Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Misa en
Santa Marta - Menos palabras, más hechos
2015-05-07
L’Osservatore Romano
Para
distinguir el amor verdadero del amor falso «de telenovela», el Papa Francisco
sugirió «dos criterios»: ante todo «lo concreto, hechos y no palabras», para no
ver «a un Dios lejano» como los gnósticos; y luego «comunicación», porque quien
ama nunca está aislado. Siguiendo estos dos criterios se llega a vivir el amor como
alegría auténtica, aseguró el Papa durante la misa que celebró el jueves 7 de
mayo, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.
«El
Señor nos pide permanecer en su amor, es decir, permanecer en el amor que Él
tiene», afirmó el Pontífice refiriéndose al pasaje evangélico de Juan (15,
9-11) propuesto por la liturgia del día y planteando inmediatamente la pregunta
central: «¿Qué amor es ese?». Es «el amor del Padre» y Jesús mismo nos
tranquiliza: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo». Es, por lo tanto,
«la plenitud del amor: permanecer en el amor de Jesús».
Esta
realidad del amor auténtico, explicó el Papa, «hay que entenderla bien». Así,
pues, «¿cómo es el amor de Jesús? ¿Cómo sé que yo siento el amor verdadero?».
El Papa Francisco indicó «dos criterios que nos ayudarán a distinguir el amor
verdadero del no verdadero». El primer criterio es que «el amor se debe poner
más en los hechos que en las palabras». Y el «segundo criterio» consiste en el
hecho que «comunicar es propio del amor: el amor se comunica». Sólo «con estos
dos criterios podemos encontrar el verdadero amor de Jesús en los hechos, pero
en los hechos concretos».
El
hecho concreto es, por lo tanto, fundamental, indicó el Papa: «Nosotros podemos
mirar una telenovela, un amor de telenovela: es una fantasía. Sí, son
historias, pero no nos hacen partícipes. Nos hacen latir un poco el corazón,
pero nada más». Por su parte, en cambio, Jesús advertía a los suyos: «No los
que dicen: “¡Señor! ¡Señor!” entrarán en el reino de los cielos, sino los que
cumplen la voluntad de mi Padre, los que cumplen mis mandamientos. Si cumplís
mis mandamientos, permanecéis en mi amor».
Estas
palabras nos conducen al «hecho concreto del amor de Jesús». Este, afirmó el
Papa Francisco, «es concreto, está en los hechos, no en las palabras». Y así
«cuando el joven doctor de la ley fue a Jesús y le preguntó: “Dime, Señor,
¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?”, Jesús dijo la ley como era:
“Amarás a tu Dios con todo el corazón y con toda el alma y al prójimo como a ti
mismo”». En ese punto, continuó el Papa, el joven «se sintió un poco
avergonzado y no sabía cómo salir de esa pequeña vergüenza». Y «para salir hizo
la pregunta: ¿quién es el prójimo?». Para explicárselo «Jesús contó la parábola
del buen samaritano». Y al final propuso al joven: «Anda y haz lo mismo».
Con
esta exhortación Jesús muestra que «el verdadero amor es concreto, está en las
obras, es un amor constante; no es un simple entusiasmo». Pero «muchas veces es
también un amor doloroso: pensemos en el amor de Jesús al cargar la cruz». En
cada caso, «las obras del amor son las que Jesús nos enseña en el pasaje del
capítulo 25 de san Mateo». Las palabras son claras y concretas, como si dijese:
«quien ama hace esto». Es un poco «el protocolo del juicio: tenía hambre, me
has dado de comer, etc...».
«También
las bienaventuranzas, que son el programa pastoral de Jesús, son concretas»,
destacó el Pontífice. Así, reafirmó, «el primer criterio para permanecer en el
amor de Jesús es que este amor nuestro sea concreto, y como Él dice: observar
los mandamientos, sus mandamientos». Al confirmar la importancia de lo
concreto, el Papa Francisco recordó que «una de las primeras herejías del
cristianismo fue la del pensamiento gnóstico», que veía un «Dios lejano y no
había nada concreto». No por casualidad «el apóstol Juan lo condena con
claridad: “Estos no creen que el Verbo se hizo carne”». En cambio, con su amor
el Padre «fue concreto, envió a su Hijo, que se hizo carne para salvarnos». Por
lo tanto, resumió el Papa, «el primer criterio es el amor: más en las obras, en
las acciones, que en las palabras».
El
«segundo criterio», en cambio, es que «el amor se comunica, no permanece
aislado: el amor se da a sí mismo y recibe, se lleva a cabo esa comunicación
que existe entre el Padre y el Hijo, una comunicación que obra el Espíritu
Santo». Por eso, reafirmó el Pontífice, «no hay amor sin comunicar, no hay amor
aislado». Alguien, añadió, podría objetar que «los monjes y las monjas de
clausura están aislados». No es así, explicó el Papa Francisco, porque son
personas que «comunican, y mucho, con el Señor, y también con los que van en
busca de una palabra de Dios».
«El
verdadero amor no puede aislarse», porque «si se aísla no es amor» y se
convierte, más bien, en «una forma espiritualista de egoísmo, un permanecer
cerrado en sí mismo, buscando el propio provecho». En una palabra es «egoísmo».
Así, explicó el Pontífice, «permanecer en el amor de Jesús significa permanecer
en el amor del Padre que nos ha enviado a Jesús; permanecer en el amor de Jesús
significa hacer, no sólo decir; permanecer en el amor de Jesús significa
capacidad de comunicar, de diálogo, tanto con el Señor como con nuestros
hermanos».
En el
fondo, hizo notar el Papa Francisco, «es muy sencillo; pero no es fácil, porque
el egoísmo, el propio interés atrae», empujándonos a no «realizar gestos
concretos: nos atrae para no comunicar». Y aún más: ¿Qué dice el Señor de los
que permanecerán en su amor? «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en
vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». Por lo tanto, dijo el Papa, «el
Señor, al permanecer en el amor del Padre, es alegre»; y añade: «si permanecéis
en mi amor vuestra alegría será plena». Se trata, en verdad, de «una alegría
que muchas veces viene junto con la cruz». Pero es también una «alegría; Jesús
mismo nos lo dijo: nadie os la podrá quitar».
Al
continuar la celebración eucarística, «con el Señor que vendrá a nosotros en el
altar», el Papa pidió la gracia «de permanecer en su amor: con nuestros hechos
y nuestras comunicaciones». Que el Señor, concluyó, nos dé también «la gracia
de la alegría, esa alegría que el mundo no puede dar».
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