Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Misa en Santa Marta - Dios no es una ecuación
L’Osservatore Romano
2016-05-20
ocho parejas que celebran cincuenta años de matrimonio
«Hoy en esta misa hay ocho parejas que celebran cincuenta años
de matrimonio —es un auténtico testimonio en este tiempo de la cultura de lo
provisional— y una pareja que celebra sus veinticinco años». Precisamente por
ellos el Papa ofreció la misa del viernes 20 de mayo, por la mañana, en la
capilla de la Casa Santa Marta, proponiendo en la homilía una reflexión sobre
el matrimonio para recordar que testimoniar la verdad significa también
comprender a las personas.
Lo que atrajo inmediatamente la atención, afirmó Francisco
refiriéndose a las lecturas de la liturgia del día, es la escena relatada en el
Evangelio de san Marcos (10, 1-12): «Jesús, marchándose de Cafarnaúm, fue a la
región de Judea, al otro lado del Jordán», y «de nuevo vino la gente donde él
y, como acostumbraba, les enseñaba».
Protagonista, explicó el Papa, es «la multitud que va a su
encuentro: Él les enseñaba y ellos escuchaban». Todas aquellas personas seguían
a Jesús precisamente porque les gustaba escucharle. El Evangelio dice que «Él
enseñaba con autoridad, no como enseñaban los escribas y los fariseos». Por
esto «la multitud, el pueblo de Dios, estaba con Jesús».
Pero, precisa el evangelista Marcos, estaba también, «por otra
parte, ese pequeño grupo de fariseos, saduceos, doctores de la ley que siempre
se acercaban a Jesús con malas intenciones». El Evangelio nos dice claramente
que su intención era «ponerlo a prueba»: estaban siempre preparados para usar
la clásica cáscara de banana «para hacer caer a Jesús», quitándole, de esa
forma, «la autoridad».
Estas personas, afirmó el Pontífice, «estaban separadas del
pueblo Dios: eran un pequeño grupo de teólogos iluminados que creían tener toda
la ciencia y la sabiduría». Pero «a fuerza de cocinar su teología, habían caído
en la casuística y no podían salir de esa trampa». Y, así, repetían
continuamente: «¡No se puede, no se puede!». De estas personas, añadió el Papa,
Jesús «habla mucho en el capítulo 23 de Mateo y las describe bien».
«La cuestión es el matrimonio», dijo claramente Francisco. Un
tema, destacó, que «parece providencial, con ocho parejas que celebran
cincuenta años de matrimonio y una sus veinticinco años» presentes en la
celebración de la misa en la capilla de la Casa Santa Marta.
«Dos veces, en el Evangelio, este pequeño grupo» hace una
«pregunta a Jesús sobre el matrimonio». En particular «una vez los saduceos,
que no creían en la vida eterna, presentaron una pregunta sobre el levirato», o
sea respecto a «la mujer que se había casado con siete hermanos y luego al
final murió: ¿cuál será el marido de esta mujer en el más allá?». Una pregunta
pensada precisamente para buscar «poner en ridículo a Jesús».
En cambio la otra pregunta es esta: «¿Es lícito repudiar a una
mujer?». Pero «Jesús, en ambas situaciones, no se detiene en el caso
particular, sino que va más allá: se centra en la plenitud del matrimonio».
«En el caso del levirato —explicó el Papa— Jesús se centra en la
plenitud escatológica: “En el cielo no habrá ni marido ni esposa, vivirán como
ángeles de Dios”». Él se centra «en la plenitud de la luz que viene de esa
plenitud escatológica». Así, pues, «Jesús recuerda la plenitud de la armonía de
la creación: “Desde el comienzo de la creación, Dios los hizo varón y hembra”».
Está claro, afirmó el Pontífice, que «Él no se equivoca, Él no
busca hacer un buen papel delante de ellos: “Dios los hizo varón y hembra”». E
inmediatamente añade: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se
unirá a su esposa; y la mujer dejará a su padre y a su madre y se unirá a su
marido —se sobreentiende— y los los dos ser harán una carne sola». Esto «es
fuerte», comentó el Papa, añadiendo: «Una simbiosis, una carne sola, así siguen
adelante: ya no son dos, sino una sola carne». Por lo tanto, «que el hombre no
separe lo que Dios ha unido».
«Tanto en el caso del levirato como en esto Jesús responde desde
la verdad aplastante, desde la verdad contundente —¡esta es la verdad!—, desde
la plenitud, siempre», destacó el Papa. Por lo demás, «Jesús nunca negocia la
verdad». En cambio, «este pequeño grupo de teólogos iluminados negociaba
siempre la verdad, reduciéndola a la casuística». A diferencia de Jesús, que
«no negocia la verdad: esta es la verdad sobre el matrimonio, no existe otra».
Sin embargo, «Jesús es muy misericordioso —insistió Francisco—,
es tan grande que nunca, nunca, nunca cierra la puerta a los pecadores». Se
comprende cuando les pregunta: «¿Qué os prescribió Moisés? ¿Qué os ordenó
Moisés?». La respuesta es que «Moisés permitió escribir un acta de divorcio». Y
«es verdad, es verdad». Pero Jesús responde así: «Teniendo en cuenta la dureza
de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto».
Aquí, afirmó el Pontífice, «está la plenitud de la verdad, esa
verdad fuerte, contundente, pero también la debilidad humana, la dureza del
corazón». Y «Moisés, el legislador, hizo esto, pero que las cosas queden
claras: la verdad es una cosa y otra cosa es la dureza del corazón que es la
condición pecadora de todos nosotros». Por ello «Jesús deja aquí la puerta
abierta al perdón de Dios, pero en casa, a los discípulos, les repite la
verdad: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio”». Jesús
«lo dice claramente, sin giros de palabras: “Y si ella repudia a su marido y se
casa con otro, comete adulterio”».
El pasaje evangélico nos revela «las verdades que nos da Jesús,
que son verdades plenas, recibidas de Dios, del Padre, que son siempre así». Y
nos muestra también «el modo», es decir «cómo Jesús se comporta ante los
pecadores: con el perdón, dejando la puerta abierta». Y «en esta referencia a
Moisés, deja en cierto sentido algo para el perdón de la gente que no logra
vivir este compromiso». Por lo demás, también «hoy, en este mundo en el que
vivimos, con esta cultura de lo provisional, esta realidad de pecado es muy
fuerte».
Jesús, «al recordar a Moisés, nos dice que está la dureza del
corazón, está el pecado». Pero «algo se puede hacer: el perdón, la comprensión,
el acompañamiento, la integración, el discernimiento de estos casos». Con la
consciencia de que «la verdad nunca se vende, nunca». Jesús «es capaz de decir
esta verdad tan grande y, al mismo tiempo, ser tan comprensivo con los
pecadores, con los débiles». En cambio, «este pequeño grupo de teólogos
iluminados, que caen en la casuística, son incapaces tanto de horizontes
grandes como de amor y comprensión respecto a la debilidad humana».
«Nosotros debemos caminar con estas dos cosas que Jesús nos
enseña: la verdad y la comprensión», sugirió Francisco. Y «esto no se resuelve
como una ecuación matemática», sino «con la propia carne: es decir, yo
cristiano ayudo a esa persona, a aquellos matrimonios que atraviesan una
dificultad, que están heridos, en el camino de acercamiento a Dios». Permanece
el hecho que «la verdad es aquella, pero esta es otra verdad: todos somos
pecadores, en camino». Y «siempre está este trabajo por hacer: cómo ayudar,
cómo acompañar, pero también cómo enseñar a aquellos que se quieren casar cuál
es la verdad sobre el matrimonio».
Es «curioso» destacar que Jesús «al hablar de la verdad dice las
palabras claras: pero con cuanta delicadeza trata a los adúlteros». Y, así, «a
aquella mujer, que llevaron ante él para ser lapidada, con cuanta delicadeza»
dice: «Mujer, nadie te ha condenado, tampoco yo, ve en paz y no peques más». Y
«con cuanta delicadeza Jesús trata a la samaritana, que tenía una buena
historia de adulterios», diciéndole: «llama a tu marido», y deja que sea ella
quien diga: «no tengo marido».
Como conclusión, Francisco expresó el deseo de «que Jesús nos
enseñe a tener con el corazón una gran adhesión a la verdad y también con el
corazón una gran comprensión y acompañamiento a todos nuestros hermanos que
atraviesan momentos de dificultad». Y «esto es un don: lo enseña el Espíritu
Santo, no estos doctores iluminados que para enseñarnos necesitan reducir la
plenitud de Dios a una ecuación casuística».