Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Día
litúrgico: Sábado XXXII del tiempo ordinario
Santoral 15 de Noviembre:
San
Alberto Magno, obispo y doctor de la Iglesia
Texto del Evangelio (Lc 18,1-8):
En aquel tiempo, Jesús les propuso una parábola para inculcarles que es preciso
orar siempre sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios
ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a
él, le dijo: ‘¡Hazme justicia contra mi adversario!’. Durante mucho tiempo no
quiso, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los
hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que
no venga continuamente a importunarme’».
Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que
dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están
clamando a Él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia
pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la
tierra?».
Comentario:
Rev. D. Joan FARRÉS i Llarisó (Rubí,
Barcelona, España)
Es
preciso orar siempre sin desfallecer
Hoy, en los últimos días del año
litúrgico, Jesús nos exhorta a orar, a dirigirnos a Dios. Podemos pensar cómo
los padres y madres de familia esperan que —¡todos los días!— sus hijos les
digan algo, que les muestren su afecto amoroso.
Dios, que es Padre de todos,
también lo espera. Jesús nos lo dice muchas veces en el Evangelio, y sabemos
que hablar con Dios es hacer oración. La oración es la voz de la fe, de nuestra
creencia en Él, también de nuestra confianza, y ojalá fuera también siempre
manifestación de nuestro amor.
A fin de que nuestra oración sea
perseverante y confiada, dice san Lucas, que «Jesús les propuso una parábola
para inculcarles que es preciso orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1).
Sabemos que la oración se puede hacer alabando al Señor o dando gracias, o
reconociendo la propia debilidad humana —el pecado—, implorando la misericordia
de Dios, pero la mayoría de las veces será de petición de alguna gracia o
favor. Y, aunque no se consiga de momento lo que se pide, sólo el poder
dirigirse a Dios, el hecho de poder contarle a ese Alguien la pena o la
preocupación, ya será la consecución de algo, y seguramente —aunque no de
inmediato, sino en el tiempo—, obtendrá respuesta, porque «Dios, ¿no hará
justicia a sus elegidos, que están clamando a Él día y noche?» (Lc 18,7).
San Juan Clímaco, a propósito de
esta parábola evangélica, dice que «aquel juez que no temía a Dios, cede ante
la insistencia de la viuda para no tener más la pesadez de escucharla. Dios
hará justicia al alma, viuda de Él por el pecado, frente al cuerpo, su primer
enemigo, y frente a los demonios, sus adversarios invisibles. El Divino
Comerciante sabrá intercambiar bien nuestras buenas mercancías, poner a
disposición sus grandes bienes con amorosa solicitud y estar pronto a acoger
nuestras súplicas».
Perseverancia en orar, confianza
en Dios. Decía Tertuliano que «sólo la oración vence a Dios».
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