Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Catequesis
del Papa:
“Los ídolos defraudan siempre, la esperanza
no defrauda jamás”
Audiencia General del segundo miércoles de enero de 2017. -
REUTERS
11/01/2017 11:01SHARE:
(RV).- “Si ponemos
la esperanza en los ídolos, se termina siendo como ellos: imágenes vacías con manos
que no tocan, pies que no caminan, bocas que no pueden hablar. No se tiene nada
más que decir, se es incapaz de ayudar, cambiar las cosas, incapaces de
sonreír, donarse, incapaces de amar”, con estas palabras el Papa Francisco
explicó en la Audiencia General del segundo miércoles de enero, el significado
de la esperanza cristiana en contraposición de los ídolos.
Continuando su
ciclo de catequesis sobre “la esperanza cristiana”, el Obispo de Roma
comentando el Salmo 115, dijo que este Salmo es “un Salmo lleno de sabiduría
que nos describe de modo muy sugestivo la falsedad de los ídolos que el mundo
ofrece a nuestra esperanza y a la cual los hombres de todo tiempo son tentados
a encomendarse”.
La verdadera
esperanza cristiana señaló el Papa Francisco “nos hace entrar, por así decir,
en el rayo de acción de Dios, de su recuerdo, de su memoria que nos bendice y
nos salva. Y entonces puede surgir el aleluya, la alabanza al Dios vivo y
verdadero, que por nosotros ha nacido de María, ha muerto en la cruz y ha
resucitado en la gloria”.
Texto completo y
audio de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
El pasado mes de
diciembre y en la primera parte de enero hemos celebrado el tiempo de Adviento
y luego el de Navidad: un periodo del año litúrgico que despierta en el pueblo
de Dios la esperanza. Esperar es una necesidad primaria del hombre: esperar en
el futuro, creer en la vida, el llamado “pensamiento positivo”.
Pero es importante
que tal esperanza sea colocada en lo que verdaderamente puede ayudar a vivir y
a dar sentido a nuestra existencia. Es por esto que la Sagrada Escritura nos
pone en guardia contra las falsas esperanzas: estas falsas esperanzas que el
mundo nos presenta, encubriendo su inutilidad y mostrando su insensatez. Y lo
hace de varios modos, pero sobre todo denunciando la falsedad de los ídolos en
el cual el hombre está tentado de poner su confianza, haciéndolo el objeto de
su esperanza.
En particular los
profetas y los sabios insisten en esto, tocando un punto central del camino de
fe del creyente. Porque la fe es confiar en Dios – quien tiene fe, confía en
Dios – pero llega el momento en el cual, enfrentándose a las dificultades de la
vida, el hombre experimenta la fragilidad de esta confianza y siente la
necesidad de certezas distintas, de seguridades tangibles, concretas. Yo confío
en Dios, pero la situación es un poco fea y yo necesito una certeza un poco más
concreta. ¡Y ahí está el peligro! Y entonces estamos tentados en buscar
consolaciones incluso efímeras, que parecen colmar el vacío de la soledad y
mitigar el cansancio de creer. Y pensamos de poderlas encontrar en la seguridad
que puede dar – por ejemplo – el dinero, o las alianzas con los potentes, o las
seguridades de la mundanidad, o las falsas ideologías. A veces las buscamos en
un dios que pueda doblegarse a nuestros pedidos y mágicamente intervenir para
cambiar la realidad y hacerla como nosotros queremos; un ídolo, precisamente,
que en cuanto tal no puede hacer nada, impotente y mentiroso.
¡Pero a nosotros
nos gustan los ídolos, nos gustan mucho! Una vez, en Buenos Aires, debía ir de
una iglesia a otra, a mil metros, más o menos. Y lo hice, caminando. Y había un
parque por ahí, y en el parque habían pequeñas mesas, muchas, donde estaban
sentados los videntes. Y estaba lleno de gente, incluso hacían colas, había
mucha gente; y tú le dabas la mano y él comenzaba… Pero, el discurso era
siempre el mismo: hay una mujer en tu vida, hay una sombra que viene, pero todo
saldrá bien… y luego, pagabas. Y ¿esto te da seguridad? Es la seguridad de una
– permítanme la palabra – de una estupidez. Y este es un ídolo: he ido al
vidente, a la vidente y me han leído las cartas – yo sé que ninguno de ustedes
hace esto – y he salido mejor. Me recuerda a esa película, “Milagro en Milán”,
“que cara, que nariz… 100 liras”. Te hacen pagar para que te alaben y ten una
falsa esperanza. Este es un ídolo, y nosotros estamos tan atentos: compramos
falsas esperanzas. Y aquello que es la esperanza de la gratuidad, aquella que
nos ha traído Jesucristo, gratuitamente, ha dado su vida por nosotros, en
aquella no confiamos tanto…
Un Salmo lleno de
sabiduría nos describe de modo muy sugestivo la falsedad de estos ídolos que el
mundo ofrece a nuestra esperanza y a la cual los hombres de todo tiempo son
tentados a encomendarse. Es el Salmo 115, que recita así: «Los ídolos, en
cambio, son plata y oro, obra de las manos de los hombres. Tienen boca, pero no
hablan, tienen ojos, pero no ven; tienen orejas, pero no oyen, tienen nariz,
pero no huelen. Tienen manos, pero no palpan, tienen pies, pero no caminan; ni
un solo sonido sale de su garganta. Como ellos serán los que los fabrican, los
que ponen en ellos su confianza» (vv. 4-8).
El salmista nos
presenta, incluso de modo un poco irónico, la realidad absolutamente efímera de
estos ídolos. Y debemos entender que no se trata solo de representaciones hechas
de metal o de otro material, sino también de aquellas construidas con nuestra
mente, cuando confiamos en realidades limitadas que transformamos en absolutas,
o cuando reducimos a Dios a nuestros esquemas y a nuestras ideas de divinidad;
un dios que se nos asemeja, comprensible, predecible, justamente como los
ídolos del cual habla el Salmo. El hombre, imagen de Dios, se fabrica un dios a
su propia imagen, y es incluso una imagen mal hecha: no escucha, no actúa, y
sobre todo no puede hablar. Pero, nosotros estamos más contentos de ir en los
ídolos que ir al Señor. Estamos muchas veces más contentos de las efímeras
esperanzas que te da esto que es falso, este ídolo, que la gran esperanza
segura que nos da el Señor.
A la esperanza en
un Señor de la vida que con su Palabra ha creado el mundo y conduce nuestras
existencias, se contrapone la confianza en imágenes mudas. Las ideologías con
sus pretensiones de absoluto, las riquezas – y este es un gran ídolo –, el
poder y el suceso, la vanidad, con sus ilusiones de eternidad y de
omnipotencia, los valores como la belleza física y la salud, cuando se
convierten en ídolos a los cuales sacrificar cada cosa, son todas realidades
que confunden la mente y el corazón, y en vez de favorecer la vida la conducen
a la muerte. Y feo escuchar y hace tanto mal al alma aquello que una vez, hace
años, he escuchado, en otra diócesis: una mujer, una buena mujer, muy bella,
era muy bonita y se vanagloriaba de su belleza, comentaba, como si fuera
natural: “He debido abortar para que mi figura es muy importante”. Estos son
los ídolos, y te llevan por el camino equivocado y no te dan la felicidad.
El mensaje del
Salmo es muy claro: si se pone la esperanza en los ídolos, se termina siendo
como ellos: imágenes vacías con manos que no tocan, pies que no caminan, bocas
que no pueden hablar. No se tiene nada más que decir, se es incapaz de ayudar,
cambiar las cosas, incapaces de sonreír, donarse, incapaces de amar. Y también
nosotros, hombres de Iglesia, corremos este riesgo cuando nos “mundanizamos”.
Es necesario permanecer en el mundo pero defenderse de las ilusiones del mundo,
que son estos ídolos que yo he mencionado.
Como prosigue el
Salmo, se necesita confiar y esperar en Dios, y Dios donará bendición: «Pueblo
de Israel, confía en el Señor […] Familia de Aarón, confía en el Señor […]
Confíen en el Señor todos los que lo temen […] Que el Señor se acuerde de
nosotros y nos bendiga» (vv. 9.10.11.12). Siempre el Señor se recuerda, también
en los momentos difíciles; pero Él se recuerda de nosotros. Y esta es nuestra
esperanza. Y la esperanza no defrauda. Jamás. Jamás. Los ídolos defraudan
siempre: son fantasías, no son realidades.
Esta es la
estupenda realidad de la esperanza: confiando en el Señor nos hacemos como Él,
su bendición nos transforma, nos transforma en sus hijos, que comparten su
vida. La esperanza en Dios nos hace entrar, por así decir, en el rayo de acción
de su recuerdo, de su memoria que nos bendice y nos salva. Y entonces puede
surgir el aleluya, la alabanza al Dios vivo y verdadero, que por nosotros ha
nacido de María, ha muerto en la cruz y ha resucitado en la gloria. Y en este
Dios nosotros tenemos esperanza, y este Dios – que no es un ídolo – no defrauda
jamás. Gracias.
(Traducción del
italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
No hay comentarios:
Publicar un comentario