Temas sacerdotales y Homilías del Papa.
Papa Francisco:
¡Gracias a Dios por el Sínodo
y gracias a Pablo VI!
2014-10-19 Radio
Vaticana
(RV).- (se actualizó
con audio voz y texto de la homilía del Papa) «¡Dar a Dios lo que es de Dios!»
«¡Por el don de este Sínodo y por el espíritu constructivo con que todos han
colaborado, con el Apóstol Pablo, «damos gracias a Dios por todos ustedes y los
tenemos presentes en nuestras oraciones!» y «¡gracias a nuestro querido y amado
Papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y
a su Iglesia!». El Papa Francisco hizo resonar estas palabras en su homilía de
la Santa Misa con ocasión de la conclusión del Sínodo extraordinario sobre la
familia y de la beatificación Pablo VI.
«Dar a Dios lo que es
de Dios» significa estar dispuesto a hacer su voluntad y dedicarle nuestra vida
y colaborar con su Reino de misericordia, de amor y de paz, enfatizó el Obispo
de Roma, haciendo hincapié en que en eso reside la verdadera fuerza de los
cristianos, «la levadura que fermenta y la sal que da sabor a todo esfuerzo
humano contra el pesimismo generalizado que nos ofrece el mundo. En eso reside
nuestra esperanza, porque la esperanza en Dios no es una huida de la realidad,
no es una coartada: es ponerse manos a la obra para devolver a Dios lo que le
pertenece. Por eso, el cristiano mira a la realidad futura, a la realidad de
Dios, para vivir plenamente la vida –con los pies bien puestos en la tierra – y
responder, con valentía, a los incesantes retos nuevos».
El Papa Bergoglio
comenzó su homilía recordando una de las frases más famosas de todo el
Evangelio: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt
22,21). Jesús responde con esta frase irónica y genial a la provocación de los
fariseos que, por decirlo de alguna manera, querían hacerle el examen de
religión y ponerlo a prueba. Es una respuesta inmediata que el Señor da a todos
aquellos que tienen problemas de conciencia, sobre todo cuando están en juego
su conveniencia, sus riquezas, su prestigio, su poder y su fama. Y esto ha
sucedido siempre».
«Jesús pone el acento
en la segunda parte de la frase: «Y [dar] a Dios lo que es de Dios». Lo cual
quiere decir reconocer y creer firmemente –frente a cualquier tipo de poder –
que sólo Dios es el Señor del hombre, y no hay ningún otro. Ésta es la novedad
perenne que hemos de redescubrir cada día, superando el temor que a menudo nos
atenaza ante las sorpresas de Dios. ¡Él no tiene miedo de las novedades!»
«Lo hemos visto en
estos días durante el Sínodo extraordinario de los Obispos –“sínodo” quiere
decir “caminar juntos”–. Y, de hecho, pastores y laicos de todas las partes del
mundo han traído aquí a Roma la voz de sus Iglesias particulares para ayudar a
las familias de hoy a seguir el camino del Evangelio, con la mirada fija en
Jesús. Ha sido una gran experiencia, en la que hemos vivido la sinodalidad y la
colegialidad, y hemos sentido la fuerza del Espíritu Santo que guía y renueva
sin cesar a la Iglesia, llamada, con premura, a hacerse cargo de las heridas
abiertas y a devolver la esperanza a tantas personas que la han perdido».
Texto completo y voz de
la homilía del Papa Francisco :
Acabamos de escuchar
una de las frases más famosas de todo el Evangelio: «Dar al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,21). Jesús responde con esta frase
irónica y genial a la provocación de los fariseos que, por decirlo de alguna manera,
querían hacerle el examen de religión y ponerlo a prueba. Es una respuesta
inmediata que el Señor da a todos aquellos que tienen problemas de conciencia,
sobre todo cuando están en juego su conveniencia, sus riquezas, su prestigio,
su poder y su fama. Y esto ha sucedido siempre.
Evidentemente, Jesús
pone el acento en la segunda parte de la frase: «Y [dar] a Dios lo que es de
Dios». Lo cual quiere decir reconocer y creer firmemente –frente a cualquier
tipo de poder– que sólo Dios es el Señor del hombre, y no hay ningún otro. Ésta
es la novedad perenne que hemos de redescubrir cada día, superando el temor que
a menudo nos atenaza ante las sorpresas de Dios.
¡Él no tiene miedo de
las novedades! Por eso, continuamente nos sorprende, mostrándonos y llevándonos
por caminos imprevistos. Nos renueva, es decir, nos hace siempre “nuevos”. Un
cristiano que vive el Evangelio es “la novedad de Dios” en la Iglesia y en el
mundo. Y a Dios le gusta mucho esta “novedad”.
«Dar a Dios lo que es
de Dios» significa estar dispuesto a hacer su voluntad y dedicarle nuestra vida
y colaborar con su Reino de misericordia, de amor y de paz.
En eso reside nuestra
verdadera fuerza, la levadura que fermenta y la sal que da sabor a todo
esfuerzo humano contra el pesimismo generalizado que nos ofrece el mundo. En
eso reside nuestra esperanza, porque la esperanza en Dios no es una huida de la
realidad, no es una coartada: es ponerse manos a la obra para devolver a Dios
lo que le pertenece. Por eso, el cristiano mira a la realidad futura, a la
realidad de Dios, para vivir plenamente la vida –con los pies bien puestos en
la tierra– y responder, con valentía, a los incesantes retos nuevos.
Lo hemos visto en estos
días durante el Sínodo extraordinario de los Obispos –“sínodo” quiere decir
“caminar juntos”–. Y, de hecho, pastores y laicos de todas las partes del mundo
han traído aquí a Roma la voz de sus Iglesias particulares para ayudar a las
familias de hoy a seguir el camino del Evangelio, con la mirada fija en Jesús.
Ha sido una gran experiencia, en la que hemos vivido la sinodalidad y la
colegialidad, y hemos sentido la fuerza del Espíritu Santo que guía y renueva
sin cesar a la Iglesia, llamada, con premura, a hacerse cargo de las heridas
abiertas y a devolver la esperanza a tantas personas que la han perdido.
Por el don de este
Sínodo y por el espíritu constructivo con que todos han colaborado, con el
Apóstol Pablo, «damos gracias a Dios por todos ustedes y los tenemos presentes
en nuestras oraciones» (1 Ts 1,2). Y que el Espíritu Santo que, en estos días
intensos, nos ha concedido trabajar generosamente con verdadera libertad y
humilde creatividad, acompañe ahora, en las Iglesias de toda la tierra, el
camino de preparación del Sínodo Ordinario de los Obispos del próximo mes de
octubre de 2015. Hemos sembrado y seguiremos sembrando con paciencia y
perseverancia, con la certeza de que es el Señor quien da el crecimiento (cf. 1
Co 3,6).
En este día de la
beatificación del Papa Pablo VI, me vienen a la mente las palabras con que
instituyó el Sínodo de los Obispos: «Después de haber observado atentamente los
signos de los tiempos, nos esforzamos por adaptar los métodos de apostolado a
las múltiples necesidades de nuestro tiempo y a las nuevas condiciones de la
sociedad» (Carta ap. Motu proprio Apostolica sollicitudo).
Contemplando a este
gran Papa, a este cristiano comprometido, a este apóstol incansable, ante Dios
hoy no podemos más que decir una palabra tan sencilla como sincera e
importante: Gracias. Gracias a nuestro querido y amado Papa Pablo VI. Gracias
por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia.
El que fuera gran
timonel del Concilio, al día siguiente de su clausura, anotaba en su diario
personal: «Quizás el Señor me ha llamado y me ha puesto en este servicio no tanto
porque yo tenga algunas aptitudes, o para que gobierne y salve la Iglesia de
sus dificultades actuales, sino para que sufra algo por la Iglesia, y quede
claro que Él, y no otros, es quien la guía y la salva» (P. Macchi, Paolo VI
nella sua parola, Brescia 2001, 120-121). En esta humildad resplandece la
grandeza del Beato Pablo VI que, en el momento en que estaba surgiendo una
sociedad secularizada y hostil, supo conducir con sabiduría y con visión de
futuro –y quizás en solitario– el timón de la barca de Pedro sin perder nunca
la alegría y la fe en el Señor.
Pablo VI supo de verdad
dar a Dios lo que es de Dios dedicando toda su vida a la «sagrada, solemne y
grave tarea de continuar en el tiempo y extender en la tierra la misión de
Cristo» (Homilía en el inicio del ministerio petrino, 30 junio 1963: AAS 55
[1963], 620), amando a la Iglesia y guiando a la Iglesia para que sea «al mismo
tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación» (Carta
enc. Ecclesiam Suam, Prólogo).
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