Blog de Tío Paco-Franjaoli-Franja
Síntesis de las
homilías del Papa Francisco
en las Misas que celebra todas las mañanas
en la
Capilla de la Casa de Santa Marta.
Para un examen de conciencia
2014-01-17 L’Osservatore Romano
«¿Nos avergonzamos de los escándalos en la Iglesia?». Es un
profundo examen de conciencia el que propuso el Papa Francisco el jueves 16 de
enero, por la mañana, durante la homilía de la misa celebrada en la capilla de
la Casa de Santa Marta. Un examen de conciencia que se dirige a la raíz de las
razones de los «muchos escándalos» que dijo no querer «mencionar en particular»
porque «todos sabemos donde están».
Y precisamente a causa de los escándalos no se da al pueblo de
Dios «el pan de la vida» sino «un alimento envenenado». Los escándalos —explicó
una vez más el Papa— tuvieron lugar porque « la Palabra de Dios era algo raro
en esos hombres, en esas mujeres» que los realizaron, aprovechando su «posición
de poder y comodidad en la Iglesia» sin tener, sin embargo, ninguna relación
con « la Palabra de Dios». Porque, puntualizó, no sirve para nada decir «yo
llevo una medalla» o «yo llevo la cruz» si no se tiene «una relación viva con
Dios y con la Palabra de Dios». Además, algunos de estos escándalos —indicó una
vez más el Papa— hicieron justamente también «pagar mucho dinero».
La reflexión del Pontífice se inspiró en la oración del salmo
responsorial —el número 43— proclamado en la liturgia del día. Una oración que
se refiere a lo relatado en la primera lectura: la derrota de Israel. Se habla
de ello en el primer libro de Samuel (4- 1,11). Recita el salmo citado por el
Papa: «Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas, y ya no sales, Señor,
con nuestras tropas; nos haces retroceder ante el enemigo, y nuestro adversario
nos saquea». Es con estas palabras, dijo el Pontífice, que «reza el justo de
Israel después de las muchas derrotas que tuvo en su historia».
Derrotas que suscitan algunas preguntas: «¿Por qué el Señor dejó
así a Israel, en manos de los filisteos? ¿Abandonó el Señor a su pueblo?
¿Ocultó su rostro?». El Papa precisó que la pregunta de fondo es: «¿Por qué el
Señor abandonó a su pueblo en esa lucha contra los enemigos? Pero los enemigos
no sólo del pueblo, sino del Señor». Enemigos que «odiaban a Dios», que «eran
paganos».
«La clave para buscar una respuesta» a esta pregunta decisiva el
Pontífice la indicó en algunos versículos de la liturgia del día anterior: «En
aquellos días era rara la Palabra del Señor» (1 Samuel 3, 1). «En medio de su
pueblo —explicó nuevamente refiriéndose a la Escritura— no estaba la Palabra
del Señor, a tal punto que el joven Samuel no comprendía» quién le llamaba. El
pueblo, por lo tanto, «vivía sin la Palabra del Señor. Se había alejado de Él».
El anciano sacerdote Elí era «débil» y «sus hijos, mencionados dos veces aquí»,
eran «corruptos: asustaban al pueblo y lo apaleaban». Así «sin la Palabra de
Dios, sin la fuerza de Dios» dejaban espacio al «clericalismo» y a la
«corrupción clerical».
En este contexto, sin embargo, prosiguió el Papa, el pueblo se
«da cuenta» de que estaba «lejos de Dios y dice: “vayamos a buscar el arca”».
Pero llevan «el arca al campamento» como si fuese la expresión de una magia: de
este modo no se disponían a la búsqueda del Señor sino de «una cosa que es mágica».
Y con el arca «se sienten seguros».
Por su parte, «los filisteos comprendieron el peligro», sobre
todo, tras oír «el eco de ese alarido» que suscitó la llegada del arca al
campamento de Israel y se preguntaron qué significaba. «Se enteraron —continuó—
que había llegado a su campo el arca del Señor». Se lee, en efecto, en el libro
de Samuel: «Los filisteos se sintieron atemorizados y dijeron: “Dios ha venido
al campamento”». Por lo tanto, los filisteos pensaban que habían ido a buscar a
Dios y que Él estaba realmente presente en su campamento. En cambio, el pueblo
de Israel no se había dado cuenta de que con el arca no había «entrado la
vida».
Y la Escritura relata luego detalladamente las dos derrotas
contra los filisteos: en la primera murieron cerca de cuatro mil; en la
segunda, treinta mil. Además, «el arca de Dios fue tomada por los filisteos y
los dos hijos de Elí, Jofní y Pinjás, murieron».
«Este pasaje de la Escritura —destacó el Papa— nos hace pensar»
en «cómo es nuestra relación con Dios, con la Palabra de Dios. ¿Es una relación
formal, o una relación lejana? La Palabra de Dios entra en nuestro corazón,
cambia nuestro corazón, ¿tiene este poder, o no?». ¿O bien «es una relación
formal, todo bien, pero el corazón está cerrado a esa Palabra?».
Una serie de preguntas —precisó el Pontífice— que «nos lleva a
pensar en tantas derrotas de la Iglesia. En tantas derrotas del pueblo de
Dios». Derrotas debidas «sencillamente» al hecho de que el pueblo «no percibe
al Señor, no busca al Señor, no se deja buscar por el Señor». Luego, al
verificarse la tragedia se dirige al Señor para preguntar: «pero Señor, ¿qué
pasó?». Se lee en el salmo 43: «Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean; nos has hecho el refrán de los
gentiles, nos hacen muecas las naciones» (vv. 14-15). Y es lo que nos lleva,
destacó el Papa Francisco, a «pensar en los escándalos de la Iglesia: ¿pero nos
avergonzamos?». Y añadió: «Muchos escándalos que yo no quiero mencionar en
particular, pero todos los conocemos. Sabemos donde están». Algunos «escándalos
—dijo— hicieron pagar mucho dinero. Está bien...». Y fue en este punto que
habló sin medios términos de «vergüenza de la Iglesia» por esos escándalos que
suenan como muchas «derrotas de sacerdotes, obispos y laicos».
La cuestión, continuó el Pontífice, es que « la Palabra de Dios
en esos escándalos era poco común. En esos hombres, en esas mujeres, la Palabra
de Dios era rara. No tenían relación con Dios. Tenían una posición en la
Iglesia, una posición de poder, incluso de comodidad». Pero «no la Palabra de
Dios», eso no. Y «de nada sirve decir “pero yo llevo una medalla, yo llevo la
cruz: como aquellos que llevaban el arca, sin una relación viva con Dios y con
la Palabra de Dios». Recordando las palabras de Jesús respecto a los escándalos
repitió que de ellos «derivó toda una decadencia del pueblo de Dios, hasta la
debilidad, la corrupción de los sacerdotes».
El Papa Francisco concluyó la homilía con dos pensamientos: la
Palabra de Dios y el pueblo de Dios. En cuanto al primero propuso un examen de
conciencia: «¿Está viva la Palabra de Dios en nuestro corazón? ¿Cambia nuestra
vida o es como el arca que va y viene» o «el evangeliario muy bonito» pero «no
entra en el corazón?». En cuanto al pueblo de Dios se centró en el mal que le
ocasionan los escándalos: «Pobre gente —dijo—, pobre gente. No damos de comer
el pan de la vida. No damos de comer la verdad. Muchas veces damos de comer un
alimento envenenado».
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