Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Homilías del Papa Francisco en le celebración de la Penitencia en Roma

Francisco \ Homilías
Homilías del Papa Francisco en le celebración de la Penitencia en Roma
Francisco \ Homilías
"Hemos
sido elegidos para suscitar
el deseo de la conversión",
el Papa en la
celebración de la Penitencia
El
Papa durante la celebración - RV
04/03/2016
15:38SHARE:
(RV).-
El Santo Padre Francisco presidió la celebración de la Penitencia el primer
viernes de marzo, y durante su homilía recordó el pasaje del Evangelio que
habla del ciego Bartimeo quien le pidió a Jesús volver a ver. Así Francisco nos
invita a compararnos con el ciego vagabundo, hijo de Timeo, para que como él
nos dejemos ayudar por el Señor y podamos ver después que nuestros pecados nos
han hecho perder la vista, “haciéndonos vagar lejos de la meta”.
“El
pecado empobrece y aísla… impide ver lo esencial, el amor que da la vida”, lo
aseguró Francisco haciendo ver que mirándonos sólo a nosotros mismos y creyendo
que la vida depende sólo de lo que se posee, nos hacemos “ciegos y apagados”.
El
Obispo de Roma recordó que todos nosotros, y sobre todo los Pastores estamos
llamados a “escuchar el grito de cuantos desean encontrar al Señor”. “Estamos
llamados a infundir ánimo, a sostener y conducir a Jesús. Nuestro ministerio es
el del acompañar, porque el encuentro con el Señor es personal, íntimo, y el
corazón se pueda abrir sinceramente y sin temor al Salvador. No lo olvidemos:
sólo Dios es quien obra en cada persona. Nosotros hemos sido elegidos para
suscitar el deseo de la conversión, para ser instrumentos que facilitan el
encuentro, para extender la mano y absolver, haciendo visible y operante su
misericordia”.
(MZ-RV)
Homilía
completa del Santo Padre:
«Que
yo pueda ver» (Mc 10,51). Ésta es la petición que hoy queremos dirigir al
Señor. Ver de nuevo después de que nuestros pecados nos han hecho perder de
vista el bien y alejado de la belleza de nuestra llamada, haciéndonos vagar
lejos de la meta.
Este
pasaje del Evangelio tiene un gran valor simbólico, porque cada uno de nosotros
se encuentra en la situación de Bartimeo. Su ceguera lo había llevado a la
pobreza y a vivir en las afueras de la ciudad, dependiendo en todo de los
demás. El pecado también tiene este efecto: nos empobrece y aísla. Es una
ceguera del espíritu, que impide ver lo esencial, fijar la mirada en el amor
que da la vida; y lleva poco a poco a detenerse en lo superficial, hasta
hacernos insensibles ante los demás y ante el bien. Cuántas tentaciones tienen
la fuerza de oscurecer la vista del corazón y volverlo miope. Qué fácil y
equivocado es creer que la vida depende de lo que se posee, del éxito o la
admiración que se recibe; que la economía consiste sólo en el beneficio y el
consumo; que los propios deseos individuales deben prevalecer por encima de la
responsabilidad social. Mirando sólo a nuestro yo, nos hacemos ciegos, apagados
y replegados en nosotros mismos, vacíos de alegría y pobres de libertad. Una
cosa fea…
Pero
Jesús pasa; y no pasa de largo: «se detuvo», dice el Evangelio (v. 49).
Entonces, un temblor se apodera del corazón, porque se da cuenta de que es
mirado por la Luz, de esa luz afable que nos invita a no permanecer encerrados
en nuestra oscura ceguera. La presencia cercana de Jesús permite sentir que,
lejos de él, nos falta algo importante. Nos hace sentir necesitados de
salvación, y esto es el inicio de la curación del corazón. Luego, cuando el
deseo de ser curados se hace audaz, lleva a la oración, a gritar ayuda con
fuerza e insistencia, como hizo Bartimeo: «Hijo de David, ten compasión de mí»
(v. 47).
Desafortunadamente,
como aquellos «muchos» del Evangelio, siempre hay alguien que no quiere
detenerse, que no quiere ser molestado por el que grita su propio dolor,
prefiriendo hacer callar y regañar al pobre que molesta (cf. v. 48). Es la
tentación de seguir adelante como si nada, pero así se queda lejos del Señor y
se mantienen distantes de Jesús y de los demás. Reconozcamos todos ser mendigos
del amor de Dios, y no dejemos que el Señor pase de largo. “Tengo miedo del
Señor que pasa”, decía San Agustín. Miedo de que pase y yo lo deje pasar. Demos
voz a nuestro deseo más profundo: «Maestro, que pueda ver» (v. 51). Este
Jubileo de la Misericordia es un tiempo favorable para acoger la presencia de
Dios, para experimentar su amor y regresar a Él con todo el corazón. Como
Bartimeo, dejemos el manto y pongámonos en pie (cf. v. 50): abandonemos lo que
nos impide ser ágiles en el camino hacia Él, sin miedo a dejar lo que nos da
seguridad y a lo que estamos apegados; no permanezcamos sentados, levantémonos,
reencontremos nuestra dimensión espiritual, la dignidad de hijos amados que
están ante el Señor para ser mirados por Él a los ojos, perdonados y recreados.
Y la palabra que a lo mejor llega a nuestro corazón, es la misma de la creación
del hombre: “¡Alzaos! Dios nos ha creado en pie: ¡Alzaos!
Hoy más que nunca, sobre todo nosotros los
Pastores, estamos llamados a escuchar el grito, quizás escondido, de cuantos
desean encontrar al Señor. Estamos obligados a revisar esos comportamientos que
a veces no ayudan a los demás a acercarse a Jesús; los horarios y los programas
que no salen al encuentro de las necesidades reales de los que podrían
acercarse al confesionario; las reglas humanas, si valen más que el deseo de
perdón; nuestra rigidez, que puede alejar la ternura de Dios. No debemos
ciertamente disminuir las exigencias del Evangelio, pero no podemos correr el
riesgo de malograr el deseo del pecador de reconciliarse con el Padre, porque
lo que el Padre espera antes que nada es el regreso a la casa del hijo (cf. Lc
15,20-32).
Que nuestras palabras sean la de los
discípulos que, repitiendo las mismas expresiones de Jesús, dicen a Bartimeo:
«Ánimo, levántate, que te llama» (v. 49). Estamos llamados a infundir ánimo, a
sostener y conducir a Jesús. Nuestro ministerio es el del acompañar, porque el
encuentro con el Señor es personal, íntimo, y el corazón se pueda abrir
sinceramente y sin temor al Salvador. No lo olvidemos: sólo Dios es quien obra
en cada persona. En el Evangelio es Él quien se detiene y pregunta por el
ciego; es Él quien ordena que se lo traigan; es Él quien lo escucha y lo sana.
Nosotros hemos sido elegidos para suscitar el deseo de la conversión, para ser
instrumentos que facilitan el encuentro, para extender la mano y absolver,
haciendo visible y operante su misericordia. Que cada hombre y mujer que vaya
al confesionario encuentre un padre, encuentre un padre que lo espera. Que
encuentre “el Padre que perdona”.
La conclusión del relato evangélico está
cargado de significado: Bartimeo «al momento recobró la vista y lo seguía por
el camino» (v. 52). También nosotros, cuando nos acercamos a Jesús, vemos de
nuevo la luz para mirar el futuro con confianza, reencontramos la fuerza y el
valor para ponernos en camino. En efecto «quien cree ve» (Carta enc. Lumen
fidei, 1) y va adelante con esperanza, porque sabe que el Señor está presente,
sostiene y guía. Sigámoslo, como discípulos fieles, para hacer partícipes a
cuantos encontramos en nuestro camino de la alegría de su amor. Y después el
abrazo del padre, el perdón del Padre, pero festejemos en nuestro corazón:
¡porque Él festeja!
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