Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Puerta de ingreso en el amor de la
familia,
el Papa en la Audiencia General
El Papa saluda a una niña durante
la audiencia general
en la plaza de San Pedro - ANSA
13/05/2015 11:09SHARE:
(RV).- En la audiencia general,
celebrada el segundo miércoles de mayo, memoria de Nuestra Señora de Fátima, en
una primaveral Plaza de San Pedro y ante la presencia de varios miles de fieles
y peregrinos procedentes de numerosos países, el Papa Francisco, prosiguió su
catequesis sobre la familia y la vida real, cotidiana, en cuya puerta están
escritas tres palabras que ya hemos utilizado otras veces, a saber: permiso,
gracias y perdón.
Se trata de palabras sencillas, que
pueden hacernos sonreír, dijo Francisco, pero si las olvidamos “no hay nada que
nos haga reír”. Por esta razón pidió que el Señor nos ayude a volverlas a
colocar en su justo lugar: en nuestro corazón, en nuestra casa y también en
nuestra convivencia civil.
Palabras que, como recordó el
Obispo de Roma, son más fáciles de decir que de poner en práctica, si bien son
necesarias, porque están vinculadas a la buena educación, en su sentido genuino
de respeto y deseo de bien, lejos de cualquier hipocresía y doblez.
De ahí las indicaciones del Santo
Padre ante cada uno de estos conceptos: el permiso nos llama a ser delicados,
respetuosos y pacientes con los demás. Hay que dar las gracias porque la
dignidad de las personas y la justicia social pasan por una educación a la
gratitud, mientras el perdón es el mejor remedio para impedir que nuestra
convivencia se agriete y llegue a romperse.
El Pontífice recordó asimismo que
el Señor nos lo enseña en el Padrenuestro, de modo que aceptar nuestro error y
proponer corregirnos es el primer paso para la sanación. De ahí que haya vuelto
a pedir a los esposos que no concluyan el día sin reconciliarse.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
Texto completo de la catequesis del
Papa
traducido del italiano
La familia. Las tres palabras.
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
La catequesis de hoy es como la
puerta de ingreso de una serie de reflexiones sobre la vida de la familia, su
vida real, con sus tiempos y sus acontecimientos. Sobre esta puerta de ingreso
están escritas tres palabras, que he utilizado en la plaza diversas veces. Y
estas palabras son: “permiso”, “gracias”, “perdón”. En efecto, estas palabras
abren el camino para vivir bien en la familia, para vivir en paz. Son palabras simples,
¡pero no así simples para poner en práctica! Encierran una gran fuerza; la
fuerza de custodiar la casa, también a través de miles dificultades y pruebas;
en cambio, su falta, poco a poco abre grietas que pueden hacerla incluso
derrumbar.
Nosotros las entendemos normalmente
como las palabras de la “buena educación”. Está bien, una persona educada pide
permiso, dice gracias o se disculpa si se equivoca. Está bien, pero la buena
educación es muy importante. Un gran Obispo, san Francisco de Sales, solía
decir que “la buena educación es ya media santidad”.
Pero atención: en la
historia hemos conocido también un formalismo de las buenas maneras que puede
transformarse en máscara que esconde la aridez del alma y el desinterés por el
otro. Se suele decir: “Detrás de tantas buenas maneras se esconden malas
costumbres”. Ni siquiera la religión está protegida de este riesgo, que hace
deslizar la observancia formal en la mundanidad espiritual. El diablo que
tienta a Jesús ostenta buenas maneras – pero es realmente un señor, un
caballero - y cita las Sagradas Escrituras, parece un teólogo. Su estilo parece
correcto, pero su intención es aquella de desviar de la verdad del amor de
Dios. Nosotros, en cambio, entendemos la buena educación en sus términos
auténticos, donde el estilo de las buenas relaciones está firmemente radicado
en el amor del bien y en el respeto por el otro. La familia vive de esta fineza
del quererse.
Veamos: la primera palabra es
“¿permiso?” Cuando nos preocupamos por pedir gentilmente también aquello que
quizás pensamos que podemos pretender, nosotros ponemos una verdadera
protección para el espíritu de la convivencia matrimonial y familiar. Entrar en
la vida del otro, incluso cuando es parte de nuestra vida, necesita la
delicadeza de una actitud no invasiva, que renueva la confianza y el respeto.
La confianza, en fin, no autoriza a dar todo por cierto. Y el amor, mientras es
más íntimo y profundo, tanto más exige el respeto de la libertad y la capacidad
de esperar que el otro abra la puerta de su corazón. Con este propósito
recordamos aquella palabra de Jesús en el libro del Apocalipsis, que hemos
escuchado: “Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me
abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (3,20). Pero ¡también el Señor pide
el permiso para entrar! No olvidémoslo. Antes de hacer una cosa en familia:
“¿Permiso, puedo hacerlo?” “¿Te gusta que lo haga así?” Aquel lenguaje
verdaderamente educado, pero lleno de amor. Y esto hace tanto bien a las
familias.
La segunda palabra es “gracias”.
Ciertas veces pensamos que estamos transformándonos en una civilización de los
malos modales y de las malas palabras, como si fueran un signo de emancipación.
Las escuchamos decir tantas veces también públicamente. La gentileza y la
capacidad de agradecer son vistas como un signo de debilidad, a veces suscitan
incluso desconfianza. Esta tendencia debe ser contrastada en el seno mismo de
la familia. Debemos hacernos intransigentes sobre la educación a la gratitud,
al reconocimiento: la dignidad de la persona y la justicia social pasan ambas
por aquí. Si la vida familiar descuida este estilo, también la vida social lo
perderá. La gratitud, luego, para un creyente, está en el corazón mismo de la
fe: un cristiano que no sabe agradecer es uno que ha olvidado la lengua de
Dios. ¡Escuchen bien eh! Un cristiano
que no sabe agradecer es uno que ha olvidado la lengua de Dios. ¡Es feo esto,
eh! Recordemos la pregunta de Jesús, cuando curó a diez leprosos y sólo uno de
ellos volvió a agradecer (cfr. Lc 17/18). Una vez escuché sobre una persona
anciana, muy sabia, muy buena, simple, con aquella sabiduría de la piedad, de
la vida...La gratitud es una planta que crece solamente en la tierra de las
almas nobles. Aquella nobleza del alma, aquella gracia de Dios en el alma que
empuja a decir: “Gracias a la gratitud”. Es la flor de un alma noble. Ésta es
una bella cosa.
La tercera palabra es “perdón”.
Palabra difícil, cierto, sin embargo tan necesaria. Cuando falta, pequeñas
grietas se ensanchan – también sin quererlo – hasta transformarse en fosos
profundos. No para nada en la oración enseñada por Jesús, el “Padre Nuestro”,
que resume todas las preguntas esenciales para nuestra vida, encontramos esta
expresión: “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos
han ofendido” (Mt 6,12).
Reconocer de haber faltado y ser
deseosos de restituir lo que se ha quitado – respeto, sinceridad, amor – nos
hace dignos del perdón. Y así se detiene la infección. Si no somos capaces de
disculparnos, quiere decir que ni siquiera somos capaces de perdonar. En la
casa donde no se pide perdón comienza a faltar el aire, las aguas se vuelven
estancadas. Tantas heridas de los afectos, tantas laceraciones en las familias
comienzan con la perdida de esta palabra preciosa “discúlpame”.
En la vida
matrimonial se pelea tantas veces…también ¡“vuelan los platos” eh! Pero les doy
un consejo: nunca terminen la jornada sin hacer las paces. Escuchen bien: ¿han
peleado marido y mujer? ¿Hijos con padres? ¿Han peleado fuerte? Pero no está bien.
Pero no es el problema: el problema es que este sentimiento esté al día
siguiente. Por esto, si han peleado, nunca terminen la jornada sin hacer las
paces en familia. ¿Y cómo debo hacer las paces? ¿Ponerme de rodillas? ¡No!
Solamente un pequeño gesto, una cosita así. ¡Y la armonía familiar vuelve, eh!
¡Basta una caricia! Sin palabras. Pero nunca terminar la jornada en familia sin
hacer las paces. ¿Entendido? ¡No es fácil, eh! Pero se debe hacer. Y con esto
la vida será más bella.
Estas tres palabras-claves de la
familia son palabras simples y quizás, en un primer momento, nos hacen sonreír.
Pero cuando las olvidamos, no hay más nada para reír, ¿verdad? Nuestra
educación, quizás, las descuida demasiado. El Señor nos ayude a volverlas a
poner en el justo lugar, en nuestro corazón, en nuestra casa, y también en
nuestra convivencia civil. Y ahora los invito a repetir todos juntos estas tres
palabras: “permiso, gracias, perdón”… ¡todos juntos! Plaza: “permiso, gracias,
perdón”. Son tres palabras para entrar realmente en el amor de la familia, para
que la familia quede bien. Luego, repetir aquel consejo que he dado, todos
juntos: nunca terminar la jornada sin hacer las paces. Todos, (plaza): “nunca
terminar la jornada sin hacer las paces”. Gracias.
(Traducción del italiano: María
Cecilia Mutual – Radio Vaticano)
(Traducción del italiano: María
Cecilia Mutual – Radio Vaticano)
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