sus discípulos y a la gente
reunida sobre la colina del lago de Galilea (Cfr. Mt 5,1-12). La palabra del
Señor resucitado y vivo indica también a nosotros, hoy, el camino para alcanzar
la verdadera felicidad, el camino que conduce al Cielo. Es un camino difícil de
comprender por qué va contra corriente, pero el Señor nos dice que quien va por
este camino es feliz, tarde o temprano alcanza la felicidad.
“Bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Podemos
preguntarnos, ¿cómo puede ser feliz una persona pobre de corazón, cuyo único
tesoro es el Reino de los cielos? Pero la razón esta propio aquí: que teniendo
el corazón vacío y libre de tantas cosas mundanas, esta persona está en
“espera” del Reino de los Cielos.
“Bienaventurados
los que ahora lloran, porque serán consolados”. ¿Cómo pueden ser felices
aquellos que lloran? Es más, quién en la vida nunca ha experimentado la
tristeza, la angustia, el dolor, no conocerá jamás la fuerza de la consolación.
En cambio, pueden ser felices cuantos tienen la capacidad de conmoverse, la
capacidad de sentir en el corazón el dolor que hay en sus vidas y en la vida de
los demás. ¡Ellos serán felices! Porque la compasiva mano de Dios Padre los
consolará y los acariciará.
“Bienaventurados
los mansos”. Y nosotros al contrario, ¡cuántas veces somos impacientes,
nerviosos, siempre listos a lamentarnos! Hacia los demás tenemos tantas
pretensiones, pero cuando nos tocan, reaccionamos alzando la voz, como si
fuéramos dueños del mundo, mientras que en realidad todos somos hijos de Dios.
En cambio, pensemos en aquellas mamas y en aquellos papas que son tan pacientes
con sus hijos, que “los hacen enloquecer”. Este es el camino del Señor: el
camino de la humidad y de la paciencia. Jesús ha recorrido este camino: desde
pequeño ha soportado la persecución y el exilio; y después, de adulto, las
calumnias, los engaños, las falsas acusaciones en los tribunales; y todo lo ha
soportado con humildad. Ha soportado por amor a nosotros incluso la cruz.
“Bienaventurados
los que tiene hambre y sed de justicia, porque serán saciados”. Si, aquellos
que tienen un fuerte sentido de la justicia, y no solo hacia los demás, sino
sobre todo hacia ellos mismos, estos serán saciados, porque están listos para
recibir la justicia más grande, aquella que solo Dios puede dar.
Y
luego, “bienaventurados los misericordiosos, porque encontraran misericordia”.
Felices los que saben perdonar, que tiene misericordia por los demás, que no
juzgan todo ni a todos, sino que buscan ponerse en el lugar de los otros. El
perdón es la cosa de lo cual todos tenemos necesidad, nadie está excluido. Por
eso al inicio de la Misa nos reconocemos por aquello que somos, es decir
pecadores. Y no es un modo de decir, una formalidad: es un acto de verdad.
“Señor, aquí estoy, ten piedad de mi”. Y si sabemos dar a los demás el perdón
que pedimos para nosotros, somos bienaventurados. Como decimos en el “Padre
Nuestro”: Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos
ofenden.
“Bienaventurados
los constructores de paz, porque serán llamados hijos de Dios”. Miremos el
rostro de aquellos que van por ahí sembrando cizaña: ¿son felices? Aquellos que
buscan siempre la ocasión para engañar, para aprovecharse de los demás, ¿son
felices? No, no pueden ser felices. En cambio, aquellos que cada día, con
paciencia, buscan sembrar la paz, son artesanos de paz, de reconciliación,
ellos son bienaventurados, porque son verdaderos hijos de nuestro Padre del
Cielo, que siembra siempre y solo paz, al punto que ha enviado al mundo su Hijo
como semilla de paz para la humanidad.
Queridos
hermanos y hermanas, este es el camino de la santidad, y es el mismo camino de
la felicidad. Es el camino que ha recorrido Jesús, es más, es Él mismo este
camino: quien camina con Él y pasa a través de Él entra en la vida, en la vida
eterna. Pidamos al Señor la gracia de ser personas sencillas y humildes, la
gracia de saber llorar, la gracia de ser humildes, la gracia de trabajar por la
justicia y la paz, y sobre todo la gracia de dejarnos perdonar por Dios para
convertirnos en instrumentos de su misericordia.
Así
han hecho los Santos, que nos han precedido en la patria celestial. Ellos nos
acompañan en nuestra peregrinación terrena, nos animan a ir adelante. Su
intercesión nos ayude a caminar en la vía de Jesús, y obtenga la felicidad
eterna para nuestros hermanos y hermanas difuntos, para los que ofrecemos esta
Misa. Así sea.
(Traducción
del italiano, Renato Martinez - Radio Vaticana)
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