lunes, 12 de octubre de 2015

Ángelus del Papa 11/10/2015

Homilías del Papa y Temas sacerdotales


Ángelus del Papa 11/10/2015 

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Sólo recibiendo con humilde gratitud el amor del Señor nos liberamos de las seducciones de los ídolos y la ceguera, dijo el Papa en el Ángelus


Jesús muestra al joven rico los pobres 
a los que puede dar sus riquezas - RV

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(RV).- Sobre la mirada de Jesús habló el Obispo de Roma en la reflexión previa a la oración dominical del ángelus, que rezó con una marea de fieles y peregrinos que llegaron a la plaza de san Pedro en el Vaticano, el domingo 11 de octubre, para escucharlo, rezar con él y recibir su bendición.

En el Evangelio de Marcos un joven pregunta a Jesús qué debe hacer para alcanzar vida eterna. Francisco explicó que “Vida eterna no es solo la vida del más allá, sino que es la vida plena, realizada, sin límites”. Jesús responde que para alcanzarla hay que cumplir los mandamientos de amor hacia el prójimo. Pero intuyendo el anhelo que ese joven llevaba en su corazón, que quería algo más, Jesús le dirigió una mirada intensa llena de ternura y afecto. Entendiendo también Jesús el punto débil de su interlocutor le hace una propuesta concreta: dar todos sus bienes a los pobres y seguirlo. “Pero aquel joven tenía el corazón dividido entre dos patrones: Dios y el dinero –afirmó el Papa-, y se va triste. Esto demuestra que no pueden convivir la fe y el apego a las riquezas. Así, finalmente, la iniciativa del joven cae en la infelicidad de un seguimiento naufragado.

En otra mirada entorno a él –comentó el Sucesor de Pedro-, Jesús advierte: Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios. Los discípulos llenos de estupor se preguntan: quién podrá salvarse y Jesús, con una mirada que los anima, les dice: es imposible para los hombres pero no para Dios. Expreso entonces que “si nos confiamos al Señor, podemos superar todos los obstáculos que nos impiden seguirlo en el camino de la fe… nos libera de la esclavitud de las cosas y nos da la libertad del servicio por amor”.

El Vicario de Cristo concluyó preguntando a los jóvenes presentes si han sentido la mirada de Jesús y si se irían de la plaza con la alegría de la decisión de seguir a Jesús. Y rogó que “la virgen María nos ayude a abrir el corazón al amor de Jesús, el único que puede apagar nuestra sed de felicidad”. jesuita Guillermo Ortiz, RADIO VATICANA


Voz y texto completo de las palabras del Papa:


«¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de hoy, tomado del capítulo 10 de Marcos, se articula en tres escenas, marcadas por tres miradas de Jesús.

La primera escena presenta el encuentro entre el Maestro y un tal, que - según el pasaje paralelo de Mateo – es identificado como ‘joven’. El encuentro de Jesús con un joven. Él corre hacia Jesús, se arrodilla y lo llama «Maestro bueno». Luego le pregunta: «¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?» (v. 17). Es decir, la felicidad.  “Vida eterna” no es solo la vida del más allá, sino que es ésta: la vida plena, cumplida, sin límites. ¿Qué debemos hacer para alcanzarla? La respuesta de Jesús resume los mandamientos que se refieren al amor al prójimo. En este contexto, ese joven no tiene nada que reprocharse; pero evidentemente la observancia de los preceptos no le basta, no satisface su deseo de plenitud. Y Jesús intuye este deseo que el joven lleva en su corazón; por lo que su respuesta se traduce en una mirada intensa llena de ternura y de cariño, así dice el Evangelio: «Jesús lo miró con amor» (v.21). Se dio cuenta de que era un buen joven… Pero Jesús comprende también cuál es el punto débil de su interlocutor y le hace una propuesta concreta: dar todos sus bienes a los pobres y seguirlo. Pero ese joven tiene el corazón dividido entre dos patrones: Dios y el dinero, y se va triste. Esto demuestra que no pueden convivir la fe y el apego a las riquezas. Así, al final, el impulso inicial del joven se apaga en la infelicidad de un seguimiento naufragado.

En la segunda escena, el evangelista enfoca los ojos de Jesús y esta vez se trata de una mirada pensativa, de advertencia: «Mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!» (v.23). Ante el estupor de los discípulos, que se preguntan: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?» (v. 26), Jesús responde con una mirada de aliento – es la tercera mirada – y dice: la salvación es sí «imposible para los hombres, ¡pero no para Dios!» (v.27). Si nos encomendamos al Señor, podemos superar todos los obstáculos que nos impiden seguirlo en el camino de la fe. Encomendarse al Señor. Él nos dará la fuerza, él nos dará la salvación, él nos acompaña en el camino.

Y así llegamos a la tercera escena, aquella de la solemne declaración de Jesús: Les aseguro que el que deja todo para seguirme tendrá la vida eterna en el futuro y el ciento por uno ya en el presente (cfr v 29 y v 30). Este “ciento por uno” está hecho de las cosas primero poseídas y luego dejadas, pero que se reencuentran multiplicadas al infinito. Nos privamos de los bienes y recibimos en cambio el gozo del verdadero bien; nos liberamos de la esclavitud de las cosas y ganamos la libertad del servicio por amor; renunciamos a poseer y logramos la alegría del don. Lo que Jesús decía: «Hay más alegría en dar que en recibir».

El joven no se ha dejado conquistar por la mirada de Jesús y así no ha podido cambiar. Solo acogiendo con humilde gratitud el amor del Señor nos liberamos de la seducción de los ídolos y de la ceguera de nuestras ilusiones. El dinero, el placer, el éxito deslumbran, pero luego desilusionan: prometen vida, pero causan muerte. El Señor nos pide el desapego de estas falsas riquezas para entrar en la vida verdadera, la vida plena, auténtica, luminosa.

Y yo les pregunto a ustedes, jóvenes, chicos y chicas, que están en la plaza: ¿han percibido la mirada de Jesús sobre ustedes? ¿Qué le quieren responder? ¿Prefieren dejar esta plaza con la alegría que nos da Jesús o con la tristeza en el corazón que la mundanidad nos ofrece?

Que la Virgen María nos ayude a abrir nuestro corazón al amor de Jesús, a la mirada de Jesús, el único que puede apagar nuestra sed de felicidad».

(Traducción del italiano: Cecilia de Malak)

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