Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Contemplar el Evangelio de hoy
Evangelio de hoy
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Día litúrgico: Jueves XVII del tiempo
ordinario
Texto del Evangelio (Mt 13,47-53): En aquel tiempo, Jesús
dijo a la gente: «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se
echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a
la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así
sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre
los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el
rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí». Y Él les
dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es
semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo». Y sucedió
que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí.
«Recogen en cestos los
buenos y tiran los malos»
Rev. D. Ferran JARABO i
Carbonell
(Agullana, Girona,
España)
Hoy, el Evangelio constituye una llamada vital a la
conversión. Jesús no nos ahorra la dureza de la realidad: «Saldrán los ángeles,
separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego»
(Mt 13,49-50). ¡La advertencia es clara! No podemos quedarnos dormidos.
Ahora debemos optar libremente: o buscamos a Dios y el bien
con todas nuestras fuerzas, o colocamos nuestra vida en el precipicio de la
muerte. O estamos con Cristo o estamos contra Él. Convertirse significa, en
este caso, optar totalmente por pertenecer a los justos y llevar una vida digna
de hijos. Sin embargo, tenemos en nuestro interior la experiencia del pecado:
vemos el bien que deberíamos hacer y en cambio obramos el mal; ¿cómo intentamos
dar una verdadera unidad a nuestras vidas? Nosotros solos no podemos hacer
mucho. Sólo si nos ponemos en manos de Dios podremos lograr hacer el bien y
pertenecer a los justos.
«Por el hecho de no estar seguros del tiempo en que vendrá
nuestro Juez, debemos vivir cada jornada como si nos tuviera que juzgar al día
siguiente» (San Jerónimo). Esta frase es una invitación a vivir con intensidad
y responsabilidad nuestro ser cristiano. No se trata de tener miedo, sino de
vivir en la esperanza este tiempo que es de gracia, alabanza y gloria.
Cristo nos enseña el camino de nuestra propia glorificación.
Cristo es el camino del hombre, por tanto, nuestra salvación, nuestra felicidad
y todo lo que podamos imaginar pasa por Él. Y si todo lo tenemos en Cristo, no
podemos dejar de amar a la Iglesia que nos lo muestra y es su cuerpo místico.
Contra las visiones puramente humanas de esta realidad es necesario que
recuperemos la visión divino-espiritual: ¡nada mejor que Cristo y que el
cumplimiento de su voluntad!
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