Homilías del Papa y Temas sacerdotales
La
Eucaristía actualiza la Alianza que nos santifica, nos purifica y nos une en
comunión con Dios, el Papa desde San Juan de Letrán
"Jesús
ha derramado su Sangre como precio y como baño sagrado que nos lava, para que
fuéramos purificados de todos los pecados" - L'Osservatore Romano
04/06/2015
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(RV).-
La tarde del jueves 4 de junio el Papa Francisco presidió la Misa en la Solemnidad
del Cuerpo y Sangre de Cristo desde el atrio de la Basílica de San Juan de
Letrán, para luego dar inicio a la Procesión Eucarística hasta la no muy lejana
Basílica de Santa María la Mayor. En su homilía el Obispo de Roma nos recordó
que Jesús “ha derramado su Sangre como precio y como baño sagrado que nos lava,
para que fuéramos purificados de todos los pecados”. A través de este
“sacrificio de amor infinito” Cristo con su sangre nos libra de nuestros
pecados y nos restituye nuestra dignidad, puntualizó el Papa, subrayando que en
la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, tenemos la alegría no solamente de
celebrar este misterio, sino también de alabarlo y cantarlo “por las calles de
nuestra ciudad”. Con la procesión al final de la Misa, Francisco pidió a todos
expresar reconocimiento “por todo el camino que Dios nos ha hecho recorrer a
través del desierto de nuestras miserias, para hacernos salir de la condición
servil, nutriéndonos de su Amor mediante el Sacramento de su Cuerpo y de su
Sangre”. Asimismo el Papa instó a sentirnos en comunión “con tantos de nuestros
hermanos y hermanas que no tienen la libertad para expresar su fe en el Señor
Jesús”. “Sintámonos unidos a ellos: cantemos con ellos, alabemos con ellos,
adoremos con ellos. Y veneremos en nuestro corazón a aquellos hermanos y
hermanas a los que ha sido requerido el sacrificio de la vida por fidelidad a
Cristo: que su sangre, unida a aquella del Señor, sea prenda de paz y de
reconciliación para el mundo entero.”
Homilía
completa del Santo Padre
En
la Última Cena, Jesús dona su Cuerpo y su Sangre mediante el pan y el vino, para dejarnos el memorial de
su sacrificio de amor infinito. Con este “viático” lleno de gracia, los
discípulos tienen todo lo necesario para su camino a lo largo de la historia,
para hacer extensivo a todos el Reino de Dios. Luz y fuerza será para ellos el
don que Jesús ha hecho de sí mismo, inmolándose voluntariamente sobre la cruz.
Y este Pan de vida ¡ha llegado hasta nosotros!
Ante esta realidad el estupor de la Iglesia no cesa jamás. Una maravilla
que alimenta siempre la contemplación, la adoración, la memoria. Nos lo
demuestra un texto muy bello de la Liturgia de hoy, el Responsorio de la
segunda lectura del Oficio de las Lecturas, que dice así: «Reconozcan en este
pan, a aquél que fue crucificado; en el cáliz, la sangre brotada de su costado.
Tomen y coman el cuerpo de Cristo, beban su sangre: porque ahora son miembros
de Cristo. Para no disgregarse, coman este vínculo de comunión; para no
despreciarse, beban el precio de su rescate».
Nos
preguntamos: ¿qué significa, hoy, disgregarse y disolverse?
Nosotros
nos disgregamos cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no
vivimos la fraternidad entre nosotros, cuando competimos por ocupar los
primeros lugares, cuando no encontramos el valor para testimoniar la caridad,
cuando no somos capaces de ofrecer esperanza. La Eucaristía nos permite el no
disgregarnos, porque es vínculo de comunión, y cumplimiento de la Alianza,
señal viva del amor de Cristo que se ha humillado y anonadado para que
permanezcamos unidos. Participando a la Eucaristía y nutriéndonos de ella,
estamos incluídos en un camino que no admite divisiones. El Cristo presente en
medio a nosotros, en la señal del pan y del vino, exige que la fuerza del amor
supere toda laceración, y al mismo tiempo que se convierta en comunión con el
pobre, apoyo para el débil, atención fraterna con los que fatigan en el llevar
el peso de la vida cotidiana.
Y
¿qué significa hoy para nosotros “disolverse”, o sea diluir nuestra dignidad
cristiana? Significa dejarse corroer por las idolatrías de nuestro tiempo: el
aparecer, el consumir, el yo al centro de todo; pero también el ser
competitivos, la arrogancia como actitud vencedora, el no tener jamás que
admitir el haberse equivocado o el tener necesidades. Todo esto nos disuelve,
nos vuelve cristianos mediocres, tibios, insípidos.
Jesús
ha derramado su Sangre como precio y como baño sagrado que nos lava, para que
fuéramos purificados de todos los pecados: para no disolvernos, mirándolo,
saciándonos de su fuente, para ser preservados del riesgo de la corrupción. Y
entonces experimentaremos la gracia de una transformación: nosotros siempre
seguiremos siendo pobres pecadores, pero la Sangre de Cristo nos librará de
nuestros pecados y nos restituirá nuestra dignidad. Sin mérito nuestro, con
sincera humildad, podremos llevar a los hermanos el amor de nuestro Señor y
Salvador. Seremos sus ojos que van en busca de Zaqueo y de la Magdalena;
seremos su mano que socorre a los enfermos del cuerpo y del espíritu; seremos
su corazón que ama a los necesitados de reconciliacion y de comprensión.
De
esta manera la Eucaristía actualiza la Alianza que nos santifica, nos purifica
y nos une en comunión admirable con Dios.
Hoy,
fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, tenemos la alegría no solamente de
celebrar este misterio, sino también de alabarlo y cantarlo por las calles de
nuestra ciudad. Que la procesión que
realizaremos al final de la Misa, pueda expresar nuestro reconocimiento por
todo el camino que Dios nos ha hecho recorrer a través del desierto de nuestras
miserias, para hacernos salir de la condición servil, nutriéndonos de su Amor
mediante el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Dentro
de poco, mientras caminaremos a largo de la calles, sintámonos en comunión con
tantos de nuestros hermanos y hermanas que no tienen la libertad para expresar
su fe en el Señor Jesús. Sintámonos unidos a ellos: cantemos con ellos,
alabemos con ellos, adoremos con ellos. Y veneremos en nuestro corazón a aquellos hermanos y
hermanas a los que ha sido requerido el sacrificio de la vida por fidelidad a
Cristo: que su sangre, unida a aquella del Señor, sea prenda de paz y de
reconciliación para el mundo entero.
(Traducción
del italiano: Raúl Cabrera, Radio Vaticano)
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