Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Misa en el Parque Los Samanes, en Guayaquil (Ecuador),
Misa en el Parque Los Samanes, en Guayaquil (Ecuador),
GUAYAQUIL,
06 Jul. 15 / 01:42 pm (ACI).- Este lunes el Papa Francisco presidió una
multitudinaria Misa en el Parque Los Samanes, en Guayaquil (Ecuador), en el que recordó que la Virgen María como siempre está atenta a las necesidades de sus
hijos, y lanzó un esperanzador mensaje a las familias.
A
continuación el texto del Papa. Las partes en cursiva corresponden a los breves
momentos en que el Santo Padre improvisó en su homilía:
El
pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar es el primer signo portentoso que
se realiza en la narración del Evangelio de Juan. La preocupación de María,
convertida en súplica a Jesús: «No tienen vino» le dijo y la referencia a «la
hora» se comprenderá, después en los relatos de la Pasión. Está bien que sea
así, porque eso nos permite ver el afán de Jesús por enseñar, acompañar, sanar
y alegrar desde ese clamor de su madre: «No tienen vino».
Las
bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con cada uno de
nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en
amores duraderos, en amores fecundos y en amores alegres. Demos un lugar a
María, «la madre» como lo dice el evangelista. Hagamos con ella, ahora, el
itinerario de Caná.
María
está atenta, atenta en esas bodas ya comenzadas, es solícita a las necesidades
de los novios. No se ensimisma, no se enfrasca en su mundo, su amor la hace
«ser hacia» los otros, tampoco busca a las amigas para comentar lo que está
pasando y criticar, la mala preparación de las bodas y como está atenta con su
discreción se da cuenta de que falta el vino. El vino es signo de alegría, de amor,
de abundancia. Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes perciben que en sus
casas hace rato que ya no hay de ese vino. Cuánta mujer sola y entristecida se
pregunta cuándo el amor se fue, cuándo el amor se escurrió de su vida.
Cuántos
ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y
ya sin beber del amor cotidiano de sus hijos, de sus nietos, de sus bisnietos.
También la carencia de ese vino puede ser el efecto de la falta de trabajo, de
las enfermedades, de situaciones problemáticas que nuestras familias en todo el
mundo atraviesan. María no es una madre «reclamadora», tampoco es una suegra
que vigila para solazarse de nuestras impericias, de nuestros errores o
desatenciones. ¡María simplemente es madre!: Ahí está, atenta y solícita.
Es
lindo escuchar esto, María es Madre, ¿se animan a decirlo todos juntos conmigo?
¡Vamos!: María es Madre. Otra vez: María es Madre, otra vez: María es Madre.
Pero María, en ese momento que se percata que falta el vino acude con confianza
a Jesús, esto significa que María reza. Va a Jesús, reza. No va al mayordomo;
directamente le presenta la dificultad de los esposos a su Hijo. La respuesta
que recibe parece desalentadora: «¿Qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha
llegado mi hora» (Jn 2,4). Pero, entre tanto, ya ha dejado el problema en las
manos de Dios. Su apuro por las necesidades de los demás apresura la «hora» de
Jesús. Y María es parte de esa hora, desde el pesebre a la cruz.
Ella
que supo «transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos
pobres pañales y una montaña de ternura» (Evangelii gaudium, 286) y nos recibió
como hijos cuando una espada le atravesaba el corazón, a su Hijo, Ella nos enseña a dejar nuestras familias en manos
de Dios; nos enseña a rezar, encendiendo la esperanza que nos indica que
nuestras preocupaciones también son preocupaciones de Dios.
Y
rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos hace trascender
lo que nos duele, lo que nos agita o lo que nos falta a nosotros mismos y nos
ayuda a ponernos en la piel de los otros, a ponernos en sus zapatos. La familia
es una escuela donde la oración también nos recuerda que hay un nosotros, que
hay un prójimo cercano, patente: que vive bajo el mismo techo y que comparte la
vida y está necesitado.
Y
finalmente, María actúa. Las palabras «Hagan lo que Él les diga» (v. 5),
dirigidas a los que servían, son una invitación también a nosotros, a ponernos
a disposición de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. El servicio es el
criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al servicio de los demás
Y esto se aprende especialmente en la familia, donde nos hacemos, por amor,
servidores unos de otros.
En
el seno de la familia, nadie es descartado, todos valen lo mismo, me acuerdo
que una vez a mi mamá le preguntaron: ¿A cuál de sus cinco hijos (nosotros
somos cinco hermanos), a cuál de sus cinco hijos quería más? Y ella dijo: “como
los dedos, si me pinchan este, me duele lo mismo que si me pinchan este una
madre quiere a sus hijos como son y en una familia los hermanos se quieren como
son nadie es descartado, allí en la familia «se aprende a pedir permiso sin
avasallar, a decir “gracias” como expresión de una sentida valoración de las
cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y allí se aprende
también a pedir perdón cuando hacemos algún daño y nos peleamos, porque en toda
familia hay peleas el problema es después pedir perdón.
Estos
pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida
compartida y del respeto a lo que nos rodea» (Laudato si’, 213).
La
familia es el hospital más cercano, cuando uno está enfermo lo cuidan ahí
mientras se puede, la familia es la primera escuela de los niños, es el grupo
de referencia imprescindible para los jóvenes, es el mejor asilo para los
ancianos. La familia constituye la gran «riqueza social», que otras
instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada, para no
perder nunca el justo sentido de los servicios que la sociedad presta a sus ciudadanos.
En
efecto, estos servicios que la sociedad presta a los ciudadanos, estos no son
una forma de limosna, sino una verdadera «deuda social» respecto a la
institución familiar, que es la base y la que tanto aporta al bien común de
todos. La familia también forma una
pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica» que, junto con la vida,
encauza la ternura y la misericordia divina.
En
la familia la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el amor de los
padres se siente más cercano el amor de Dios.
Y en la familia y de esto todos somos testigos los milagros se hacen con
lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano y muchas veces no es
el ideal, no es lo que soñamos, ni lo que «debería ser». Hay un detalle que nos
tiene que hacer pensar: el vino nuevo ese vino tan nuevo que dice el Mayordomo
en las bodas de Caná nace de las tinajas de purificación, es decir, del lugar
donde todos habían dejado su pecado, nacen de lo peorcito porque «donde abundó
el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20).
y
en la familia de cada uno de nosotros y en la familia común que formamos todos,
nada se descarta, nada es inútil. Poco antes de comenzar el Año Jubilar de la
Misericordia, la Iglesia celebrará el Sínodo Ordinario dedicado a las familias,
para madurar un verdadero discernimiento espiritual y encontrar soluciones y
ayudas concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que la
familia hoy debe afrontar. Les invito a intensificar su oración por esta
intención, para que aun aquello que nos parezca impuro, el agua de las tinajas,
nos escandalice o espante, Dios –haciéndolo pasar por su «hora»– lo pueda
transformar en milagro.
La
familia hoy necesita de este milagro. Y toda esta historia comenzó porque «no
tenían vino», y todo se pudo hacer porque una mujer –la Virgen– estuvo atenta,
supo poner en manos de Dios sus preocupaciones, y actuó con sensatez y coraje.
Pero hay un detalle, no es menor el dato final: gustaron el mejor de los vinos.
Y esa es la buena noticia: el mejor de los vinos está por ser tomado, lo más
lindo, lo más profundo y lo más bello para la familia está por venir.
Está
por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano, donde nuestros hijos
redescubren el espacio que compartimos, y los mayores están presentes en el
gozo de cada día. El mejor de los vinos está en la esperanza, está por venir
para cada persona que se arriesga al amor. Y en la familia hay que arriesgarse
al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el mejor de los vinos está por venir
aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario; el mejor vino
está por venir en aquellos que hoy ven derrumbarse todo.
Murmúrenlo
hasta creérselo: el mejor vino está por venir. Murmúrenselo cada uno en su
corazón: El mejor vino está por venir. Y susúrrenselo a los desesperados o a
los desamorados. Tené Paciencia, tené esperanza, Hacé como María, rezá actuá,
abrí tu corazón, porque el mejor vino va a venir.
Dios
siempre se acerca a las periferias de los que se han quedado sin vino, los que
sólo tienen para beber desalientos; Jesús siente debilidad por derrochar el
mejor de los vinos con aquellos a los que por una u otra razón, ya sienten que
se les han roto todas las tinajas. Como María nos invita, hagamos «lo que el
Señor nos diga», lo que Él nos diga y agradezcamos que en este nuestro tiempo y
nuestra hora, el vino nuevo, el mejor, nos haga recuperar el gozo de ser
familia, el gozo de vivir en familia. Que así sea.
Misa en el Parque Los Samanes, en Guayaquil (Ecuador),
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