Homilías del Papa y Temas sacerdotales
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el Evangelio de hoy
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Evangelio
de hoy
breve explicación teológica
Día
litúrgico: 25 de Abril: San Marcos, evangelista
Texto del Evangelio (Mc
16,15-20): En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por
todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea
bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que
acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en
lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les
hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».
Con esto, el Señor Jesús, después
de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos
salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y
confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.
Comentario: Mons. Agustí CORTÉS i
Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat
(Barcelona, España)
Id por todo el mundo
y proclamad
la Buena Nueva a toda la creación
Hoy habría mucho que hablar sobre
la cuestión de por qué no resuena con fuerza y convicción la palabra del
Evangelio, por qué guardamos los cristianos un silencio sospechoso acerca de lo
que creemos, a pesar de la llamada a la “nueva evangelización”. Cada uno hará
su propio análisis y apuntará su particular interpretación.
Pero en la fiesta de san Marcos,
escuchando el Evangelio y mirando al evangelizador, no podemos sino proclamar
con seguridad y agradecimiento dónde está la fuente y en qué consiste la fuerza
de nuestra palabra.
El evangelizador no habla porque
así se lo recomienda un estudio sociológico del momento, ni porque se lo dicte
la “prudencia” política, ni porque “le nace decir lo que piensa”. Sin más, se
le ha impuesto una presencia y un mandato, desde fuera, sin coacción, pero con
la autoridad de quien es digno de todo crédito: «Ve al mundo entero y proclama
el Evangelio a toda la creación» (cf. Mc 16,15). Es decir, que evangelizamos
por obediencia, bien que gozosa y confiadamente.
Nuestra palabra, por otra parte,
no se presenta como una más en el mercado de las ideas o de las opiniones, sino
que tiene todo el peso de los mensajes fuertes y definitivos. De su aceptación
o rechazo dependen la vida o la muerte; y su verdad, su capacidad de
convicción, viene por la vía testimonial, es decir, aparece acreditada por
signos de poder en favor de los necesitados. Por eso es, propiamente, una
“proclamación”, una declaración pública, feliz, entusiasmada, de un hecho
decisivo y salvador.
¿Por qué, pues, nuestro silencio?
¿Miedo, timidez? Decía san Justino que «aquellos ignorantes e incapaces de
elocuencia, persuadieron por la virtud a todo el género humano». El signo o
milagro de la virtud es nuestra elocuencia. Dejemos al menos que el Señor en
medio de nosotros y con nosotros realice su obra: estaba «colaborando el Señor
con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban» (Mc
16,20).
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