Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Papa:
es imperativo tutelar la dignidad humana
y los derechos laborales
El
Papa Francisco saluda y bendice en la Plaza de San Pedro - REUTERS
07/11/2015
12:05SHARE:
La
persona humana debe ser
principio, sujeto y fin para la economía en general
y
para todas las instituciones sociales
(RV).-
También este sábado, el Papa Francisco destacó que el trabajo no puede ser un
mecanismo perverso y que el derecho al trabajo implica derechos basados en la
persona humana y en su dignidad trascendente: el derecho al reposo semanal y a
la jubilación digna; el derecho asistencial para el que ha perdido el trabajo,
nunca lo tuvo o ha tenido que dejarlo; atención privilegiada al trabajo femenino,
asistencia a la maternidad, tutelando la vida que nace. Que nunca falte el
seguro para la vejez, la enfermedad, los infortunios laborales.
Al
recibir en la Plaza de San Pedro a los dirigentes y empleados del Instituto
nacional italiano para la seguridad social, Istituto Nazionale della
Prevvidenza Sociale, INPS, acompañados de sus familiares – más de 23 mil
personas, que lo recibieron con gran alegría – el Obispo de Roma se refirió a
los desafíos complejos que presentan la sociedad de hoy y el mundo laboral,
plagado por la insuficiencia de puestos de trabajo y por la precariedad de las
garantías que ofrece. Ante estas realidades tristemente actuales en el mundo
globalizado, el Papa reiteró su exhortación, recordando que es un deber de
justicia, con especial atención a los más desfavorecidos:
«¡Nunca
olvidar al hombre: éste es el imperativo! Amar y servir al hombre con
conciencia responsabilidad, disponibilidad. Trabajar para el que trabaja y no
olvidar al que quisiera trabajar y no puede hacerlo. Y ello, no como obra de
solidaridad, sino como deber de justicia y de subsidiariedad. Sostener a los
más débiles, para que a nadie le falte la dignidad y la libertad de vivir una
vida auténticamente humana».
Antes
de pronunciar su discurso, el Santo Padre recibió un saludo de Mons. Giorgio
Corbellini, Presidente de la Oficina de Trabajo de la Sede Apostólica, que
recordó los acuerdos entre la Santa Sede y el INPS, y del Presidente del citado
instituto.
(CdM – RV)
Discurso
del Papa a la INPS
Queridos
hermanos y hermanas,
con
viva cordialidad dirijo mi saludo a ustedes, empleados y dirigentes del
Instituto Nacional Italiano para la Seguridad Social, reunidos aquí en
audiencia por primera vez en la historia secular del ente. ¡Muchas
gracias!Gracias por su presencia – ¡son tantos de verdad! – y gracias a su
Presidente por sus gentiles palabras.
Ustedes
honran, en diferentes formas, la delicada tarea de tutelar algunos derechos
ligados al ejercicio del trabajo; derechos basados en la misma naturaleza de la
persona humana y sobre su trascendental dignidad. Está confiada a su atención
de forma particular aquella que quisiera definir como la custodia del derecho
al descanso. Me refiero no solamente a aquel descanso que es sostenido y
legitimado por una amplia serie de prestaciones sociales (del día de reposo
semanal a las vacaciones, a las que todo trabajador tiene derecho: cfr Juan
Pablo II, Cart. enc. Laborem exercens, 19), sino también y sobre todo a una
dimensión del ser humano que no carece de raíces espirituales y de la que
también ustedes, en lo que les compete, son responsables.
Dios
llamó al hombre al descanso (cfr Es 34,21; Dt 5,12.15) y Él mismo fue partícipe
de este el séptimo día (cfr Es 31,17; Gen 2,2). Por lo tanto el descanso, en el
lenguaje de la fe, es dimensión humana y al mismo tiempo divina. Pero con una
prerrogativa única: aquella de no ser una simple abstención de la fatiga y del
empeño ordinario, sino una ocasión para vivir plenamente la propia
“creaturalidad”, elevada a la dignidad filial de Dios mismo. La exigencia de
“santificar” el descanso (cfr Es 20,8) se une a aquella – vuelta a proponer
semanalmente con el domingo – de un
tiempo que permita ocuparse de la vida familiar, cultural, social y religiosa (cfr
Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, 67).
Del
justo descanso los hijos de Dios, también ustedes son en cierto sentido
colaboradores. En la multiplicidad de servicios que brindan a la sociedad,
tanto en términos asistenciales cuanto de seguridad social, ustedes contribuyen
en poner las bases para que el descanso pueda ser vivido como una dimensión
auténticamente humana, y por ello abierta a la posibilidad de un nuevo
encuentro con Dios y con los demás.
Esto,
que es un honor, se convierte al mismo tiempo en una responsabilidad. De hecho,
están llamados a enfrentar los desafíos siempre más complejos. Esas provienen
sea de la sociedad hodierna, con la criticidad de sus equilibrios y la
fragilidad de sus relaciones, sea del mundo del trabajo, flagelado por la
insuficiencia ocupacional y de la precariedad de las garantías que logra
ofrecer.
Y
se vive así, ¿cómo se puede descansar? El descanso es el derecho que todos
tenemos cuando tenemos trabajo; pero si la situación de desempleo, de
injusticia social, de trabajo negro, de precariedad en el trabajo es tan
fuerte, ¿Cómo puedo descansar? ¿Qué decidimos? Podemos decir – ¡es
vergonzoso!-: “Ah, ¿tú quieres trabajar? –“Si” –“Fenomenal. Lleguemos a un
acuerdo: tu comienzas a trabajar en septiembre no comes, no descansas…”. ¡Esto
sucede hoy! Y pasa hoy en todo el mundo, aquí está; ¡pasa hoy en Roma también!
Descanso porque hay trabajo. Al contrario, no se puede descansar.
Hasta
hace poco era común asociar la meta de la jubilación con la adquisición de la
llamada tercera edad, en la cual gozar del meritado descanso y ofrecer
sabiduría y consejos a las nuevas generaciones. La época contemporánea ha
sensiblemente cambiado este ritmo. De un parte, la eventualidad del descanso ha
sido anticipada, a veces diluido en el tiempo, a veces renegociado hasta los
extremos aberrantes, como aquel que llega a desnaturalizar la hipótesis misma
de un cese laboral. De otra parte, no han disminuido las exigencias
asistenciales, tanto para quien ha perdido o no ha tenido jamás un trabajo,
cuanto para quien es obligado a interrumpirlo por los diferentes motivos. Tu
interrumpes el trabajo y la asistencia sanitaria cae…
Su
difícil tarea es contribuir para que no falten los subsidios indispensables para la subsistencia de los
trabajadores desempleados y de sus familias. No falte entre sus prioridades una
atención privilegiada para el trabajo femenino, ni mucho menos la asistencia a
la maternidad que debe siempre tutelar la vida que nace y quien la sirve
cotidianamente. Tutelen a las mujeres, ¡el trabajo a las mujeres! Que no falte
jamás la aseguración para la ancianidad, la enfermedad, los accidentes de
trabajo. Que no falte el derecho a la jubilación y subrayo: el derecho, ¡la
pensión es un derecho!, porque se trata de esto. Sean conscientes de la alta
dignidad de cada uno de los trabajadores, al cual prestan servicio con obra.
Sosteniendo el aporte durante y después del periodo laboral, contribuyendo a la
cualidad de su compromiso como inversión para una vida en la medida del hombre.
Trabajar,
por lo demás, quiere decir prolongar la obra de Dios en la historia,
contribuyendo en ella de manera personal, útil y creativa (cfr ibid., 34).
Sosteniendo el trabajo ustedes sostienen esta misma obra. Y también, garantizando una existencia digna
a aquellos que tienen que dejar la actividad laboral, ustedes afirman su
realidad más profunda: el trabajo, de hecho, no puede ser un mero engranaje en
el mecanismo perverso que muele recursos para obtener ganancias siempre
mayores; el trabajo por lo tanto no puede ser ampliado o reducido en función de
la ganancia de unos pocos y de formas productivas que sacrifican valores,
relaciones y principios. Esto vale para la economía en general, que “no puede
recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar
la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos”,
(Exhort. ap. Evangelii gaudium, 204). Y vale, análogamente, para todas las
instituciones sociales, cuyo principio, sujeto y fin es y debe ser la persona
humana (cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, 25). Su dignidad
no puede ser prejuiciada nunca, ni siquiera cuando deja de ser económicamente
productiva.
Alguno
de vosotros puede pensar: “Pero que extraño, este Papa: primero nos habla del
descanso, ¡y después dice todas estas cosas sobre el derecho al trabajo!”. Son
cosas enlazadas. El verdadero descanso viene justamente del trabajo. Tu puedes
reposarte cuando estás seguro de tener un trabajo seguro, que te da una
dignidad, a ti y a tu familia. Y tú puedes descansar cuando en la ancianidad
estás seguro de tener la pensión que es un derecho. Están enlazados, los dos:
el verdadero descanso y el trabajo.
¡Nunca
olvidar al hombre: éste es el imperativo! Amar y servir al hombre con
conciencia responsabilidad, disponibilidad. Trabajar para el que trabaja y no
olvidar al que quisiera trabajar y no puede hacerlo. Y ello, no como
solidaridad, sino como deber de justicia y de subsidiariedad. Sostener a los
más débiles, para que a nadie le falte la dignidad y la libertad de vivir una
vida auténticamente humana.
Muchas
gracias por este encuentro. Invoco sobre cada uno de ustedes y sobre sus
familias la bendición del Señor. Les aseguro mi recuerdo en mi oración y les
pido por favor que recen por mí.
(Traducción
de Renato Martinez, Raúl Cabrera, Mónica Zorita- RV)
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