Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Sean
artífices de la renovación humana y espiritual de su país,
dijo el Papa en el
estadio de Bangui
El
Papa Francisco en camino hacia el estadio
Barthélémy Boganda de Bangui
donde
celebró la Misa - AFP
29/11/2015
17:18SHARE:
(RV).-
Sean artífices de la renovación humana y espiritual de su país: fueron palabras
del Papa dirigiéndose a los cristianos de Centroáfrica, en la homilía de la
misa celebrada en el estadio Barthélémy Boganda de Bangui, el 30 de noviembre,
último día de su visita a África.
Citando
la primera lectura, el Pontífice se refirió al entusiasmo y dinamismo misionero
del Apóstol Pablo y recalcó que, en tiempos difíciles, “es bueno maravillarse
de la labor misionera que trajo la alegría del Evangelio a tierra
centroafricana” y “reunirse alrededor del Señor para gozar de su presencia” y
“de la salvación como es esa otra orilla hacia la que debemos dirigirnos”. “La
otra orilla es, la vida eterna, el Cielo que nos espera” – dijo – “no es una
ilusión, no es una fuga del mundo, sino una poderosa realidad que nos llama y
compromete a perseverar en la fe y en el amor”.
Francisco
invitó a dar gracias al Señor "por su presencia y por la fuerza que nos
comunica en la vida diaria", cuando experimentamos sufrimientos o “por el
deseo que pone en nuestras almas” de querer “comprometernos en construir una
sociedad más justa y fraterna en la que ninguno se sienta abandonado”.
“Todavía
no hemos llegado a la meta, estamos como a mitad del río”, dijo el Papa, y “con
renovado empeño misionero tenemos que decidirnos a pasar a la otra orilla”. Con
la conciencia de que a las comunidades cristianas queda aún un largo camino por
recorrer, el Obispo de Roma expresó su deseo de que el Año Jubilar de la
Misericordia, que acaba de empezar en el país, “nos ayude” en este camino. E
invitándolos a “mirar sobre todo al futuro” los instó a “decidirse con
determinación a abrir una nueva etapa en la historia cristiana de su País”
En
el día en que se celebra a San Andrés, el Papa citó el entusiasmo del apóstol
que, junto al apóstol Pedro, se sienten capaces de todo, "con el
Señor". “También nosotros, concluyó el Santo Padre, tenemos que estar
llenos de esperanza y de entusiasmo ante el futuro” porque “la otra orilla está
al alcance de la mano y Jesús atraviesa el río con nosotros”. “Cristianos de
Centroáfrica – recordó – cada uno de ustedes está llamado a ser artífice de la
renovación humana y espiritual de su país”.
(MCM-RV)
Texto completo de la homilía del Papa Francisco
durante la Santa Misa
celebrada en el Estadio de Bangui:
No
deja de asombrarnos, al leer la primer lectura, el entusiasmo y el dinamismo
misionero del Apóstol Pablo. «¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la
Buena Noticia del bien!» (Rm 10,15). Es una invitación a agradecer el don de la
fe que estos mensajeros nos han transmitido. Nos invita también a maravillarnos
por la labor misionera que –no hace mucho tiempo– trajo por primera vez la
alegría del Evangelio a esta amada tierra de Centroáfrica. Es bueno, sobre todo
en tiempos difíciles, cuando abundan las pruebas y los sufrimientos, cuando el
futuro es incierto y nos sentimos cansados, con miedo de no poder más, reunirse
alrededor del Señor, como hacemos hoy, para gozar de su presencia, de su vida
nueva y de la salvación que nos propone, como esa otra orilla hacia la que
debemos dirigirnos.
La
otra orilla es, sin duda, la vida eterna, el Cielo que nos espera. Esta mirada
tendida hacia el mundo futuro ha fortalecido siempre el ánimo de los
cristianos, de los más pobres, de los más pequeños, en su peregrinación
terrena. La vida eterna no es una ilusión, no es una fuga del mundo, sino una
poderosa realidad que nos llama y compromete a perseverar en la fe y en el
amor.
Pero
esa otra orilla más inmediata que buscamos alcanzar, la salvación que la fe nos
obtiene y de la que nos habla san Pablo, es una realidad que transforma ya
desde ahora nuestra vida presente y el mundo en que vivimos: «El que cree con
el corazón alcanza la justicia» (cf. Rm 10,10). Recibe la misma vida de Cristo
que lo hace capaz de amar a Dios y a los hermanos de un modo nuevo, hasta el
punto de dar a luz un mundo renovado por el amor.
Demos
gracias al Señor por su presencia y por la fuerza que nos comunica en nuestra
vida diaria, cuando experimentamos el sufrimiento físico o moral, la pena, el
luto; por los gestos de solidaridad y de generosidad que nos ayuda a realizar;
por las alegrías y el amor que hace resplandecer en nuestras familias, en
nuestras comunidades, a pesar de la miseria, la violencia que, a veces, nos
rodea o del miedo al futuro; por el deseo que pone en nuestras almas de querer
tejer lazos de amistad, de dialogar con
el que es diferente, de perdonar al que nos ha hecho daño, de comprometernos a
construir una sociedad más justa y fraterna en la que ninguno se sienta
abandonado. En todo esto, Cristo resucitado nos toma de la mano y nos lleva a
seguirlo. Quiero agradecer con ustedes al Señor de la misericordia todo lo que
de hermoso, generoso y valeroso les ha permitido realizar en sus familias y
comunidades, durante las vicisitudes que su país ha sufrido desde hace muchos
años.
Es
verdad, sin embargo, que todavía no hemos llegado a la meta, estamos como a
mitad del río y, con renovado empeño misionero, tenemos que decidirnos a pasar
a la otra orilla. Todo bautizado ha de romper continuamente con lo que aún
tiene del hombre viejo, del hombre pecador, siempre inclinado a ceder a la
tentación del demonio –y cuánto actúa en nuestro mundo y en estos momentos de
conflicto, de odio y de guerra–, que lo lleva al egoísmo, a encerrarse en sí
mismo y a la desconfianza, a la violencia y al instinto de destrucción, a la
venganza, al abandono y a la explotación de los más débiles…
Sabemos
también que a nuestras comunidades cristianas, llamadas a la santidad, les
queda todavía un largo camino por recorrer. Es evidente que todos tenemos que
pedir perdón al Señor por nuestras excesivas resistencias y demoras en dar
testimonio del Evangelio. Ojalá que el Año Jubilar de la Misericordia, que
acabamos de empezar en su País, nos ayude a ello. Ustedes, queridos
centroafricanos, deben mirar sobre todo al futuro y, apoyándose en el camino ya
recorrido, decidirse con determinación a abrir una nueva etapa en la historia
cristiana de su País, a lanzarse hacia nuevos horizontes, a ir mar adentro, a
aguas profundas. El Apóstol Andrés, con su hermano Pedro, al llamado de Jesús,
no dudaron ni un instante en dejarlo todo y seguirlo: «Inmediatamente dejaron
las redes y lo siguieron» (Mt 4,20). También aquí nos asombra el entusiasmo de
los Apóstoles que, atraídos de tal manera por Cristo, se sienten capaces de
emprender cualquier cosa y de atreverse, con Él, a todo.
Cada
uno en su corazón puede preguntarse sobre su relación personal con Jesús, y
examinar lo que ya ha aceptado –o tal vez rechazado– para poder responder a su
llamado a seguirlo más de cerca. El grito de los mensajeros resuena hoy más que
nunca en nuestros oídos, sobre todo en tiempos difíciles; aquel grito que
resuena por «toda la tierra […] y hasta los confines del orbe» (cf. Rm 10,18;
Sal 18,5). Y resuena también hoy aquí, en esta tierra de Centroáfrica; resuena
en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestras parroquias, allá donde
quiera que vivamos, y nos invita a perseverar con entusiasmo en la misión, una
misión que necesita de nuevos mensajeros, más numerosos todavía, más generosos,
más alegres, más santos. Todos y cada uno de nosotros estamos llamados a ser
este mensajero que nuestro hermano, de cualquier etnia, religión y cultura,
espera a menudo sin saberlo. En efecto, ¿cómo podrá este hermano –se pregunta
san Pablo– creer en Cristo si no oye ni se le anuncia la Palabra?
A
ejemplo del Apóstol, también nosotros tenemos que estar llenos de esperanza y
de entusiasmo ante el futuro. La otra orilla está al alcance de la mano, y
Jesús atraviesa el río con nosotros. Él ha resucitado de entre los muertos;
desde entonces, las dificultades y sufrimientos que padecemos son ocasiones que
nos abren a un futuro nuevo, si nos adherimos a su Persona. Cristianos de
Centroáfrica, cada uno de ustedes está llamado a ser, con la perseverancia de
su fe y de su compromiso misionero, artífice de la renovación humana y
espiritual de su País. Subrayo, artífice de la renovación humana y espiritual.
Que
la Virgen María, quien después de haber compartido el sufrimiento de la pasión
comparte ahora la alegría perfecta con su Hijo, los proteja y los fortalezca en
este camino de esperanza. Amén.
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