Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Mensaje pontificio de Cuaresma, 2018
Atentos a los falsos profetas
que enfrían el amor
“Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría”. Así se
titula el Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma de este año que se presentó
esta mañana en la Sala de Prensa de la Santa Sede. Intervinieron en la
presentación el Cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson, Prefecto del Dicasterio
para el Servicio del Desarrollo Humano Integral;
Monseñor Graham Bell,
Subsecretario del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva
Evangelización y la Dra. Natalia Peiró, Secretaria General de Caritas España
María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano
En su mensaje para la Cuaresma – firmado en la Ciudad del
Vaticano el 1 de noviembre de 2017, en la Solemnidad de Todos los Santos – el
Papa Francisco escribe que “una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor”,
y explica que para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece
cada año la Cuaresma, que define “signo sacramental de nuestra conversión”.
Tal como lo expone el Pontífice, mediante este mensaje desea
“ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia”;
y lo hace inspirándose en una expresión de Jesús según el Evangelio de Mateo:
“Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría”.
Frase que proviene de la enseñanza sobre el fin de los tiempos,
ambientada en el Monte de los Olivos de Jerusalén, donde precisamente tendrá
inicio la pasión del Señor, que en este caso respondiendo a una pregunta de sus
discípulos, anuncia “una gran tribulación” y describe la situación en la que
podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos
dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con
apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.
Los falsos profetas
En el primer punto de este mensaje, titulado “los falsos
profetas”, el Pontífice invita a preguntarnos ¿qué formas asumen? Y no duda en
responder que “son como ‘encantadores de serpientes’”, que “se aprovechan de
las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos
quieren”. De ahí su exclamación ante los tantos hijos de Dios que “se dejan
fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se lo confunde con la
felicidad”. O acerca de cuántos hombres y mujeres que “viven como encantados
por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de
intereses mezquinos”; sin olvidar a quienes “viven pensando que se bastan a sí
mismos y caen presa de la soledad”.
También se refiere a esos otros falsos profetas que denomina
“charlatanes”, que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los
sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles.
Tanto es así que el Pontífice dirige su pensamiento a los numerosos jóvenes “a
los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de ‘usar
y tirar’, de ganancias fáciles pero deshonestas; o que “se dejan cautivar por
una vida completamente virtual”, en que las relaciones parecen más sencillas y
rápidas pero que después “resultan dramáticamente sin sentido”.
Dignidad, libertad y capacidad de amar.
Se trata de “estafadores” –
tal como escribe el Papa Bergoglio – que no sólo ofrecen cosas sin
valor, sino que quitan lo más valioso, es decir “la dignidad, la libertad y la
capacidad de amar”. Sí porque como leemos en este mensaje pontificio, “es el
engaño de la vanidad”, lo que lleva a “pavonearse” hasta caer en lo ridículo.
De manera que no es una sorpresa, puesto que “desde siempre el demonio, que es
‘mentiroso y padre de la mentira’, presenta el mal como bien y lo falso como verdadero,
para confundir el corazón del hombre”.
Por esta razón el Sucesor de Pedro insiste en la necesidad de
discernir y examinar en el propio corazón si nos sentimos amenazados por las
mentiras de estos falsos profetas. Y reafirma que hay que “aprender a no
quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son
las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque
vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien”.
Un corazón frío
En el segundo punto de este texto – que lleva por subtítulo “un
corazón frío” – Francisco recuerda que
Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado
en un trono de hielo; “su morada es el hielo del amor extinguido”, escribe e
invita a preguntarnos: “¿Cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las
señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?”.
Entre las causas el Papa destaca “la avidez por el dinero”,
“raíz de todos los males”, a la que sigue “el rechazo de Dios” y, por tanto, el
no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación
“antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos”. Y añade que
todo esto se transforma en una violencia que se dirige contra los que consideramos
una amenaza para nuestras “certezas”, como “el niño por nacer, el anciano
enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no
corresponde a nuestras expectativas”.
Enfriamiento de la caridad
Sin olvidar que la creación también es un testigo silencioso de
este “enfriamiento de la caridad”, el Pontífice escribe que el amor se enfría
asimismo en nuestras comunidades y recuerda que en su Exhortación apostólica
Evangelii gaudium ha tratado también de describir las señales más evidentes de
esta falta de amor, como el egoísmo, el pesimismo estéril, la tentación de
aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, o la mentalidad mundana
que induce a ocuparse sólo de lo aparente, con lo que disminuye el entusiasmo
misionero.
¿Qué podemos hacer?
Todo esto sugiere al Obispo de Roma plantearse la pregunta – en
su tercer punto – acerca de lo que podemos hacer. Aquí Francisco reafirma que
la Iglesia, en su carácter de “madre y maestra”, además de la medicina, a veces
amarga de la verdad, “nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de
la oración, la limosna y el ayuno”.
Y agrega que el hecho de dedicar más tiempo a la oración hace
que “nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos
engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios”, que
es nuestro Padre y que desea la vida para nosotros. Al mismo tiempo – añade –
el ejercicio de la limosna “nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que
el otro es mi hermano”; mientras el ayuno, “debilita nuestra violencia, nos
desarma, y constituye una importante ocasión para crecer”.
El Santo Padre manifiesta en su mensaje que desearía que su voz
“traspasara las fronteras de la Iglesia Católica”, para llegar a todos los
hombres y mujeres de buena voluntad, “dispuestos a escuchar a Dios”. A todos
ellos les dice directamente que “si se sienten afligidos porque en el mundo se
extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y
las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a
nosotros para invocar juntos a Dios”, ayunar juntos y juntos ayudar a nuestros
hermanos.
El fuego de la Pascua
El Papa concluye invitando de modo especial a los miembros de la
Iglesia “a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la
limosna, el ayuno y la oración”. Y destaca que una ocasión propicia para esto
será la iniciativa titulada “24 horas para el Señor”, que este año invita a
celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración
eucarística.
En efecto destaca que esta iniciativa se llevará a cabo los días
9 y 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130 que reza: “De ti
procede el perdón”. De este modo, al menos una iglesia en cada diócesis,
permanecerá abierta durante las 24 horas, para permitir la oración de adoración
y la confesión sacramental.
Tras bendecir a todos de corazón, asegurando su oraciones y
pidiendo que se rece por él, el Obispo de Roma escribe que “en la noche de
Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual”, con lo cual
“la luz que proviene del ‘fuego nuevo’ poco a poco disipará la oscuridad e
iluminará la asamblea litúrgica”.
De ahí su deseo de que “la luz de Cristo,
resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro
espíritu, para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos
de Emaús”.
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