Homilías del Papa y Temas sacerdotales
Francisco \ Audiencias,
Catequesis y Ángelus
Ángelus del Papa: no catalogar a los demás para decidir quién es
mi prójimo
El Papa Francisco reza el Ángelus del segundo domingo de julio
con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro. - OSS_ROM
10/07/2016 11:24SHARE:
(RV).- Puntualmente
a mediodía el Papa Francisco se asomó a la ventana frente a la Plaza de San
Pedro, para rezar con los miles de fieles y peregrinos que, a pesar del calor
veraniego, se dieron cita el segundo domingo de julio para rezar el Ángelus
junto al Sucesor de Pedro, escuchar su comentario al Evangelio y recibir su
bendición apostólica.
A través de la
parábola del “buen samaritano”, propuesta en esta ocasión por el Evangelio de
Lucas, el Santo Padre explicó que
mediante este relato sencillo y estimulante, Jesús nos indica un estilo de
vida, cuyo baricentro no somos nosotros, sino los demás con sus dificultades.
De manera que
Francisco dijo que el Señor hace uso de esta parábola en su diálogo con un
Doctor de la Ley a propósito del dúplice mandamiento que permite entrar en la
vida eterna: amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismos.
El Papa Bergoglio
invitó a que – como el Doctor de la Ley – también nosotros nos preguntemos:
¿Quién es mi prójimo? ¿A quién debo amar como a mí mismo? ¿A mis parientes? ¿A
mis amigos? ¿A mis compatriotas? ¿A los de mi misma religión?
Y añadió que Jesús
ha cambiado completamente la perspectiva inicial de aquel Doctor, y también la
nuestra, por lo que afirmó que no debemos catalogar a los demás para decidir
quién es mi prójimo. Puesto que depende de nosotros ser o no ser prójimo de la
persona que encontramos y que tiene necesidad de ayuda, independientemente de
quien sea.
El Obispo de Roma
puso de manifiesto que la actitud del buen samaritano es necesaria para dar
prueba de nuestra fe, que si no está acompañada por obras, resulta muerta.
Mientras a través de las obras buenas, realizadas con amor y alegría hacia el
prójimo, nuestra fe brota y da fruto.
El Pontífice
también invitó a preguntaros si nuestra fe es fecunda; si produce obras buenas;
o si en cambio es estéril… En una palabra dijo: ¿Me hago prójimo o simplemente
paso de lado?
Es bueno hacerse
estas preguntas – dijo el Papa – porque al final, seremos juzgados por las
obras de misericordia. Y agregó que el Señor podría decirnos si nos acordamos
de aquella vez, por el camino de Jerusalén a Jericó, mientras Aquel hombre,
medio muerto, era precisamente Él.
Francisco concluyó
invocando a la Virgen María para que nos ayude a caminar por la vía del amor
generoso hacia los demás, la vía del buen samaritano, esa que nos hace entrar
en la vida eterna.
(María Fernanda
Bernasconi - RV).
Texto y audio de
las palabras del Santo Padre Francisco a la hora del Ángelus:
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
Hoy la liturgia nos
propone la parábola llamada del “buen samaritano”, tomada del Evangelio de
Lucas (10, 25-37). Esta parábola, en su relato sencillo y estimulante, indica
un estilo de vida, cuyo baricentro no somos nosotros mismos, sino los demás,
con sus dificultades, que encontramos en nuestro camino y que nos interpelan.
Los demás nos interpelan. Y cuando los demás no nos interpelan, algo allí no
funciona; algo en aquel corazón no es cristiano.
Jesús usa esta
parábola en el diálogo con un Doctor de la Ley, a propósito del dúplice
mandamiento que permite entrar en la vida eterna: amar a Dios con todo el
corazón y al prójimo como a sí mismos (vv. 25-28). “Sí – replica aquel Doctor
de la Ley – pero dime, ¿quién es mi
prójimo?” (v. 29).
También nosotros
podemos plantearnos esta pregunta: ¿Quién es mi prójimo? ¿A quién debo amar
como a mí mismo? ¿A mis parientes? ¿A mis amigos? ¿A mis compatriotas? ¿A los
de mi misma religión?... ¿Quién es mi prójimo?
Y Jesús responde
con esta parábola. Un hombre, a lo largo del camino de Jerusalén a Jericó, fue
asaltado por unos ladrones, agredido y abandonado. Por aquel camino pasan
primero un sacerdote y después un levita, quienes, aun viendo al hombre herido,
no se detienen y siguen adelante (vv. 31-32). Después pasa un samaritano, es
decir un habitante de la Samaria, y como tal, despreciado por los judíos porque
no observaba la verdadera religión. Y, en cambio él, precisamente él, cuando
vio a aquel pobre desventurado, “se conmovió”. “Se acercó y vendó sus heridas
(…), “lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo” (vv. 33-34). Y al día
siguiente, lo encomendó al dueño del albergue, pagó por él y dijo que también
habría pagado el resto (Cfr. v. 35).
Llegados a este
punto Jesús se dirige al Doctor de la Ley y le pregunta: “¿Cuál de los tres –
el sacerdote, el levita o el samaritano – te parece que se portó como prójimo
del hombre asaltado por los ladrones?”. Y aquel – porque era inteligente –
responde naturalmente: “El que tuvo compasión de él” (vv. 36-37).
De este modo Jesús
ha cambiado completamente la perspectiva inicial del Doctor de la Ley – ¡y también la nuestra! –: no debo catalogar
a los demás para decidir quién es mi prójimo y quién no lo es. Depende de mí
ser o no ser prójimo – la decisión es mía –, depende de mí ser o no ser prójimo
de la persona que encuentro y que tiene necesidad de ayuda, incluso si es
extraña o incluso hostil.
Y Jesús concluye:
“Ve, y procede tú de la misma manera” (v. 37). ¡Hermosa lección! Y lo repite a
cada uno de nosotros: “Ve, y procede tú de la misma manera”, hazte prójimo del
hermano y de la hermana que ves en dificultad. “Ve, y procede tú de la misma
manera”. Hacer obras buenas, no decir sólo palabras que van al viento. Me viene
en mente aquella canción: “Palabras, palabras, palabras”. No. Hacer, hacer. Y
mediante las obras buenas, que cumplimos con amor y con alegría hacia el
prójimo, nuestra fe brota y da fruto. Preguntémonos – cada uno de nosotros
responda en su propio corazón – preguntémonos: ¿Nuestra fe es fecunda? ¿Nuestra
fe produce obras buenas? ¿O es más bien estéril, y por tanto está más muerta
que viva? ¿Me hago prójimo o simplemente paso de lado? ¿Soy de aquellos que
seleccionan a la gente según su propio gusto?
Está bien hacernos
estas preguntas y hacérnoslas frecuentemente, porque al final seremos juzgados
sobre las obras de misericordia. El Señor podrá decirnos: Pero tú, ¿te acuerdas
aquella vez, por el camino de Jerusalén a Jericó? Aquel hombre medio muerto era
yo. ¿Te acuerdas? Aquel niño hambriento era yo. ¿Te acuerdas? Aquel emigrante
que tantos quieren echar era yo. Aquellos abuelos solos, abandonados en las
casas para ancianos, era yo. Aquel enfermo solo en el hospital, al que nadie va
a saludar, era yo.
Que la Virgen María
nos ayude a caminar por la vía del amor, amor generoso hacia los demás, la vía
del buen samaritano. Que nos ayude a vivir el mandamiento principal que Cristo
nos ha dejado. Este es el camino para entrar en la vida eterna.
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