Homilías del Papa y Temas sacerdotales
El
día de la Virgen de Luján
el Papa ofrece la misa en Santa Marta por Argentina –
Mucho movimiento
2015-05-08
L’Osservatore Romano
El día de la fiesta de
Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina, el Papa Francisco ofreció
precisamente por su patria la misa que celebró en Santa Marta el viernes 8 de
mayo por la mañana. E invitó a saber secundar los movimientos provocados por el
Espíritu Santo en cada uno de nosotros y en toda la Iglesia: movimientos que
aparentemente parecen provocar confusión y en cambio desembocan siempre en la
unidad.
Ya al inicio de la
homilía el Papa recordó que «Jesús había prometido a los apóstoles el Espíritu
Santo y había dicho que el Espíritu Santo les enseñaría muchas cosas y les
recordaría cuanto Él les había enseñado». Así, «desde el primer momento de la
venida del Espíritu Santo, el mismo día de su venida, comenzaron a moverse las
aguas: inició un movimiento en la Iglesia». Los discípulos, por su parte,
«estaban encerrados, un poco por temor, pero allí comenzó el movimiento:
salieron y Pedro pronunció su primer discurso al pueblo».
Las palabras de Pedro,
explicó el Pontífice, «las escuchaban todos en su idioma: cada uno en su propia
lengua». Escuchándolo, muchos «se convirtieron y luego fueron por el mundo con
esta nueva noticia: Jesús está vivo, el Señor ha resucitado». Así, pues,
«comenzó este movimiento hacia el mundo». Y es lo que hizo «también el apóstol
Felipe con el “ministro de economía” de Etiopía, que era judío, un prosélito
judío: le comunicó el mensaje de Jesús, lo bautizó y fue a su tierra a predicar
el Evangelio».
El Papa Francisco hizo
memoria de los primeros pasos de la evangelización narrados por los Hechos.
«Los apóstoles —dijo— comenzaron a predicar en Jerusalén y, después de la
curación del paralítico, que pedía limosna» ante la puerta del templo llamada
“Hermosa”, Pedro y Juan «fueron convocados a juicio, fueron golpeados: comenzaron
las persecuciones». De ese modo «estalló con fuerza, tras la muerte de Esteban,
otro movimiento: las persecuciones».
En este punto, afirmó
el Papa, surgió «otro problema». Es decir, los primeros discípulos, como Pablo
y Pedro mismo, se pusieron en movimiento para predicar saliendo «al encuentro
de los judíos, pero encontraron también paganos». Y «Pedro fue el primero,
porque fue a la casa de Cornelio». Precisamente allí «comenzó otro movimiento
en la Iglesia y Pedro, el jefe, fue criticado: “Este es un poco herético porque
entró en la casa de un pagano, es impuro». Por ello también Pedro «sintió esa
falta de confianza de algunos de la comunidad». Y «estos son movimientos dentro
de la Iglesia; movimientos de grupos que tienen diversos puntos de vista».
Por su parte «Pablo
comenzó a predicar la conversión también a los paganos y ellos escucharon esta
buena noticia y se convirtieron». Sin embargo, el grupo cristiano estaba
«cerrado, no comprendía», repetía: «¡No, los pagnos no!». Hasta el punto que
llegaron a lapidar a Pablo y dejarlo «como si estuviera muerto». Luego
«buscaron también ayuda en el poder de la sociedad: en Antioquía fueron al
encuentro de las piadosas mujeres de la nobleza y de los hombres de alto nivel
para intentar una acción contra los apóstoles».
«Así —prosiguió el
Papa— llegamos a este punto, al capítulo 15 de los Hechos de los Apóstoles
(22-31), donde se movían precisamente las aguas en Antioquía, porque un grupo
de cristianos, muy apegados a la ley judía, quería imponer las condiciones
judías a los nuevos cristianos antes de bautizarlos: por ejemplo la
circuncisión y otras cosas». Pero «Pablo dijo no». He aquí, entonces, que
«comenzó la lucha interna entre ellos, las aguas se movieron». Se lee, en
efecto, que entre ellos habían fuertes discusiones. «Discutían con fuerza
porque había verdaderamente mucho movimiento» explicó el Papa. Y «¿cómo
resolvieron el problema? Se reunieron y cada uno dio su juicio, dio su opinión;
discutieron, pero como hermanos y no como enemigos: no hicieron las uniones
fuera para vencer; no fueron al encuentro de los poderes civiles para
imponerse; no mataron para triunfar: buscaron el camino de la oración y del
diálogo». Y así, los «que eran precisamente sus contrarios dialogaron y se
pusieron de acuerdo: esto fue obra del Espíritu Santo».
El capítulo 15 de los
Hechos de los Apóstoles, afirmó el Papa Francisco, narra «el proceso que
acaba», precisamente en el pasaje de la liturgia del día, «con el primer
concilio ecuménico, el concilio de Jerusalén». Así, prosiguió, «enviaron una
carta a los que no sabían qué hacer a causa de la predicación de los cerrados:
“Los Apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía,
Siria y Cilicia provenientes de la gentilidad. Habiéndonos enterado de que algunos
de aquí, sin encargo nuestro, os han alborotado con sus palabras,
desconcertando vuestros ánimos” Concretamente, «sembraron cizaña», añadió el
Papa, siguiendo la lectura del texto: «“Hemos decidido, por unanimidad, elegir
a algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo” —que habían sido
juzgados herejes— “hombres que han entregado su vida al nombre de nuestro Señor
Jesucristo. Os mandamos, pues, a Silas y a Judas que os referirán de palabra lo
que sigue”». Al leer estas palabras el Pontífice recalcó cómo al final se
pusieron de acuerdo; y también cómo Bernabé y Pablo «habían sido juzgados
herejes».
El Papa Francisco leyó
después, también de los hechos de los Apóstoles, «esta fórmula que es una
fórmula, una expresión solemne: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros,
no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne
sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de uniones
ilegítimas». Al respecto el Papa destacó que «fue Pedro quien impulsó esto» con
una frase dicha precedentemente: «¿por qué, pues, ahora intentáis tentar a
Dios, queriendo poner sobre el cuello de esos discípulos un yugo que ni
nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar?». El proceso, en definitiva,
acaba encontrando «el acuerdo de todos».
Precisamente «este
—dijo el Papa Francisco— es el camino del Espíritu Santo, esta es la obra del
Espíritu Santo». Porque es Él «quien mueve las aguas, el que causa un poco de
desorden, y parece que hay tempestad, tormenta —pensad en el día de
Pentecostés— y después crea armonía, unidad: tiene estas dos características».
Y en «una Iglesia donde nunca hay problemas de este tipo —añadió— me hace
pensar que el Espíritu no está muy presente». Seguro que «en una Iglesia donde
siempre se discute y se forman grupos y los hermanos se traicionan el uno al
otro, ahí no está el Espíritu». De hecho, «el Espíritu es el que crea la
novedad, mueve la situación para ir hacia adelante, crea nuevos espacios, crea
la sabiduría que Jesús prometió: “Él os enseñará”». El Espíritu, por lo tanto,
«mueve pero al final crea también la unidad armoniosa entre todos».
He aquí lo que «nos
enseña esta lectura, que nos enseña el primer concilio ecuménico», recapituló
el Papa Francisco repitiendo de nuevo la fórmula con la cual el Espíritu pone a
todos de acuerdo. Y al proseguir la celebración, el Pontífice pidió «al Señor Jesús,
que estará presente entre nosotros, que envíe siempre el Espíritu Santo a
nosotros, a cada uno de nosotros; que lo envíe a la Iglesia y que la Iglesia
sepa ser fiel a los movimientos que causa el Espíritu Santo».
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