Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Misa
en Santa Marta - Nada de espectáculo
2015-03-09
L’Osservatore Romano
El
estilo de Dios es la «sencillez»: inútil buscarlo en el «espectáculo mundano».
También en nuestra vida él actúa siempre «en la humildad, en el silencio, en
las cosas pequeñas». Esta es la reflexión cuaresmal que el Papa Francisco quiso
proponer en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta el lunes 9 de marzo.
Como
de costumbre, el Pontífice partió de la liturgia de la palabra en la que,
observó, «existe una palabra común» en las dos cartas: «la ira; la
indignación». En el Evangelio de san Lucas (4, 24-30) se narra el episodio
donde «Jesús vuelve a Nazaret, va a la sinagoga y comienza a hablar». En un
primer momento «toda la gente lo escuchaba con amor, feliz» y estaba asombrada
de las palabras de Jesús: «estaban contentos». Pero Jesús prosigue en su
discurso «y reprende la falta de fe de su pueblo; recuerda cómo esta falta es
también histórica» haciendo referencia al tiempo de Elías (cuando –recordó el
Papa– «habían tantas viudas», pero Dios envió al profeta «a un viuda de un país
pagano») y a la purificación de Naamán el sirio, narrada en la primera lectura
del segundo libro de los Reyes (5, 1-15).
Inicia
así la dinámica entre las expectativas de la gente y la respuesta de Dios que
estuvo en el centro de la homilía del Pontífice. En efecto, explicó el Papa
Francisco, mientras la gente «oía con gusto lo que decía Jesús», a alguien «no
le gustó lo que decía» y «quizá algún hablador se alzó y dijo: ¿pero este de
qué viene a hablarnos? ¿Dónde estudió para que nos diga estas cosas? Que nos
haga ver su licenciatura. ¿En qué universidad estudió? Este es el hijo del
carpintero y lo conocemos bien».
Explotan
así «la furia» y «la violencia»: se lee en el Evangelio que «lo echaron fuera
de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio del monte» para despeñarlo.
Pero, se preguntó el Pontífice, «la admiración, el estupor» ¿cómo pasaron «a la
ira, a la furia, a la violencia?». Es lo que sucede también al general sirio de
quien se escribe en el segundo libro de los Reyes: «Este hombre tenía fe, sabía
que el Señor lo curaría. Pero cuando el profeta le dice “ve, báñate”, se
indigna». Tenía otras expectativas, explicó el Papa, y en efecto pensaba en
Eliseo: «Al estar de pie, invocará el nombre del Señor su Dios, agitará su mano
hacia la parte enferma y me quitará la lepra... Pero nosotros tenemos ríos más
hermosos que el Jordán». Y así se marcha. Sin embargo, «los amigos le hacen
entrar en razón» y, tras regresar, se cumple el milagro.
Dos
experiencias distantes en el tiempo pero muy similares: «¿Qué quería esta
gente, estos de la sinagoga, y este sirio?» preguntó el Papa Francisco. Por una
parte «a los de la sinagoga Jesús les reprende la falta de fe», tanto que el
Evangelio subraya cómo «Jesús allí, en ese lugar, no hizo milagros, por la
falta de fe». Por otro, Naamán «tenía fe, pero una fe especial». En cualquier
caso, destacó el Papa Francisco, todos buscaban lo mismo: «Querían el espectáculo».
Pero «el estilo del buen Dios no es hacer el espectáculo: Dios actúa en la
humildad, en el silencio, en las cosas pequeñas». No por casualidad, al sirio,
«la noticia de la posible curación le llega de una esclava, una joven, que era
la criada de su mujer, de una humilde jovencita». Al respecto comentó el Papa:
«Así va el Señor: por la humildad. Y si vemos toda la historia de la salvación,
encontraremos que siempre el Señor hace así, siempre, con las cosas sencillas».
Para
hacer comprender mejor este concepto, el Pontífice hizo referencia a otros
diversos episodios de las Escrituras. Por ejemplo, observó, «en la narración de
la creación no se dice que el Señor cogiera la varita mágica», no dijo:
«Hagamos al hombre» y el hombre fue creado. Dios, en cambio, «lo hizo con el
barro y su trabajo, sencillamente». Y, así, «cuando quiso liberar a su pueblo,
lo liberó a través de la fe y la confianza de un hombre, Moisés». Del mismo
modo, «cuando quiso hacer caer la poderosa ciudad de Jericó, lo hizo a través de
una prostituta». Y «también para la conversión de los samaritanos, pidió el
trabajo de otra pecadora».
En
realidad, el Señor desplaza siempre al hombre. Cuando «invitó a David a luchar
contra Goliat, parecía una locura: el pequeño David ante aquel gigante, que
tenía una espada, tenía tantas cosas, y David solamente la honda y las
piedras». Lo mismo sucede «cuando dijo a los Magos que había nacido
precisamente el rey, el gran rey». ¿Qué encontraron? «Un niño, un establo». Por
lo tanto, destacó el obispo de Roma, «las cosas simples, la humildad de Dios,
este es el estilo divino, nunca el espectáculo».
Por
lo demás, explicó, la del «espectáculo» fue precisamente «una de las
tentaciones de Jesús en el desierto». Satanás le dijo, en efecto: «Ven conmigo,
subamos al alero del templo; tú te tiras y todos verán el milagro y creerán en
ti». El Señor, en cambio, se revela «en la sencillez, en la humildad».
Entonces,
concluyó el Papa Francisco, «nos hará bien en esta Cuaresma pensar en nuestra
vida sobre cómo el Señor nos ayudó, cómo el Señor nos hizo seguir adelante, y
encontraremos que siempre lo hizo con cosas sencillas». Incluso podrá
parecernos que todo sucedió «como si fuera una casualidad». Porque «el Señor
hace las cosas sencillamente. Te habla silenciosamente al corazón». Resultará
útil, por lo tanto, en este período recordar «Las numerosas veces» en las que
en nuestra vida «el Señor nos visitó con su gracia» y hemos entendido que la
humildad y la sencillez son su «estilo». Esto, explicó el Papa, vale no
solamente en la vida diaria, sino también «en la celebración litúrgica, en los
sacramentos», en los cuales «es bello que se manifieste la humildad de Dios y
no el espectáculo mundano».
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