Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Francisco \ Audiencias, Catequesis y Ángelus
“El camino de la fe es pasar de mendigos a discípulos”, el Papa
en la catequesis
Continuando su ciclo de catequesis sobre la misericordia en la
Sagrada Escritura, el Obispo de Roma reflexionó sobre el significado de la
misericordia como luz. - ANSA
15/06/2016 10:50SHARE:
(RV).- “El paso del Señor es un encuentro de misericordia que une
a todos alrededor de Él para permitir reconocer quien tiene necesidad de ayuda
y de consolación”, con estas palabras el Papa Francisco explicó en la Audiencia
General del tercer miércoles de junio, el significado del milagro que realizó
Jesús al restituir la vista al ciego de Jericó narrado en el Evangelio de San
Lucas.
Continuando su ciclo de catequesis sobre la misericordia en la
Sagrada Escritura, el Obispo de Roma reflexionó sobre el significado de la
misericordia como luz. Por ello, el Pontífice alentó a acoger esta luz que
viene de Dios y a seguir el camino de fe que realizó el ciego de Jericó, que
«recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios», se hizo discípulo.
“De mendigo a discípulo, también este es nuestro camino – agregó el Papa – todos
nosotros somos mendigos, todos. Tenemos necesidad siempre de salvación. Y todos
nosotros, todos los días, debemos hacer este paso: de mendigos a discípulos”.
Texto y audio completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Un día Jesús, acercándose a la ciudad de Jericó, realizó el
milagro de restituir la vista a un ciego que mendigaba a lo largo del camino
(Cfr. Lc 18,35-43). Hoy queremos aferrar el significado de este signo porque
también nos toca directamente. El evangelista Lucas dice que aquel ciego estaba
sentado al borde del camino pidiendo limosna (Cfr. v. 35). Un ciego en aquellos
tiempos – incluso hasta hace poco tiempo atrás – podía vivir sólo de la
limosna. La figura de este ciego representa a tantas personas que, también hoy,
se encuentran marginadas a causa de una discapacidad física o de otro tipo.
Está separado de la gente, está ahí sentado mientras la gente pasa ocupada, en
sus pensamientos y tantas cosas… Y el camino, que puede ser un lugar de
encuentro, para él en cambio es el lugar de la soledad. Tanta gente que pasa. Y
él está solo.
Es triste la imagen de un marginado, sobre todo en el escenario
de la ciudad de Jericó, la espléndida y prospera oasis en el desierto. Sabemos
que justamente a Jericó llegó el pueblo de Israel al final del largo éxodo de
Egipto: aquella ciudad representa la puerta de ingreso a la tierra prometida.
Recordemos las palabras que Moisés pronunció en aquella circunstancia; decía
así: «Si hay algún pobre entre tus hermanos, en alguna de las ciudades del país
que el Señor, tu Dios, te da, no endurezcas tu corazón ni le cierres tu mano.
Es verdad que nunca faltarán pobres en tu país. Por eso yo te ordeno: abre
generosamente tu mano al pobre, al hermano indigente que vive en tu tierra»
(Deut. 15,7.11). Es agudo el contraste entre esta recomendación de la Ley de
Dios y la situación descrita en el Evangelio: mientras el ciego grita – tenia
buena voz, ¿eh? – mientras el ciego grita invocando a Jesús, la gente le
reprocha para hacerlo callar, como si no tuviese derecho a hablar. No tienen
compasión de él, es más, sienten fastidio por sus gritos. Eh… Cuantas veces
nosotros, cuando vemos tanta gente en la calle – gente necesitada, enferma, que
no tiene que comer – sentimos fastidio. Cuantas veces nosotros, cuando nos
encontramos ante tantos prófugos y refugiados, sentimos fastidio. Es una
tentación: todos nosotros tenemos esto, ¿eh? Todos, también yo, todos. Es por
esto que la Palabra de Dios nos enseña. La indiferencia y la hostilidad los
hacen ciegos y sordos, impiden ver a los hermanos y no permiten reconocer en
ellos al Señor. Indiferencia y hostilidad. Y cuando esta indiferencia y
hostilidad se hacen agresión y también insulto – “pero échenlos fuera a todos
estos”, “llévenlos a otra parte” – esta agresión; es aquello que hacia la gente
cuando el ciego gritaba: “pero tú vete, no hables, no grites”.
Notamos una característica interesante. El Evangelista dice que
alguien de la multitud explicó al ciego el motivo de toda aquella gente
diciendo: «Que pasaba Jesús de Nazaret» (v. 37). El paso de Jesús es indicado
con el mismo verbo con el cual en el libro del Éxodo se habla del paso del
ángel exterminador que salva a los Israelitas en las tierras de Egipto (Cfr. Ex
12,23). Es el “paso” de la pascua, el inicio de la liberación: cuando pasa
Jesús, siempre hay liberación, siempre hay salvación. Al ciego, pues, es como
si fuera anunciada su pascua. Sin dejarse atemorizar, el ciego grita varias
veces dirigiéndose a Jesús reconociéndolo como Hijo de David, el Mesías
esperado que, según el profeta Isaías, habría abierto los ojos a los ciegos
(Cfr. Is 35,5). A diferencia de la multitud, este ciego ve con los ojos de la
fe.
Gracias a ella su suplica tiene una potente eficacia. De hecho, al oírlo,
«Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran» (v. 40). Haciendo así Jesús quita
al ciego del margen del camino y lo pone al centro de la atención de sus
discípulos y de la gente. Pensemos también nosotros, cuando hemos estado en situaciones
difíciles, también en situaciones de pecado, como ha estado ahí Jesús a
tomarnos de la mano y a sacarnos del margen del camino a la salvación. Se
realiza así un doble pasaje. Primero: la gente había anunciado la buena noticia
al ciego, pero no quería tener nada que ver con él; ahora Jesús obliga a todos
a tomar conciencia que el buen anuncio implica poner al centro del propio
camino a aquel que estaba excluido. Segundo: a su vez, el ciego no veía, pero
su fe le abre el camino a la salvación, y él se encuentra en medio de cuantos
habían bajado al camino para ver a Jesús. Hermanos y hermanas, el paso del
Señor es un encuentro de misericordia que une a todos alrededor de Él para
permitir reconocer quien tiene necesidad de ayuda y de consolación. También en
nuestra vida Jesús pasa; y cuando pasa Jesús, y yo me doy cuenta, es una
invitación a acercarme a Él, a ser más bueno, a ser mejor cristiano, a seguir a
Jesús.
Jesús se dirige al ciego y le pregunta: «¿Qué quieres que haga
por ti?» (v. 41). Estas palabras de Jesús son impresionantes: el Hijo de Dios
ahora está frente al ciego como un humilde siervo. Él, Jesús, Dios dice: “Pero,
¿Qué cosa quieres que haga por ti? ¿Cómo quieres que yo te sirva?” Dios se hace
siervo del hombre pecador. Y el ciego responde a Jesús no más llamándolo “Hijo
de David”, sino “Señor”, el título que la Iglesia desde los inicios aplica a
Jesús Resucitado. El ciego pide poder ver de nuevo y su deseo es escuchado:
«¡Señor, que yo vea otra vez! Y Jesús le dijo: Recupera la vista, tu fe te ha
salvado» (v. 42). Él ha mostrado su fe invocando a Jesús y queriendo
absolutamente encontrarlo, y esto le ha traído el don de la salvación. Gracias
a la fe ahora puede ver y, sobre todo, se siente amado por Jesús. Por esto la
narración termina refiriendo que el ciego «recuperó la vista y siguió a Jesús,
glorificando a Dios» (v. 43): se hace discípulo. De mendigo a discípulo,
también este es nuestro camino: todos nosotros somos mendigos, todos. Tenemos
necesidad siempre de salvación. Y todos nosotros, todos los días, debemos hacer
este paso: de mendigos a discípulos. Y así, el ciego se encamina detrás del
Señor y entrando a formar parte de su comunidad. Aquel que querían hacer
callar, ahora testimonia a alta voz su encuentro con Jesús de Nazaret, y «todo el pueblo alababa a Dios» (v. 43).
Sucede un segundo milagro: lo que había sucedido al ciego hace que también la
gente finalmente vea. La misma luz ilumina a todos uniéndolos en la oración de
alabanza. Así Jesús infunde su misericordia sobre todos aquellos que encuentra:
los llama, los hace venir a Él, los reúne, los sana y los ilumina, creando un
nuevo pueblo que celebra las maravillas de su amor misericordioso.
Pero
dejémonos también nosotros llamar por Jesús, y dejémonos curar por Jesús,
perdonar por Jesús, y vayamos detrás de Jesús alabando a Dios. ¡Así sea!
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
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