Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Monseñor José Ignacio
Munilla
Obispo de San Sebastián
Martirio cristiano: entre el
yihadismo y el relativismo
20/01/15 11:23 AM | Imprimir |
Enviar
Queridos sacerdotes
concelebrantes; queridos donostiarras y devotos de San Sebastián; estimadas
autoridades:
Un año más, damos gracias a Dios
por poder celebrar la fiesta de nuestro santo patrono. Es de suponer que él,
San Sebastián, nunca nunca imaginara en vida, que su memoria habría de ser tan
ruidosa… Y no me refiero tanto a los redobles de la tamborrada, cuanto al eco
que su martirio ha tenido y sigue teniendo a lo largo de una historia tan
dilatada. Un soldado de la guardia pretoriana del emperador romano, veinte
siglos después, es para nosotros un referente luminoso. En realidad, es la
muerte de Cristo la que resulta luminosa, porque los mártires no han hecho sino
intentar reproducir y aplicar las actitudes de Cristo crucificado en sus
propias circunstancias.
En efecto, la muerte de
Jesucristo no solo es fuente de vida eterna para nosotros, sino que también es
un modelo aleccionador sobre cómo afrontar la hora de la prueba: El Señor no
devolvió mal por mal; murió perdonando a sus verdugos, e incluso murió
obteniendo la conversión de alguno de ellos (como es el caso del centurión
romano que estaba presente en el momento de la crucifixión). De esta forma, Jesús
nos descubre en qué consiste el verdadero martirio: Mártir es el que da la vida
por amor; el que está dispuesto a perder la vida con minúscula, antes de perder
la Vida con mayúscula; el que testimonia que Dios es amor, y que no hay amor
más grande que dar la vida por aquel a quien se ama (a Dios, sobre todas las
cosas; y al prójimo, como a uno mismo).
Pues bien, el martirio de San
Sebastián, que es el martirio de Jesucristo, alcanza una particular luminosidad
por la actualidad del terrorismo yihadista. En efecto, el término «mártir» está
siendo deformado, hasta llegar a ser considerado sinónimo de un fanatismo
seudoreligioso que impulsa a la inmolación en atentado terrorista. Se trata de
una perversión del término, ya que aquí el «mártir» deja de ser víctima, para
pasar a ser verdugo; deja de tener el amor como motor de su vida, para
cambiarlo por el odio; su mensaje final deja de ser el del perdón, y pasa a ser
la venganza…
Lamentablemente, el inicio del
año 2015 se ha visto convulsionado por los atentados del terrorismo yihadista
en el corazón de Europa. La opinión pública se ha conmocionado, y los
periódicos y las tertulias se han prodigado como nunca, queriendo entender y
valorar lo ocurrido. Por desgracia, parece que no terminamos de ser conscientes
del drama de la vida, mientras que no acontezca en casa. Arrastramos una visión
miope de la historia y de la geografía, por motivo de nuestro eurocentrismo.
Sin embargo, ¡hay vida más allá de nuestras fronteras!: el ébola existía antes
de que alguien de entre nosotros se contagiase; el drama humano de los
subsaharianos existía antes de que las pateras llegasen a nuestras costas; y
los cristianos estaban siendo perseguidos en Oriente desde hacía mucho tiempo;
antes de que nosotros nos sintiésemos amenazados en Europa…
Lo acontecido en las semanas
precedentes, deja patente el riesgo de un choque de trenes entre un Oriente
amenazado por el fundamentalismo fanático, y un Occidente amenazado por el
relativismo laicista. Sí, se trata de dos modos muy diversos de fundamentalismo,
pero, ambos errados. Y, es obvio que quienes vivimos en Europa, identificamos
con mucha mayor facilidad el fundamentalismo de Oriente, que el de casa… Sin
embargo, en estos días hemos sido testigos de diversos signos que evidencian la
existencia también de ese fundamentalismo occidental:
Por ejemplo, el hecho de que se
haya pretendido reivindicar el derecho a la blasfemia, como algo inherente al
concepto occidental de libertad, es muestra de nuestra profunda crisis de
relativismo, además de ser un profundo error desde el punto de vista
estratégico, ante el resto del mundo. Sería terrible tener que elegir entre una
fe patológica y un laicismo blasfemo e irrespetuoso.
Otro signo que hemos escuchado
con frecuencia tras el atentado de París, es la acusación al hecho religioso de
ser la causa de la violencia: la raíz de la violencia estaría en las
religiones. Según esta acusación, la fe religiosa se creería en posesión de la
verdad, de donde nacería toda violencia. En definitiva, la acusación de Marx de
que la religión es el opio del pueblo, sería cierta, por lo que el mundo
estaría condenado a seguir en guerra mientras la humanidad no superase el hecho
religioso. Pero claro, quienes hacen este tipo de reflexiones antirreligiosas,
olvidan que en la historia de la humanidad se ha ejercido la violencia en
nombre de Dios; como también se ha ejercido la violencia en nombre del ateísmo
(al grito de «la religión es el opio del pueblo», decenas de millones de
personas fueron asesinadas en el siglo XX); como también se ha ejercido la
violencia en hombre de la libertad (¡recordemos la guillotina francesa!); o en
nombre de la raza, del dinero, del deporte, etc. Y es que… ¡todo son excusas
para eludir la propia responsabilidad! Las causas esgrimidas para justificar la
violencia son una mera coartada; olvidando que el egoísmo, el materialismo, la
soberbia, el deseo de poder, los celos, la envida… son las verdaderas causas de
la violencia.
Mención aparte merece el hecho de
que ese choque de trenes entre el fundamentalismo occidental y el oriental, se
agrava por las políticas internacionales de los países occidentales, que por
ignorar el hecho religioso, han cometido errores gravísimos, los cuales no han
hecho sino dar alas a los fanatismos religiosos en Oriente.
En definitiva, la manera de
luchar contra el yihadismo no puede ser la burla del hecho religioso, ni la
reivindicación de una libertad de expresión para faltar al respeto. Nuestro
Papa Francisco ha tenido la valentía de decir en el contexto de su viaje a Asia,
que la libertad de expresión tiene sus límites. Sus palabras han sido
criticadas, pero sin duda alguna, aportan una bocanada de aire fresco en medio
de la confusión: La religión se pervierte cuando justifica la violencia; y la
libertad de expresión se corrompe cuando falta al respeto…
Entre una fe fanática y
patológica, por un lado; y un materialismo hedonista e irrespetuoso del hecho
religioso, por otro; sencillamente no queremos elegir. La alternativa al
fundamentalismo yihadista no es la blasfemia ni el relativismo de una sociedad
sin valores espirituales, sino una sociedad abierta al verdadero sentido
religioso de la vida, en la que se practique el respeto, el encuentro y el
diálogo entre todas las religiones, así como el encuentro y diálogo constructivo
entre creyentes y no creyentes.
Y volviendo a la fiesta que nos
convoca, la figura de San Sebastián dignifica al verdadero mártir: el que no
responde al mal con la misma moneda; el que muere perdonando; el que testifica
que hay valores demasiado importantes como para regatearles el precio.
La mayor aportación a la paz que
podemos hacer en este momento los cristianos, es comprometernos a desterrar de
nuestro interior todo odio, todo rencor, todo racismo, toda antipatía. En
definitiva, trabajar para que reine en nosotros el amor que inundó a nuestro
santo patrono. ¡San Sebastián, ruega por nosotros!
No hay comentarios:
Publicar un comentario