Temas sacerdotales y Homilías del Papa
Un artículo que me ha gustado y que aclara ideas.
Por esa razón y porque es de auténtica actualidad
lo pongo en este lugar.
Franja
La doctrina y la pastoral de los divorciados
vueltos a casar
Cuando se plantea el tema de la Comunión de
los divorciados vueltos a casar , con frecuencia se mezclan varias cuestiones,
algunas doctrinales y otras pastorales. A continuación una aclaración;
Autor: P. Eduardo María Volpacchio |
Fuente:
Algunas Respuestas
La doctrina y la
pastoral de los divorciados vueltos a casar
El Papa Francisco ha manifestado en varias
ocasiones su preocupación –que es una preocupación de toda la Iglesia- por la
situación de los católicos divorciados: en muchos casos se sienten excluidos de
la Iglesia, sin lugar en ella. Los ha animado a acercarse, y espera que el
próximo Sínodo de la Familia, encuentre soluciones para éste y tantos otros
desafíos que la pastoral familiar presenta a la Iglesia.
En efecto, los divorciados son miembros de la
Iglesia, de los que la Iglesia como buena madre debe ocuparse también. Sería un
grave error confundir el hecho de que, en principio, no puedan comulgar, con
que estuvieran excomulgados. Ambas cosas son muy diferentes. Están en plena
comunión con la Iglesia.
Por otro lado, sería un reduccionismo enfocar
el tema sólo desde la perspectiva de la posibilidad de que puedan recibir el
sacramento de la Eucaristía. Nuevas soluciones pastorales para este tema,
vendrán en el conjunto de una pastoral familiar general e integrada; y no de la
búsqueda de parches puntuales para situaciones concretas.
Hay persona que entusiasmadas, piensan que el
Papa cambiará la doctrina católica sobre el matrimonio. En otro campo, hay
quienes tienen miedo a que lo haga… Pero si hay una cosa clara es que el Papa
no quiere cambiar la doctrina: quiere encontrar soluciones pastorales
auténticas para los problemas que plantea la crisis de la familia en el mundo
actual.
Siendo que con frecuencia los medios de
comunicación opinan sobre el asunto con cierta ligereza y sin fundamento teológico,
en este artículo queremos presentar algunas ideas sobre el tema.
Cuando se plantea el tema de la Comunión de
los divorciados vueltos a casar[1],
con frecuencia se mezclan varias cuestiones, algunas doctrinales y otras
pastorales. Sería interesante una aclaración.
El tema doctrinal que está en la base es
sencillo: para comulgar es necesario estar en gracia de Dios (es decir, tener
la conciencia libre de pecados graves). La recuperamos –cuando la hemos perdido–
con el sacramento de la penitencia. Y para recibirlo es necesario el propósito
de enmienda (intención concreta de esforzarse por evitar los pecados de los que
uno se confiesa).
En otros campos quien comete un pecado mortal,
se confiesa, es perdonado y está en condiciones de comulgar. Nadie le exige que
garantice que no vuelva a pecar, sino solamente que se esfuerce por no hacerlo.
Quien vive maritalmente con una persona que
no es su esposa/o[2]
(sea cual sea su situación civil: soltero, casado, viudo, separado o
divorciado), vive en un estado que le impide acercarse a la confesión y, por
tanto, a la Comunión. Quien quisiera hacerlo debería remover la causa que se lo
impide
a) casarse, si es soltero o viudo;
b) conseguir la nulidad matrimonial, si es
casado, y casarse;
c) separarse; comenzar a vivir como hermanos)
o al menos
esforzarse por hacerlo.
De otro modo, no puede recuperar la gracia necesaria
para comulgar. Estoy abierto a que el ingenio humano sea capaz de descubrir
otros sistemas para hacerlo, pero hoy por hoy no los hemos encontrado.
Quien sin estar casado por la Iglesia vive
maritalmente, si quiere comulgar no tiene otra solución que casarse, separarse
o vivir como hermanos. Punto. Aquí reside todo el problema.
Quien tuviera un vínculo anterior no puede
volver casarse por la Iglesia mientras este vínculo exista.
Si el primer
matrimonio ha sido válido, a quien quiera comulgar sólo le quedan la segunda y
la tercera opción del párrafo anterior porque la confesión perdona los pecados
pero no disuelve los vínculos matrimoniales.
Pero hay un problema pastoral bastante
complicado: en nuestros días debido a la ignorancia religiosa, a la existencia
de visiones alternativas del matrimonio que difieren esencialmente del
cristiano, etc., es razonable suponer que haya muchos matrimonios que son
nulos. Quienes los contrajeron de hecho no se casaron, porque su matrimonio fue
nulo.
Cuando nos encontramos con matrimonios sospechosos de nulidad, en los que no
hay manera de comprobar que lo sean... ¿qué hacer? Porque si el matrimonio fue
válido, no hay nada que hacer, ya que el matrimonio es indisoluble. Pero si es
nulo y no puede demostrarse…
Cómo saber si un matrimonio es válido o no,
es problema difícil. A resolver estos problemas se dedican los tribunales
eclesiásticos. Pero no sería razonable poner en duda automáticamente la validez
de los matrimonios que sufren una crisis… Se crearía un problema pastoral
peligrosísimo: se expondría a las parejas a que ante las dificultades que lleva
consigo la vida en común, dieran su matrimonio por nulo… La presunción está por
la validez, lo que habría que demostrar es su nulidad.
Siendo algo público no cabe la solución
propuesta por algunos de que cada uno vea en conciencia si su matrimonio fue
nulo o no. Esto, no sólo atentaría contra la estabilidad del matrimonio, sino
que lo haría posible sujeto de una condena
de nulidad –unilateral y sin proceso– por parte de alguno de los cónyuges.
Además no solucionaría nada, ya que esa persona –aunque estuviera
subjetivamente libre del vínculo anterior– para poder comulgar debería casarse
por la Iglesia. Para esto, la Iglesia tendría que dar a ese juicio de
conciencia validez legal, cosa que parece ser contraria al derecho: una cosa es
el fuero interno y otra el fuero externo, una cosa es la conciencia y otra los
juicios canónicos y la validez de los sacramentos. El matrimonio tiene una
dimensión pública.
Recientemente un artículo publicado en el
diario La Nación planteó que nos encontramos en una encrucijada entre la
doctrina y la pastoral. Como si la doctrina impidiera la pastoral. Pero esto no
es cierto. La pastoral es la forma de llevar a la práctica la doctrina. La
doctrina no es un corsé que impide la vida, sino la explicación de la vida
cristiana. No tendría sentido plantear una pastoral que negara la doctrina.
Un error frecuente es presentar la cuestión
en términos antagónicos, como si la misericordia llevara en una dirección y la
justicia en otra diferente. Es necesario tener en cuenta todas las circunstancias,
para no caer en una falsa disyuntiva: comunión o excomunión, pues no es real.
Misericordia y justicia.
La misericordia no se opone a la justicia. No
tendría sentido faltar a la misericordia en nombre de la justicia, ni en nombre
de la misericordia, faltar a la justicia. Un justicia inmisericorde y una
misericordia injusta son inmorales. Ambas atentan contra la caridad y la
justicia.
La preocupación por los divorciados, que
rezan, quieren formar cristianamente a sus hijos y sufren la no recepción de la
Comunión, etc., necesita una pastoral concreta (obviamente los divorciados que
viven al margen de la Iglesia no tienen ninguna intención de comulgar, su
interés en el tema podría venir a lo sumo del deseo de que la Iglesia apruebe
su opción de vida).
Los divorciados tienen lugar y un papel en la
Iglesia, aún aquellos que no puedan recibir la comunión. Como todos pueden y
deben rezar, asistir a Misa, educar cristianamente a sus hijos, participar en
grupos de oración, de formación, de ayuda social, catequesis, etc. La comunión
es importante, pero no es la única forma de participar de la vida de la
Iglesia.
Al ocuparnos de los divorciados, debemos
hacerlo en el contexto de todos los fieles y de la realidad de la situación de
cada uno. No podemos olvidar, por ejemplo, a los tantísimos cónyuges que, una vez
separados en su matrimonio, han permanecido fieles al vínculo conyugal. A nadie
se le ocurriría decir que han sido víctimas de la doctrina, ni que deberían
buscar alguien con quien rehacer su vida.
Defender la indisolubilidad del matrimonio y
buscar el acercamiento de los divorciados a la Iglesia no son cuestiones
alternativas, sino ambas exigencias de la misión de la Iglesia.
Pienso que una época de crisis familiar es
muy importante ayudar a entender la indisolubilidad matrimonial, y ayudar a
vivir la fidelidad. Y que la necesaria misericordia para con los divorciados
vueltos a casar, no contradiga la misericordia con los separados fieles al
vínculo, ni socave la estabilidad de los matrimonios en crisis. Y que la
promoción de la estabilidad matrimonial no signifique la exclusión de los
divorciados. Este es uno de los desafíos que tendrá en próximo Sínodo.
Algunos medios pretenden transmitir el
mensaje de que la Iglesia va hacia aprobación del divorcio o a –lo que es lo
mismo– abrir el acceso a la comunión a todos los divorciados. Esto, además de
no ser cierto, da lugar a un problema muy serio, y no sólo porque crea falsas
expectativas. No hay soluciones mágicas para la cuestión.
Cuidemos de no simplificar cuestiones tan complejas.
La Iglesia busca una pastoral hacia los divorciados que esté en perfecta
sintonía con su pastoral matrimonial general, en la que se pide –y se exige– el
esfuerzo para sacar adelante el propio matrimonio. Si
consideráramos el divorcio superficialmente ¿con qué cara le vamos a pedir a
los casados que cuiden su matrimonio?
Quien buscara soluciones pastorales que
negaran la doctrina, estaría creando nuevos grandes problemas pastorales. En
nombre de la misericordia con los divorciados vueltos a casar, agravaríamos el
terremoto que sufre la familia en nuestros días.
El gran desafío pastoral que tenemos no reside
en conseguir dar la comunión a los divorciados a cualquier precio (bendito sean
los casos que se pueda resolver, ya sea por vía de una nulidad auténtica o por
vía de abstención de vida marital), sino que es triple: cómo ayudar a que los
jóvenes quieran casarse y se casen con las debidas disposiciones –que sus
matrimonios sean válidos–; a que los matrimonios duren toda la vida; y el
acercamiento a Dios de los divorciados, acercamiento que para cada persona supone
un camino que toca a cada uno recorrer.
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