Homilías del Papa y Temas sacerdotales
CELEBRACIÓN
DEL DOMINGO DE RAMOS
Y
DE LA PASIÓN DEL
SEÑOR
HOMILÍA
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza
de San Pedro
XXX
Jornada Mundial de la
Juventud
Domingo
29 de marzo de 2015
En
el centro de esta celebración, que se presenta tan festiva, está la palabra que
hemos escuchado en el himno de la
Carta a los Filipenses: «Se humilló a sí mismo» (2,8). La humillación
de Jesús.
Esta
palabra nos desvela el estilo de Dios y, en consecuencia, aquel que debe ser el
del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de sorprendernos y
ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios humilde.
Humillarse
es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para caminar con su pueblo,
para soportar sus infidelidades. Esto se aprecia bien leyendo la historia del
Éxodo: ¡Qué humillación para el Señor oír todas aquellas murmuraciones,
aquellas quejas! Estaban dirigidas contra Moisés, pero, en el fondo, iban
contra él, contra su Padre, que los había sacado de la esclavitud y los guiaba
en el camino por el desierto hasta la tierra de la libertad.
En
esta semana, la Semana
Santa , que nos conduce a la Pascua , seguiremos este camino de la humillación
de Jesús. Y sólo así será «santa» también para nosotros.
Veremos
el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para acabar con él.
Asistiremos a la traición de Judas, uno de los Doce, que lo venderá por treinta
monedas. Veremos al Señor apresado y tratado como un malhechor; abandonado por
sus discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a muerte, azotado y
ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la «roca» de los discípulos, lo negará tres
veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada por los jefes,
pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los
soldados se burlarán de él, vestido con un manto color púrpura y coronado de
espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz,
sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su condición
de Rey e Hijo de Dios.
Esta
es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay
otro. Y no hay humildad sin humillación.
Al
recorrer hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la «condición de
siervo» (Flp 2,7). En efecto, la humildad quiere decir también servicio,
significa dejar espacio a Dios negándose a uno mismo, «despojándose», como dice
la Escritura
(v. 7). Este «despojarse» es la humillación más grande.
Hay
otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos
ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito... Es la otra vía. El
maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días en el desierto.
Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y, con él, solamente con su gracia y con su
ayuda, también nosotros podemos vencer esta tentación de la vanidad, de la
mundanidad, no sólo en las grandes ocasiones, sino también en las
circunstancias ordinarias de la vida.
En
esto, nos ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en
silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los
demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con discapacidad, una
persona sin techo...
Pensemos
también en la humillación de los que, por mantenerse fieles al Evangelio, son
discriminados y sufren las consecuencias en su propia carne. Y pensemos en
nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser cristianos, los mártires de
hoy - que son muchos -: no reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y
ultrajes. Lo siguen por su camino. Podemos hablar, verdaderamente, de “una nube
de testigos”: los mártires de hoy (cf. Hb 12,1).
Durante
esta semana, emprendamos también nosotros con decisión este camino de la
humildad, movidos por el amor a nuestro Señor y Salvador. El amor nos guiará y
nos dará fuerza. Y, donde está él, estaremos también nosotros (cf. Jn 12,26).
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