Temas sacerdotales. Homilías del Papa
VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA DE COREA
CON OCASIÓN DE LA VI JORNADA DE LA JUVENTUD ASIÁTICA
(13-18 DE AGOSTO DE 2014)
SANTA MISA DE BEATIFICACIÓN DE
PAUL YUN JI-CHUNG Y 123 COMPAÑEROS MÁRTIRES
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Puerta de Gwanghwamun, Seúl
Sábado 16 de agosto de 2014
«¿Quién nos separará del
amor de Cristo?» (Rm 8,35).
Con estas palabras, san
Pablo nos habla de la gloria de nuestra fe en Jesús: no sólo resucitó de entre
los muertos y ascendió al cielo, sino que nos ha unido a él y nos ha hecho
partícipes de su vida eterna. Cristo ha vencido y su victoria es la nuestra.
Hoy celebramos esta
victoria en Pablo Yun Ji-chung y sus 123 compañeros. Sus nombres quedan unidos
ahora a los de los santos mártires Andrés Kim Teagon, Pablo Chong Hasang y
compañeros, a los que he venerado hace unos momentos. Vivieron y murieron por
Cristo, y ahora reinan con él en la alegría y en la gloria. Con san Pablo, nos
dicen que, en la muerte y resurrección de su Hijo, Dios nos ha concedido la
victoria más grande de todas. En efecto, «ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni
principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad,
ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en
Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,38-39).
La victoria de los
mártires, su testimonio del poder del amor de Dios, sigue dando frutos hoy en
Corea, en la Iglesia que sigue creciendo gracias a su sacrificio. La
celebración del beato Pablo y compañeros nos ofrece la oportunidad de volver a
los primeros momentos, a la infancia –por decirlo así– de la Iglesia en Corea.
Los invita a ustedes, católicos de Corea, a recordar las grandezas que Dios ha
hecho en esta tierra, y a custodiar como un tesoro el legado de fe y caridad
confiado a ustedes por sus antepasados.
En la misteriosa
providencia de Dios, la fe cristiana no llegó a las costas de Corea a través de
los misioneros; sino que entró por el corazón y la mente de los propios
coreanos. En efecto, fue suscitada por la curiosidad intelectual, por la
búsqueda de la verdad religiosa. Tras un encuentro inicial con el Evangelio,
los primeros cristianos coreanos abrieron su mente a Jesús. Querían saber más
acerca de este Cristo que sufrió, murió y resucitó de entre los muertos. El
conocimiento de Jesús pronto dio lugar a un encuentro con el Señor mismo, a los
primeros bautismos, al deseo de una vida sacramental y eclesial plena y al
comienzo de un compromiso misionero. También dio como fruto comunidades que se
inspiraban en la Iglesia primitiva, en la que los creyentes eran verdaderamente
un solo corazón y una sola mente, sin dejarse llevar por las diferencias
sociales tradicionales, y teniendo todo en común (cf. Hch 4,32).
Esta historia nos habla
de la importancia, la dignidad y la belleza de la vocación de los laicos.
Saludo a los numerosos fieles laicos aquí presentes, y en particular a las familias
cristianas, que día a día, con su ejemplo, educan a los jóvenes en la fe y en
el amor reconciliador de Cristo. También saludo de manera especial a los
numerosos sacerdotes que hoy están con nosotros; con su generoso ministerio
transmiten el rico patrimonio de fe cultivado por las pasadas generaciones de
católicos coreanos.
El Evangelio de hoy
contiene un mensaje importante para todos nosotros. Jesús pide al Padre que nos
consagre en la verdad y nos proteja del mundo.
Es significativo, ante
todo, que Jesús pida al Padre que nos consagre y proteja, pero no que nos
aparte del mundo. Sabemos que él envía a sus discípulos para que sean fermento
de santidad y verdad en el mundo: la sal de la tierra, la luz del mundo. En
esto, los mártires nos muestran el camino.
Poco después de que las
primeras semillas de la fe fueran plantadas en esta tierra, los mártires y la
comunidad cristiana tuvieron que elegir entre seguir a Jesús o al mundo. Habían
escuchado la advertencia del Señor de que el mundo los odiaría por su causa
(cf. Jn 17,14); sabían el precio de ser discípulos. Para muchos, esto significó
persecución y, más tarde, la fuga a las montañas, donde formaron aldeas
católicas. Estaban dispuestos a grandes sacrificios y a despojarse de todo lo
que pudiera apartarles de Cristo –pertenencias y tierras, prestigio y honor–,
porque sabían que sólo Cristo era su verdadero tesoro.
En nuestros días,
muchas veces vemos cómo el mundo cuestiona nuestra fe, y de múltiples maneras
se nos pide entrar en componendas con la fe, diluir las exigencias radicales
del Evangelio y acomodarnos al espíritu de nuestro tiempo. Sin embargo, los
mártires nos invitan a poner a Cristo por encima de todo y a ver todo lo demás
en relación con él y con su Reino eterno. Nos hacen preguntarnos si hay algo
por lo que estaríamos dispuestos a morir.
Además, el ejemplo de
los mártires nos enseña también la importancia de la caridad en la vida de fe.
La autenticidad de su testimonio de Cristo, expresada en la aceptación de la
igual dignidad de todos los bautizados, fue lo que les llevó a una forma de
vida fraterna que cuestionaba las rígidas estructuras sociales de su época. Fue
su negativa a separar el doble mandamiento del amor a Dios y amor al prójimo lo
que les llevó a una solicitud tan fuerte por las necesidades de los hermanos.
Su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros, que vivimos en sociedades en
las que, junto a inmensas riquezas, prospera silenciosamente la más denigrante
pobreza; donde rara vez se escucha el grito de los pobres; y donde Cristo nos
sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y sirvamos tendiendo la mano a
nuestros hermanos necesitados.
Si seguimos el ejemplo
de los mártires y creemos en la palabra del Señor, entonces comprenderemos la
libertad sublime y la alegría con la que afrontaron su muerte. Veremos, además,
cómo la celebración de hoy incluye también a los innumerables mártires
anónimos, en este país y en todo el mundo, que, especialmente en el siglo
pasado, han dado su vida por Cristo o han sufrido lacerantes persecuciones por
su nombre.
Hoy es un día de gran
regocijo para todos los coreanos. El legado del beato Pablo Yun Ji-chung y
compañeros –su rectitud en la búsqueda de la verdad, su fidelidad a los más
altos principios de la religión que abrazaron, así como su testimonio de
caridad y solidaridad para con todos– es parte de la rica historia del pueblo
coreano. La herencia de los mártires puede inspirar a todos los hombres y
mujeres de buena voluntad a trabajar en armonía por una sociedad más justa,
libre y reconciliada, contribuyendo así a la paz y a la defensa de los valores
auténticamente humanos en este país y en el mundo entero.
Que la intercesión de
los mártires coreanos, en unión con la de Nuestra Señora, Madre de la Iglesia,
nos alcance la gracia de la perseverancia en la fe y en toda obra buena, en la
santidad y la pureza de corazón, y en el celo apostólico de dar testimonio de
Jesús en este querido país, en toda Asia, y hasta los confines de la tierra.
Amén.
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2014/documents/papa-francesco_20140816_corea-omelia-beatificazione.html
Gran fotografía del Papa Francisco en Korea
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