Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Misa en
Santa Marta - Vergüenza y misericordia
2015-03-02
L’Osservatore Romano
La capacidad de avergonzarse y
acusarse a sí mismo, sin descargar la culpa siempre en los demás para juzgarlos
y condenarlos, es el primer paso en el camino de la vida cristiana que conduce
a pedir al Señor el don la misericordia. Es este el examen de conciencia
sugerido por el Papa en la misa que celebró el lunes 2 de marzo, en la capilla
de la Casa Santa Marta.
Para su reflexión el Papa
Francisco partió de la primera lectura, tomada del libro de Daniel (9, 4-10).
Está, explicó, «el pueblo de Dios» que «pide perdón, pero no es un perdón de
palabra: este pedir perdón es un perdón que viene del corazón porque el pueblo
se siente pecador». Y el pueblo «no se siente pecador en teoría —porque todos
nosotros podemos decir “somos todos pecadores”, es verdad, es una verdad:
¡todos aquí!— pero ante el Señor dice las cosas malas que hizo y lo que no hizo
de bueno». Se lee, en efecto, en la Escritura: «Hemos pecado, hemos cometido
crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y
preceptos. No hicimos caso a tus siervos los profetas, que hablaban en tu
nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el
pueblo de la tierra».
En esencia, hizo notar el Papa
Francisco, en estas palabras del pueblo está «la descripción de todo lo malo
que hicieron». Y, así, «el pueblo de Dios, en este momento, se acusa a sí
mismo». Y no se descarga con «los que nos persiguen», con los «enemigos». Más
bien se mira a sí mismo y dice: «Me acuso a mí mismo ante ti, Señor, y me
avergüenzo». Palabras claras, que encontramos también en el pasaje de Daniel:
«Señor, a nosotros nos abruma la vergüenza».
«Este pasaje de la Biblia
—sugirió el Papa— nos hace reflexionar sobre una virtud cristiana, es más, en
más de una virtud». En efecto, «la capacidad de acusarse a sí mismo, la
acusación de sí mismo» es «el primer paso para encaminarse como cristiano». En
cambio, «todos nosotros somos maestros, somos doctores en justificarnos a
nosotros mismos» con expresiones como: «Yo no fui, no, no es culpa mía; pues sí,
pero no era tanto... Las cosas no son así...».
En definitiva, dijo el Papa
Francisco, «todos encontramos una excusa» para justificarnos «de nuestras
faltas, de nuestros pecados». Es más, añadió, «muchas veces somos capaces de
poner esa cara de “¡yo no lo sé!”, cara de “yo no lo hice, tal vez será otro”».
En pocas palabras, estamos siempre listos para «pasar por inocente». Pero así,
advirtió el Papa, «no se avanza en la vida cristiana».
Por lo tanto, reafirmó, «el
primer paso» es la capacidad de acusarse a sí mismo. Y es ciertamente «bueno»
hacerlo con el sacerdote en la confesión. Pero, preguntó el Papa Francisco,
«antes y después de la confesión, en tu vida, en tu oración, ¿eres capaz de
acusarte a tí mismo? ¿O es más fácil acusar a los demás?».
Esta experiencia, destacó el
obispo de Roma, suscita «algo un poco extraño pero que, al final, nos da paz y
salud». En efecto, «cuando comenzamos a mirar todo aquello de lo que somos
capaces, nos sentimos mal, sentimos repugnancia» y llegamos a preguntarnos: «¿Pero
yo soy capaz de hacer esto?». Por ejemplo, «cuando encuentro en mi corazón una
envidia y sé que esa envidia es capaz de hablar mal del otro y matarlo
moralmente», me tengo que preguntar: «¿Soy capaz de ello? Sí, yo soy capaz». Y
precisamente «así comienza esta sabiduría, esta sabiduría de acusarse a sí
mismo».
Por consiguiente, «si no
aprendemos este primer paso de la vida —afirmó el Papa Francisco— jamás daremos
pasos hacia adelante por el camino de la vida cristiana, de la vida
espiritual». Porque, precisamente, «el primer paso» es siempre el de «acusarse
a sí mismo», incluso «sin decirlo: yo y mi conciencia».
Al respecto el Papa propuso un
ejemplo concreto. Cuando vamos por la calle y pasamos ante una prisión, dijo,
podríamos pensar que los detenidos «se lo merecen». Pero –invitó a considerar–
«¿sabes que si no hubiese sido por la gracia de Dios, tú estarías allí? ¿Has
pensado que eres capaz de hacer las cosas que ellos hicieron, incluso peores?».
Esto, precisamente, «es acusarse a sí mismo, no esconder a uno mismo las raíces
de pecado que están en nosotros, las tantas cosas que somos capaces de hacer,
aunque no se vean».
Es una actitud, prosiguió el Papa
Francisco, que «nos lleva a la vergüenza delante de Dios, y esta es una virtud:
la vergüenza delante de Dios». Para «avergonzarse» hay que decir: «Mira, Señor,
siento repugnancia de mí mismo, pero tú eres grande: a mí la vergüenza, a ti –y
la pido– la misericordia». Precisamente como dice la Escritura: «Señor, nos
abruma la vergüenza, porque hemos pecado contra ti». Y lo «podemos decir,
porque soy capaz de pecar y hacer muchas cosas malas: “A ti, Señor, nuestro Dios,
la misericordia y el perdón. La vergüenza para mí y a ti la misericordia y el
perdón”». Es un «diálogo con el Señor» que «nos hará bien en esta Cuaresma: la
acusación de nosotros mismos».
«Pidamos misericordia» volvió a
proponer el Papa refiriéndose especialmente al pasaje de la liturgia de san
Lucas (6, 36-38). Jesús «es claro: sed misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso». Por lo demás, explicó el Papa Francisco, «cuando uno aprende a
acusarse a sí mismo es misericordioso con los demás». Y puede decir: «¿Pero
quién soy yo para juzgarlo, si soy capaz de hacer cosas peores?». Es una frase
importante: «¿quién soy yo para juzgar al otro?». Esto se comprende a la luz de
la palabra de Jesús «sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso»
y con su invitación a «no juzgar». En cambio, reconoció el Pontífice, «cómo nos
gusta juzgar a los demás, hablar mal de ellos». Sin embargo, el Señor es claro:
«no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados;
perdonad y seréis perdonados». Es un camino ciertamente «no fácil», que «inicia
con la acusación de uno mismo, inicia con esa vergüenza delante de Dios y con
la petición de perdón a Él: pedir misericordia». Precisamente «de ese primer
paso se llega a esto que el Señor nos pide: ser misericordiosos, no juzgar a
nadie, no condenar a nadie, ser generosos con los demás».
En este perspectiva, el Papa
invitó a orar para que «el Señor, en esta Cuaresma, nos dé la gracia de
aprender a acusarnos a nosotros mismos, cada uno en su soledad», preguntándose
uno mismo: «¿Soy capaz de hacer esto? ¿Con este sentimiento soy capaz de hacer
esto? ¿Con este sentir que tengo en mi interior soy capaz de las cosas más
perversas?». Y al orar así: «ten piedad de mí, Señor, ayúdame a avergonzarme y dame
misericordia, así podré ser misericordioso con los demás».
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