sábado, 13 de diciembre de 2014

Homilías del Papa 2014-12-09

Homilías del Papa y Temas sacerdotales



Misa del Papa en Santa Marta.
 Salir para dar vida
2014-12-09 
L’Osservatore Romano

Una Iglesia reducida a «museo» no funciona, ni tampoco una estructura con «un organigrama perfecto», donde está «todo en orden, todo limpio» pero «falta alegría, falta fiesta, falta paz». Lo recordó el Papa Francisco durante la misa del martes 9 de diciembre en Santa Marta.
El punto de partida para la reflexión del Pontífice fue la primera lectura de la liturgia del día, en la que el profeta Isaías (40, 1-11) anuncia el consuelo de Dios para Israel. Esta promesa profética atraviesa toda la historia y llega hasta nosotros. Pero ¿cuándo se realiza en la Iglesia?

El Papa Francisco recordó que, como «una persona es consolada cuando siente la misericordia y el perdón del Señor, así la Iglesia hace fiesta y es feliz cuando sale de sí misma». Por lo tanto la alegría de la Iglesia «es dar a luz», es «salir de sí misma para dar vida», es «ir a buscar a las ovejas que están extraviadas», testimoniando «precisamente la ternura del pastor, la ternura de la madre».

Al recordar las palabras del Evangelio de san Mateo (18, 12-14), el Papa destacó el impulso dinámico del pastor «que sale», que «va a buscar» a la oveja que falta, a la que se ha perdido. Sin embargo, subrayó el Pontífice, este celoso pastor «podía hacer las cuentas de un buen comerciante»: tenía 99, por eso incluso perdiendo una, el balance entre ganancias y pérdidas era siempre de abundante activo. En cambio, destacó el Papa Francisco, él «tiene corazón de pastor, sale a buscarla hasta que la encuentra y ahí hace fiesta, está alegre».

Del mismo modo, nace así «la alegría de salir para buscar a los hermanos y hermanas que están alejados: esta es la alegría de la Iglesia». Es precisamente entonces que la Iglesia «se convierte en madre, llega a ser fecunda». Por el contrario, advirtió el Pontífice, cuando la Iglesia «no hace esto», entonces «se frena a sí misma, se cierra en sí misma», aunque «quizá está bien organizada». Y de este modo se convierte en «una Iglesia desalentada, ansiosa, triste, una Iglesia que tiene más de solterona que de madre; y esta Iglesia no funciona, es una Iglesia de museo».

Al final del pasaje de Isaías retoma la imagen del pastor que «apacienta el rebaño, reúne con su brazo a los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían». Esta es «la alegría de la Iglesia: salir de sí misma y ser fecunda». Como en el tiempo de Israel, cuando Isaías proclamaba al pueblo las palabras de consuelo que ofrecía el Señor, así la Iglesia al releer este pasaje se abre a la alegría, recibe fuerza. Porque el pueblo «necesita consolación». La presencia misma del Señor «consuela, siempre consuela o fuerte o débilmente, pero siempre consuela». En efecto, afirmó el Papa, donde está el Señor, «hay consuelo y paz». Incluso en la tribulación, añadió, «está esa paz allí, que es la presencia del Señor que consuela».

Lamentablemente los hombres buscan huir del consuelo. «Desconfiamos, estamos más cómodos —observó el Papa Francisco— en nuestras cosas, más cómodos también en nuestras faltas, en nuestros pecados». Este es el campo en el cual el hombre se encuentra más a gusto. En cambio, destacó el Pontífice, «cuando llega el Espíritu y llega el consuelo, nos lleva a otro estado que no podemos controlar: es precisamente el abandono en la consolación del Señor». Y es en esta situación que «llega la paz, la alegría», como recuerda la expresión «tan hermosa del rey Ezequías: “la amargura se me volvió paz”, porque el Señor fue allí a consolar». Y como dice también el «salmo de los prisioneros en Jerusalén, en Babilonia: “Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión, nos parecía soñar” —¡no lo creían!—, “la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares”».

En efecto, cuando llega «el consuelo del Señor, nos sorprende. Es Él quien manda, no nosotros». Y el consuelo más fuerte es el de la misericordia y el perdón», como anuncia Isaías: «Gritadle que se ha cumplido su servicio y está apagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados». De aquí la invitación del Papa a reflexionar sobre cómo Dios no se deja ganar en generosidad. «Tú —dijo— has pecado cien veces, toma doscientos de alegría: así es la misericordia de Dios cuando viene a consolar».

A pesar de esto, el hombre busca apartarse, porque «esto nos da un poco de miedo, un poco de desconfianza: “¡Es demasiado, Señor!”». Para hacer comprender cuán infinita es la misericordia de Dios, el Pontífice volvió a proponer las palabras del profeta Ezequiel, cuando en el capítulo 16, tras «la lista de los muchos pecados del pueblo, pero muchos, muchos, al final dirá: “Pero yo no te abandono, te daré más; esta será mi venganza: el consuelo y el perdón”». Así es «nuestro Dios, el Dios que consuela en la misericordia y en el perdón». Por eso es bueno repetir: «Dejaos consolar por el Señor, es el único que puede consolarnos».

Muchas veces, añadió el Papa Francisco, «estamos acostumbrados a “alquilar” pequeñas consolaciones, un poco hechas por nosotros; pero no sirven, ayudan pero no sirven». En efecto, solamente nos beneficia la que «viene del Señor con su perdón y nuestra humildad. Cuando el corazón se hace humilde, viene el consuelo y se deja guiar por esta alegría, esta paz».


El Pontífice concluyó con una invocación al Señor, para que «nos dé la gracia de trabajar, ser cristianos alegres en la fecundidad de la madre Iglesia», y nos preserve del peligro de «caer en la actitud de estos cristianos tristes, impacientes, desconfiados, ansiosos, que tienen todo perfecto en la Iglesia, pero no tienen “niños”». El Papa invitó a pedir a Dios que nos consuele con «el consuelo de una Iglesia madre que sale de sí misma» y con «el consuelo de la ternura de Jesús y su misericordia en el perdón de nuestros pecados».

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