Homilías del Papa y Temas sacerdotales
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el Evangelio de hoy
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Evangelio
de hoy + breve explicación teológica
Día
litúrgico: Miércoles IV de Pascua
Santoral
29 de abril:
Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia
Texto
del Evangelio (Jn 12,44-50): En aquel tiempo, Jesús gritó y dijo: «El que cree
en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve
a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que
crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las
guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para
salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le
juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día; porque yo
no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado
lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por
eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí».
Comentario:
P. Julio César RAMOS González SDB
(Mendoza, Argentina)
El
que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado
Hoy,
Jesús grita; grita como quien dice palabras que deben ser escuchadas claramente
por todos. Su grito sintetiza su misión salvadora, pues ha venido para «salvar
al mundo» (Jn 12,47), pero no por sí mismo sino en nombre del «Padre que me ha
enviado y me ha mandado lo que tengo que decir y hablar» (Jn 12,49).
Todavía
no hace un mes que celebrábamos el Triduo Pascual: ¡cuán presente estuvo el
Padre en la hora extrema, la hora de la Cruz! Como ha escrito Juan Pablo II,
«Jesús, abrumado por la previsión de la prueba que le espera, solo ante Dios,
lo invoca con su habitual y tierna expresión de confianza: ‘Abbá, Padre’». En
las siguientes horas, se hace patente el estrecho diálogo del Hijo con el
Padre: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34); «Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
La
importancia de esta obra del Padre y de su enviado, se merece la respuesta
personal de quien escucha. Esta respuesta es el creer, es decir, la fe (cf. Jn
12,44); fe que nos da —por el mismo Jesús— la luz para no seguir en tinieblas.
Por el contrario, el que rechaza todos estos dones y manifestaciones, y no
guarda esas palabras «ya tiene quien le juzgue: la Palabra» (Jn 12,48).
Aceptar
a Jesús, entonces, es creer, ver, escuchar al Padre, significa no estar en
tinieblas, obedecer el mandato de vida eterna. Bien nos viene la amonestación
de san Juan de la Cruz: «[El Padre] todo nos lo habló junto y de una vez por
esta sola Palabra (...). Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o
querer alguna visión o revelación, no sólo sería una necedad, sino que haría
agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, evitando querer otra
alguna cosa o novedad».
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