Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Francisco
\ Encuentros y Eventos
¡En
el centro sólo está el Señor!,
el Papa a fieles de Comunión y Liberación
Francisco
saludando a los fieles
de Comunión y Liberación - AFP
07/03/2015
12:07SHARE:
(RV).-
Entrañable, alegre y multitudinario encuentro el celebrado la mañana de este
sábado en el Vaticano en la audiencia del Papa Francisco con aproximadamente
80.000 fieles de Comunión y Liberación llegados de 47 países del mundo,
reunidos en la plaza de San Pedro de Roma.
El
Santo Padre, muy agradecido por el cariño con el que fue recibido y por las
palabras de Julián Carrón, presidente de la Fraternidad Comunión y Liberación,
aseguró que la labor de Mons. Luigi Giussani, el fundador, ha marcado tanto su
vida sacerdotal como la personal a través de sus libros y artículos. “Su
pensamiento es profundamente humano y llega hasta el más íntimo anhelo del
hombre”, aseguró Francisco. Y así recuerdó la importancia que tenía para Mons.
Giussani el encuentro, “el encuentro no con una idea, sino con una Persona, con
Jesucristo” que es quien “nos da la libertad”.
Seguido
de fervorosos aplausos con cada una de las ideas de su discurso, el Papa
insistió en que el camino de la Iglesia es dejar que se manifieste la gran
misericordia de Dios y lo compara con el impulso alegre de la flor del
almendro, que es como Jesús para toda la humanidad. El Papa Bergoglio pidió a
los fieles que recuerden que el centro es Jesucristo, tanto en nuestra
espiritualidad como en nuestra vida: “¡en el centro sólo está el Señor!” y en
esta línea les recordó también que el camino de la Iglesia es salir a la
búsqueda de los lejanos en las periferias para “servir a Jesús en cada persona
marginada, abandonada, sin fe, decepcionada por la Iglesia, prisionera de su
propio egoísmo”.
(MZ-RV)
Palabras
y audio de la voz del Papa:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Les
doy la bienvenida a todos ustedes y ¡les agradezco por su caluroso afecto!
Dirijo mi cordial saludo a los cardenales y a los Obispos. Saludo a Don Julián
Carrón, Presidente de su Fraternidad, y le agradezco por las palabras que me ha
dirigido en nombre de todos; y le agradezco también, Don Julián, por aquella
bonita carta que usted escribió a todos, invitándoles a venir. Muchas gracias.
Mi
primer pensamiento va a su Fundador, Mons. Luigi Giussani, recordando el décimo
aniversario de su nacimiento para el Cielo. Me siento agradecido a Don Giussani
por varios motivos. El primero, más personal, es el bien que este hombre me
hizo a mí y a mi vida sacerdotal, a través de las lecturas de sus libros y sus
artículos. La otra razón es que su pensamiento es profundamente humano y llega
hasta el más íntimo anhelo del hombre. Ustedes saben cuán importante era para
Don Giussani la experiencia del encuentro: encuentro no con una idea, sino con
una Persona, con Jesucristo.
Así él educó a la libertad, guiando hacia el
encuentro con Cristo, porque Cristo nos da la verdadera libertad. Hablando del
encuentro, me viene a la mente “La vocación de Mateo”, aquel Caravaggio ante el
cual me detenía por un largo rato en San Luis de los Franceses, cada vez que
venía a Roma. Ninguno de los que estaba allí, incluido Mateo ávido de dinero,
podía creer en el mensaje de aquel dedo que lo indicaba, el mensaje de aquellos
ojos que lo miraban con misericordia y lo elegían para que lo siguiera. Sentía
aquel estupor del encuentro. Es así el encuentro con Cristo que viene y nos
invita.
Todo,
en nuestra vida, hoy como en los tiempos de Jesús, comienza con un encuentro.
Un encuentro con este Hombre, el carpintero de Nazaret, un hombre como todos y
al mismo tiempo diferente. Pensemos en el Evangelio de Juan, allí donde cuenta
el primer encuentro con los discípulos con Jesús. Andrés, Juan, Simón: se
sintieron mirados profundamente, conocidos íntimamente, y esto generó en ellos
una sorpresa, un estupor que, inmediatamente, les hizo sentir ligados a Él… O
cuando después en la resurrección, Jesús le pregunta a Pedro: “¿Me amas? y
Pedro responde ‘Sí’, aquel ‘sí’ no era el resultado de una fuerza de voluntad,
no venía sólo de la decisión del hombre Simón: venía antes que nada de la
Gracia, era el aquel ‘primerear’, aquel el preceder de la Gracia. Éste fue el
descubrimiento decisivo para San Pablo, para San Agustín, y para muchos otros
santos: Jesucristo es primero, siempre nos primerea Jesucristo nos precede;
cuando nosotros llegamos, Él ya nos estaba esperando. Él es como la flor del
almendro: es la flor que florece primero, y anuncia la primavera.
Y
no se puede entender esta dinámica del encuentro que suscita el estupor y la
adhesión sin la misericordia. Sólo quien ha sido acariciado por la ternura de
la misericordia, conoce verdaderamente al Señor. El lugar privilegiado del
encuentro es la caricia de la misericordia de Jesucristo hacia mi pecado. Es
por esto, algunas veces, que ustedes me han escuchado decir que el lugar, el
lugar privilegiado del encuentro con Jesucristo es mi pecado. Es gracias a este
abrazo de misericordia que se sienten las ganas de responder y de cambiar, y
que puede surgir una vida diferente. La
moral cristiana no es el esfuerzo titánico, voluntarista, de quien decide ser
coherente y lo logra, un tipo de desafío solitario ante el mundo. No. Esta no
es la moral cristiana, es otra cosa. La moral cristiana es respuesta, es la
respuesta conmovida ante una misericordia sorprendente, imprevisible, inclusive
‘injusta’, según los criterios humanos, de Uno que me conoce, que conoce mis
traiciones y me quiere lo mismo, me estima, me abraza, me vuelve a llamar,
espera en mí, se espera algo de mí. La moral cristiana no es no caer nunca,
sino levantarse siempre, gracias a su mano que nos toma.
Y
el camino de la Iglesia es también éste: dejar que se manifieste la gran
misericordia de Dios. Dije, en días pasados, a los nuevos Cardenales: “El
camino de la Iglesia es no condenar a nadie eternamente; es derramar la
misericordia de Dios a todas las personas que la piden con un corazón sincero;
el camino de la Iglesia es precisamente el de salir de su propio recinto para
ir a buscar a los lejanos en las ‘periferias’ de la existencia; es el de
adoptar integralmente la lógica de Dios, que es aquella de la
misericordia (Homilía 15 de febrero de
2015). También la Iglesia debe sentir el impulso alegre de convertirse en flor
de almendro, es decir la primavera, como Jesús, para toda la humanidad.
Hoy
ustedes recuerdan también los sesenta años del inicio de su Movimiento, “nacido
en la Iglesia - como les dijo Benedicto
XVI, - no por una voluntad organizativa de la Jerarquía, sino originado por un
encuentro renovado con Cristo y así, podemos decir, por un impulso derivado
últimamente del Espíritu Santo. (Discurso a la peregrinación de Comunión y
Liberación, 24 de marzo de 2007: Enseñanzas III, 1 [2007], 557).
Después
de sesenta años, el carisma original no ha perdido su frescor y vitalidad. Pero, recuerden que el centro no
es el carisma, el centro es uno sólo, es Jesucristo. Cuando pongo en el centro
mi método espiritual, mi camino espiritual, mi manera de ponerlo en práctica,
me salgo del camino. Toda espiritualidad, todos los carismas en la Iglesia
deben ser “descentrados”: ¡en el centro sólo está el Señor! Por eso cuando
Pablo en su primera carta a los Corintios habla de carismas, de esta realidad
tan hermosa de la Iglesia, del Cuerpo místico, termina hablando del amor, es
decir, de aquello que viene de Dios, lo que es propio de Dios, y que nos
permite imitarlo. No se olviden nunca de esto.
Y
luego, ¡el carisma no se conserva en una botella de agua destilada! Fidelidad
al carisma no quiere decir “petrificarlo” - es el diablo el que “petrifica” -
no significa escribirlo en un pergamino y ponerlo en un cuadro. La referencia
al legado que les ha dejado Don Giussani no puede reducirse a un museo de
recuerdos, de decisiones tomadas, de normas de conducta. Comporta, en cambio,
fidelidad a la tradición, y fidelidad a
la tradición - decía Mahler – “significa tener vivo el fuego, no adorar las
cenizas”.
Don
Giussani no les perdonaría nunca que perdieran la libertad y se transformaran
en guías de museo o adoradores de cenizas.
¡Mantengan vivo el fuego de la memoria de aquel primer encuentro y sean
libres!
Así,
centrados en Cristo y en el Evangelio, ustedes pueden ser los brazos, las
manos, los pies, la mente y el corazón de una Iglesia “en salida”. El camino de
la Iglesia es salir para ir a buscar a los lejanos en las periferias, para servir a Jesús en cada persona
marginada, abandonada, sin fe, decepcionada por la Iglesia, prisionera de su
propio egoísmo.
“Salir”
también significa rechazar la ‘auto referencialidad’, en todas sus formas, significa saber escuchar
a quien no es como nosotros, aprendiendo de todos, con sincera humildad. Cuando
somos esclavos de la auto referencialidad, acabamos cultivando una
“espiritualidad de etiqueta”: “Yo soy CL”; y caemos en las mil trampas que nos
ofrece la autocomplacencia referencial, aquel mirarnos en el espejo que nos
lleva a desorientarnos y a transformarnos en meros empresarios de una ONG.
Queridos
amigos, me gustaría terminar con dos citas muy significativas de Don Giussani,
una de los inicios y una del final de su vida.
La
primera: “El cristianismo nunca se realiza en la historia como fijeza de
posiciones que hay que defender, que se planteen ante lo nuevo como mera
antítesis; el cristianismo es principio de redención, que asume lo nuevo,
salvándolo" (Porta la Speranza. Primeros escritos, Génova 1967, 119).
La
segunda del 2004: "No sólo nunca tuve la intención de “fundar" nada,
sino que creo que el genio del movimiento que he visto nacer consiste en haber
sentido la urgencia de proclamar la necesidad de volver a los aspectos
elementales del cristianismo, es decir, la pasión del hecho cristiano como tal
en sus elementos originales, y basta" (Carta a Juan Pablo II, 26 de Enero
de 2004 con motivo de los 50 años de Comunión y Liberación).
Que
el Señor los bendiga y la Virgen los custodie. Y, por favor, no se olviden de
rezar por mí. Gracias
(GM,
MZ-RV)
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