Temas sacerdotales y Homilías del Papa.
"Los laicos
santifican el mundo desde dentro"
Entrevista al Prelado del Opus Dei publicada en
"Eco católico", boletín semanal de la Conferencia Episcopal de Costa
Rica
ENTREVISTAS18 de Agosto de 2014
Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus
Dei desde 1994, visitó Costa Rica recientemente en medio de una gira de
carácter pastoral que lo llevó por varias naciones de Centroamérica. Aquí se
reunió con miembros de la Obra, con sacerdotes, familias, el Arzobispo de San
José y hasta pudo visitar el Santuario Nacional de Nuestra Señora de los
Ángeles.
Acerca de esta experiencia y de la vigencia del Opus
Dei y su carácter eminentemente laical, sus trabajos, retos, énfasis y
perspectivas en orden a la evangelización, el obispo de origen español y de 82
años, conversó con el Eco Católico.
Este es un extracto del diálogo.
“Sueño con
muchedumbres de hijos de Dios, santificándose en su vida de ciudadanos
corrientes, compartiendo afanes, ilusiones y esfuerzos con las demás criaturas”. Esta
frase de san Josemaría Escrivá aplicada a la actualidad del Opus Dei, ¿es una
realidad acabada o aún en proceso?
San Josemaría repitió siempre, desde 1928, que la
santidad no es una meta para unos privilegiados, sino para todos los
bautizados. La tarea de la Prelatura del Opus Dei consiste, precisamente, en
recordar esa llamada universal a la santidad y el consiguiente valor
de la vida cotidiana como camino de santificación. Gracias a Dios, son muchas
las personas que, a través de la labor apostólica de las mujeres, de los
hombres y de los sacerdotes de la Obra de Dios, se han decidido a poner a
Jesucristo en el centro de su existencia. En este sentido, puede decirse que el
sueño de san Josemaría se ha hecho realidad. Sin embargo, es evidente que es
una realidad siempre en proceso, -como la vida de la Iglesia-, que se realiza
con la gracia de Dios y con la respuesta de la creatura. Un cristiano no puede
ser conformista: cada día -con alegría nueva- intenta manifestar su amor a Dios
y a los demás.
Usted conoció a san Josemaría. ¿Qué diría él a quienes
hoy, en pleno siglo XXI, siguen anhelando la auténtica felicidad? ¿Les
propondría el Opus Dei como un camino para alcanzarla?
San Josemaría afirmaba que “la felicidad del cielo es
para los que saben ser felices en la tierra”. La auténtica felicidad surge como
consecuencia de vivir cerca de Dios, es fruto de la presencia del Espíritu
Santo en el alma. Los hombres y las mujeres que se saben, en la fe, hijos amados
de Dios, no pueden más que estar llenos de paz y de alegría, también en medio
de las contrariedades o del dolor, con una felicidad que no es una simple
situación anímica; sino fruto de la fe y de la caridad. El pecado es el gran
obstáculo para la felicidad.
El Opus Dei es uno más entre los posibles caminos
cristianos, a los que el Señor puede llamar a una persona: cada uno de nosotros
tiene una vocación personalísima, que debe descubrir en la oración, en el
diálogo amistoso con el Señor. Responder “sí” a la llamada divina, sea la que
sea, y corresponder cotidianamente a sus exigencias, supone una garantía cierta
de felicidad.
Respecto a la historia de la Iglesia, la existencia
del Opus Dei es reciente. ¿Cuánto pesa este hecho en la comprensión de la Obra,
su naturaleza, métodos y fines? ¿Qué hace el Opus Dei para aportar respuestas
en clave evangélica ante las dudas de algunos o la abierta oposición de otros?
Cuando san Josemaría vio que Dios lo llamaba a
difundir la vocación universal a la santidad, esta realidad -profundamente
evangélica- resultaba algo muy nuevo para la mayoría de cristianos, no era tan
común hablar de una llamada universal a la santidad y, como ha sucedido muchas
veces en la historia de la Iglesia, sufrió incomprensiones, especialmente en los años treinta y cuarenta del siglo
XX. En la actualidad -sobre todo tras el Concilio Vaticano II-, esta doctrina
es común y universal.
Siguiendo el ejemplo de su fundador, los fieles del
Opus Dei tienen sus brazos abiertos a todos y, gracias a Dios, desde hace
muchos años es muy querido y ayudado por millones de personas, incluso no
católicas y no cristianas. Cuando pueda surgir una incomprensión, se intentan aclarar
las cosas con paciencia y serenidad. La experiencia nos ha demostrado que
-incluso entonces- el ataque o la falta de información se convierten en ocasión
de amistad y de acercamiento a la Iglesia, de quienes los han promovido.
La santificación en la vida ordinaria habla claramente
de los laicos. ¿Qué lugar están llamados a ocupar en la Iglesia? ¿Cómo
comprende el Opus Dei ese protagonismo?
A los laicos, como enseña el Concilio Vaticano II, corresponde iluminar y organizar los
asuntos temporales en los que intervienen, de manera que se realicen según el
espíritu de Jesucristo y sean para la gloria de Dios y el bien de los demás. El
Opus Dei ayuda a sus fieles, y a quienes participan en sus apostolados, a
encontrar y tratar a Dios en las ocupaciones de cada día: en el trabajo, en la
familia, en la vida social, en los momentos de entretenimiento, en la
enfermedad o en la pobreza. Si se esfuerzan por identificarse con Cristo en
esos ámbitos, los laicos santifican el mundo desde dentro, difunden el mensaje
del Evangelio y contribuyen al progreso humano de la sociedad. Asumen así su
papel de protagonistas en el desarrollo de la misión de la Iglesia desde su
taller, su oficina, el quirófano de un hospital, el colegio y el resto de
escenarios en que transcurre la jornada de cada uno.
Hoy se insiste en la descomposición del entramado
social, pero, ¿no estaremos con ello quitando la mirada de la familia y los
retos que enfrenta? ¿Está en crisis la familia?
La familia es, una gran riqueza, indispensable para la
sociedad y, por tanto, debemos esforzarnos por dar a conocer la verdadera
naturaleza de la institución familiar, aunque a veces no resulte tarea fácil.
Para mí, es motivo de especial agradecimiento a Dios poderme encontrar en estos
días, en Costa Rica, con matrimonios que imparten orientación familiar a padres
y madres de niños y adolescentes: pienso que, con esa dedicación generosa,
prestan al país, y al mundo, un servicio de gran entidad y calidad, también
humana.
Pero no podemos conformarnos con promover "de
palabra" los valores de la familia: ¡cuánto ayuda el ejemplo! Que sepamos
preocuparnos por los miembros de nuestra familia, que recemos por ellos, que
nos alegremos con sus gozos y que los acompañemos en sus penas. Tenemos que
crear a nuestro alrededor un verdadero ambiente de familia y, luego, debemos
mantenerlo, también, sacrificándonos por nuestros parientes y dedicándoles
generosamente tiempo y energías a los enfermos y a los ancianos. Repitamos a
menudo esas tres palabras que el Papa Francisco ha señalado que no pueden
faltar en una familia: permiso, gracias y perdón.
En Evangelii gaudium, el Papa Francisco afirma preferir una Iglesia accidentada,
herida y manchada por salir a la calle, antes que una enferma por el encierro.
¿Cómo contribuir desde una realidad como el Opus Dei a este anhelo del Santo
Padre?
El dinamismo apostólico del Papa Francisco supone una
bendición para toda la Iglesia. La evangelización a la que urge nos habla de
una misión que compete a todos los bautizados. El santo Padre nos invita a ir
al encuentro de los demás, a dejar a un lado la comodidad y a compartir nuestra
cercanía a Cristo con las personas que están a nuestro alrededor. ¿Cómo?
Primero con el ejemplo y con el cariño, y luego con un diálogo de tú a tú con
nuestros amigos y conocidos, precedido de la oración por la persona a la
que nos dirigiremos y de la invocación al Espíritu Santo. En ocasiones quizá
nos parece que algunas de nuestras acciones no producen fruto, pero nada más
ajeno a la realidad: el Señor cuenta con todo lo que hacemos pensando en El, y
ninguna semilla quedará estéril.
El Papa Francisco también nos anima a vivir la
misericordia con las personas que sufren y con las que están solas. Todos
estamos en condiciones de ayudar a un enfermo, a un menesteroso o a un anciano;
y también podemos llevarles la luz de Cristo, ¡no nos quedemos de brazos
cruzados!
Personalmente doy también gracias a Dios al ver a
tantos fíeles y amigos de la Prelatura que sacan adelante iniciativas de
servicio en toda la tierra: hospitales en lugares necesitados de África,
centros de atención a enfermos terminales en las periferias de varias ciudades
europeas, institutos de formación dirigidos a inmigrantes en Estados Unidos o
en Brasil y tantas otras. Cada bautizado es y se siente Iglesia. Y, por tanto,
también a través de actividades civiles de servicio como las que he mencionado
u otras, la Iglesia se hace presente en las periferias, en los barrios, en los
lugares donde a veces falta ese cariño al que toda persona tiene derecho.
En la era del pensamiento débil que nos ha
correspondido vivir faltan referentes, se siente un gran vacío de verdad, gana
terreno la duda, el secularismo y el laicismo feroz anticristiano y
particularmente anticatólico, ¿Quedan aún motivos para la esperanza en medio de
esta realidad? ¿Cómo presentar la fe hoy a este mundo tan lleno de contrastes?
Jamás un católico coherente se ha de dejar llevar por
el pesimismo. Aunque en nuestro tiempo no falten eventos tristes e incluso
dramáticos, si somos hombres y mujeres de fe, sabremos descubrir innumerables
beneficios del Señor en nuestras vidas, en las de los que nos rodean y en las
de las naciones. Y, sobre todo, esa fe es precisamente el fundamento de la
esperanza, como leemos en la Carta a los Hebreos. En medio del secularismo y el
relativismo, que se aprecia en gran parte de Occidente, mucha gente se muestra
sedienta de la verdad de Dios. Esas gentes necesitan testigos que ayuden a los
demás a acercarse a Jesucristo; colegas o amigos que se guíen por encima de
todo por el amor a Dios y a los otros y no sólo por sus propios intereses, que
iluminen con su fe y que sepan explicarla.
Para esto es necesario -como le decía antes- anclar la
propia vida en la oración, en el trato con Dios y en la recepción frecuente de
los sacramentos, auténticos canales de la gracia divina. Además, siempre cabe
empeñarse un poco más en conocer mejor nuestra fe, a través de la lectura, del
estudio y de la participación en la catequesis. Con este pequeño esfuerzo,
resulta posible dedicar tiempo a crecer en el conocimiento de Dios y a tratar a
nuestro Padre del Cielo.
Por otra parte, diría que la fe se transmite bien
cuando el motor es el cariño y el interés por el prójimo. El futuro beato
Álvaro del Portillo solía pedirnos: “Derrochad cariño, hijas e hijos míos,
aunque no seáis correspondidos”. Este consejo viene muy bien a cualquier
persona que desee evangelizar.
Tiene la ocasión de reunirse con Mons. José Rafael
Quirós. A este propósito, ¿cómo podría consolidar el Opus Dei la comunión con
las iglesias diocesanas de nuestro país y fortalecer el común empeño por la
evangelización?
Efectivamente, tendré el gusto de conversar con el
querido arzobispo de San José, Mons. José Rafael Quirós. Nada más concretarse
este viaje, pedí que se advirtiera de mi estancia en Costa Rica al señor
arzobispo y a las demás autoridades eclesiásticas, ya que el Opus Dei, como
pequeña parte de la Iglesia, solo desea, en palabras de su fundador, “servir a
la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida”.
Evidentemente, la labor que realizan los fieles del
Opus Dei rinde sus frutos en las mismas diócesis en las que trabajan y viven y,
en los más de cincuenta años que han pasado desde que comenzó la labor
apostólica del Opus Dei en este país, han surgido -con la gracia del Señor-
numerosos matrimonios cristianos y vocaciones para el sacerdocio, para la vida
religiosa y para el celibato laical.
A quienes pertenecen a la Obra, y a todos los
costarricenses, deseo invitarles a ser un apoyo para los Obispos diocesanos, a
rezar por cada uno, y a pedir a Dios abundantes frutos apostólicos en esta
tierra. Les rogaría especialmente que rezaran por las vocaciones sacerdotales
en las diócesis de la nación, por los catequistas y educadores, por la santidad
de las familias costarricenses y por las demás intenciones de los Obispos del
país. También les animaría a reforzar cada día su afán apostólico, para que la
Iglesia en Costa Rica recoja muchos frutos del trabajo de evangelización del
Opus Dei.
El Opus Dei se prepara para la beatificación de Mons. Álvaro del Portillo. ¿Cómo consolida la Obra la
elevación a los altares de su 'ingeniero', como algunos llamaron a don Álvaro?
Álvaro del Portillo fue un hombre de paz, de servicio,
de fidelidad: primero en su trabajo como ingeniero, luego como sacerdote y más
tarde como Obispo. En la proximidad del 27 de septiembre, fecha de su
beatificación, pido al queridísimo don Álvaro que nos contagie su paz, su
bondad, su alegría, su lealtad a la Iglesia y su preocupación por los más
necesitados.
La gente reconocía en él a un hombre de Dios y, desde
su fallecimiento, se ha ido multiplicando el número de quienes le confían sus
peticiones: piense que, hasta ahora, en la postulación se han recibido más de
13.000 relaciones firmadas de favores atribuidos a su intercesión. Es un dato
sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta que, de entre los que reciben
favores, apenas unos pocos se deciden a ponerlos por escrito y enviarlos a
Roma. Muchas de esas relaciones provienen de países en los que ni siquiera hay
centros de la Prelatura. La próxima beatificación de Álvaro del Portillo,
además de constituir un motivo de gran alegría, será una ocasión de dar gloria
a Dios y un don para toda la Iglesia.
Estando el Opus Dei a la vanguardia en este campo,
¿qué está en juego en el mundo de la comunicación de cara a la fe y la
evangelización? ¿Comprendemos en la Iglesia el valor de la comunicación social
o arrastramos deudas con sus muchas potencialidades?
San Josemaría miraba con especial simpatía los
ambientes profesionales relacionados con la comunicación. Se percataba de la
importancia de que muchos católicos trabajaran profesionalmente en medios de
comunicación, para aportar al mundo el calor y la amistad propia de quien desea
seguir a Cristo. Personalmente, dio clases de ética periodística, impulsó
facultades de comunicación en varios países, y alentó -con su iniciativa humana
y su oración- la puesta en marcha de algunos medios de comunicación promovidos
por personas del Opus Dei y por sus amigos: soñaba con que numerosos católicos
eligieran como ámbito profesional el mundo del cine, de la literatura, del
entretenimiento, de la radio y de la televisión. Si hay algo de cierto en la
amable valoración que usted ha manifestado -que le agradezco- se debe, sin
duda, a esta semilla plantada por el fundador.
Pienso que, gracias a Dios, la consideración positiva
de la comunicación social -que no excluye una reflexión crítica sobre los
límites de un cierto tipo de periodismo sensacionalista- está hoy generalizada.
Da alegría ver la cantidad de actividades de evangelización que, a través de
los medios de comunicación, van surgiendo por aquí y por allá, debidas al
empuje de católicos de diversas proveniencias: agencias de noticias, páginas
web de formación cristiana, iniciativas de caridad y de servicio en internet,
productoras de cine y televisión con valores cristianos. A veces no son muy
conocidas pero, si se sumaran sus audiencias, superarían a las de no pocas
cadenas internacionales.
El interés por la comunicación social es patente en la
mayoría de las diócesis e instituciones de la Iglesia. Muchas, por ejemplo,
envían estudiantes a la Facultad de Comunicación Institucional de la Universidad Pontificia de la
Santa Cruz, en Roma. Se trata, precisamente, de un centro de estudios
que tiene como fin, dotar a las personas de las condiciones necesarias para
transmitir el mensaje cristiano y la realidad estupenda de la Iglesia, a través
de los medios de comunicación.
Carta del Prelado de agosto
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