Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Misa en Santa Marta - Puerta
abierta
2015-03-10 L’Osservatore Romano
«Pedir perdón no es un simple
pedir disculpas».
No es fácil, así como «no es fácil recibir el perdón de Dios:
no porque Él no quiera dárnoslo, sino porque nosotros cerramos la puerta no
perdonando» a los demás. En la homilía de la misa en Santa Marta del martes 10
de marzo, el Papa Francisco añadió una tesela a la reflexión sobre el camino
penitencial que caracteriza la Cuaresma: el tema del perdón.
La reflexión partió del pasaje de
la primera lectura, tomada del libro del profeta Daniel (3, 25.34-43), donde se
lee que el profeta Azarías «pasaba un momento de prueba y recordó la prueba de
su pueblo, que era esclavo». Pero, puntualizó el Pontífice, el pueblo «no era
esclavo por casualidad: era esclavo porque había abandonado la ley del Señor,
porque había pecado». Por ello Azarías reza así: «Por el honor de tu nombre, no
nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu
misericordia... Ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos
humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados. Hoy pedimos
misericordia». Es decir, Azarías «se arrepiente. Pide perdón por el pecado de
su pueblo». Así, pues, el profeta «no se lamenta ante Dios en la prueba», no
dice: «Pero tú eres injusto con nosotros, mira lo que sucede ahora...». Él, en
cambio, afirma: «Hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros
pecados y nos merecemos esto». He aquí el detalle fundamental: Azarías «tenía
conciencia de pecado».
El Papa hizo notar luego también
que Azarías no dice al Señor: «Disculpa, nos hemos equivocado». En efecto,
«pedir perdón es otro cosa, es algo distinto que pedir disculpas». Se trata de
dos actitudes diferentes: el primero se limita a pedir disculpas, el segundo
implica el reconocimiento de haber pecado.
El pecado, en efecto, «no es un
simple error. El pecado es idolatría», es adorar a los «numerosos ídolos que
tenemos»: el orgullo, la vanidad, el dinero, el «yo mismo», el bienestar. He
aquí porqué Azarías no pide simplemente disculpas, sino que «pide perdón».
El pasaje del evangelio de san
Mateo (18, 21-35) llevó al Papa Francisco a afrontar la otra cara del perdón:
del perdón que se pide a Dios al perdón que se ofrece a los hermanos. Pedro
plantea una pregunta a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces
tengo que perdonarlo?». En el Evangelio «no son muchos los momentos en los que
una persona pide perdón», explicó el Papa, recordando algunos de estos
episodios. Está, por ejemplo, «la pecadora que llora sobre los pies de Jesús,
lava los pies con sus lágrimas y los seca con sus cabellos»: en ese caso, dijo
el Pontífice, «la mujer había pecado mucho, había amado mucho y pide perdón».
Luego se podría recordar el episodio en el que Pedro, «tras la pesca milagrosa,
dice a Jesús: “Aléjate de mí, que soy un pecador”»: allí él «se da cuenta de
que no se había equivocado, que había otra cosa dentro de él». También, se
puede volver a pensar en el momento en el que «Pedro llora, la noche del Jueves
santo, cuando Jesús lo mira».
En todo caso, son «pocos los
momentos en los que se pide perdón». Pero en el pasaje propuesto por la
liturgia Pedro pregunta al Señor cuál debe ser la medida de nuestro perdón:
«¿Sólo siete veces?». Jesús responde al apóstol «con un juego de palabras que
significa “siempre”: setenta veces siete, es decir, tú debes perdonar siempre».
Aquí, subrayó el Papa Francisco,
se habla de «perdonar», no simplemente de pedir disculpas por un error:
perdonar «a quien me ha ofendido, a quien me hizo mal, a quien con su maldad
hirió mi vida, mi corazón».
He aquí entonces la pregunta para
cada uno de nosotros: «¿Cuál es la medida de mi perdón?». La respuesta puede
venir de la parábola relatada por Jesús, la del hombre «a quien se le perdonó
mucho, mucho, mucho, mucho dinero, mucho, millones», y que luego, bien
«contento» con su perdón, salió y «encontró a un compañero que tal vez tenía
una deuda de 5 euros y lo mandó a la cárcel». El ejemplo es claro: «Si yo no
soy capaz de perdonar, no soy capaz de pedir perdón». Por ello «Jesús nos
enseña a rezar así al Padre: “Perdona nuestras ofensas así como nosotros
perdonamos a los que nos ofenden”».
¿Qué significa en concreto? El
Papa Francisco respondió imaginando el diálogo con un penitente: «Pero, padre,
yo me confieso, voy a confesarme... —¿Y qué haces primero de confesarte?
—Pienso en las cosas que hice mal. —Está bien. —Luego pido perdón al Señor y
prometo no volver hacerlo... —Bien. ¿Y luego vas al sacerdote?». Pero antes «te
falta una cosa: ¿has perdonado a los que te han hecho mal?». Si la oración que
se nos ha sugerido es: «Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a
los demás», sabemos que «el perdón que Dios te dará» requiere «el perdón que tú
das a los demás».
Como conclusión, el Papa
Francisco resumió así la meditación: ante todo, «pedir perdón no es un simple
pedir disculpas» sino que «es ser consciente del pecado, de la idolatría que
construí, de las muchas idolatrías»; en segundo lugar, «Dios siempre perdona,
siempre», pero pide que también yo perdone, porque «si yo no perdono», en
cierto sentido es como si cerrase «la puerta al perdón de Dios». Una puerta, en
cambio, que debemos mantener abierta: dejemos entrar el perdón de Dios a fin de
que podamos perdonar a los demás.
O somos gente que ama, o somos
hipócritas,
señala el Papa
2015-03-12 Radio Vaticana
(RV).- Un cristiano no tiene
caminos de compromiso: si no se deja tocar por la misericordia de Dios y a su
vez ama al prójimo, como hacen los Santos, acaba siendo un hipócrita, que
arruina y desparrama, en lugar de hacer el bien. Es lo que dijo el Papa
Francisco, en su homilía, de la Misa matutina, en la Capilla de la Casa de
Santa Marta.
Al comienzo fueron los Profetas,
luego les tocó a los Santos. Con ellos, Dios ha construido en el tiempo la
historia de su relación con los hombres. Y, sin embargo, a pesar de que estos
elegidos eran excelentes - a pesar de sus enseñanzas y obras – la historia de
la salvación es accidentada, pavimentada con tantas hipocresías e
infidelidades.
Dios llora por un corazón duro
Es inmenso el horizonte que
Francisco abrazó con su reflexión, desde Abel hasta nuestros días. En la voz de
Jeremías, con la Lectura del día, está la voz de Dios mismo, que constata con
amargura cómo el pueblo elegido, aun habiendo recibido muchos beneficios, no lo
haya escuchado. Tras hacer hincapié en que ‘Dios ha dado todo’, el Papa recordó
que como respuesta había recibido ‘sólo cosas feas’. ‘La fidelidad desapareció,
no son un pueblo fiel’:
«Ésta es la Historia de Dios.
Parece que aquí Dios estuviera llorando. Te amé tanto, te di tanto, y tú… Todo
contra mí. También Jesús lloró, mirando
Jerusalén. Porque en el corazón de Jesús estaba toda esta historia, en la que
la fidelidad había desaparecido. Hacemos nuestra voluntad, pero haciendo esto
en el camino de la vida seguimos un camino de endurecimiento: el corazón se
endurece, se petrifica. Y la Palabra del Señor no entra. Y el pueblo se aleja.
También nuestra historia personal se puede volver así. Y hoy, en este día
cuaresmal, podemos preguntarnos: ¿escucho la voz del Señor, o hago lo que yo
quiero, lo que a mí me gusta?»
De herejes a Santos
También el episodio del Evangelio
muestra un ejemplo de ‘corazón endurecido’, sordo a la voz de Dios. Jesús cura
a un endemoniado y, en cambio, recibe una acusación: ‘Tú expulsas a los
demonios con el poder del demonio. Eres un brujo demoniaco’ .Es la acusación
típica de los ‘legalistas’, recordó el Obispo de Roma, destacando que ‘creen
que la vida está regulada por las leyes que establecen ellos’:
«¡También esto ocurrió en la
Historia de la Iglesia! Pero, ¡piensen en la pobre Juana de Arco: hoy es Santa!
Pobrecita: estos doctores la quemaron viva, porque decían que era hereje,
acusada de herejía… Pero eran los doctores, aquellos que conocían la doctrina
segura, estos fariseos: alejados del amor de Dios. Cerca de nosotros, piensen
en el Beato Rosmini: todos sus libros en el índice. No se podían leer, era
pecado leerlos. Hoy es Beato. En la Historia de Dios con su pueblo, el Señor
mandaba a los Profetas para decirle a su pueblo que lo amaba. En la Iglesia, el
Señor manda a los Santos. Son los Santos los que llevan adelante la vida de la
Iglesia: son los Santos. No son los poderosos, no son los hipócritas: no. Los
Santos».
No hay un camino intermedio
Los Santos – añadió el Papa –
‘son los que no tienen miedo de dejarse acariciar por la misericordia de Dios.
Y por ello los Santos son hombres y mujeres que comprenden tantas miserias,
tantas miserias humanas, y acompañan al pueblo de cerca. No desprecian al
pueblo’:
«Jesús dice: ‘El que no está
conmigo, está contra mí’. Pero ¿no habrá un camino de compromiso, un poco aquí
y un poco allá? No. O estás en el camino del amor, o estás en el camino de la
hipocresía. O te dejas amar por la misericordia de Dios, o haces lo que
quieres, según tu corazón, que se va endureciendo, cada vez más, por ese
camino. ‘El que no está conmigo, está contra mí’: no hay un tercer camino de
compromiso. O eres santo, o te vas por el otro camino. ‘El que no recoge
conmigo’, deja las cosas… No. Peor aún: desparrama, arruina. Es un corruptor.
Es un corrupto, que corrompe».
(CdM – RV)
(from Vatican Radio)
Misa en Santa Marta -
Corazones
petrificados
2015-03-12 L’Osservatore Romano
Ninguna componenda: o nos dejamos
amar «por la misericordia de Dios» o elegimos el camino «de la hipocresía» y
hacemos lo que queremos dejando que nuestro corazón «se endurezca» cada vez
más. Es la historia de la relación entre Dios y el hombre, desde los tiempos de
Abel hasta nuestros días, en el centro de la reflexión propuesta por el Papa
Francisco durante la misa en Santa Marta el jueves 12 de marzo.
El Pontífice partió de la oración
del salmo responsorial —«No endurezcáis vuestro corazón»— y se preguntó: «¿Por
qué sucede esto?». Para comprenderlo hizo referencia ante todo a la primera
lectura tomada del libro del profeta Jeremías (7, 23-28) donde está, por
decirlo así, sintetizada la «historia de Dios». Y nos podríamos preguntar:
¿Cómo, «Dios tiene una historia?». ¿Cómo es posible visto que «Dios es eterno»?
Es verdad, explicó el Papa Francisco, «pero desde el momento en que Dios entró
en diálogo con su pueblo, entró en la historia».
Y la historia de Dios con su
pueblo «es una historia triste» porque «Dios lo dio todo» y a cambio «sólo
recibió cosas malas». El Señor había dicho: «Escuchad mi voz. Yo seré vuestro
Dios y vosotros seréis mi pueblo. Seguid el camino que os señalo, y todo os irá
bien». Ese era el «camino» hacia la felicidad. «Pero ellos no escucharon ni
hicieron caso» y, es más, «caminaron según sus ideas, según la maldad de su
obstinado corazón»: es decir, no querían «escuchar la Palabra de Dios».
Esta opción, explicó el Papa,
caracterizó toda la historia del pueblo de Dios: «pensemos en el asesinato, en
la muerte de Abel, asesinado por su hermano, corazón malvado de envidia». Sin
embargo, a pesar de que el pueblo haya continuamente «dado la espalda» al
Señor, Él afirma: «Yo no me he cansado». Y envía «con asidua atención» a los
profetas. Aun así, sin embargo, los hombres no lo escucharon. Es más, se lee en
la Escritura, «endurecieron la cerviz y fueron peores que sus padres». Y «la
situación del pueblo de Dios empeoró, a través de las generaciones».
El Señor dijo a Jeremías: «Ya
puedes repetirles este discurso, seguro que no te escucharán; ya puedes
gritarles, seguro que no te responderán. Aún así les dirás: “Esta es la gente
que no escucha la voz del Señor, su Dios, y no quiso escarmentar». Y luego, destacó
el Papa, añadió una palabra «terrible: “Ha desaparecido la fidelidad...
Vosotros no sois un pueblo fiel”». Aquí, comentó el Papa Francisco, parece que
Dios llorase: «Te he amado tanto, te he dado tanto y tú... todo en contra de
mí». Un llanto que recuerda el de Jesús «contemplando Jerusalén». Por lo demás,
explicó el Pontífice, «en el corazón de Jesús estaba toda esta historia, donde
la fidelidad había desaparecido». Una historia de infidelidad que atañe
«nuestra historia personal», porque «nosotros hacemos nuestra voluntad. Pero
haciendo esto, en el camino de la vida seguimos una senda de endurecimiento: el
corazón se endurece, se petrifica. La palabra del Señor no entra. El pueblo se
aleja». Por ello, dijo el Papa, «hoy, en este día cuaresmal, podemos
preguntarnos: ¿Escucho la voz del Señor, o hago lo que yo quiero, lo que me
gusta?».
El consejo del salmo responsorial
–«No endurezcáis vuestro corazón»– se vuelve a encontrar «muchas veces en la
Biblia» donde, para explicar la «infidelidad del pueblo», se usa a menudo «la
figura de la adúltera». El Papa Francisco recordó, por ejemplo, el pasaje
famoso de Ezequiel 16: «Toda una historia de adulterio, es la tuya. Tú, pueblo,
no fuiste fiel a mí, eres un pueblo adúltero». O también las muchas veces en que
Jesús «reprochaba a los discípulos ese corazón endurecido», como hizo con los
de Emaús: «¡Qué necios y torpes sois!».
El corazón malvado –explicó el
Pontífice al recordar que «todos tenemos un pedacito»– «no nos deja entender el
amor de Dios. Nosotros queremos ser libres», pero «con una libertad que al
final nos hace esclavos, y no con la libertad del amor que nos ofrece el
Señor».
Esto, subrayó el Papa, sucede
también en las «instituciones»: por ejemplo, «Jesús cura a una persona, pero el
corazón de estos doctores de la ley, de estos sacerdotes, de este sistema legal
era muy duro, siempre buscaban excusas». Y, así, le dicen: «Pero, tú arrojas a
los demonios en nombre del demonio». Tú eres un brujo demoníaco. Son los
legalistas «que creen que la vida de la fe se regula solamente por las leyes
que hacen ellos». Para ellos «Jesús usa esa palabra: hipócritas, sepulcros
blanqueados, muy hermosos por fuera pero por dentro llenos de podredumbre y de
hipocresía».
Lamentablemente, dijo el Papa
Francisco, lo mismo «ocurrió en la historia de la Iglesia». Pensemos «en la
pobre Juana de Arco: hoy es santa. Pobrecita: estos doctores la quemaron viva,
porque decían que era herética». O incluso más cercano en el tiempo, pensemos
«en el beato Rosmini: todos sus libros al Índice. No se podían leer, era pecado
leerlos. Hoy es beato». Al respecto el Pontífice destacó que así como «en la
historia de Dios con su pueblo, el Señor enviaba a los profetas para decir que
amaba a su pueblo», así «en la Iglesia, el Señor envía a los santos». Son ellos
«los que llevan adelante la vida de la Iglesia: son los santos. No son los
poderosos, no son los hipócritas». Son «el hombre santo, la mujer santa, el
niño, el joven santo, el sacerdote santo, la religiosa santa, el obispo
santo...»: es decir, los «que no tienen el corazón endurecido», sino «siempre
abierto a la palabra de amor del Señor», los que «no tienen miedo de dejarse
acariciar por la misericordia de Dios. Por eso los santos son hombres y mujeres
que comprenden tantas miserias, tantas miserias humanas, y acompañan al pueblo
de cerca. No desprecian al pueblo».
Con este pueblo que «perdió la
fidelidad» el Señor es claro: «El que no está conmigo, está contra mí». Alguien
podría preguntar: «¿Pero no existirá otro camino de componenda, un poco de aquí
y un poco de allá?». No, dijo el Pontífice, «o estás en la senda del amor, o
estás en la senda de la hipocresía. O te dejas amar por la misericordia de
Dios, o haces lo que quieres según tu corazón, que se endurece cada vez más por
esta senda». No existe, afirmó, «una tercera senda posible: o eres santo, o vas
por el otro camino». Y quien «no recoge» con el Señor, no sólo «deja las
cosas», sino «peor: desparrama, arruina. Es un corruptor. Es un corrupto, que
corrompe».
Por esta infidelidad «Jesús llora
por Jerusalén» y «por cada uno de nosotros». En el capítulo 23 de san Mateo,
recordó el Papa concluyendo, se lee una maldición «terrible» contra los
«dirigentes que tienen el corazón endurecido y quieren endurecer el corazón del
pueblo». Dice Jesús: «Así recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente
derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel. Serán culpables de tanta
sangre inocente, derramada por su maldad, su hipocresía, su corazón corrupto,
endurecido, petrificado».
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