Temas sacerdotales y Homilías del Papa.
Del
mismo modo – añadió – la
Iglesia está llamada a sorprender anunciando a todos que
Jesucristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos,
que su paciencia está siempre allí, esperándonos, para curarnos y perdonarnos.
Porque como reafirmó el Pontífice, precisamente para esta misión Jesús
resucitado ha donado su Espíritu a la Iglesia.
El
Papa también explicó que la
Iglesia de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser
innocua, o un elemento decorativo. Es una Iglesia que no duda en salir fuera, a
encontrarse con la gente, para anunciar el mensaje que le ha sido encomendado,
incluso si ese mensaje disturba e inquieta a las conciencias.
Ella
nace una, universal, abierta, para abrazar al mundo sin capturar, como la
columnata de la Plaza
de San Pedro – dijo – cuyos dos brazos se abren para acoger y no se cierran
para retener.
(María
Fernanda Bernasconi – RV).
Texto
completo de la alocución
del Papa Francisco antes
de
rezar el Regina Coeli:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La
fiesta de Pentecostés conmemora la efusión del Espíritu Santo sobre los
Apóstoles reunidos en el Cenáculo. Como la Pascua , es un evento acaecido durante la
preexistente fiesta hebraica, y que lleva a un cumplimiento sorprendente.
El
libro de los Hechos de los Apóstoles describe los signos y los frutos de
aquella extraordinaria efusión: el viento fuerte y las llamas de fuego; el
miedo desaparece y deja lugar al coraje; las lenguas se desatan y todos
comprenden el anuncio. Donde llega el Espíritu de Dios, todo renace y se
transfigura. El evento de Pentecostés marca el nacimiento de la Iglesia y su manifestación
pública; y nos llaman la atención dos características: es una Iglesia que
sorprende y turba.
Un
elemento fundamental de Pentecostés es la sorpresa. Nuestro Dios es el Dios de
las sorpresas, lo sabemos. Nadie se esperaba algo más de los discípulos:
después de la muerte de Jesús eran un grupito insignificante, unos vencidos
huérfanos de su Maestro. En cambio, se verifica un evento inesperado que suscita
maravilla: la gente permanece turbada porque cada uno oía a los discípulos
hablar en su propia lengua, relatando las grandes obras de Dios (cfr. Hch
2,6-7.11).
Así
está llamada a ser siempre la
Iglesia : capaz de sorprender anunciando a todos que Jesús, el
Cristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos, que
su paciencia está siempre allí, esperándonos, para curarnos, para perdonarnos.
Precisamente para esta misión Jesús resucitado ha donado su Espíritu a la Iglesia.
Atención:
si la Iglesia
está viva, siempre debe sorprender. Es algo propio de la Iglesia viva sorprender.
Una Iglesia que no tenga la capacidad de sorprender es una Iglesia débil,
enferma, agonizante ¡y debe ser ingresada en la sección de reanimación, cuanto
antes!
Alguno,
en Jerusalén, habría preferido que los discípulos de Jesús, paralizados por el
miedo, permanecieran encerrados en casa para nocrear confusión. También hoy
tantos quieren esto de los cristianos. En cambio, el Señor resucitado los
impulsa a ir al mundo: «Como el Padre me envió, también yo los envío» (Jn
20,21). La Iglesia
de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser innocua, demasiado
“destilada”. ¡No, no se resigna a esto! No quiere ser un elemento decorativo.
Es una Iglesia que no duda en salir fuera, a encontrar a la gente, para
anunciar el mensaje que le ha sido encomendado, incluso si ese mensaje disturba
o inquieta a las conciencias, incluso si ese mensaje trae, tal vez, problemas y
también a veces, nos trae el martirio. Ella nace una y universal, con una
identidad precisa, pero abierta, una Iglesia que abraza al mundo pero no
captura; lo deja libre, pero lo abraza como la columnata de esta Plaza: dos
brazos que se abren para acoger, pero que no se cierran para retener. Nosotros
los cristianos somos libres, ¡y la
Iglesia nos quiere libres!
No
dirigimos a la Virgen
María , que en aquella mañana de Pentecostés estaba en el
Cenáculo – y la Madre
estaba con los hijos –. En Ella la fuerza del Espíritu Santo verdaderamente ha
realizado “cosas grandes” (Lc 1,49). Ella misma lo había dicho. Que Ella, Madre
del Redentor y Madre de la
Iglesia , obtenga con su intercesión una renovada efusión del
Espíritu de Dios sobre la
Iglesia y sobre el mundo.
(Traducción
de María
Audiencias y Ángelus > Noticia
del 2014-06-08 12:37:47
Del
mismo modo – añadió – la
Iglesia está llamada a sorprender anunciando a todos que
Jesucristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos,
que su paciencia está siempre allí, esperándonos, para curarnos y perdonarnos.
Porque como reafirmó el Pontífice, precisamente para esta misión Jesús
resucitado ha donado su Espíritu a la Iglesia.
El
Papa también explicó que la
Iglesia de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser
innocua, o un elemento decorativo. Es una Iglesia que no duda en salir fuera, a
encontrarse con la gente, para anunciar el mensaje que le ha sido encomendado,
incluso si ese mensaje disturba e inquieta a las conciencias.
Ella
nace una, universal, abierta, para abrazar al mundo sin capturar, como la
columnata de la Plaza
de San Pedro – dijo – cuyos dos brazos se abren para acoger y no se cierran
para retener.
(María
Fernanda Bernasconi – RV).
Texto
completo de la alocución
del Papa Francisco antes
de
rezar el Regina Coeli:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La
fiesta de Pentecostés conmemora la efusión del Espíritu Santo sobre los
Apóstoles reunidos en el Cenáculo. Como la Pascua , es un evento acaecido durante la
preexistente fiesta hebraica, y que lleva a un cumplimiento sorprendente.
El
libro de los Hechos de los Apóstoles describe los signos y los frutos de
aquella extraordinaria efusión: el viento fuerte y las llamas de fuego; el
miedo desaparece y deja lugar al coraje; las lenguas se desatan y todos
comprenden el anuncio. Donde llega el Espíritu de Dios, todo renace y se
transfigura. El evento de Pentecostés marca el nacimiento de la Iglesia y su manifestación
pública; y nos llaman la atención dos características: es una Iglesia que
sorprende y turba.
Un
elemento fundamental de Pentecostés es la sorpresa. Nuestro Dios es el Dios de
las sorpresas, lo sabemos. Nadie se esperaba algo más de los discípulos:
después de la muerte de Jesús eran un grupito insignificante, unos vencidos
huérfanos de su Maestro. En cambio, se verifica un evento inesperado que suscita
maravilla: la gente permanece turbada porque cada uno oía a los discípulos
hablar en su propia lengua, relatando las grandes obras de Dios (cfr. Hch
2,6-7.11).
Así
está llamada a ser siempre la
Iglesia : capaz de sorprender anunciando a todos que Jesús, el
Cristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos, que
su paciencia está siempre allí, esperándonos, para curarnos, para perdonarnos.
Precisamente para esta misión Jesús resucitado ha donado su Espíritu a la Iglesia.
Atención:
si la Iglesia
está viva, siempre debe sorprender. Es algo propio de la Iglesia viva sorprender.
Una Iglesia que no tenga la capacidad de sorprender es una Iglesia débil,
enferma, agonizante ¡y debe ser ingresada en la sección de reanimación, cuanto
antes!
Alguno,
en Jerusalén, habría preferido que los discípulos de Jesús, paralizados por el
miedo, permanecieran encerrados en casa para no crear confusión. También hoy
tantos quieren esto de los cristianos. En cambio, el Señor resucitado los
impulsa a ir al mundo: «Como el Padre me envió, también yo los envío» (Jn
20,21). La Iglesia
de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser innocua, demasiado
“destilada”. ¡No, no se resigna a esto! No quiere ser un elemento decorativo.
Es una Iglesia que no duda en salir fuera, a encontrar a la gente, para
anunciar el mensaje que le ha sido encomendado, incluso si ese mensaje disturba
o inquieta a las conciencias, incluso si ese mensaje trae, tal vez, problemas y
también a veces, nos trae el martirio. Ella nace una y universal, con una
identidad precisa, pero abierta, una Iglesia que abraza al mundo pero no
captura; lo deja libre, pero lo abraza como la columnata de esta Plaza: dos
brazos que se abren para acoger, pero que no se cierran para retener. Nosotros
los cristianos somos libres, ¡y la
Iglesia nos quiere libres!
No
dirigimos a la Virgen
María , que en aquella mañana de Pentecostés estaba en el
Cenáculo – y la Madre
estaba con los hijos –. En Ella la fuerza del Espíritu Santo verdaderamente ha
realizado “cosas grandes” (Lc 1,49). Ella misma lo había dicho. Que Ella, Madre
del Redentor y Madre de la
Iglesia , obtenga con su intercesión una renovada efusión del
Espíritu de Dios sobre la
Iglesia y sobre el mundo.
Audiencias y Ángelus > Noticia del 2014-06-08 12:37:47
(Traducción
de María Fernanda Bernasconi – RV).
Bernasconi – RV).
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