Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Texto completo de la Homilía del Santo Padre
05/04/2015 09:22
Esta noche es
noche de vigilia.
El Señor no
duerme, vela el guardián de su pueblo (cf. Sal 121,4), para sacarlo de la
esclavitud y para abrirle el camino de la libertad.
El Señor vela
y, con la fuerza de su amor, hace pasar al pueblo a través del Mar Rojo; y hace
pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y de los infiernos.
Esta fue una
noche de vela para los discípulos y las discípulas de Jesús. Noche de dolor y
de temor. Los hombres permanecieron cerrados en el Cenáculo. Las mujeres, sin
embargo, al alba del día siguiente, fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de
Jesús. Sus corazones estaban llenos de emoción y se preguntaban: «¿Cómo haremos
para entrar?, ¿quién nos removerá la piedra de la tumba?...». Pero he aquí el
primer signo del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y la
tumba estaba abierta.
«Entraron en el
sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco» (Mc
16,5). Las mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo: el sepulcro
vacío; y fueron las primeras en entrar.
«Entraron en el
sepulcro». En esta noche de vigilia, nos viene bien detenernos en reflexionar
sobre la experiencia de las discípulas de Jesús, que también nos interpela a
nosotros. Efectivamente, para eso estamos aquí: para entrar, para entrar en el
misterio que Dios ha realizado con su vigilia de amor.
No se puede
vivir la Pascua
sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es sólo conocer,
leer... Es más, es mucho más.
«Entrar en el
misterio» significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de
escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el
que Dios nos habla (cf. 1 Re 19,12).
Entrar en el
misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no
huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no
negarlos, no eliminar los interrogantes...
Entrar en el
misterio significa ir más allá de las cómodas certezas, más allá de la pereza y
la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la verdad, la belleza y
el amor, buscar un sentido no ya descontado, una respuesta no trivial a las
cuestiones que ponen en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón.
Para entrar en
el misterio se necesita humildad, la humildad de abajarse, de apearse del
pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra presunción; la humildad para
redimensionar la propia estima, reconociendo lo que realmente somos: criaturas
con virtudes y defectos, pecadores necesitados de perdón. Para entrar en el
misterio hace falta este abajamiento, que es impotencia, vaciándonos de
las propias idolatrías... adoración. Sin adorar no se puede entrar en el
misterio.
Todo esto nos
enseñan las mujeres discípulas de Jesús. Velaron aquella noche, junto la Madre. Y ella, la Virgen Madre , las
ayudó a no perder la fe y la esperanza. Así, no permanecieron prisioneras del
miedo y del dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando
en las manos sus ungüentos y con el corazón ungido de amor. Salieron y
encontraron la tumba abierta. Y entraron. Velaron, salieron y entraron en el
misterio. Aprendamos de ellas a velar con Dios y con María, nuestra Madre, para
entrar en el misterio que nos hace pasar de la muerte a la vida.
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