Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Trabajen
para que esta sociedad usa y tira,
no siga cobrando víctimas,
el Papa a los
detenidos en Ciudad Juárez
El
Papa saluda a los fieles por las calles de México - REUTERS
17/02/2016
16:25SHARE:
(RV).-
Después más de dos horas de vuelo desde Ciudad de México, el Papa Francisco
llegó al extremo norte de país, para visitar a los detenidos del Centro de
Readaptación Social Estatal N. 3, CeReSo N. 3, de Ciudad Juárez, en el estado
de Chihuahua, a orillas del río Bravo. Francisco quiso llegar allí, al límite
fronterizo con los Estados Unidos, donde los migrantes tratan de salir del país
en busca de una vida mejor, para saludar a los excluidos de la sociedad y
celebrar con ellos el Jubileo de la Misericordia.
“Celebrar
el Jubileo de la Misericordia con ustedes – dijo el Papa dirigiéndose a los 700
detenidos presentes - es recordar el camino urgente que debemos tomar para
romper los círculos de la violencia y de la delincuencia”. Francisco insistió
en que los que los problemas no se resuelven aislando, apartando o
encarcelando: “Nos hemos olvidado – insistió – de concentrarnos en lo que debe
ser nuestra verdadera preocupación: “la vida de las personas” y de sus
familias.
Es
la misericordia divina, puntualizó el Pontífice, que nos recuerda “que las cárceles son un síntoma de cómo está
la sociedad, de los silencios y omisiones que provocan la cultura del
descarte”; la que nos recuerda que la reinserción no comienza entre paredes
sino afuera, en las calles de la ciudad, con la creación de un sistema de
“salud social” que no enferme a la sociedad sino que ayude a prevenir el
deterioro del tejido social y beneficie una mejor convivencia. “En la capacidad
que tenga una sociedad de incluir a sus pobres, sus enfermos o sus presos –
afirmó - está la posibilidad de que ellos puedan sanar sus heridas y ser
constructores de una buena convivencia”.
El
Santo Padre alentó a los detenidos del Centros de Readaptación a “escribir una
nueva historia hacia adelante”, a luchar desde ‘aquí adentro’ “para revertir
las situaciones que generan más exclusión” contando su experiencia, para frenar
“el círculo de la violencia y la exclusión”, a trabajar para que “esta sociedad
usa y tira no siga cobrándose víctimas”.
(MCM-RV)
DISCURSO
DEL PAPA
«Queridos
hermanos y hermanas:
Estoy concluyendo mi visita a México y no
quería irme sin venir a saludarlos, sin celebrar el Jubileo de la Misericordia
con ustedes. Agradezco de corazón las palabras de saludo que me han dirigido,
en las que manifiestan tantas esperanzas y aspiraciones, como también tantos
dolores, temores e interrogantes.
En
el viaje a África, en la ciudad de Bangui, pude abrir la primera puerta de la
misericordia para el mundo entero, de este Jubileo porque la primera puerta de
la Misericordia la abrió nuestro padre Dios con su hijo Jesús. Hoy, junto a
ustedes y con ustedes, quiero reafirmar una vez más la confianza a la que Jesús
nos impulsa: la misericordia que abraza a todos y en todos los rincones de la
tierra. No hay espacio donde su misericordia no pueda llegar, no hay espacio ni
persona a la que no pueda tocar.
Celebrar
el Jubileo de la misericordia con ustedes es recordar el camino urgente que
debemos tomar para romper los círculos de la violencia y de la delincuencia. Ya
tenemos varias décadas perdidas pensando y creyendo que todo se resuelve
aislando, apartando, encarcelando, sacándonos los problemas de encima, creyendo
que esas medidas solucionan verdaderamente los problemas. Nos hemos olvidado de
concentrarnos en lo que realmente debe ser nuestra verdadera preocupación: la vida de las
personas; sus vidas, las de sus familias, la de aquellos que también han
sufrido a causa de este círculo de violencia.
La
misericordia divina nos recuerda que las cárceles son un síntoma de cómo
estamos en sociedad, son un síntoma en muchos casos de silencios y de omisiones
que han provocado una cultura del descarte. Son un síntoma de una cultura que
ha dejado de apostar por la vida; de una sociedad que poco a poco ha ido abandonando a sus hijos. La
misericordia nos recuerda que la reinserción no comienza acá en estas paredes;
sino que comienza antes, comienza «afuera», en las calles de la ciudad. La
reinserción o rehabilitación, como le llamen, comienza creando un sistema que
podríamos llamarlo de salud social, es decir, una sociedad que busque no
enfermar contaminando las relaciones en el barrio, en las escuelas, en las
plazas, en las calles, en los hogares, en todo el espectro social. Un sistema
de salud social que procure generar una cultura que actúe y busque prevenir
aquellas situaciones, aquellos caminos que terminan lastimando y deteriorando
el tejido social.
A veces pareciera que las cárceles se
proponen incapacitar a las personas a seguir cometiendo delitos más que
promover los procesos de reinserción que permitan atender los problemas
sociales, psicológicos y familiares que llevaron a una persona a determinada
actitud. El problema de la seguridad no se agota solamente encarcelando, sino
que es un llamado a intervenir afrontando las causas estructurales y culturales
de la inseguridad, que afectan a todo el entramado social. La preocupación de
Jesús por atender a los hambrientos, a los sedientos, a los sin techo o a los
presos (Mt 25,34-40) era para expresar las entrañas de la misericordia del
Padre, que se vuelve un imperativo moral para toda sociedad que desea tener las
condiciones necesarias para una mejor convivencia. En la capacidad que tenga
una sociedad de incluir a sus pobres, sus enfermos o sus presos está la
posibilidad de que ellos puedan sanar sus heridas y ser constructores de una
buena convivencia. La reinserción social comienza insertando a todos nuestros
hijos en las escuelas, y a sus familias en trabajos dignos, generando espacios
públicos de esparcimiento y recreación, habilitando instancias de participación
ciudadana, servicios sanitarios, acceso a los servicios básicos, por nombrar
sólo algunas medidas.
Ahí empieza todo proceso de reinserción.
Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es aprender a no quedar
presos del pasado, del ayer. Es aprender a abrir la puerta al futuro, al
mañana; es creer que las cosas pueden ser diferentes. Celebrar el Jubileo de la
misericordia con ustedes es invitarlos a levantar la cabeza y a trabajar para
ganar ese espacio de libertad anhelado.
Celebrar
el Jubileo de la misericordia con ustedes es repetir esa frase que escuchamos
recién, tan bien dicha y con tanta fuerza: “Cuando me dieron mi sentencia
alguien me dijo no te preguntés por qué estás aquí sino para qué”, y que este
para qué nos lleve adelante, que este para qué nos haga ir saltando las vallas
de ese engaño social que cree que la seguridad y el orden solamente se logra
encarcelando.
Sabemos que no se puede volver atrás, sabemos
que lo realizado, realizado está; pero he querido celebrar con ustedes el
Jubileo de la misericordia, para que quede claro que eso no quiere decir que no
haya posibilidad de escribir una nueva historia, una nueva historia hacia delante, para qué. Ustedes sufren el
dolor de la caída, y ojalá que todos nosotros suframos el dolor de las caídas
escondidas y tapadas, sienten el arrepentimiento de sus actos y sé que, en
tantos casos, entre grandes limitaciones, buscan rehacer esa su vida desde la
soledad. Han conocido la fuerza del dolor y del pecado, no se olviden que
también tienen a su alcance la fuerza de la resurrección, la fuerza de la
misericordia divina que hace nuevas todas las cosas. Ahora les puede tocar la
parte más dura, más difícil, pero que posiblemente sea la que más fruto genere,
luchen desde acá dentro por revertir las situaciones que generan más exclusión.
Hablen con los suyos, cuenten su experiencia, ayuden a frenar el círculo de la
violencia y la exclusión. Quien ha sufrido el dolor al máximo, y que podríamos
decir «experimentó el infierno», puede volverse un profeta en la sociedad.
Trabajen para que esta sociedad que usa y tira a la gente, no siga cobrándose
víctimas.
Y
al decirles estas cosas y en recuerdo
aquello de Jesús: “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”, y
yo me tendría que ir. Al decirles estas cosas no lo hago como quien da cátedra
con el dedo en alto, lo hago desde la experiencia de mis propias heridas de
errores y pecados que el Señor quiso perdonar y reeducar. Lo hago desde la
conciencia de que sin su gracia y mi vigilancia podría volver a repetirlos.
Hermanos siempre me pregunto al entrar a una cárcel: ¿Por qué ellos y no yo? Y
es un misterio de la misericordia Divina, pero esa misericordia divina hoy la
estamos celebrando todos mirando hacia delante en esperanza.
Quisiera
también alentar al personal que trabaja en este Centro u otros similares: a los
dirigentes, a los agentes de la Policía penitenciaria, a todos los que realizan
cualquier tipo de asistencia en este Centro. Y agradezco el esfuerzo de los
capellanes, las personas consagradas, los laicos que se dedican a mantener viva
la esperanza del Evangelio de la Misericordia en el reclusorio, los pastores,
todos aquellos que se acercan a darles la Palabra de Dios. Todos ustedes, no se
olviden, pueden ser signos de la entrañas del Padre. Nos necesitamos uno a
otros, nos decía nuestra hermana recién recordando la Carta a los Hebreos:
"Siéntanse encarcelados con ellos".
Antes de darles la bendición me gustaría que
oráramos en silencio, todos juntos, cada uno sabe lo que le va a decir al
Señor, cada uno sabe de qué pedir perdón, pero también le pido a ustedes que en
esta oración de silencio agrandemos el corazón para poder perdonar a la
sociedad que no supo ayudarnos y que tantas veces nos empujó a los errores. Que
cada uno pida a Dios, desde la intimidad del corazón, que nos ayude a creer en
su misericordia. Oramos en silencio. Y abrimos nuestro corazón para recibir la
bendición del Señor.
Que el Señor los bendiga y los proteja, haga brillar su
rostro sobre ustedes y les muestre su gracia, les descubra su rostro y les
conceda la Paz. Amén .Y les pido que no se olviden de rezar por mí. Gracias»
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