Homilías del Papa y Temas sacerdotales
VIGILIA
PASCUAL EN LA NOCHE SANTA
HOMILÍA
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
-
Basílica
Vaticana
Sábado
Santo 4 de abril de 2015
Esta
noche es noche de vigilia.
El
Señor no duerme, vela el guardián de su pueblo (cf. Sal 121,4), para sacarlo de
la esclavitud y para abrirle el camino de la libertad.
El
Señor vela y, con la fuerza de su amor, hace pasar al pueblo a través del Mar
Rojo; y hace pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y de los infiernos.
Esta
fue una noche de vela para los discípulos y las discípulas de Jesús. Noche de
dolor y de temor. Los hombres permanecieron cerrados en el Cenáculo. Las
mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente, fueron al sepulcro para ungir
el cuerpo de Jesús. Sus corazones estaban llenos de emoción y se preguntaban:
«¿Cómo haremos para entrar?, ¿quién nos removerá la piedra de la tumba?...».
Pero he aquí el primer signo del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido
removida, y la tumba estaba abierta.
«Entraron
en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco» (Mc
16,5). Las mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo: el sepulcro
vacío; y fueron las primeras en entrar.
«Entraron
en el sepulcro». En esta noche de vigilia, nos viene bien detenernos en
reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de Jesús, que también nos
interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos aquí: para entrar, para
entrar en el misterio que Dios ha realizado con su vigilia de amor.
No
se puede vivir la Pascua
sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es sólo conocer,
leer... Es más, es mucho más.
«Entrar
en el misterio» significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de
escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el
que Dios nos habla (cf. 1 Re 19,12).
Entrar
en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí
mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los
problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes...
Entrar
en el misterio significa ir más allá de las cómodas certezas, más allá de la
pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la verdad, la
belleza y el amor, buscar un sentido no ya descontado, una respuesta no trivial
a las cuestiones que ponen en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra
razón.
Para
entrar en el misterio se necesita humildad, la humildad de abajarse, de apearse
del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra presunción; la humildad
para redimensionar la propia estima, reconociendo lo que realmente somos:
criaturas con virtudes y defectos, pecadores necesitados de perdón. Para entrar
en el misterio hace falta este abajamiento, que es impotencia, vaciándonos de las propias idolatrías... adoración. Sin
adorar no se puede entrar en el misterio.
Todo
esto nos enseñan las mujeres discípulas de Jesús. Velaron aquella noche, junto la Madre. Y ella, la Virgen Madre , las
ayudó a no perder la fe y la esperanza. Así, no permanecieron prisioneras del
miedo y del dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando
en las manos sus ungüentos y con el corazón ungido de amor. Salieron y
encontraron la tumba abierta. Y entraron. Velaron, salieron y entraron en el
misterio. Aprendamos de ellas a velar con Dios y con María, nuestra Madre, para
entrar en el misterio que nos hace pasar de la muerte a la vida.
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